jueves, 12 de enero de 2017

José Jiménez Lozano sobre la "Nouvelle Droite" en 1979

En torno a la “Nueva derecha” francesa

José Jiménez Lozano

LA prensa francesa lleva unos cuantos meses dan­do vueltas al fenómeno de la llamada «nueva de­recha», una operación política y cultural en cuyo origen están dos hombres: un escritor y periodista, director de «Le Fígaro Magazine». Louis Pauwels, que tanto «epató» al gran público hace unos artos con su libro «El retorno de los brujos» y la revista «Planéte», y un ensayis­ta Alain de Benoist. El movimien­to tiene su expresión en los clubs GRECE o «Agrupación de Investi­gación y Estudios para la Civiliza­ción Europea», y como digo, ha desatado una amplia polémica des­de un artículo del jesuita P. Vedier en «Etudes», en marzo pasado, has­ta las últimas semanas en otras revistas y periódicos.
«Mucho ruido para nada -escribía el P. Vedier-. Pero un ruido peligroso en la medida en que este arcaísmo y este aristocratismo abrigan nuevas voluntades de do­minación y en la medida también en que estas ideas extravagantes pueden volver a despertar los vie­jos demonios que llevan el nombre de antisemitismo y racismo». Y la cosa está tan clara, que uno de los colaboradores de «Le Figaro Magazine», Jean d’Ormesson, toma dis­tancias de sus colegas y realmente confiesa como credo propio precisamente todo lo que la «nueva derecha» rechaza. D'Ormesson piensa, por ejemplo, que si «la igualdad entre los hombres está lejos de ser un hecho... es un acto de fe. Y hay algo en nosotros que hace que, a pesar de todo, tengamos confianza en los hombres y creamos que se precisan los unos a los otros y, ya quede referida a un Dios o no, esta creencia es una especie de trascendencia. Creo que la humanidad tiene un destino y que un imbécil o un monstruo esté más cerca de Einstein y de Miguel Ángel que de cualquiera otra persona... Sintiéndome demócrata y liberal me parece que aún soy otra cosa y, para decirlo un poco rápidamente, diré que me siento judeo-cristiano... Más que de Afrodita, de Apolo o de Dionisos yo me reclamo con muchas inconsecuen­cias y muchos fallos del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob y, por lo pronto y ante todo, del Dios del Evangelio». Y. a estas palabras, hacen coro estas otras de otro miembro de la derecha liberal que se siente horrorizado ante la «nue­va derecha». Raymond Aron, que escribe en «L'Express»: «No me gustan los hombres que llevan en la solapa a título de condecoración su cifra de Q.I. (o coeficiente de inteligencia), y no porque no pien­se yo también que el destino de los pueblos no depende en gran parte de sus élites, sino porque raramente he encontrado entre los hom­bres auténticamente superiores esa vanidad de escritores que no dudan de pertenecer a esa élite... De la tradición judeo-cristiana y quizá también de Sócrates, todos nosotros, judíos y cristianos, cre­yentes y no creyentes, hemos aprendido y no queremos olvidar que cada hombre lleva en si la entera condición humana según la palabra de Montaigne. Respetar la condición humana en el otro por humilde que sea su estado y mo­desto que sea su Q.I. es el imperati­vo que contiene el mensaje de las religiones de la salvación, y violar este imperativo es abrir la puerta a la barbarie».
Alain de Benoist
Desde un punto de vista religioso concreto, José de Broucker apostilla a este nacimiento de la «nueva derecha» y su ideología elitista: «La fe cristiana, por su cuenta, no puede hacer otra cosa que levantarse contra un determinismo que cerraría la creación en su imperfección, porque cree precisamente que Dios ha dado al hombre la misión y los medios de perfeccionarla». Y René Remond insiste también en la condición negadora del cristianismo de tal derecha: «Esta nueva derecha no solamente se separa del cristianismo o es indiferente al contenido de su revelación, sino que es intrínsecamente y explícitamente anticristiana por razones que forman parte del cuerpo de su pensamiento. En otros tiempos, la razón que más hubiera incitado a dudar que este modo de pensar pudiera tener al­gún porvenir en Francia hubiera sido su ruptura deliberada y pro­vocadora con la tradición cristia­na... pero a medida que la sociedad se seculariza y que la cultura polí­tica se aparta de una cierta refe­rencia cristiana, que había nutrido a veces a su costa e incluso defen­diéndose contra ella a la mayor parte de nuestras familias de pen­samiento, ¿quién sabe si los espíri­tus no están ya expuestos a dejarse seducir por un sistema de pensa­miento que asume el polo opuesto del humanismo occidental?»

Tal es en verdad el reto de esta «nueva derecha» a todos los nive­les. A primera vista y en cierto sentido, este movimiento no es más que la reposición de viejas actitudes del pasado, de los años treinta concretamente, en que, an­te el declive demográfico de Euro­pa, se creyó en su eclipse histórico o. por decirlo más cínica pero más honradamente, en el eclipse histó­rico de las élites europeas domi­nantes desde el punto de vista político y económico. Naturalmen­te, la reposición de estas ideas es hoy mucho más «científica», pero la finalidad es la misma y la misma la concepción del hombre y del mundo. «De hecho -ha escrito, por su parte, Alain Joubert- la pobreza de los modelos científicos que circulan en nuestras élites de la nueva derecha: Q.I., selección natural, agresión, dominación, etc., me deja pasmado. ¿Qué dicen más, en realidad, que los de la época de los señores?» Pero la verdad es también que las gentes tienen, hoy, el sentido de la religión, de la ciencia y de la técnica y que cualquier tontería puede pasar por científica con tal de que en su exposición se utilice un cierto lenguaje hermético y paracientífico o se haga contínua referencia a la esotérica sabiduría de los expertos. Y ni que decir tiene que la fascinación será completa si se emplea el lenguaje para psiquiátrico o para psicológico que es algo así como el latín de que hablaba Moliere: un lenguaje de dominación, precisamente aporque el vulgo no puede comprenderlo y está reservado a unos cuantos.
Charles Maurras
Lo más interesante del fenómeno, con todo, es la secularización de esa nueva derecha. Su secularización tan llamativa, quiero decir. La antigua derecha, la de Maurras, por ejemplo, tampoco era cristiana, sino perfectamente pagana, pero podía mostrar un rostro equivoco porque evidentemente era resuelta partidaria de la Iglesia Católica en la que veía una barrera contra el desorden del mundo moderno, un elemento de contención de la democracia y el socialismo. Pero el propio Maurras, como ya he contado en esta misma página, fue muy explícito en cuanto a su ateísmo personal y en cuanto a su odio a «los cuatro oscuros he­breos»: los evangelistas. En un momento secularizador como el nuestro, aquel hipercatolicismo ha sido abandonado y la nueva derecha se muestra como lo que es: esencialmente pagana. Mejor es así, en todo caso, para que no haya más equívocos, pero en este mundo secularizado, que ha perdido totalmente el sentido cristiano, su triunfo puede ser muy amplio. En realidad, sólo el judeo-cristianismo puede oponerse a la concepción del hombre como productor-consumidor e individuo valioso con un Q.I alto, buena salud y perteneciente a la raza de los señores, sólo él puede oponerse al darwinismo social, en que participan hasta las familias espirituales que se llaman de izquierda, y al Estado como dueño absoluto, a las naciones rectoras por vocación universal para sojuzgar a las demás, que serían biológicamente inferiores. La «nueva derecha» tiene ciertamente el don de la oportunidad y el sentido del éxito: su filosofía es perfectamente adecuada para que en seguida pueda ser considerada como salvadora.

Destino. Año XXXXI, No. 2189 (20 sept. 1979) p. 30

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