jueves, 30 de agosto de 2018

Última entrevista a Julián Marías (ABC, 18 de diciembre de 2005)


Última entrevista 
Julián Marías
Académico y filósofo
«Quien crea que cuando alguien muere se acaba, no ha querido a nadie de verdad»
El 12 de enero de 2003 apareció en Los Domingos de ABC una entrevista con el filósofo Julián Marías, fallecido esta semana en Madrid. Sus palabras siguen tan vigentes como la serenidad de sus enfoques
Por César Alonso de los Ríos y Agapito Maestre. 
Es difícil imaginar un contraste mayor que el que hay entre el desorden del estudio del filósofo y la claridad del pensamiento de éste. Uno avanza entre mesas, con inmensas gibas de papel, hasta el sillón en el que se hunde el escritor ya con la vista muy deficiente, pero con una mente de la que sigue manando un discurso coherente, lúcido, con frecuencia irónico.
Hemos venido a charlar con el maestro y. sobre todo, a rendirle homenaje. La vida le ha deparado pocas gratificaciones. No se le ha perdonado nunca haber dicho siempre lo que ha pensado: «El mérito mayor de los tres tomos de mis memorias es no mentir nunca». La Universidad, tan acogedora para algunos, prevaricadora casi en algún caso, le fue hostil siempre a Marías, desde el 39. No se le permitió doctorarse hasta 1951. Demócrata de toda la vida, no ha gozado nunca de la simpatía de los progresistas. «He sido siempre un perseguido». Desde luego su obra ha sido minusvalorada. Reducido a exégeta de Ortega es el más autorizado de sus intérpretes pero, además o sobre todo, es autor de títulos inexcusables para la inteligibilidad de España y de una obra cumbre en la filosofía española: «Antropología metafísica».
—Queremos empezar por un hecho que llama la atención: cómo explicar que, habiéndose mantenido siempre al margen del oficialismo franquista, no haya sido reconocido por los progresistas.
—Eso tiene una explicación muy racional. Nunca a lo largo de mi vida he abdicado de decir la verdad. toda la verdad. Porque para mí decir la mitad es mentir.
—Usted ha sido crítico con la República y con las posiciones de Ortega ante la República.
—Ortega no previo lo que iba a pasar y habría debido hacerlo. Había que haber sido consciente de en qué manos se ponía el pandero. Es evidente que la situación era mala en el año 30 y que había muchos motivos para el descontento pero, a la vista de lo que sucedió, habría sido mejor que la Monarquía hubiera seguido con sus defectos porque de la República salió la guerra civil.
—Intelectualmente, usted es un hijo del clima de la República.
—La Facultad en la que estudié estaba al más alto nivel europeo. Teníamos a Ortega, a García Morente. a Sánchez Albornoz, a Menéndez Pidal... Ninguno de los intelectuales estaba por la guerra. Tan sólo algunos de tercera fila (...).
—Ha dicho que se debería haber tenido en cuenta quién Iba a tener el poder en la República. ¿A qué se refería?
—En la guerra civil la República quedó en manos de la Unión Soviética. De la guerra yo salvo únicamente a Besteiro, que nunca tuvo poder. Lo tuvo, si, al final para conseguir que la guerra pudiera terminar un poco más civilizadamente. En la cárcel conocí a un militante del partido socialista, ex oficial del Ejército, que se pasaba el día culpando a Besteiro de que él estuviera en la cárcel. Un día me cansé y le dije: «Tiene razón, si no hubiera sido por él usted estaría criando geranios».
—Usted se ha enfrentado a las versiones tópicas de la guerra y el exilio.
—Al hablar del exilio no se distingue entre el del 36 y el del 39. El primero se produce con la llegada de la guerra y por temor a la pérdida de libertades. El segundo tiene que ver con el desenlace de la guerra. (...)
—Fue a la cárcel por una denuncia. En la última novela de su hijo Javier se habla de ese episodio, pero usted se ha negado siempre a desvelar la personalidad del denunciante.
—¿Para qué? Lo curioso del caso es que era un amigo, un compañero del bachillerato, al que yo estimaba y con el que jamás había tenido una discusión. Ni siquiera pudo haber una rivalidad profesional ya que él se había dedicado a la Historia... Se inventó todo lo que quiso en contra mía.
—Usted no se exilió.
—A mí me había impresionado, de joven, una frase de Danton en la en la que se dice que «a la patria no se la puede llevar uno en la suela de los zapatos». Al salir de la cárcel mi preocupación era sobrevivir. de qué vivir. No podía dedicarme a la enseñanza, así que me dediqué a traducir y a escribir libros.
—Su «Historia de la Filosofía» era una cátedra ambulante.
—Que nadie recomendaba a los alumnos. Se publicó en enero de 1941 y enseguida hubo que hacer una segunda edición y una tercera. Gracias a ese libro pude casarme. Por ahora van 41 ediciones.
—Entra en contacto con Laín y comienza a escribir en «Escorial», la revista de los intelectuales falangistas.
—Laín quiso conocerme. Era el subdirector de la revista y en ese momento era consejero nacional de Falange. Nos hablamos con sinceridad y nos entendimos. Naturalmente me dijo que escribiera sobre temas culturales. Nuestra amistad duró treinta años.
—Se le cierra la Universidad hasta el punto de que no pudo hacer el doctorado hasta 1951.
—Fui realmente un perseguido. No pude escribir en los periódicos durante doce años, hasta que Luis Calvo, director de ABC. me pidió una colaboración.
—Por eso resulta muy notable que usted defendiera la tesis de la continuidad cultural por encima de la guerra y de la censura. En uno de los ensayos que usted recoge en «Los españoles» reivindica el alto nivel de la cultura española entre el 39 y el 59. ¿No cree que esa ha sido una de las cosas que no se le iban a perdonar?
—Vuelvo a lo mismo. Yo digo lo que pienso, y lo que defiendo en «La vegetación del páramo» es esa brillantez de la cultura que se pone de manifiesto en la lista de libros —libros impresionantes—entre 1941 y la muerte de Ortega.
—Otra de las razones de la minusvaloración de su personalidad como filósofo se ha debido, quizá, a haberle reducido al papel de exégeta de Ortega (...).
—Yo he escrito dos tomazos sobre la obra de Ortega, de quinientas páginas cada uno. que me complacen mucho. Ahí están, pero mi obra es mucho más que eso. (...)
—Tampoco Ortega ha tenido el reconocimiento debido. ¿Qué fue para usted?
—Mi gran maestro, mi amigo, mi mejor amigo, una persona admirable. Al poco de morir, alguien me preguntó que cómo era. Le contesté: «Como el sol, luminoso y cálido». No pude decir nada mejor.
—Una preocupación constante en su obra ha sido la idea de España: «Los españoles», «España inteligible»...
—Libro que cumple lo que promete en el título.
—Usted publicó una serle de artículos en «La Vanguardia»...
—Quince.
—En los que se acercaba con respeto al hecho catalán...
—Y con amor.
—Y tuvo una respuesta mala de Maurici Serrahima....
—Poco acertada, diría yo.
— ¿En qué se equivocaba el juicio de Serrahima?
—En que para mí Cataluña es España. una parte de ella, una pieza inseparable del todo y no se puede entender a Cataluña al margen de España. Había en Serrahima una voluntad de apartismo. En todo caso, nada comparable con la situación actual. Mucho peor.
—A Serrahima le dolía que usted hablara sobre Cataluña.
—En una ocasión di una conferencia sobre el poeta Maragall. Uno de los asistentes dijo, en el coloquio. que yo no estaba capacitado para entender a Maragall porque yo no soy catalán. Le respondí que nunca había llegado a pensar que se tratara de algo tan misterioso como el alma tibetana.
—A la vista del ascenso de los nacionalismos y el agravamiento de los problemas, ¿ha valido para algo tanto esfuerzo apologético y de pura racionalización?
—También han aparecido soluciones.
—¿En el País Vasco también?
—El problema del País Vasco es ETA. Lo de Cataluña tiene sus pegas. pero lo que está mal es el País Vasco. Porque hay miedo, y donde hay miedo no se puede votar con libertad y no puede hablarse de elecciones libres.
—Usted ha escrito que no hay vida «vividera» sin libertad.
—La gente vota por miedo al PNV. El temor no lleva a ninguna parte.
—Volviendo a los rechazos que su obra ha producido en el mundo progresista hay que recordar su posición en relación con EE.UU., con el Imperio.
—¿Imperio? Los EE.UU. mandan menos de lo que tendrían que mandar para la responsabilidad que tienen. A EE.UU. no se le perdona que nos haya librado de Hitler y de Stalin. Hay otros factores... Por ejemplo, los complejos de Europa ante EE.UU. Europa está muy floja.
—También en el pensamiento.
—También. Piensen que Francia es un país que no ha tenido jamás decadencia, hasta ahora, desde finales de los sesenta no ha aparecido nada nuevo. Es algo que nunca había ocurrido en Francia. Pero la crisis alcanza a Alemania. Gadamer. que no era de la talla de los más grandes, murió en el 2000 con 102 años... ¿Qué queda de aquel pensamiento fantástico que va de Wittgenstein a Heidegger?
—Habermas y poco más.
—Muy poquita cosa.
—El neokantismo es hegemónico. y eso lleva a un alejamiento de la realidad. ¿Usted no cree que una filosofía al margen de la vida acaba matando la vida y el pensamiento?
—La filosofía consiste en hacer transparente la vida.
—Hablamos antes del sentido de la trascendencia en Ortega. ¿Y el suyo?, ¿cómo define su religiosidad en estos momentos?
—Yo soy profundamente religioso y cada vez más específicamente católico. Las visiones más profundas del catolicismo están en las oraciones básicas. Lo malo es la faramalla con que se las rodea, las oraciones básicas son de una gran perfección. El credo, por ejemplo: hay que decirlo despacio. palabra a palabra. (...) La idea del hombre que se deriva de esa creencia, la idea del hombre como responsable, como esencialmente libre, que tiene que responder de lo que hace, que es libre, y que puede elegir, que está destinado a seguir viviendo…
—Habla usted de la muerte y de la otra vida.
—La gente admite con frivolidad increíble que cuando alguien muere acaba. ¿Cómo se va a acabar? El que crea eso es que no ha querido a nadie de verdad. La idea de que las personas se aniquilan es incomprensible, monstruosamente inverosímil... Si lo más grande que hay en el mundo es la persona, es lo más real que conocemos. decimos que nada se destruye, que se transforma, pero admitirnos que se aniquila el ser que somos cada uno. El hombre tiene que imaginar cómo puede vivir después de la muerte. En mi libro «La felicidad humana» hay un capítulo titulado «La imaginación de la vida perdurable». Yo digo que no será así, como digo, sino que será mucho más interesante pero basta con eso para desearlo.
—¿Es Europa para usted un hecho culturalmente cristiano?
—No se podría entender de otra manera.
—¿Y el Islamismo?
—Cuando cayó el muro de Berlín yo dije, al día siguiente, que el gran problema que nos acechaba era el islamismo.
ABC (Los domingos), 18 de diciembre de 2005, pp. 60-61.

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