viernes, 30 de diciembre de 2016

Entrevista de Victor-M. Amela a Juan Perucho



Juan Perucho: Tengo 81 años. Nací en Barcelona. He sido juez durante medio siglo, y soy poeta, escritor, bibliómano y bibliófilo. Estoy casado, con cinco hijos y sin nietos. Soy conservador y católico. Una enfermedad me da mareos y me bailan las letras: ¡no puedo leer! Sigo comprando libros: los acaricio, les arranco ruidos, aspiro su perfume... Mi biblioteca tiene ya 30.000 volúmenes, con incunables y primeras ediciones. He escrito cien libros y no voy a escribir más. He hecho lo que tenía que hacer: ya me puedo morir.

Estoy rodeado por 10.000 libros. Estoy en la casa barcelonesa de Joan Perucho (en su casa de Albinyana viven 20.000 libros más). Joan Perucho habla y sus palabras se suman a las que contienen estos libros, engendrando un solo universo. Cuando Joan Perucho habla, habla su biblioteca.

“Toda mi obra sale de mi biblioteca”, sentencia Perucho. Perucho y yo estamos ahora hablando en el centro exacto del hexágono, que es como Borges definía una biblioteca.

¿Qué definición daría usted de una biblioteca?

Es la esperanza de encontrar el secreto de la Creación en algún libro..., aunque sea en una pequeña nota al pie de una página.

¿Lo ha encontrado?

Yo sigo buscando libros, y sigo buscando en ellos. Por eso los conservo, por si el secreto está en alguno...


¿Cuál sería el mejor candidato?

Venga, mire, mire este libro... ¿Ve? ¿Qué le parece? ¡Es el “Ars Magna” de Ramon Llull, en una edición impresa en 1501!

¡Qué maravilla!

Para mí, este libro es el Evangelio. ¡Y Ramon Llull, el escritor más importante del mundo! No lo dude: escribió sobre todas las materias, en catalán, latín y árabe, ¡y en algunas se adelantó 700 años a su época!

¿Tanto?

Anote lo que dijo Llull: “Quan pus obscura és la semblança/ pus l'enteniment entén/ que aquella semblança entén”. (Cuanto más oscura es la metáfora, más el entendimiento entiende que esa metáfora entiende.) Es una defensa del surrealismo siete siglos antes del “Manifiesto surrealista” de Breton, de Paul Élouard... Es la intuición de que la verdad revelada es más honda que la verdad intelectiva.

¿Es la que le interesa a usted?

Sí. La verdadera belleza está detrás del espejo. A mí no me gusta la realidad, ni esta época. Me interesa lo que hay detrás de los espejos, el secreto que sólo conocen los santos... y los poetas que lo adivinan.

En su obra, usted adivina...

En mi obra parto de estos libros y los distorsiono, invento citas falsas pero plausibles, imposibles de distinguir de las auténticas.

Por eso un cordón umbilical une esta biblioteca y la obra de Perucho, autor de cien títulos – traducidos a 25 idiomas – de poesía, novela, fabulaciones históricas, relatos maravillosos, prosas finísimas sobre zoologías fantásticas y botánicas ocultas, mágicos ensayos, crónicas ingrávidas entre lo visto y lo soñado, escritos fuera del tiempo...

¿Qué escribe ahora?

Yo ya he escrito todo lo que tenía que escribir: no escribiré ninguna novela más.

Perucho me hace esta revelación hundido en un sillón de orejas, del que a veces se levanta como accionado por un resorte para taladrarme con la mirada o para arrastrarme a algún anaquel de su extraordinaria biblioteca.

¿Cuándo empezó a formarla?

Mi padre me daba cinco duros cada mes. Yo iba a Can Porter, un librero de la calle Canuda, y un día encontré “La Araucana”, con grabados. Y un libro va llevando a otro...


¿Cuál es aquí el más antiguo?

Tengo varios incunables. Son los impresos “in cunibus” (en la cuna), justo después de inventarse la imprenta, en 1458, y hasta el año 1500. Mire éste: “Continuum in quator evangelisti”, impreso en 1482. Los cuatro evangelios. Tómelo...

¡Este libro tiene 519 años!

¿Y está bien conservado, eh? Al cogerlos hay que sacarles un poco el polvo por arriba, así, ¿ve?

Con un cepillo, Perucho me enseña un truco de bibliófilo: si sacas el polvo de encima del libro antes de abrirlo, evitas que ese polvo caiga entre las páginas. Le pido que me cuente qué libro llegó a sus manos de forma más literaria...

“Una vez, en Londres, entré en una librería repleta de libros de ‘lladres i serenos’. Al fondo, en penumbra, vi un armario silencioso, impávido, que me atrajo. Los bibliófilos tenemos un sexto sentido. Me acerqué. Estaba cerrado. Pedí la llave al librero.

La encontró y abrí... ¡Y allí encontré una primera edición de ‘Los papeles del Club Pickwick’, de Dickens! Mírela.”

Sí: Londres, 1837. ¡Y qué bonitos grabados!

Fabulosos. Esa noche cené con el editor Gustau Gili, que vivía desde hacía años en Londres, y cuando le enseñé el libro... ¡casi se desmaya!

¿Y qué libro le ha dado más placer?

Todos. Me dan un placer estético tremendo. Incluso ahora, que ya no puedo leerlos...

¿Y por qué no puede leerlos?

Se me acumula la sangre debajo de los ojos y me bailan las letras a la vista, me mareo... Pero ahora toco los libros, los cojo como una joya, los acaricio como a la piel de una mujer, valoro sus tipografías, escucho el paso de las hojas, inhalo su perfume... Cada siglo tiene el suyo.

¿Sí? ¿A qué huele un incunable?

Es un olor arcaico, a boca de volcán. Al Etna, por ejemplo.

¿Y cuál de todos estos libros es el que más veces habrá releído?

Éste: es una primera edición de la “Divina Comedia” de Dante. ¿Ve? Impreso en el año 1520 en Venecia. Un día lo vio una profesora italiana ¡y también se me desmayaba, ja, ja! Aquí habla Dante de los catalanes: “L'avara povertá dei catalani...” Cuánta razón tenía...

Perucho es hijo de un tendero del barrio de Gràcia. En la Guerra Civil, con 16 años, le enviaron a la quinta del biberón. Luego hizo la mili para Franco. Quiso estudiar Filosofía y Letras, y su padre le dijo: “Te morirás de hambre: estudia Derecho”. Le hizo caso, pero fue escribiendo. Y ganó el premio Ciudad de Barcelona. “Y fui a dar las gracias al jurado, y eso marcó mi vida.” ¿En qué sentido?

El presidente del jurado era Eugeni d'Ors. Me dijo: “Me cuesta decirle esto, pero es mi obligación: con esta literatura que usted hace, debería tener un segundo oficio”.


¡Coincidía con su padre!

Fue más allá: “Haga oposiciones”, me dijo. Obedecí y me hice juez. No olvidaré nunca lo que me dijo D'Ors: “Cada persona está destinada a hacer una cosa en la vida”.

Y su destino era escribir... pero siendo juez. ¿Hay precedentes?

Podría hablarle del “dulce Vatilo”... Llamaban así al poeta Meléndez Valdés por su exquisita y dulce sensibilidad... pero a la vez era fiscal ¡y envió a 70 tíos al patíbulo!

¿Ha enviado usted gente a la cárcel?

Cuando sucedía eso, no dormía esa noche. Porque ¿dónde está la verdad? Más aún: ¿es responsable el hombre de su culpa? Ha sido para mí un trabajo incómodo...

No le gustaba.

Huía de él con los libros, la poesía, con mi literatura... Elegí juzgados rurales, tranquilos. Y tenía las tardes libres para leer y escribir.

Perucho empezó como juez, en los años 40, en La Granadella – donde acaban de hacerle un homenaje –, y pasó luego a Banyoles, y, al fin, a las Terres de l'Ebre: Móra d'Ebre, Gandesa y Tortosa. “Salía con algún vecino a pasear por el campo, veía un pájaro, una planta y así iba aprendiendo cosas...” Y muchos de esos rincones apacibles y reservados del sur catalán – Miravet, Flix, Pratdip, Horta de Sant Joan, Albinyana...–  iban quedando inmortalizados en delicadas páginas de Perucho, casi como geografías fantásticas.

Tiene usted casa en Albinyana.

Una casa gótica, con caballerizas, huerto... Tengo allí 20.000 libros. Pero ya no voy nunca. Hace cinco años que no voy.

¿Y por qué no? ¿Qué pasa?

Para mi muerte, he pensado en incinerarme. Y como me gusta el cementerio de Albinyana, con unos grandes cipreses, pensé que podrían esparcir en ese suelo mis cenizas. Así se lo pedí al alcalde, que me dijo: “No puede ser”.

¿Con qué argumento?

Porque era un mal ejemplo: si todos hicieran como yo, ¿qué tasas cobraría el Ayuntamiento por nichos?

Valiente patán: ¡usted ha dado nombre a ese pueblo!

Lo peor es que nadie del pueblo me apoyó. Mi mujer sigue yendo, pero yo no. No volveré a ir a Albinyana.

¿Y si rectificasen?

Demasiado tarde. Es como si te engaña la novia... Duele demasiado.

Perucho ha pactado ya que sus cenizas vayan a la ermita de la Mare de Déu de la Abellera (Prades, en el Montsant). Él ama esas comarcas sureñas de Cataluña, y es su descubridor en buena medida. Él “descubrió” hace medio siglo – por ejemplo – la relación de Picasso con Horta de Sant Joan, pueblo cubista por naturaleza.

Creo que trató usted a Picasso.

Sí, y me dio su secreto: “Perucho: trabaje, trabaje, trabaje. Una pieza aislada, por muy genial que sea, no pervive si no está rodeada por una obra vasta”. Y le hice caso.

Sin por ello abandonar su bibliofilia... Por cierto, ¿presta libros?

¡No, nunca! ¡Nunca! El bibliófilo de verdad sabe que ni se prestan ni se piden prestados.

¿Cuál sería hoy el más cotizado en el mercado?

Mire, vea aquí los 30 volúmenes de la edición original de la “Enciclopédie Française”, impresos en 1756. Cuando Porter me la ofreció, hace medio siglo, me pidió 15.000 pesetas. ¡Era dinero! Pasé la noche sin dormir... “Si no me la quedo ahora, nunca más volveré a verla”, pensé. Y me la quedé. Hoy me darían 30 millones por ella.

¿Y qué pasará con esta biblioteca cuando usted sea ceniza?

Si la dono a la Biblioteca de Catalunya puede acabar embalada en papel de diario, como sé que tienen muchos volúmenes... Se la quedará mi mujer, para que venda los que quiera, si así lo necesita...

Antes de irme, enséñeme algún libro raro y curioso más.

Mire éste, impreso en 1749: “Disertations sur les aparitions des esprits et sur les vampires ou les revenants”. ¡El primero sobre vampiros!


Más curiosidades...

De flatibus humanum corpus”, de 1643, sobre los pedos. O aquí tiene la primera edición del “Discurso del Método” de Descartes. O esta primera edición, de 1670, de los “Pensamientos” de Pascal. Mire aquí, la primera edición castellana (1748) del “Blanquerna” de Llull...

Llull, siempre Llull.

¡Siempre! Tengo 200 primeras ediciones de obras de Llull: “Llibre de la contemplació del món” (1746), “Félix o las maravillas del mundo”... Ahora, los únicos libros que me interesa comprar ya para mi biblioteca son primeras ediciones de obras de Ramon Llull.

¿Y seguro que no escribirá más?

Seguro. Yo he hecho ya todo lo que Dios ha querido que hiciera: he tenido premios, honores, libros, he formado esta biblioteca, he escrito lo que me ha apetecido sin presión de nadie... ¿Qué más quiero? Me siento liberado de todas las angustias del mundo. Yo, ahora, sólo pienso en morirme plácidamente... 

Yo veo así mi muerte...”

Perucho me mira a veces de manera que parece más bien que mira a través de mí. Es la mirada que corresponde, supongo, a alguien como él: poeta y juez, paseante y bibliófilo, creyente en la magia y en el destino, en los sueños y en la santidad. Es la mirada que corresponde –está claro, está claro– a alguien que prefiere ver qué hay detrás de la realidad, tan chata, tan monótona y tan banal. Perucho es un erudito en mil saberes. Son saberes que han brotado de esos 30.000 libros que él ha acunado, y de sus paseos por el campo, y de buenas comidas y mejores sobremesas con amigos como Néstor Luján, Manuel Valls, Álvaro Cunqueiro... 

Su último libro (como siempre, escrito en catalán y, como siempre, sin aspavientos ni proclamas) ha sido “Història d'un retrat” (Editorial El Cep i la Nansa), y ya no habrá más. Habla sin amargura, con el orgullo y la plenitud de quien ha cumplido con su destino, con su proyecto vital. Y paladea este tramo final del camino... “Yo veo así mi propia muerte”, me dice: “Estoy en la cama, frente a un ventanal abierto en el que un mirlo canta la 'Canción del viajero', de Schubert, y una abubilla moja su pico en una taza con agua de colonia, porque quiere peinarme. A los pies de la cama duerme un gran perro, y mi mujer me da la mano...”. Sus libros le escuchan en silencio. En alguno de ellos debe de estar ya escrito que así será. 

Victor-M. Amela - 09/09/2001 La contra. Joan Perucho

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