En torno a la “Nueva
derecha” francesa
José Jiménez Lozano
LA prensa francesa lleva unos cuantos meses dando vueltas al fenómeno de la llamada «nueva derecha», una operación política y cultural en cuyo origen están dos hombres: un escritor y periodista, director de «Le Fígaro Magazine». Louis Pauwels, que tanto «epató» al gran público hace unos artos con su libro «El retorno de los brujos» y la revista «Planéte», y un ensayista Alain de Benoist. El movimiento tiene su expresión en los clubs GRECE o «Agrupación de Investigación y Estudios para la Civilización Europea», y como digo, ha desatado una amplia polémica desde un artículo del jesuita P. Vedier en «Etudes», en marzo pasado, hasta las últimas semanas en otras revistas y periódicos.
LA prensa francesa lleva unos cuantos meses dando vueltas al fenómeno de la llamada «nueva derecha», una operación política y cultural en cuyo origen están dos hombres: un escritor y periodista, director de «Le Fígaro Magazine». Louis Pauwels, que tanto «epató» al gran público hace unos artos con su libro «El retorno de los brujos» y la revista «Planéte», y un ensayista Alain de Benoist. El movimiento tiene su expresión en los clubs GRECE o «Agrupación de Investigación y Estudios para la Civilización Europea», y como digo, ha desatado una amplia polémica desde un artículo del jesuita P. Vedier en «Etudes», en marzo pasado, hasta las últimas semanas en otras revistas y periódicos.
«Mucho ruido para nada -escribía el P.
Vedier-. Pero un ruido peligroso en la medida en que este arcaísmo
y este aristocratismo abrigan nuevas voluntades de dominación y en la medida
también en que estas ideas extravagantes pueden volver a despertar los viejos
demonios que llevan el nombre de antisemitismo y racismo». Y la cosa está
tan clara, que uno de los colaboradores de «Le Figaro Magazine», Jean d’Ormesson, toma distancias de sus colegas y realmente confiesa como credo
propio precisamente todo lo que la «nueva derecha» rechaza. D'Ormesson piensa,
por ejemplo, que si «la igualdad entre
los hombres está lejos de ser un hecho... es un acto de fe. Y hay algo en nosotros
que hace que, a pesar de todo, tengamos confianza en los hombres y creamos que
se precisan los unos a los otros y, ya quede referida a un Dios o no, esta
creencia es una especie de trascendencia. Creo que la humanidad tiene un
destino y que un imbécil o un monstruo esté más cerca de Einstein y de Miguel
Ángel que de cualquiera otra persona... Sintiéndome demócrata y liberal me
parece que aún soy otra cosa y, para decirlo un poco rápidamente, diré que me
siento judeo-cristiano... Más que de Afrodita, de Apolo o de Dionisos yo me reclamo con muchas inconsecuencias y
muchos fallos del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob y, por lo pronto y ante
todo, del Dios del Evangelio». Y. a estas palabras, hacen coro
estas otras de otro miembro de la derecha liberal que se siente horrorizado
ante la «nueva derecha». Raymond Aron, que escribe en «L'Express»: «No me gustan los hombres que llevan en la
solapa a título de condecoración su cifra de Q.I. (o coeficiente de
inteligencia), y no porque no piense yo
también que el destino de los pueblos no depende en gran parte de sus élites,
sino porque raramente he encontrado entre los hombres auténticamente
superiores esa vanidad de escritores que no dudan de pertenecer a esa élite...
De la tradición judeo-cristiana y quizá también de Sócrates, todos nosotros,
judíos y cristianos, creyentes y no creyentes, hemos aprendido y no queremos
olvidar que cada hombre lleva en si la entera condición humana según la palabra
de Montaigne. Respetar la condición humana en el otro por humilde que sea su
estado y modesto que sea su Q.I. es el imperativo que contiene el mensaje de
las religiones de la salvación, y violar este imperativo es abrir la puerta a
la barbarie».
Alain de Benoist |
Desde un punto de
vista religioso concreto, José de Broucker apostilla a este nacimiento de la
«nueva derecha» y su ideología elitista: «La
fe cristiana, por su cuenta, no puede hacer otra cosa que levantarse contra un
determinismo que cerraría la creación en su imperfección, porque cree
precisamente que Dios ha dado al hombre la misión y los medios de
perfeccionarla». Y René Remond insiste también en la condición negadora del
cristianismo de tal derecha: «Esta nueva
derecha no solamente se separa del cristianismo o es indiferente al contenido
de su revelación, sino que es intrínsecamente y explícitamente anticristiana
por razones que forman parte del cuerpo de su pensamiento. En otros tiempos, la
razón que más hubiera incitado a dudar que este modo de pensar pudiera tener algún porvenir en Francia
hubiera sido su ruptura deliberada y provocadora con la tradición cristiana...
pero a medida que la sociedad se seculariza y que la cultura política se
aparta de una cierta referencia cristiana, que había nutrido a veces a su
costa e incluso defendiéndose contra ella a la mayor parte de nuestras
familias de pensamiento, ¿quién sabe si los espíritus no están ya expuestos a
dejarse seducir por un sistema de pensamiento que asume el polo opuesto del
humanismo occidental?»
Tal es en verdad el reto de esta «nueva derecha» a todos los niveles. A primera vista y en cierto sentido, este movimiento no es más que la reposición de viejas actitudes del pasado, de los años treinta concretamente, en que, ante el declive demográfico de Europa, se creyó en su eclipse histórico o. por decirlo más cínica pero más honradamente, en el eclipse histórico de las élites europeas dominantes desde el punto de vista político y económico. Naturalmente, la reposición de estas ideas es hoy mucho más «científica», pero la finalidad es la misma y la misma la concepción del hombre y del mundo. «De hecho -ha escrito, por su parte, Alain Joubert- la pobreza de los modelos científicos que circulan en nuestras élites de la nueva derecha: Q.I., selección natural, agresión, dominación, etc., me deja pasmado. ¿Qué dicen más, en realidad, que los de la época de los señores?» Pero la verdad es también que las gentes tienen, hoy, el sentido de la religión, de la ciencia y de la técnica y que cualquier tontería puede pasar por científica con tal de que en su exposición se utilice un cierto lenguaje hermético y paracientífico o se haga contínua referencia a la esotérica sabiduría de los expertos. Y ni que decir tiene que la fascinación será completa si se emplea el lenguaje para psiquiátrico o para psicológico que es algo así como el latín de que hablaba Moliere: un lenguaje de dominación, precisamente aporque el vulgo no puede comprenderlo y está reservado a unos cuantos.
Tal es en verdad el reto de esta «nueva derecha» a todos los niveles. A primera vista y en cierto sentido, este movimiento no es más que la reposición de viejas actitudes del pasado, de los años treinta concretamente, en que, ante el declive demográfico de Europa, se creyó en su eclipse histórico o. por decirlo más cínica pero más honradamente, en el eclipse histórico de las élites europeas dominantes desde el punto de vista político y económico. Naturalmente, la reposición de estas ideas es hoy mucho más «científica», pero la finalidad es la misma y la misma la concepción del hombre y del mundo. «De hecho -ha escrito, por su parte, Alain Joubert- la pobreza de los modelos científicos que circulan en nuestras élites de la nueva derecha: Q.I., selección natural, agresión, dominación, etc., me deja pasmado. ¿Qué dicen más, en realidad, que los de la época de los señores?» Pero la verdad es también que las gentes tienen, hoy, el sentido de la religión, de la ciencia y de la técnica y que cualquier tontería puede pasar por científica con tal de que en su exposición se utilice un cierto lenguaje hermético y paracientífico o se haga contínua referencia a la esotérica sabiduría de los expertos. Y ni que decir tiene que la fascinación será completa si se emplea el lenguaje para psiquiátrico o para psicológico que es algo así como el latín de que hablaba Moliere: un lenguaje de dominación, precisamente aporque el vulgo no puede comprenderlo y está reservado a unos cuantos.
Charles Maurras |
Destino. Año XXXXI, No. 2189 (20 sept. 1979) p.
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