JOAN PERUCHO
Escritor
«Soy español porque soy catalán y
cada uno ha de ser lo que es»
Son
decenas de libros los que ha escrito y miles los que guarda en su biblioteca.
Otros cientos hablan de él. Es el alquimista de las letras. A sus 82 años
recibió ayer el premio Nacional de las Letras
BARCELONA.
«No puedo leer ya los libros, no veo...
Los acaricio», dice Joan Perucho. Hace tres horas le han comunicado que es
Premio Nacional de las Letras y desde entonces no ha dejado de responder al
teléfono. Oye con dificultad y su salud no es tan buena como querría, pero
María Lluisa, su esposa, se encarga de que todo vaya adelante. El galardón -le
ha salido del alma al concertar el encuentro- le va a «curar muchas de las enfermedades que tengo».
Una
de las mejores medicinas de que dispone es una primera edición del «Mercurialis
Líber», el libro de alquimia de Ramón Llull, reciente adquisición para su
biblioteca. Cuando Joan Perucho se lanza a hablar, uno no sabe dónde acaba la
historia y dónde comienza la fabulación. Nadie cuenta como él...«Enrique III de Inglaterra encargó a Llull
este libro diciéndole que serviría para convertir el plomo en plata y oro y así
aliviar la penuria de los pobres. Y Llull lo logró. Pero el rey, en vez de dar
limosna, se dedicó a la guerra contra el francés. Al protestar, el pobre hombre
acabó dos años encarcelado por orden del monarca». Se muestra fatigado,
pero se sienta y se levanta del tresillo sin parar.
—
Usted ha sido poeta, novelista, crítico de arte, bibliófilo...
—Y
cocinero. La madre de Néstor Luján, uno de mis grandes amigos, tenía toda la
huerta valenciana en su cocina. Era un contraste en comparación con la cocina
austera castellana de mi madre, que procedía de Medina del Campo, y a mí me
tenía fascinado. Un editor que supo de nuestras conversaciones, nos propuso a
Néstor y a mí escribir algo, y de ahí nació el libro sobre la cocina española.
—
¿Qué es lo que no ha sido usted en el mundo de las letras?
—
No he escrito nunca teatro. No lo he intentado nunca. No me ha salido. Además
de literatura, el teatro es otra cosa: movimiento escénico.
—
El premio Nacional de las Letras fue el año pasado para Miquel Batllori...
—
Y el anterior para Martí de Riquer. A los tres nos lo han dado por la misma
razón, porque hemos participado de las dos culturas, la catalana y la española.
Soy español porque soy catalán. Y cada uno ha de ser lo que es.
—
De todo su trabajo, ¿qué es lo que más le enorgullece?
—
Uno no está nunca satisfecho de lo que hace, pero le puedo decir que siempre me
he dejado guiar por el consejo que me dio Eugenio d'Ors hace muchos años. Me
dijo: «Usted será un gran escritor, pero
tiene que seguir a su ángel custodio». El ángel es la vocación o el
destino. Sin vocación no hay destino. Y lo he seguido siempre, toda mi vida.
—
De ahí que siempre haya gozado de tanta curiosidad intelectual, porque le
interesa tanto una exposición de arte, como un libro, como...
—
Seguramente. Me gusta todo lo que sea espiritual y, eso sí, todo lo que esté
fuera del realismo. Que la portera se enamore del cartero ha ocurrido toda la
vida, pero que el rey Jaime I envíe a Onofre de Dip a Hungría y que este
emisario se enamore de una condesa, y que ésta al besarle lo transforme en
vampiro, eso no ocurre cada día, estará usted conmigo.
—
Desde luego.
—
Pues así empiezan las «Historias
Naturales». Y es que los vampiros... Fíjese, la Iglesia considera que la
incorruptibilidad es emblema de santidad, pero hay otro tipo de cuerpos
incorruptos., y esos son los cadáveres vivos, los vampiros...
—
Hablábamos antes de su catalanidad, un elemento destacable en el caso del
Premio Nacional de las Letras. Sin olvidar que Harold Bloom lo ha incluido en
su «canon», ¿usted había notado antes
esta acogida?
—
La acogida oficial, no, porque hasta ahora estaba en manos de la Generalitat y
esto da otra dimensión a las cosas. Esto da un valor universal hispánico que me
honra muchísimo.
—
No le han tratado mal desde la Generalitat. Ha recibido muchos honores.
—
Sí, sólo falta la Medalla de Oro. La de la Ciudad de Barcelona me la entregaron
hace poco. Y el Premio de Honor de las Letras Catalanas, tampoco fue para Josep
Pla ni para Carner, así que no me importa lo más mínimo no tenerlo. Pero,
claro, para recibirlo era condición «sine
qua non» escribir sólo en catalán y yo lo he hecho en las dos lenguas. El
Nacional de las Letras es un Premio a la medida, porque todo se va colocando en
su lugar y me honra que hayan votado por unanimidad todas las academias. La
guerra dividió a los que escribían en catalán y a los que lo hacían en castellano.
Mire (señala la «Oración por los Caídos»
que publicó en portada «La Vanguardia»),
es de Rafael Sánchez Mazas, uno de los mejores escritores, silenciado durante
mucho tiempo. Ahora ha salido un libro sobre él, «Soldados de Salamina».
—
¿Lo ha leído?
—
Sí.
—
¿Y qué le parece?
—
Yo habría escrito otra cosa, un libro distinto. Fue un gran autor. «Rosa Krüger» es una maravilla. Lo mismo
ocurre con Julián Ayesta y «Helena o el
mar del verano», con Mourlane Michelena o con Sebastiá Sánchez Juan... ¡qué
gran poeta! Dicen unos versos suyos:
No em deu amor,
que no sacia,
doneu-me joia,
per morir.
¿Quién
ha escrito cosa igual?
—
Si la realidad no le gusta, ¿de dónde saca usted la inspiración?
—
De los libros. Para mí los libros nunca tienen final. Lo que hago con mis obras
es continuarlos. Por eso siempre tienen una base que es la literatura escrita.
Pero ahora ya no pienso escribir más.
—
No es la primera vez que le oigo decir eso. Pero luego siempre hay algún amigo,
alguna novela, algún recuerdo que puede más...
—
Sí, pronto se publicará el quinto de una serie de artículos sobre Juan Ramón
Masoliver. El último artículo que he escrito trata de la medalla de la Primera
Comunión. Ya nadie escribe sobre esos temas, aunque veo que tienen un público
muy fiel.
—
¿Echa de menos a sus amigos?
—
Mucho. Se han ido muriendo todos: Antoni Comas, Enric Jardí, Néstor Luján... me
han dejado solo y siento el peso de la soledad.
—
¿Qué añora?
—
La juventud, cuando todavía debatíamos sobre el destino.
—
¿Le aportó experiencia ser juez en Gandesa, en la provincia de Tarragona?
—
Un día me acompañaba el forense, Antonio Galván. Había que hacer una autopsia.
Abrimos el féretro y yo me fijé en la parte interior de la tapa. Estaba
rasgada, de un gris impactante pero con algo rojizo y como unos rasguños.
Entonces entendí la obra de Antoni Tápies, porque a eso sólo le faltaba su
firma. Era lo mismo. Descubrí así su sentido de la eternidad, de lo perenne. Se
lo conté a él y no le gustó nada, pero es cierto, del mismo modo que estoy
contento de haber comprado una de sus primeras obras. Mire, es «L'escarnidor de diademes», de 1949. Lo
compré por 3.000 pesetas cuando él trabajaba en una habitación junto al
despacho de su padre. Es magnífico.
—
Josep Pla recomendaba mirar la vida en forma de artículo. ¿Ha hecho usted algo
que no sea eso?
—
La verdad es que gran parte de mi obra son artículos, y siempre los he escrito
siguiendo una norma: empiezo y acabo con una frase poética, porque es así como
me gusta entrar y salir de la vida. Lo que vemos en un espejo somos nosotros
mismos, pero detrás… ¿qué hay detrás del espejo? Sólo lo saben los santos y los
poetas: la eternidad.
—
Si le parece, acabemos la conversación con un verso.
—No
recuerdo ni un solo poema mío, pero le diré uno de Mariá Manent:
Pels corriols de muntanya
hi ha estepes i bruc florit
, melangia
, dolça companyia
ni una flor he collit.
Texto:
DOLORS MASSOT Foto YOLANDA CARDO
ESCRITOR
UNIVERSAL
UN
premio como el de ahora, tan merecido desde hace largos años, reconoce definitivamente
a Juan Perucho como uno de los maestros de la literatura hispánica, el
excepcional escritor que ha deslumbrado a varias generaciones. Ejemplo de
dignidad y elegancia, «cavalier seul», como dicen los franceses, sin ser de
nadie más, originalísimo, poético, fantasioso y zumbón, sensible y devoto,
sabio por encima de los saberes comunes, artista enamorado de las palabras y de
su música, de todas las imaginaciones que puedan suscitar.
Nadie
ha manejado como él lo imposible, o al menos lo maravilloso, haciéndolo
convivir con lo más cotidiano y familiar, con la sencillez de lo casero;
indócil ante cualquier visión realista y verosímil, incomprendido durante mucho
tiempo, pero cuando había modas que parecían emparentarse con él, marcaba
distancias con un humor que distingue muy bien entre ficciones («eso de Tolkien
me recuerda demasiado a Walt Disney»). Un escritor digno de este nombre sólo
puede parecerse a sí mismo, cualquier otra semejanza es superchería.
Es
el hombre que ha contado cómo la sensatez más profesional —naturalistas,
recaudadores de contribuciones, jóvenes eruditos— se sienten fascinados por el
misterio y la aventura, que les llevarán a mundos insólitos y terribles. Y
también un juez puede llegar a escribir «a la manera de Lovecraft», desafiante
envite a las sombras que se llevan dentro; arriesgándolo todo en fábulas y
mitos que amenazan con el horror, pero bajo las alas de su ángel orsiano —la
vocación, el sentido de su vida— al que no deja de invocar.
Poesía,
novela, relatos, artículos, viajes, glosas artísticas, consideraciones
gastronómicas, historias de fantasmas... Además de éste en el que solemos vivir
hay otro universo, fantástico y divertidísimo, que en su origen sólo pertenecía
a Perucho, y que ahora es de todos los que quieran leerle. Enhorabuena, maestro
y amigo, este premio ha sido la sonrisa de tu ángel en la que confiábamos.
CARLOS
PUJOL
ABC, 03/11/2002, pp. 68-69.
No hay comentarios:
Publicar un comentario