domingo, 2 de mayo de 2021

Pintar y pensar. Homenaje a Quico Rivas (Catálogo de la exposición "Pintar y pensar. Homenaje a Quico Rivas", Arte sonado, La Granja de San Ildefonso,14 de abril al 1 de julio 2012)

 

Carlos García-Alix (León, 1957) Francisco Rivas, 2005.
Óleo sobre lienzo. 40 x 40 cm. Colección Hugo Rivas

Manolo Quejido - Carlos García-Alix. Algo más que dos retratos de Quico Rivas

Una de las mejores sorpresas que aguarda al visitante de esta ya de por sí sorprendente exposición es la posibilidad de contemplar, reunidos por primera vez, dos espléndidos retratos, separados entre sí por casi tres décadas. El representado en ambos no es otro que Quico Rivas (1953-2008), poeta, crítico de arte, agitador contracultural y espíritu perdidamente enamorado de la pintura, a la que dedicó páginas inolvidables. El más antiguo de los lienzos es obra de Manolo Quejido, y está fechado en 1978; el autor del segundo es Carlos García-Alix, quien lo compuso en 2005; en el primero, el retratado contaba 25 años; en el segundo, 52. En sus desbordantes escritos, Rivas retrató a varias generaciones de artistas y compartió con ellos su experiencia, que fue, por tanto, la de un retratado por la pintura.

La cuestión generacional es siempre intrigante. ¿Qué significa trabajar en el seno de una pléyade necesariamente contemporánea de al menos dos generaciones, aquella que le antecede y aquella que le sucede? Quejido nace en 1946; García-Alix, en 1957. En perfecta simetría, conocieron a Quico con once años de diferencia. Aunque a primera vista representan a hornadas distintas, ambos pintores forman parte de dos generaciones que llevan treinta años entrecruzándose en una tentativa conjunta de mantener viva la llama de la conciencia crítica y la sensibilidad estética colectivas. En este sentido, el libro póstumo de Quico Rivas, Cómo escribir de pintura sin que se note, (Árdora Ediciones 2012) que incluye sendos textos acerca de Quejido y García-Alix, constituye un testimonio emblemático.

Los responsables de esta doble exposición, agrupados bajo el nombre colegiado de Compañía Poética Momentánea, no hemos querido dejar pasar la oportunidad de conversar (por escrito) con dos pintores genuinamente aficionados a la escritura.

COMPAÑÍA POÉTICA MOMENTÁNEA: ¿Has escrito alguna vez sobre tu obra o la de otros artistas? ¿Cómo crees que debe afrontarse esa tarea?

MANOLO QUEJIDO: Algunas líneas, sí, aunque prefiera hablar con los colegas pintores de cuanto nos proponemos, disentimos, participamos, antes que escribir sobre la obra. Sobre la mía, escribo no de lo hecho, sino de su pre-ocupación, de lo que le antecede sin presuponerla.

CARLOS GARCÍA-ALIX: He hecho ambas cosas, escribir sobre mi obra y también sobre la de otros pintores amigos. Da que pensar que los pintores siempre teman más al juicio de otros pintores que al de los críticos. Creo que esto se debe a que la práctica del oficio de la pintura aporta un tipo de conocimiento que a la mayoría de los críticos les resulta hermético o ajeno. Supongo que hay múltiples maneras de afrontar un texto sobre la obra de uno mismo y también sobre la de los demás, pero ante todo creo que es necesario establecer una relación con la obra a partir del pathos que la obra aporta, de su carga más personal e intransferible, y no perderse en lugares tan comunes como influencias o relaciones con otras obras, ya sean del pasado o del presente. Se hace necesario por tanto una visión más poética que erudita, más atenta a lo que le es propio al artista que a lo que le une a un tiempo y un lugar histórico.

CPM: ¿Qué destacarías en la escritura de Quico Rivas sobre arte y artistas? Quico escribió sobre tu pintura. ¿Hay algo de lo que dijo que te sorprendiera?

MQ: Como se aprecia, no me fue dada la destacada capacidad de escribir para sí, para ti y para todos, que logra de forma tan sabrosa.

CGA: Lo que más me gusta de la crítica de arte de Quico es su amenidad. Vamos, que da gusto leerlo. Antes que crítico, Quico es un escritor que sabe que lo único que no le está permitido es aburrir a sus lectores. La vieja máxima latina de instruir deleitando es algo que Q nunca olvida. De hecho, esta lucha contra el aburrimiento fue clave en su adolescencia, en su revuelta generacional, una reivindicación, en definitiva, de la vida como obra de arte. Así que mientras otros críticos trabajan arduamente sobre la base de una amplia erudición de la historia del Arte, o un sólido conocimiento académico de disciplinas tan variadas como la historia, la filosofía, la sociología, o esa fantochada reciente de la “gestión cultural”, Quico acude al lance armado, sobre todo, de literatura, intuición y olfato. Naipes que, a la vista está, liga con soltura, maestría, a veces insolencia y casi siempre una punta de cachondeo sevillano. En Quico siempre hay algo de gran burlador. Lo que me sorprendió entonces —hablamos de los primeros años 90—, fue que no hablaba de mi pintura sino de otras muchas cosas cercanas a mí: de Atadell, de mi hermano, mi familia, mis gustos literarios… ¿Y mi pintura? Eso es lo que entonces me inquietaba. Ahora sé que su manera de hablar de mi pintura era esa. No hay duda que la crítica más formalista, o canónica, le importaba muy poco.

CPM: La historia del arte y los anales de la literatura están colmados de pintores que fueron a su vez notables escritores y de escritores que cultivaron apasionadamente la pintura. ¿Esta relación de aparente simpatía y complementariedad entre ambas disciplinas es siempre tal, o conlleva algún tipo de interferencia o conflicto de intereses? Quico Rivas fue alejándose de la escritura crítica en la misma medida en que intensificó su dedicación a la práctica de la pintura. ¿Dejarías de escribir, si dejaras de pintar? ¿Hasta qué punto lo uno es inseparable de lo otro?

MQ: Diríamos que aunque el trazo primigenio no sea pintura ni escritura, de hecho ya las presupone y por un tiempo van indistinguibles al unísono, hasta que el grillete de la diferencia entre significante-significado las separa, casi irreparablemente. No es de necesidad que quien pinta se vea abocado a escribir y quien escribe haya de pintar. De suyo, pintura y escritura son irreductibles la una a la otra. No obstante, se producen muchos tipos de relaciones teóricas en el entrecruzamiento de sus fronteras, que llaman a practicarlas al mismo tiempo, por separado y también cruzadas, excluyéndose, integrándose, etc. Quizás indiciando su indiscernible origen. Alguna vez he pensado que si pintar tuviera un punto final, quizás eso de escribir —siempre tan restringido para el pintor a las anotaciones de las que se vale para atender a los requerimientos propios y los que se le proponen— le ocuparía totalmente, como de hecho le ocupa la pintura… Y escribiendo sobre dichas consideraciones, se da cuenta de que esta escritura, ésta, será la única que le es pertinente. Cada pintura será siempre para él la última pintura, y escribir será siempre recomenzar el torturante escribir.

CGA: No puedo hablar por los demás, pero en mi caso sí conlleva un conflicto. Creo que escribir requiere una colocación mental muy diferente de la que exige la pintura. Otro punto de vista, otro tipo de atención. Son trances-lances distintos. Y la escisión, o el conflicto, se agudiza de una manera angustiosa, ya que tanto la literatura como la pintura son diosas que exigen toda nuestra energía. No están dispuestas a compartir, y parece que se complacen en castigar al osado que lo pretenda. La infidelidad se paga. Y luego está lograr una equivalencia de calidad entre cuadros y textos, algo realmente complicado. Para mí, el paradigma de esto es Solana, que por cierto se quejaba siempre de la incompatibilidad de abordar en paralelo ambos procesos. Solana es igual de grande en su pintura y en su literatura. Y por supuesto, si yo dejara de pintar, escribiría o haría cine.

Lo importante es la voluntad-necesidad de contar algo. En cualquier caso, y esto es lo esencial, me considero un pintor. A esta actividad he dedicado la mayor parte de mi tiempo y mis energías. Que me guste escribir, que haya publicado algunos libros y artículos no me otorga la condición de escritor tal y como yo la concibo. Aprender a leer y escribir es la base fundamental de nuestra educación desde la infancia.

Esto no sucede con el dibujo y la pintura. De ahí que me resulte difícil de entender la alergia a escribir de tantos creadores plásticos. Toda persona con una educación básica, bachillerato, debería poder expresarse correctamente con la palabra hablada y escrita. Aunque quizás, y desgraciadamente, esto sea pedir peras al olmo.

CPM: ¿Fondo o figura? ¿Color?

MQ: Dice Gilles Deleuze que: “Pintar es modular la luz o el color, o la luz y el color en función de una señal espacio, de lo que resulta la cosa en su presencia (LA FIGURA)”. Prosigue negando que LA FIGURA sea lo figurativo: “De ahí que el tema de la pintura no sea evidentemente lo figurativo, ni siquiera cuando se asemeja a algo, puesto que ella es la cosa misma en su presencia sobre la tela”. Y concluye diferenciando esa “presencia sobre la tela”, del “asexuado” plano, homogéneo en todos sus puntos, de la fotografía: “LA FIGURA que resulta es una semejanza más profunda que la de la fotografía, una semejanza a la cosa más profunda que la cosa misma, no similar, es decir, producida por medios diferentes, los de la operación de modulación”. Por tanto, el pintar estratificado y catastrófico que “sexualiza” el plano, no igualándolo en todos sus puntos, hace que Fondo-Figura-Color se entre-tengan produciendo LA PINTURA.

CGA: Una vieja disyuntiva la de situar la relación entre fondo o figura, una ecuación que nunca se resuelve. En realidad es la misma antinomia que existe entre clasicismo y barroco, entre la forma abierta o la forma cerrada. En el clasicismo las cosas son, y la claridad exige delimitar nítidamente la figura y el fondo. La relación que establecen fondo y figura para lograr la unidad del cuadro respeta siempre esta diferencia. Pero en el barroco, sin embargo, las cosas parecen ser, y el fondo y la figura se penetran, se integran, las sombras del fondo se unen a las sombras de la figura, las luces rompen la integridad de la forma, los contornos se pierden, las líneas tiemblan, aparecen y desaparecen…, todo está en duda, todo es un non finito. Se es barroco o se es clasicista no por una cuestión estética, sino espiritual. Y yo me inclino, o me reconozco, en el barroco, en el parece ser, en el conflicto permanente entre el fondo y la figura. Aunque a menudo intento negarme y siento melancolía por la unidad y claridad perdida... ¿Color? Otro conflicto.

Casi siempre me sobra el color, me molesta, y busco un no color, un cierto gris, o mejor dicho, una grisalla. Si me falta el sombra natural, o la tierra verde, o el negro humo, o el pardo, me siento indefenso frente al cuadro. Si un color me queda limpio, lo ensucio, lo quiebro, lo adultero. A veces me han dicho que mis cuadros resultan sordos, apagados o mortecinos, y creo que es verdad, pero… así es como me salen, así es como me gustan. Cada pintor tiene su color, su paleta, reflejo de su propia luz interior. Hay pintores solares y pintores crepusculares, o nocturnos. Pero claro, esto no es una cualidad de los pintores, todas las personas tienen su luz, ya sea cenital, oblicua, reflejada…, hay quien brilla y quien destella, que no es lo mismo, hay quien refracta y quien refleja. La dificultad de colocar un color junto a otro me resulta angustiosa. Y esa búsqueda, ese conflicto entre el fondo y la figura, entre el color y el no-color hace que todos mis cuadros sean finalmente cementerios de otros cuadros. ¿Qué puedo hacer? Pintar sin remedio

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