LLEGUÉ
a Francia a principios de los años cincuenta. Acababa de romper con el régimen
de Varsovia. Estaba en el exilio. Era alérgico al París intelectual de aquellos
años, en el que triunfaba el espíritu de «Les Temps Modernes», donde se me
rechazaba sistemáticamente como traidor al socialismo. Se vivía una especie de
locura colectiva. Lejos de este ostracismo y de esta mala voluntad, estaba
Albert Camus. Camus no tenía nada en común con el ambiente de París. Era muy
afable. Trabajaba en Gallimard. Le enseñé el manuscrito de «El valle del Issa».
Lo leyó y me dijo que esas páginas lo recordaban los cuentos de juventud de
Tolstoi. Me recomendó en Gallimard.
En
1954, la publicación de «Los mandarines», de Simone de Beauvoir, me molestó especialmente.
Pregunté a Camus por qué no respondía a los ataques que se lanzaban contra él.
Me dijo: «No se discute con una cloaca».
MIS
conversaciones con Camus trataban de temas diversos. Un día, me preguntó si un
ateo como él debía someter a sus hijos a la primera comunión. Yo pensaba que sí.
Evocaba también con gran emoción la ausencia de un padre en su vida. Una vez me
preguntó si no me sorprendían los rasgos «no franceses» de su cara.
Admiraba
el valor de Camus. Comprendo muy bien su actitud respecto a la cuestión de
Argelia. Era la de un hombre desgarrado. Yo soy polaco, pero étnicamente
lituano, aunque polacos y lituanos no estén contentos conmigo y me reprochen no
tener opiniones claras a favor o en contra.
En
cuanto a literatura, Camus envejeció bien y Sartre envejeció mal. Ciertamente,
«El extranjero» me parece marcado de manera un tanto excesiva por el
existencialismo. Lo considero como un preámbulo a las grandes novelas de Camus.
«El extranjero» es en cierto modo sus «Memorias del subsuelo». Y, para
proseguir la comparación con Dostoievski, digamos que «La peste» es su «Crimen
y castigo». Es su novela más clásica, la más poderosa. Entre sus ensayos,
siento debilidad por «El hombre rebelde», que apareció en el momento en que yo
acababa de escribir ««El pensamiento cautivo».
Czeslaw Milosz, Blanco y Negro, 11 de
septiembre de 1994, pp. 4-5
No hay comentarios:
Publicar un comentario