jueves, 23 de agosto de 2018

Entrevista a Francis Fukuyama (ABC, 9 de abril de 2000)


ENTREVISTA A FRANCIS FUKUYAMA
«La izquierda aún se enfrenta a sustanciales problemas para retornar con fuerza»
Francis Fukuyama -el académico norteamericano que saltó a primera fila del mundo intelectual con sus teorías sobre el fin de la historia tras la Guerra Fría- vuelve a la carga con «La Gran Ruptura», recién publicado en España. Un libro que analiza la decadencia social sufrida por la mayoría de los países industrializados entre los años sesenta y noventa. Pero haciendo gala de su optimismo, a veces utilizado como reproche por sus críticos, Francis Fukuyama ve indicios de redención al final del vertiginoso e inevitable salto de una sociedad posindustrial a la Era de la Información.
WASHINGTON
-Usted argumenta en «La Gran Ruptura» que la sociedad está al borde de una nueva era, una era en la que la gente vivirá mo­ralmente e insistirá en que sus líde­res e instituciones hagan lo mismo. ¿Cree que. después del año Lewinsky en Washington o la clase de pelí­culas premiadas por los Oscar, esta­mos muy cerca de esa moralidad?
.La forma en que yo mido el com­portamiento moral es a través de es­tadísticas relacionadas con crimina­lidad, rupturas familiares, niveles de confianza. Y las estadísticas sólo dicen una parte de la historia. Aun­que haya una amplia tendencia en una dirección también pueden ocu­rrir eventos -al estilo de tiroteos en colegios como Columbine High School o el caso Lewinsky- que pare­cen contradecir modelos generales. Pero en Estados Unidos y otros paí­ses que experimentan lo que yo lla­mo «La Gran Ruptura» no hay duda alguna de que la sociedad es cada vez más ordenada, aunque siempre haya gente que rompa las normas, incluso presidentes. Por otra parte, la cultu­ra popular permanece muy compro metida con la idea de «epatar a los burgueses», de tratar de violar nor­mas morales de la clase media. Pero hay un montón de evidencias que apuntan a que la gente tiene una ma­yor calma y se encuentra predispues­ta a crear una sociedad con más or­den que hace diez o quince años.
VALORES MORALES
-Si los norteamericanos no están interesados por Paula Jones pero es­tán obsesionados con el Dow Jones, ¿dónde queda sitio para la moral en una sociedad centrada en torno al dinero y el consumo?
-La relación entre las sociedades capitalistas modernas y la moralidad es realmente muy complicada. Y en ciertos casos obvios, los valores morales no salen bien parados. El vender y comprar bienes en un mercado, entre otros efectos, daña muchas veces la lealtad, crea inseguridades y desestabiliza relaciones morales. Pero creo que uno de los principales argumentos de mi libro es que la emergencia de una sociedad comercial moderna también tiene buenas consecuencias para los valores morales. Por ejemplo, una virtud como la honestidad dentro de una economía de mercado tiene un valor monetario positivo. Empresas e individuos están interesados en tener una buena reputación. Al mismo tiempo el lugar de trabajo tiende cada vez a ser menos autoritario y más demo­crático y participativo.
-Usted ha documentado el desor­den social en Occidente, a partir de la década de los sesenta, y sus terri­bles efectos. Pero también empezan­do en los años sesenta, algunos cosas buenas han ocurrido en el mundo occidental. ¿Existe una evolución po­sitiva escondida en este periodo?
-Por supuesto. Las cosas buenas que han ocurrido desde los sesenta están directamente relacionadas con las cosas malas. Todo ha sido libera­lizado en el mundo social durante este periodo. No solamente reglas so­bre sexo y familia, sino también re­glas relacionadas con raza y clase social. Toda sociedad occidental en los últimos treinta años se ha hecho más tolerante en el sentido racial y más abierta hacia las mujeres. Y es­tas cosas son extremadamente positi­vas.
¿Quién ha tenido más responsabi­lidad en la «Gran Ruptura», la píldo­ra o el microprocesador?
-Es realmente difícil separar cada factor en una multiplicidad de cau­sas. Pero creo que los dos avances han jugado un papel importante. La píldora ha sido clave a la hora de separar reproducción y sexo. Yo mantengo en mi libro que este fárma­co ha tenido la consecuencia inespe­rada de no liberar a las mujeres pero sí a los hombres de responsabilida­des familiares. Y esto es una de las grandes sorpresas de este periodo. El microprocesador ha sido tam­bién una liberación, dando a la gente más poder personal y cuestionando jerarquías, ya sea en Gobiernos, cor­poraciones u organizaciones. Creo que el tipo de sociedad que florece en la Era de la Información es aquella que tiene relativamente pocas nor­mas.
-En su opinión, el polo más impor­tante de solidaridad es la sociedad civil. Pero en Europa todavía se tie­ne una fe casi ciega en el Estado. ¿Ve alguna esperanza de cambio en el Viejo Continente?
-Sí. Los europeos se están empezan­do a dar cuenta que el Estado no va a crecer más. Y en muchos sitios, la principal agenda es conseguir redu­cirlo. También creo que la sociedad civil es algo que tiende a ser produci­da por el progreso de moderniza­ción. Con gente mejor educada y con capacidad tecnológica para comuni­carse. El mejor ejemplo es el sector de las Organizaciones No Guberna­mentales en Europa Occidental, que ha explotado en los últimos años. La sociedad civil, de forma paulatina, se va a convertir en una alternativa al Estado como medio de conexión social, como facilitador de servicios sociales e incluso como poder parale­lo.
FLEXIBILIDAD POLÍTICA
-El siglo XX ha sido descrito como el siglo americano. ¿Cómo se presen­tan los próximos cien años?
-Considero que las sociedades con más éxito serán aquellas que de­muestren flexibilidad política. Si se observan los problemas actuales de Japón y Alemania, los dos países han sido capaces de crear muy efi­cientes y bien administrados mecanismos públicos para promover crecimiento económico tras la Segunda Guerra Mundial. Pero ahora estos mecanismos son una carga porque son demasiados grandes, demasiado rígidos y han superado su utilidad. Otro factor creo que es puramente social: tendencias demográficas. España es un buen ejemplo de esta situación con una tasa de fertilidad reducida en forma dramática. La gente piensa sobre este problema en términos de Seguridad Social y facilitar cuidados para mucha gente de avanzada edad. Pero esto es sólo la punta del iceberg. Para mantener absolutos niveles de Producto Interior Bruto, va a ser necesario importar mano de obra. Los países capaces de asimilar socialmente extranjeros y superar problemas culturales asociados con la inmigración serán los que mejor encaren el siglo XXI.
-A pesar de todo, ¿sigue creyendo que la democracia liberal y la economía de mercado son la única opción viable para una sociedad moderna?
-Se puede ser una república islámica como Irán o un régimen fascista como Serbia, pero nadie quiere imitar esos modelos. Hasta los iraníes se están cansando de vivir en una teocracia y sospecho que en otra generación avanzarán hacia una sociedad liberal. Como serio competidor a este modelo, solamente he considerado la forma de autoritarismo «suave» de algunos países en Asia como Singapur, Indonesia o Malasia. Pero después de la última gran crisis financiera no han mantenido su atractivo. Sus ciudadanos también quieren democracia y participación.
-Un pilar decisivo en este nuevo orden económico y político es el individualismo. Pero entre sus argumentos hay grandes reparos hacia la supremacía del individuo.
-El individualismo es una fuente simultánea de cosas buenas y malas en una sociedad. Ahí está el empresario informático que quiere romper todas las normas y es recompensado generosamente por hacerlo. Pero, en cierta manera, es el mismo impulso que motiva a un criminal para romper las normas de la sociedad y asaltarte en la calle. De este impulso nace el llamado «excepcionalismo» de Estados Unidos. Los norteamericanos detestan conceptos como autoridad y normas. Y por eso tenemos una alta tasa de innovación, de iniciativa empresarial, buena tecnología y altos índices de crecimiento económico. Pero también es la razón por la que tenemos familias rotas, altos porcentajes de criminalidad, vecindarios marginales. Es el mismo impulso a no seguir reglas. La «Gran Ruptura» ha ocurrido en muchas sociedades pero en Estados Unidos su impacto ha sido mucho mayor.
AUSENCIA DE CONFIANZA
-En su libro anterior, «Confianza», se explora la creación de prosperidad como producto de virtudes sociales. ¿Cuáles son esas virtudes y por qué no parecen tan abundantes en el sur de Europa?
-Dentro de la Europa mediterránea, y en el mundo latino-católico en general, la ausencia de confianza dentro de esas sociedades se relaciona con la Iglesia y con el sistema político formado por Felipe II, Carlos V y los Habsburgo. Todos estos países comparten similares características. Por ejemplo, tienden a tener una insignificante sociedad civil, muy bajos niveles de confianza entre individuos que prefieren organizarse en tomo a fuertes familias y amistades. Una de las razones de esta situación es el catolicismo, con una estructura muy jerárquica que inhibe el crecimiento de formas espontáneas de religión como en sociedades protestantes más descentralizadas. Una estadística llamativa es que la tasa de donaciones filantrópicas es mucho más baja en España, Francia o Italia que en Estados Unidos, Inglaterra o los países escandinavos. El Estado en estas sociedades latino-católicas también tiene una gran responsabilidad en la falta de confianza social, con su tendencia a ser más jerárquico o autoritario que en otras partes de Europa. La familia se convierte entonces en una barrera defensiva. Es el patrón cultural que se puso en marcha hace cuatro o cinco siglos y que todavía persiste en muchas partes del mundo mediterráneo.
-¿Específicamente qué quiere decir con el término «capital social»?
-Capital social es la habilidad de la gente para trabajar en grupos, juntarse en tomo a valores y normas compartidos. Es la tercera forma de capital, junto al capital físico y el capital humano. El capital social nace de la capacidad para relacionarnos socialmente, ser capaces de confiar en otras personas o tener normas comunes de honestidad y reciprocidad.
VISIÓN POSITIVA
-Su obra frecuentemente es descrita como producto de un «optimista». Pero sospecho que esto no es un halago.
-En «El Fin de la Historia», por ejemplo, soy optimista sobre el futuro de los sistemas democráticos. Pero la democracia contiene en sí misma ciertos problemas sin solución: ¿qué ocurre con el espíritu humano, con las aspiraciones? En «La Gran Ruptura», mi visión de la sociedad norteamericana es mucho más positiva que la que tienen muchos conservadores. Pero al mismo tiempo, el problema nunca termina porque los avances tecnológicos y el cambio económico continúan ocurriendo. Por eso, el reto de la disrupción moral es continuo.
-¿Le tienta caer en el pesimismo cuando ve los indicios de una «historia post-humana»?
-Este es el tema del libro que voy a empezar a escribir, sobre biotecnología y sus implicaciones para el futuro de la política. Para una respuesta adecuada, tendrá que esperar a que lo termine.
HEGEL Y TOCQUEVILLE
-Usted ha mencionado una «extraña pareja» -Hegel y Tocqueville- como figuras dominantes en su obra y pensamiento. ¿Por qué?
-Usualmente no se les pone juntos pero en cierta manera tratan sobre el mismo tipo de problemas. Hegel es mal comprendido como el gran filósofo del Estado, que argumenta que el Estado Prusiano es el fin de la historia. Interpretación que considero errónea. Hegel también es el gran filósofo de la sociedad civil, argumentando que el mundo moderno consiste en tres cosas irreducibles: Estado, sociedad civil y familia. Tocqueville, por otra parte, es ciertamente el teórico de la democracia que destaca la importancia de la sociedad civil como elemento necesario para una democracia liberal con éxito. Y Tocqueville. en mi opinión, es el más penetrante filósofo del sistema democrático, por entender toda la dimensión social y cultural que incluye hábitos, costumbres y comportamientos. Juntar a Hegel y Tocqueville tiene sentido.,
-Siempre le veo explicando y volviendo a explicar lo que quiso decir cuando escribió sobre el final de la historia. ¿Cree que el libro que le dio la fama es también uno de los libros menos entendidos en los últimos años?
-Me parece que sí. Por la simple razón de que todavía me hacen preguntas en tono de reproche cuando pasa algo en Kosovo o en algún lugar del mundo.
-¿Cree que la globalización es el mejor ejemplo de sus tesis sobre el triunfo de la democracia y el capitalismo?
-Sí. La agenda de la política internacional se centra ahora en la cuestión de la globalización. Y esté proceso significa la globalización de aquellas instituciones que yo defiendo en «El Fin de la Historia». Economías de mercado y democracias liberales.
SINDICATOS Y ECOLOGISTAS
-¿Y qué le parece la resistencia a la globalización que de forma tan llamativa quedó demostrada el pasado diciembre en Seattle?
-Hay que ver cómo avanza esta situación. La izquierda se enfrenta todavía a sustanciales problemas para retornar con fuerza. En la izquierda todavía existen demasiadas divisiones que no han sido solucionadas. Incluso entre los sindicatos y ecologistas que vimos en Seattle. En el momento en que la defensa de las tortugas marinas amenace empleos ocupados por trabajadores con afiliación sindical, los dos sectores se van a enfrentar. La situación es muy complicada y por eso creo que la izquierda va a tener una considerable dificultad para crear un movimiento político unificado en la esfera internacional.
GRUPOS ESPECIALIZADOS
-Internet, por definición, es anarquista y carente de valores. ¿Le preocupa que esta tecnología empiece a ser una forma de vida?
-La Red no es ni buena ni mala. Es como el teléfono, permite mantener en contacto a familias pero también permite la comunicación entre terroristas. Lo que Internet facilita son ciertas formas de asociación en grupos mucho más especializados. Estos grupos se concentran cada vez más. se enriquecen en contenido, se hacen más sofisticados. Pero al mismo tiempo, la sociedad se divide en porciones que pueden no tener nada que decirse entre sí, esfumándose la posibilidad de necesarios debates públicos. Para mí, este es el mayor peligro de Internet.
Pedro RODRÍGUEZ, ABC, 9 de abril de 2000, pp. 50-52

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