POESIA Y MANIPULACION DE LA MAGIA
1. Hay quienes, al lamentarse del auge de los
comportamientos mágicos —uso de amuletos, consulta a los horóscopos—, se
preguntan si éstos no serán un sustitutivo
en la conciencia de los hombres de la religión «perdida». Según esta teoría, la secularización de las sociedades es
la responsable de que el ansia de trascendencia de los hombres, desviada de su
cauce natural, se haya arrojado en brazos de esta falsa religión que es la
magia.
Antes
de recuperar, en la segunda parte de este artículo, el tema de una «cierta» magia como expresión de una «cierta» ansia de trascendencia, debemos
observar previamente lo que de equívoco tiene esta postura, señalando, por un
lado, que la secularización fue una exigencia histórica del capitalismo y que
nunca estuvo en contradicción, sino en íntima relación, con el pensamiento
religioso de los hombres de la Reforma, y, por otro, que el sustrato
psicológico que condiciona aquellos comportamientos mágicos debe buscarse
fundamentalmente en los sentimientos individuales y colectivos de inseguridad.
La magia veremos aparece en determinadas estructuras que fueron previamente
secularizadas, pero no como consecuencia mecánica de la secularización o simple
sustitución de los ritos religiosos a los que la sociedad ha dado la espalda.
***
Ya
señaló Max Weber cómo la inicial acumulación de capital en la Europa moderna fue
posible gracias a la revolución en las conciencias que supuso el pensamiento de
Lutero y Calvino. Los valores seculares solo pudieron implantarse en la
sociedad gracias a la operación de elevar al rango de «signos», de la salvación del alma, el espíritu de trabajo, la
mentalidad de ahorro y, en definitiva, el éxito social. Para los marxistas no fue
la Reforma la plataforma ideológica que permitió acabar con las viejas
estructuras económicas medievales, sino la consecuencia de este cambio, la
adaptación de las conciencias a una moral que daba un sentido a su inmersión en
las nuevas circunstancias. Otros autores prefieren hablar de mutuas
influencias, señalando cómo el desarrollo del capitalismo fue notablemente más
moderado en aquellos países, como Italia, igualmente capacitados para aquel
desarrollo, pero que permanecieron fieles a la religión «no reformada».
***
Estamos
apuntando con ello una de las características fundamentales del hombre
contemporáneo: la escisión de su personalidad, su interiorización de todo
aquello que no tiene cabida en los procesos de producción. Señalemos también la
fuerte estratificación social que ha supuesto la evolución del liberalismo
económico —con su moral de que el éxito es posible y sólo es cuestión de
esfuerzo personal— hacia formas de capitalismo monopolista, que mantienen la
misma moral del éxito en unos momentos en que ésta ha quedado desfasada. Pese a
ello, el único índice reconocido socialmente como afirmación de la identidad es
el éxito. El éxito, lógicamente, en competencia con el éxito de los demás,
fuente de avidez para los que triunfan y de angustia e inseguridad para los que
pretenden conseguirlo. Éxito o «prestigio»
que se articula en tomo a un trabajo escindido de las restantes relaciones
humanas y que tiende a «instrumentalizar»
todas las relaciones conforme a sus fines.
Ruego
al lector disculpe tantas generalizaciones. Pero era necesario aludir a los
procesos de secularización, por un lado, y a la fuente de angustia que
representa la contradicción entre las posibilidades de afirmación a través del
trabajo y los valores sociales que exigen el triunfo a través del trabajo, por
otro, a fin de podemos acercar a la aparente paradoja del auge de la magia en
la sociedad industrializada (y secularizada).
En
efecto, si algo caracteriza la predisposición a la magia es la angustia, la
inseguridad, el deseo de controlar de algún modo una existencia que no depende
de nosotros mismos. Ya Fromm resaltó, en 1941, la íntima ligazón entre la
aceptación de la ideología nazi y la ilustración personal y de clase de las
capas medias de la sociedad alemana. Y es el mismo Fromm quien observó la
relación entre la inseguridad neurótica y la mentalidad mágica —nueva versión,
esta vez apolítica de irracionalismo—. «Los
neuróticos obsesivos —dice—, cuando
temen por el resultado de una empresa importante, mientras esperan el
resultado, suelen contar las ventanas de las casas o los árboles de la calle.
Si el número es par, la persona presiente que todo irá bien: si es impar, es señal
de fracaso. A menudo esta indecisión no hace referencia a un instante
específico, sino a toda la vida de una persona, y el impulso de buscar «signos» la invade totalmente. A menudo, la
conexión entre la acción de contar piedras, hacer solitarios o jugar a tas
cartas, por un lado, y la angustia y la duda, por otro, no es consciente. Una
persona puede hacer solitarios llevada por una vaga sensación de
intranquilidad, y sólo un análisis profundo puede descubrir la fundón agorera
de su actividad: revelar el futuro».
***
Pero
existe algo más que la angustia, existe la manipulación industrial de esta misma
angustia. Queden para los países más atrasados las apariciones, los ritos
tribales y las hechicerías; los países industrializados, como observó Adorno,
sentirán la necesidad de racionalizar
la magia, eliminando los aspectos misteriosos y terroríficos de la misma,
revistiéndola con una capa de cientifismo y arropándola con un lenguaje casi
tecnocrático. Veamos. «El secreto y truco
de la astrología —dice Adorno—
es únicamente el modo como aúna las esferas de la psicología social y de la
astronomía, sin relaciones entre sí y que se manejaban en forma racional aisladamente».
El trucaje consiste, ahora, en presentar al consumidor como algo «científico» la influencia astral.
Observemos con qué admirable sutileza se mezclan los dos campos aludidos en una
publicación alemana de gran venta («Conozca
el día a día su horóscopo»), que publica en España Editorial Bruguera: «La orientación, el consejo que usted precisa, se hallan escritos en el idioma sereno de los astros. Como ya se
descubrió en tiempos antiguos, el
universo es una rotunda unidad en donde lo alto y lo bajo, el cielo y la
tierra, el idioma de las estrellas y
nuestra vida cotidiana se relacionan íntimamente». Se contrasta, de
entrada, la inseguridad (la necesidad de consejo) de los hombres con la «serenidad» (propia de quien da consejo)
del lenguaje de los astros. De la observación —nada superficial— de que «el universo es una rotunda unidad» se
deduce la dependencia de cada hombre de las fuerzas cósmicas. Además, el
horóscopo será redactado por «técnicos»,
por «especialistas» en lenguaje
astral. Pero el horóscopo no es una «adivinación»
(lo que sería magia-magia y no magia-científica), es, simplemente, «una guía para la mayor eficacia de su vida y de su conducta». Garantizada así la
cualidad de fetiche científico de la
astrología, puede pasante seguidamente a la fase de manipulación psicológica.
En
este sentido, el estudio realizado por Adorno del horóscopo del diario Los Angeles Times sigue siendo revelador
y modélico. Entre otros muchos puntos, observó Adorno: 1) Cómo se liberaba al
lector de toda responsabilidad sobre su condición de ciudadano, trabajador o
esposo, al depender su suerte de factores sobre los que él, como hombre, no
tenía la menor influencia; 2) Cómo se introducía un concepto del trabajo en el
que hay que alabar a los «superiores»,
«desconfiar» de los colaboradores y
en el que, de hecho, era más importante «maniobrar
hábilmente» que trabajar; 3) Cómo se reducía la categoría de «amigos» a la de «elementos provechosos», pero de los que hay que «desconfiar», y 4) Cómo nunca se
afrontaban los conflictos domésticos, que siempre eran «pasajeros», «nubes que
empañan momentáneamente» la estabilidad familiar y en los que hay que hacer
gala de «persuasión y habilidad».
Es
realmente difícil imaginar una manipulación que invite con mayor sutileza a la
aceptación de todos los status quo y
que aliente con mayor descaro la moral del éxito y a instrumentalización de las
relaciones. Manipulación que, en nombre del consejo y la serenidad, acentúa
fatalmente la inseguridad de los lectores, al mismo tiempo que justifica su
inmovilismo.
Ante
la sutileza de la «ciencia astrológica»,
el lenguaje propagandístico de los talismanes magnéticos es mucho más burdo.
Aunque no por ello dejan de tener gran éxito al menos en España. Las cruces magnéticas
no aconsejan sobre como es mejor obrar (o maniobrar). Se limitan a infundir o
quienes la llevan «fuerza», «dinamismo», «vitalidad» y «energía».
Hay cruces para todos los gustos. La más mágica, la de los incas, promete, «para cuando todo falle», nada más y nada
menos que la «felicidad». Otra
prefiere persuadir proyectando 1a entrañable figura de un marino viajando en su
trineo por los hielos polares en busca del mineral magnético. Caso digno de un
más detallado estudio es el de la cruz que afirma carecer de «poderes sobrenaturales (mágicos), ni médicos
(científicos)»: La cruz se limita a influir «en tu optimismo, regulando sus propios impulsos magnéticos».
2.
Hemos visto, hasta ahora, una magia manipulada industrialmente y, además, con
pretensiones científicas. Cambiemos de panorama; aludamos a una revalorización
de la magia por parte de algunos movimientos juveniles, sobre todo
norteamericanos. No se trata ya ni del juego de salón con el que combatían —y
combaten— el aburrimiento las élites europeas a la manera de los tuberculosos
de Thomas Mann, ni de una manipulación de la angustia, como la estudiada por
Adorno. Se trata de una reivindicación
cultural que aparece en el seno de la sociedad más desarrollada del globo y
que tiene su origen en un rechazo de los valores culturales de aquella misma
sociedad.
Un
rechazo que, simplificando mucho, podría articularse en las siguientes dos
oposiciones: 1) Frente a la moral del éxito, se retoma a una cierta ética
epicúrea. Epicuro, que ha sido considerado por una larga serie de autores
—desde el mismo Marx a Paul Nizan— como el primer hito histórico del
materialismo, representaba, al mismo tiempo, tal como apunta Farrington, una
proposición moral que pretendía alcanzar la «felicidad» en el seno de una comunidad «apolítica», basada en la «amistad»
y el trabajo «no competitivo». Muchas
son, pues, las similitudes entre el modelo de vida en el Jardín epicúreo y el
de las comunidades jóvenes norteamericanas. (Quede el tema apuntado, aunque
sólo sea para recordar a los más radicales contraculturistas sus lazos con una
antigua tradición de Occidente). Y 2.) Frente a la fe en que el progreso
científico —y el reinado del racionalismo— podrá dar remedio a los males de la
Humanidad se propone una visión mágica de las cosas, una comprensión del
Universo en la que el hombre no desempeñe el papel de conquistador, sino el de intérprete.
Aunque
la palabra «magia» sea utilizada aquí
abiertamente, habrá que ir con cuidado antes de dejarse llevar por reacciones
semánticas. Si en vez de «magia» se
emplea la palabra «mística», quizá
algunos espíritus religiosos quedaran gratamente sorprendidos, y si en vez de «mística» empleamos la expresión «planteamiento poético de la realidad»,
quizá se despertara el interés de algunos espíritus realistas.
En
cualquier caso, hay que tener presente que el campo se presta, de hecho, a todo
tipo de regresiones irracionales. La más elemental e inofensiva es aquella que
en nombre de la unidad total de todas las cosas retorna, nada más ni nada
menos, que a la «ciencia astral». En
una publicación reciente, que viene a ser la crónica social e ideológica de los
movimientos californianos, podemos leer una entrevista con Chalon Crawford, el
astrólogo «oficial» de Berkeley.
Cuando se le pregunta: «¿Qué opinas de
las predicciones astrológicas del día o de la semana en periódicos y revistas?»,
responde Crawford las siguientes reveladoras palabras: «No se pueden tener mucho en cuenta, sobre todo, porque además de un
signo solar todos tenemos un signo ascendente y un signo lunar». Quede
claro, pues, que si Los Angeles Times
hubieran tenido en cuenta además de los signos solares, los ascendentes y los lunares,
su horóscopo hubiera constituido para nosotros una apreciable ayuda para
descubrir lo que tenernos dentro de la cabeza y poder obrar convenientemente...
***
Pero
existen ciertas formulaciones de lo que deba entenderse por «visión mágica», que sí exige nuestra
atención. Una aproximación viene dada por Theodore Roszak. Distingue este autor
entre ciencia y lo que él llama «el mito
de la conciencia objetiva», que es la que tienen los miembros de una
sociedad (tecnocrática) que ha
elevado la «ciencia» a la categoría
de mito. «Mientras el arte y la
literatura de nuestro tiempo —señala— nos
dicen cada vez con más desesperación que nuestra era se muere, enferma de
alienación, las ciencias, en su incansable búsqueda de objetividad, elevan la
alienación a su apoteosis en tanto que su único
medio para conseguir una relación válida con la realidad. La consciencia
objetiva es vida alienada promovida a su más alto status honorífico en tanto que método científico». El problema
estriba en Roszak en que cuando intenta expresar cuál es esta otra visión (no excluyente) que puede
constituir una relación válida con la realidad, recurre a la metáfora del
chamán. El chamán, ciertamente, es la figura del «interprete» del mundo en relación con su comunidad, pero su figura,
aun utilizada metafóricamente, borra de un plumazo el curso de la Historia.
Más
preciso se muestra en sus formulaciones Alan Watts, quien no casualmente ha
eliminado de su vocabulario la palabra «magia».
Para él la «magia» se reduce «tan sólo a una proyección de la imaginación»,
apuntando, a continuación, las inmensas posibilidades lúdicas del hombre por el
mero hecho de tener «imaginación, o mejor
dicho, imaginación o poder de irradiar magia». Watts prefiere hablar de «conciencia ecológica» y de relaciones de
«materialidad» de los hombres consigo
mismo, entre ellas y con el mundo.
La
«conciencia ecológica» hace
referencia a las relaciones de dependencia existentes entre todos los organismos
vivientes entre si y sus medios, de las que el hombre sólo puede ser consciente
cuando su mirada rompe la confusión que se ha ido estableciendo entre las cosas
(la riqueza, por ejemplo) y los signos con los que las cosas son representadas
(el dinero, por ejemplo) y que acaban por ser tomadas por las cosas mismas. Y
de esta operación de «salvación del nombre de las cosas» se deduce toda una
ética del comportamiento: así, la «conciencia
ecológica» se opone no a la ciencia, pero sí a la tecnocracia científica;
no al trabajo, pero si al trabajo no creador y competitivo; no al amor, pero si
a las instituciones legales familiares.
De
ahí la revalorización del arte, en tanto que campo, no autolimitado, que establece
otras relaciones con la realidad con
ayuda de otros medios (o como recuerda Trías, a través de los mecanismos de similitud
que son las metáforas y las metonimias). En definitiva, y pese a todos los
excesos a los que pueda dar lugar, esta sospechosa «visión mágica de las cosas» tiene mucho que ver con la poesía.
Porque poesía es aquel intento de reordenar y dar un sentido a «toda» la realidad a través de la
palabra, o si se prefiere, es magia de la palabra.
En
efecto, es posible encontrar un común denominador en toda esta serie de
movimientos decididos a vivir al margen de los valores de la sociedad tecnocrática.
Tanto quienes acentúan una visión mística del mundo y cantan a un «Dulce Señor» (que nada tiene de cristiano)
como los que se definen por su visión natural o material de la vida en el
universo están todos de acuerdo en asignar al hombre un papel, no de conquistador, sino de intérprete, o lo que es lo mismo, de
poeta. El hecho de que se pretenda recuperar el mundo de la poesía para la
realidad cotidiana, rescatándola del «ghetto
literario» en el que ha estado
relegada durante siglos, es una pretensión sorprendente. Valorar esta pretensión
es una operación que cada lector hará en base a su propia valoración del arte,
sus fines, sus leyes y su papel en las conciencias y en la historia.
***
Muchos
temas han quedado sugeridos, pero ninguno ha sido debidamente desarrollado.
Estas páginas han pretendido contrastar el hecho de la manifestación de las
conciencias a través de métodos «mágicos»
en el seno de la sociedad secularizada, con la reivindicación de una visión
poética de la realidad como rechazo de los valores imperantes en esta misma
sociedad. Ambos temas exigen tratamientos distintos y aquí han sido mezclados,
como de hecho son también mezclados cuando se los agrupa bajo el común
denominador de «irracionalidades». Me
daría por satisfecho con la reivindicación de un tratamiento —y de una
valoración— distinto para cada uno por separado.
José
Luis Giménez-Frontín, Triunfo, nº 483
Año XXVI, 01/01/1972, p. 21-23
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