martes, 29 de julio de 2008

¿Natura devorans, natura devorata?

"Czeslaw Milosz ha mandado algunas de sus traducciones de Zbigniew Herbert —un poeta fantásticamente bueno— con una carta en que me discute mi amor a la naturaleza, mi actitud opti­mista hacia ella, sin reflexionar qué cruel es la naturaleza, etc. Di­cho de otro modo, él piensa que no soy bastante maniqueo: ¿tengo derecho en una época como ésta a ser (o a imaginarme) inmune a ciertos venenos? (Otros están convencidos de que soy demasiado maniqueo, pero nunca les he tomado en serio.)
¿Realmente tendría que percibir la naturaleza como ajena y sin corazón? ¿Tendría que estar dispuesto a imaginar que esa alie­nación respecto a la naturaleza es real, y que una actitud de sim­patía, de unidad con ella, es sólo imaginaria? Al contrario: tene­mos diversas proyecciones entre las cuales elegir. Nuestra actitud hacia la naturaleza es sencillamente una extensión de nuestra acti­tud hacia nosotros mismos, y entre nosotros. Somos libres de estar en paz con nosotros mismos y con otros, y por tanto con la na­turaleza.
¿O no lo somos?
Ahí está el problema: hubo aquellos cerdos de las S.S. que amaban a la naturaleza como nadie, y que se volvían hacia "ella" como alivio de sus orgías, para seguir siendo, al fin y al cabo, hu­manos en medio del infierno que habían creado para sí mismos al crearlo para otros. ¡Torturaban a otros y luego se volvían a poner­se en paz con la naturaleza! El problema es éste: que como, de hecho, los más bestiales muchas veces son los que más tienden a hablar en los términos más sencillos e inocentes de la felicidad de la vida, ¿no se deduce que uno no debería permitirse ser feliz en una época como la nuestra, ya que el mero hecho de disfrutar la vida, o cualquier aspecto de la vida le pone a uno automática­mente en connivencia con los que la estropean sistemáticamente?
En cualquier caso, es cierto que hay un naturalismo trillado y completamente falso que es parte del mito totalitario —o sencilla­mente parte de la mentalidad de la sociedad de masas (campamentos, parques nacionales, multitudes de la playa, etc.)— Pero ¿sig­nifica eso que no se puede conservar ninguna pretensión de sinceridad y autenticidad sin rendir culto a lo feo, a lo insignifi­cante?"


Thomas Merton. Conjeturas de un espectador culpable.

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