miércoles, 29 de agosto de 2018

Entrevista a Carlos Edmundo de Ory (El País, 31 de octubre de 2003)



ENTREVISTA A CARLOS EDMUNDO DE ORY

"A mí me dictan las sirenas"

MIGUEL MORA, Periodista

"Yo no soy un poeta maldito. Soy un poeta", dice Carlos Edmundo de Ory, gaditano de 80 años y autor de una obra inclasificable que supera cualquier etiqueta. Poco amigo del barullo ("soy quietista, me gusta estar quieto", comenta), ha pasado más de media vida en Francia, y ahora ha regresado unos días para presentar una antología de su obra, Música de lobo, y comentar de paso que abomina del infantilismo y de los horrores de este mundo.

El poeta más flamenco y auténtico y quizá uno de los más geniales de España se llama Carlos Edmundo de Ory y nació en Cádiz (¿dónde iba a ser?) hace 80 años. Casi nadie lo conoce, tal vez porque es todavía un "niño de cuatro años"; porque ha vivido más de media vida en Francia, o porque un espeso manto de silencio ha cubierto siempre su arte, tan hondo que habla cara a cara con los muertos, tan ajeno que le cae desde el fondo del mar. "A mí me dictan las sirenas", dice este poeta que es muchos poetas a la vez (el erótico, el loco, el clásico, el metafísico, el sagrado, el automático, el político, el lobo, el mago) y que siempre anda a lo suyo, "con la mente vacía", esperando que caigan esos aerolitos (aforismos) y esos poemas suyos, muchas veces asimétricos pero siempre veraces, que no se parecen a nada, ni siquiera a ellos mismos.

Ahora, este personaje único al que dan ganas de adoptar como abuelo ha venido a Madrid, a casa de un sobrino, con su mujer, Laura Lachéroy, "una antisecretaria" que podría ser su hija. Allí esperaba el miércoles, bajo un gorro de Samarkanda y ante un gin tonic, la presentación ayer de Música de lobo, antología de la quincena de libros que ha escrito desde 1941 hasta ahora y que publica Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg en una espléndida edición de Jaume Pont.

Pregunta. Viene usted tan poco por aquí que se diría que es un exiliado. El último exiliado.

Respuesta. Bueno, los demás se han muerto, pero el ego no me gusta.

P. Así que está exiliado.

R. No, ni política ni poéticamente. Vivo fuera porque siempre viajé, me dieron becas de joven para ir a París, viví allí, me enteré de que Henry Miller dimitió por carta de su cargo en Correos y yo hice lo mismo en mi puesto de la Biblioteca Móvil. Ya no fui más. Viajé a Lima... Y luego me quedé quieto. Yo soy quietista, me gusta estar quieto.

P. ¿Y qué piensa de España?

R. Ahora abro el periódico y sólo veo Aznar, Zapatero y el Papa. Sólo me interesan Irak, Israel, los horrores. Pero tampoco veo que los poetas se ocupen mucho de eso. Sólo se escribe para triunfar. Y la España de Franco no me interesaba nada, censuraban los libros. En 1944, Camilo José Cela me censuró la novela Diario de un loco, que luego se tituló Mephiboseth en Onou. La llenó de tachones. Todavía tengo el original, algún día lo expondré.

P. ¿Tenía cosas de sexo?

R. Y de religión. Soy un escritor libre. Hice bien en irme. La leyenda de poeta maldito me hartó. Yo no soy un poeta maldito. Soy un poeta.

P. ¿Y cómo ve el país ahora?

R. Veo el mundo de la creación entregado a los premios, y eso no va conmigo, no lo entiendo. Yo no vivo de la literatura ni soy corporativista. Nunca hice vida literaria, aunque fui amigo de Chicharro hijo, un hombre maravilloso, no voy a encontrar otro igual. Y de Cirlot, y de Miguel Labordeta... A mí me benefició la conspiración de silencio, me quedé libre y solo, me alejé de la vida literaria y nunca moví un dedo para publicar nada mío. Por eso no me gustan las interviús, porque aumentan la fama.

P. Leyendo el libro se ve que es usted varios poetas a la vez.

R. Igual que un músico a veces pulsa el violín o la flauta, yo a veces toco el tambor y otras veces la flauta.

P. Música de lobo...

R. El poeta es eso, un lobo que aúlla con la cabeza alta el horror del mundo, mirando a la luna. Eso es maravilloso. Me fascina la naturaleza, pero ya no veo tigres, ni arañas, ni lobos en la poesía. Ya no hay naturaleza en la poesía.

P. ¿Sigue escribiendo?

R. No, nada, algunos aerolitos, frases pequeñas. El poeta sin ser poeta no es nada. Pero dibujo un poco.

P. ¿Recuerda algún aerolito?

R. (Coge el libro). Me gustan algunos. "La imaginación, esa esponja del infinito". "Si te gusta ser llamado poeta desde joven, cuida de vivir poco. Toda una vida con un pequeño mote es ridículo". "Oigo sirenas en la noche, luego existo". "Estoy construido de sabor de sueño". "La poesía es un vómito de piedras preciosas". "Un poeta no puede contestar nunca a nada. Él es la esfinge, él hace preguntas". "Sólo me comprenderá quien sea más loco que yo". "Que me entierren vestido de payaso". "La palabra poeta es una falta de ortografía de Dios".

P. Dice su paisano Rancapino que el flamenco se canta con faltas de ortografía. ¿El cantaor es otro lobo que aúlla horrores?

R. Claro. Estoy completamente identificado con el flamenco. Y con el jazz. La música es mi vida.

P. Decía Claudio Rodríguez...

R. ¡Ahí hay naturaleza! ¡Claudio era buenísimo!

P. ¿Qué más poetas le gustan?

R. ¿Españoles? Arcadio Pardo, que vive en Francia, tiene casi mi edad y es buenísimo, aunque nadie lo conoce; Gamoneda, Sánchez Robayna, Ángel Crespo, Claudio Rodríguez...

P. Decía que el poeta es médium de una música que no es suya.

R. Nadie merece la poesía, no es un mérito, es una voz que viene. Por eso publicar da lo mismo, aunque escribes para encontrar seres humanos.

P. ¿Sabe algún poema de memoria?

R. Cuatro versos de Alfonsina Storni: "Muchedumbre de color, / millones de circuncisos, / casas de 50 pisos, / y dolor, dolor, dolor". Eso es la poesía y el mundo: la gente que sufre. Y los poetas, ¿dónde están? No hay. Los poetas de ahora son creadores de poesía, y lo que llaman poesía es literatura. Pero la poesía no es literatura, es algo numinoso, que viene del numen, de un poder mágico. Es la verdad que pone la carne de gallina, es un golpe... Mi poesía no es mía, sólo estoy preparado para ella porque no gasto energía en otra cosa.

P. Siendo de Cádiz eso no tiene mérito. Lo digo porque el cantaor Ignacio Ezpeleta, cuando le presentaron a Lorca y éste le preguntó en qué trabajaba, dijo: "Soy de Cádiz". ¿Usted es vago?

R. A mí hace poco me hicieron hijo adoptivo de Cádiz. Un político empezó que si Cádiz por aquí, que si Cádiz por allá, y yo le dije: "Pero si Cádiz es mío". Vago no soy, pero la palabra ocio es muy importante para mí. No hay poesía sin silencio, la poesía viene del silencio y va al silencio, es una isla. A mí me dictan las sirenas, pero ser poeta es muy duro. Para hacer estas cosas que yo hago tengo que tener la mente vacía. Para escuchar la resonancia cósmica sólo puedes estar con amigos. Ni banderas, ni público, ni sermones, ni luna, ni países, ni cine para entretener, ni palabras cadavéricas...
Aunque es verdad que el poeta vive en olor de poesía y eso no le impide comer churros o pescaíto frito.

P. A veces su poesía parece imperfecta, inacabada...

R. ¡Es perfecta desde el punto de vista de la poesía! Pero no es poéticamente correcta, es libre. Un poeta que corrige no hace poesía perfecta. ¡Si fuera imperfecta, no la escribiría!

P. A veces no es... redonda.

R. Es una voz de otro mundo, un fulgor. Neruda, a veces, es redondo. César Vallejo es perfecto. San Juan, mi preferido, y Dante son perfectos también. Pero la palabra no es ésa, la palabra de la poesía es... auténtica. Los que se llaman poetas son profesionales. Pero el poeta de verdad no es profesional, no corrige, vive sólo para ser un instrumento. Yo vivo iluminado, aunque esas cosas no debería decirlas. Hasta muerto estoy vivo, y cuando esté en el cementerio seguiré escribiendo.
César Vallejo es perfecto. San Juan, mi preferido, y Dante son perfectos también. Pero la palabra no es ésa, la palabra de la poesía es... auténtica. Los que se llaman poetas son profesionales. Pero el poeta de verdad no es profesional, no corrige, vive sólo para ser un instrumento. Yo vivo iluminado, aunque esas cosas no debería decirlas. Hasta muerto estoy vivo, y cuando esté en el cementerio seguiré escribiendo.

El País, Viernes, 31 de octubre de 2003

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