José Pla habla de su «Historia de la Segunda República»
ANTE la inminente aparición de la obra de José Pla, «Historia de la Segunda
República Española», gran número de personas se ha
dirigido a nosotros solicitando noticas acerca de la misma. Insistían de modo
especial en sus preguntas sobre el carácter y alcance de las páginas de este
libro fundamental de historia contemporánea. Nos ha parecido, que nadie como el
autor sería capaz de dar a conocer al público el sentido y tono de la obra, y
para ello nos hemos dirigido a él, formulándole las preguntas, cuyas
contestaciones ofrecemos a continuación a nuestros lectores:
—¿Cuáles han sido a su juicio las faltas políticas más graves de la
República democrática que la hicieron fracasar desde su nacimiento?
—Estas faltas políticas las he
resumido, en el prólogo de mi libro, en una sola: la absoluta, la completa, la
constante inadecuación entre el pensamiento y la acción. Los hombres de la
República española forman un grupo caracterizado por una exuberancia verbal
indescriptible. En ningún momento de la historia de España —ni en la época
de la primera República— se habló tanto como entre el 14 de abril y el 18 de
julio. Se agitó, revolvió, discutió, polemizó, masculló y verbalizó todo lo que
existe, en una forma u otra en España. Esta selvática frondosidad, contrastó
cada día, cada hora, cada minuto con una congénita incapacidad para resolver el
más elemental de los problemas de la acción política: el problema del orden público.
En la historia contemporánea, una situación dibujada por estos dos hechos
tiene un nombre: es el kerenskismo. El abogado Kerenski, orador brillantísimo,
hombre de acción nulo, es el que crea las condiciones objetivas del triunfo de
Lenin y el comunismo. En España, Azaña dando la cara y Prieto en la sombra —ambos forman el núcleo central de la historia política española de 1931 a
1936—, oradores notables, hombres de acción inválidos, crean las condiciones
del triunfo fugaz y momentáneo de la revolución social el 18 de julio. Ellos
son los responsables de la catástrofe española. Ellos abrieron, con una
espantosa insensatez todas las compuertas de la cloaca y del crimen. Ellos
sumieron a España en uno de sus períodos más angustiosos. Pero gracias a Dios
hubo en España fuerzas sociales suficientemente sanas para que al impulso de
un hombre providencial y de la clase militar, que nos ha salvado tantas veces en
el curso de la historia —cosa que no existió en Rusia— pudiéramos invertir la
situación y concluir definitivamente el ominoso período.
El fenómeno del kerenskismo no es un
fenómeno moderno. Es en política un fenómeno de siempre. Mi intención ha sido
pues, en el libro, poner de manifiesto la inadecuación entre hablar y hacer que
caracterizó la segunda República para llegar a demostrar que tantas cuantas veces
se reproduzca en España el mismo fenómeno, sus consecuencias serán
idénticamente las mismas.
—¿Cuál ha sido, además de su
veracidad y serenidad, el propósito de su obra «Historia de la Segunda
República» y cuándo y cómo la ha escrito usted?
—Sí, desde luego, aparte del primer
propósito, he tenido otro. Creo que las personas que por una o por otra razón
tenemos una pluma en la mano estamos en la obligación de defender la sociedad española.
De la lectura de mi libro se deduce mi propósito esencial. Habiendo observado,
directísimamente, como periodista y como testigo, el desarrollo del proceso
republicano, creo que el Alzamiento Nacional español era ineluctable, fatal y
desde todos los puntos de vista absolutamente legal —a menos de creer que
España había dejado de ser España—. Es precisamente de la manipulación
objetiva y serena de las fuentes de este período que se deduce la legalidad y
la ineluctabilidad del Alzamiento. No he hecho, pues, una historia monárquica
o con textos de los monárquicos. No. He dejado que las cosas las explicaran los
republicanos y es de estas explicaciones que se deduce, de un lado, la
ineluctabilidad de la revolución, y, de otro, el movimiento salvador de
España.
La obra fue escrita, día por día, en
Madrid, durante la República y completada en Roma cuando al ser expulsado de un
determinado país tuve que pasar por Italia camino de la España Nacional. En la
biblioteca de la Embajada de España en el Vaticano encontré muchos papeles que
me fueron de gran utilidad. Desde estas columnas doy las gracias al Rdo. P.
Pou, bibliotecario de Palacio y fraile franciscano, por haberme dado todas las
facilidades.
—¿Cuál es, según usted, el prototipo de prohombre republicano?
—A mi entender, hay tres hombres
esenciales. Un hombre en la zona de luz: Azaña. Dos hombres en la zona de
sombra: Prieto y Largo Caballero. Azaña ha sido un juguete de los socialistas,
su agente público. Detrás de la cortina Prieto manejó todos los hilos
políticos. Largo todos los resortes sociales. Los demás —Lerroux,
Alcalá-Zamora, etc.— no creo que llegaran a tener existencia real y tangible
en la alta «coterie» republicana. Azaña, es un resentido. Prieto, un orgulloso.
Largo Caballero, un fanático.
Destino. Política de unidad. nº 148. 18 de mayo de 1940, p.8.
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