Será por haber estudiado Historia Moderna y Contemporánea, pero no llego a acostumbrarme a ver descatalogados, desde hace lustros, las Memorias de estadistas y políticos vinculados a la Revolución Francesa y las Guerras Napoleónicas de la talla de Fouché, Talleyrand o Metternich . Basta tan sólo con hojear un poco por encima alguno de estos libros, para darse cuenta de que se está ante un documento histórico de primer orden, capaz de aportar tanta o más información sobre la época, que el más concienzudo análisis marxista sobre la estructura agraria en la Bretaña bajo el reinado de Luis Felipe. Quizá una buena forma de entener a que me refiero, sea transcribir la parte significativa de una de estas obras. Para el caso, he escogido el Prefacio que Klemens Wenzel Lothar von Metternich, Conde y príncipe de Metternich-Winneburg escribió a sus Memorias a finales de 1844. Espero que os interese.
Deposito este manuscrito en los archivos de mi familia; he aquí las razones que me obligan a tal determinación:
Mi existencia está estrechamente ligada a los acontecimientos de la época en que viví.
Esta época constituye una división de la historia del mundo; fué un período de transición. En los períodos de este género, el edificio del pasado está en ruinas ; el nuevo edificio no ha sido todavía levantado. Empieza a ponerse en pie y los contemporáneos son los obreros que lo constituyen.
De todas partes acuden arquitectos; pero ni a uno solo le corresponderá ver la obra terminada, porque la vida humana es muy corta para ello. ¡Dichoso aquel que pueda decir de sí mismo que no está alejado de la justicia eterna! Mi conciencia no me niega en modo alguno tal testimonio.
Confío a los que vendrán después de mí, no una obra definitiva, pero sí indicaciones que podrán ilustrarles sobre lo que intenté hacer o evitar. Fiel a mis deberes para con mi país, no incluyo en este manuscrito nada que se refiera a los secretos de Estado; pero, por el contrario, consigno con toda claridad hechos que considero preferible revelar antes que dejarlos caer en el olvido.
Deseo, sobre todo, rendir un último servicio al inmortal Emperador Francisco I, quien, en la expresión de sus últimas voluntades, me llama «su mejor amigo...» Este servicio, el más grande que yo pudiera rendir al ilustre muerto, es pintarlo tal como era.
Mi vida es una de las más agitadas entre las existentes dentro de una sociedad enferma, presa de agitación desordenada. La consecuencia de mi relato es que, después de mi primera juventud hasta el trigésimosexto año de un ministerio laborioso, no he vivido una sola hora para mí.
Testigo del orden de cosas existentes antes de la Revolución social que se consumó en Francia, habiendo asistido como testigo o como actor a todos los acontecimientos que acompañaron y siguieron ti este estado de cosas, me encuentro hoy, entre todos mis contemporáneos, solo sobre la elevada escena a la que no me llevaron ni mi voluntad ni mis gustos.
Por ello, me reconozco el derecho y el deber de indicar a los que vendrán después de mí el medio, el único medio para el hombre escrupuloso, de resistir las tempestades de los tiempos. Este medio lo he formulado en la divisa elegida como símbolo de mi convicción para mí mismo y para aquellos que me sucedan : «La verdadera fuerza es el derecho.» Sin el derecho, todo es frágil.
La época a la que me voy a referir es aquélla que comienza en 1810 y termina en 1815. Por ser la más importante de mi vida y llevar impreso el carácter de la historia del mundo. Es en aquel entonces cuando se dibujaron la forma y el carácter que las cosas tomarían más tarde; las pruebas que apoyan todo ello se encuentran en los archivos oficiales, aunque éstos no contienen más que los resultados de los acontecimientos y apenas sirven para esclarecer los hechos que condujeron a esos resultados, porque en el curso de los años 1813, 1814 y 1815 los Soberanos y los Jefes de Estado solían reunirse en conferencias en las que se hablaba más que se escribía.
Si algún día —que estimo no estará lejos— se ha de publicar una historia de mi vida, la verídica exposición de cuanto me concierne permitirá a los que vengan después de mí combatir los errores.
Para ello, sin duda, será preciso consultar los archivos del Estado; porque ellos contendrán lo que yo no creí apropiado para figurar en el presente manuscrito y que, sin prescindir del sentido del deber, no pude incluir por falta de tiempo.
Los mismos hombres que construyen la historia, no tienen tiempo para escribirla. Yo, al menos, no lo he tenido.
Señalo el período de 1810 a 1815 como el más importante, porque abarca la época en la que se malograron las tentativas de Napoleón para fundar un nuevo orden social: hecho capital que condujo a Europa a sufrir las naturales consecuencias de la Revolución social francesa, que no empiezan a desarrollarse hasta nuestros días.
El presente manuscrito esté destinado a quedar para siempre en los archivos de mi casa, en tanto que esta idea de perpetuidad pueda aplicarse a las previsiones humanas. Consiento, sin embargo, en que se extraiga provecho, según las circunstancias, para llenar lagunas o para rectificar errores históricos que se refieran, tanto a los acontecimientos, tanto a mi persona.
Diciembre de 1844.
CLEMENTE DE METTERNICH
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