jueves, 8 de mayo de 2008

El Emperador Constantino

Yo podría haber vivido en tiempos de Constantino,
trescientos años después de la muerte del Salvador,
de quien nada se sabía salvo que había resucitado
como un soleado Mitra entre los legionarios romanos.
Habría sido testigo de las disputas entre homoousios y homoiousios
acerca de si la naturaleza de Cristo era divina o sólo semejante a la divinidad.
Probablemente habría votado contra los Trinitarios, pues,
¿quién podría adivinar la naturaleza del Creador?
Constantino, Emperador del mundo, conquistador y asesino
alteró la balanza en el Concilio de Nicea,
de modo que nosotros, generación tras generación,

meditamos acerca de la Santísima Trinidad, misterio de misterios, sin el cual
la sangre del hombre habría sido ajena a la del universo,

y el derramamiento de Su propia sangre, la de un Dios sufriente,
que se ofreció a Sí mismo en sacrificio aun mientras estaba creando el mundo, habría sido en vano.
Así, Constantino no fue más que un instrumento indigno, ignorante de lo que hacía por las gentes de los tiempos por venir.


Y nosotros, ¿sabemos a qué estamos destinados?

Czeslaw Milosz

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