“Prólogo”
a
UNA
ICONOGRAFIA DEL ALMA
POESÍA
UCRANIANA DEL SIGLO XX
Aún
es posible observar: un remoto país desconocido,
en
donde una mujer pensativa se inquieta,
susurrando
un sólo deseo; Dios, que sea bendecido,
que
sea bendecido mi lejano país.
Vasyl Stus
I. De Bizancio a las
crónicas épicas
Ucrania, la segunda mayor
república de la desaparecida URSS, configura un país de características
atípicas ya que no obstante situarse en el centro de Europa, abarcar una
extensión territorial tan amplia como la Península Ibérica y poseer una
historia milenaria comparable a la francesa, se había visto privada del
reconocimiento internacional debido a que su existencia física fue perturbada
por las constantes dominaciones de otros pueblos. La declaración de su
independencia en diciembre de 1990 y de su soberanía como Estado en agosto de
1991 han modificado substancialmente el panorama de su futuro.
A través de la
interpretación de las piezas arqueológicas, hoy podemos saber que los griegos
fueron los primeros en dejar información sobre los habitantes de sus tierras
durante el primer milenio antes de Jesucristo. Este material ha permitido
constatar que el desarrollo de Ucrania es divisible en dos períodos históricos
marcados por las migraciones de diversos pueblos que modificaron su situación
étnica y política: la etapa pre-eslava, que abarcó del siglo VIII A. C. al
siglo IV D. C. y la eslava propiamente dicha, que a partir del siglo IV da
forma al actual pueblo ucranio de las ruinas de las culturas asentadas en el
norte del Mar Negro.
En este punto es
conveniente advertir que la denominación de “ucraniano” trae sus conflictos
intrínsecos al derivar de la antigua palabra eslava okraina, la cual
significa “zona fronteriza”. Debido a que esta tierra hacía de forzada división
entre Oriente y Occidente y durante cinco siglos defendió a Europa del avance
asiático —fue la región más oriental en la que se hubieran asentado
antiguamente como nación los eslavos— el desarrollo de Ucrania se vio
constantemente convulsionado por las invasiones y ocupaciones de los tártaros,
las hordas mongoles, los principados medievales lituanos, el expansionismo de
los polacos o de los zares rusos, así como por los anhelos de la dominación
nazi. No obstante sus desventajas geopolíticas, Ucrania siempre fue algo más
que una mera cuña entre el despotismo y el imperio de la razón.
Alrededor de la segunda
mitad del siglo VI, en el territorio ocupado por la tribu de los “poliane”
emergió el estado más antiguo de la Europa del Este, llamado primitivamente Rus
y del cual la actual Ucrania es heredera directa, siendo su capital, Kiev,
fundada por el mítico Príncipe Kiy. Esta evolucionada cultura medieval trajo
consigo el cristianismo en el año 988 de la mano de Vladimir el Grande, bajo
cuyo amparo se unieron las diversas tribus guerreras que pululaban por la
estepa dedicadas al culto del sol.
El epos ucraniano,
además de su tono y contenido heroico, se distinguió por un idealismo nacional
centrado en torno al Estado Kieviano. En esta tradición se continuó hasta
aproximadamente el año 1240, momento en el cual los tártaros arrasan la ciudad
de Kiev obligando a los hombres de letras a desplazarse hacia las planicies de
Moscovia (Rusia), donde llevarían consigo la poesía de la corte denominada biliny
(poemas narrativos que hablan sobre eventos bélicos reales o inventados). Estos
motivos heroicos aún se conservan en la poesía ceremonial ucraniana como los
villancicos, los cánticos de la Epifanía o las canciones nupciales. La
manifestación literaria más importante y trascendente de la siguiente época
resulta en El Cantar de la Gesta de Igor, un largo poema anónimo de
esencia bizantina cuya referencia más cercana en lengua castellana es El Cantar
del Mío Cid, el cual recoge la desastrosa campaña del Príncipe Igor de
Novgorod-Sieversk y que según la Crónica de Hypatius tuvo lugar en 1185.
Esta maravillosa narración siempre fue calificada de pertenecer a la épica
rusa, error derivado del origen de la palabra rus que hoy puede despejarse por
completo dado que las investigaciones de académicos y filólogos han demostrado
que, además de basarse muchos de sus pasajes en la tradición folklórica
ucraniana, fue escrito en la misma lengua hablada por los ucranianos del siglo XII.
II. Renacimiento
eclipsado
Los siglos XIV y XV
pueden considerarse un período obscuro para las letras ucranianas, tan sólo
preservadas de un ocaso total por la poesía religiosa que suplantó a la épica y
logró mantener la cohesión nacional ante la latinización proveniente de
Polonia. El Renacimiento europeo apenas hizo mella en la literatura ucraniana,
dominada por las influencias eclesiásticas que daban preferencia a los temas
bíblicos frente a los clásicos antiguos; de ahí que la obra más importante del
momento fuera una traducción en lengua popular del Nuevo Testamento. Con la
instauración de la Academia de Kiev se puso fin a la restricción sobre la
literatura secular y surgió un estilo retórico cuyo representante más notable
fue Ivan Vishensky. A comienzos del siglo XVII, este autor infiltró los
primeros elementos del Barroco, un movimiento que por sus orígenes enriqueció
paradógicamente a la poesía ucraniana con bastantes latinismos y elevó a la
poesía versificada a un notable esplendor. De este período, todavía bajo la
influencia teológica, resaltan la dramaturgia del predicador San Dimitri
Tuptalo, el poema en prosa rítmica Trenos de Meletiy Smotritsky, los
epigramas del sacerdote Ivan Velychkovsky y la lírica y diálogos filosóficos
del místico Hryhori Skovoroda.
III. Un romanticismo
nacionalista
Entre los siglos XVI y
XVIII comenzaron a circular las chimas, poesía épica oral que suplantó a la
lírica medieval y que se basaba en los sucesos históricos de la Ucrania Cosaca,
a cuyos integrantes no hay que confundir con los cosacos zaristas, reflejando
las condiciones sociales de aquellos tiempos con un mensaje moralista y
didáctico. Este período no encuentra parangón en Europa y dentro de la literatura
ucraniana representa uno de sus momentos cumbres, sólo comparable a la
literatura serbia, española o neogriega.
En la segunda mitad del
siglo XVIII, la poesía ucraniana sufre una época de estancamiento que hará
declinar formas elevadas como la oda, la elegía o la tragedia, y únicamente las
canciones populares conservarán todo el espíritu nacional. En 1789 los vientos
neoclásicos se introducen en la literatura ucraniana a través de la epopeya
heróico-burlesca de Ivan Kotliarevsky (1769-1838), cuya Eneida superó a los
modelos ruso y alemán por su verso fluido y sus descripciones paródicas. Petro
Hulak-Artemovsky (1790-1865), por otra parte, escribió una magistral parodia de
las Odas de Horacio. Del mismo modo que el Barroco, el Romanticismo llegará
tardíamente a Ucrania, no obstante entre 1820 y 1830 la ideología romántica,
muy unida a la investigación etnográfica y arqueológica, se arraigará en Kiev
con un inusitado vigor.
Hay que destacar de este
período la creación de la Hermandad de Cirilo y Metodio, un movimiento
humanista basado en las enseñanzas de los primeros maestros de los eslavos y
cuyos objetivos eran la consecución de la libertad establecida en base a un
orden social democrático inspirado en las tradiciones ancestrales y la
condición redentora del poeta. De este círculo, desintegrado por la policía
zarista, sobresalen el etnógrafo Panteleimon Kulish (1819-1897) con su poema
escrito en forma de “duma”, Relato sobre Ucrania (1843), así como el
historiador Mykola Kostomarov (1817-1885), autor del mesiánico Textos sobre
el origen del pueblo ucraniano, influenciado por Libros del éxodo del
pueblo polaco del escritor polaco Adam Mickiewicz. Pero sin lugar a dudas
la más relevante de las figuras románticas ucranianas fue Taras Shevchenko
(1809-1861), cuyo poemario Kobzar y su estilo, que supo combinar la
eufonía con la poesía popular, ha significado para generaciones enteras de
ucranianos un auténtico evangelio y es considerado hoy una especie de redentor
de la identidad cultural ucrania. Shevchenko trató de crear para el campesinado
adocenado la imagen de una Ucrania enérgica y de ideales elevados para que éste
tomara conciencia de sus valores y se emancipara de una vez para siempre del
sistema servil, malograda postura reivindicativa que le valió, como a
Dostoievski, el destierro en Siberia.
IV. El revulsivo europeo
En la región de Ucrania
Occidental, cuya antigua capital Lviv fue siempre el eje de su progreso, el
auge romántico dio sus frutos con la denominada Tríade Rutena, compuesta
por Markian Shashkevych (1811-1843), Ivan Vagelevich (1811-1866) y Jakiv
Holovatsky (1814-1888), quienes editaron una amplia colección de poesía y prosa
ucraniana titulada La ninfa del Dnistró, prohibida en su momento por las
autoridades polacas y publicada en Budapest en 1836, la cual jugó un papel
fundamental en el resurgimiento cultural y político de esta región.
El relevo del
Romanticismo por el Realismo hacia finales del siglo XIX no fue en la
literatura ucraniana, como en el resto de Europa, una reacción contra el espíritu
romántico, sino una consecuencia de su propia evolución irregular. Esta actitud
estuvo en parte motivada por la imposición de la rígida censura rusa y sus
temidos ukase, cuyas características represivas materializadas por el moto
zarista, “la lengua ucraniana como tal jamás ha existido, no existe ahora, ni
existirá en el futuro”, casi sumergen a Ucrania en un verdadero etnocidio.
Los poetas que sobresalen
en esta convulsa época fueron Ivan Frankó (1856-1916), autor de las colecciones
poéticas Ziviale lestia (Hojas Marchitas, 1896), Mi izmarahd (Mi
esmeralda, 1898), Iz dniv zhurbe (De los días pesarosos, 1900) y Lesia
Ukrainka (1871-1913), entre cuyos libros de poemas destacan Na krilab
pisen (Sobre las alas de la melodía, 1893), Dumey mriyi (Sueños y
pensamientos, 1899) y Vidhuke (Ecos, 1902). Estos dos escritores con
fuertes tendencias modernistas sacaron a la lírica, narrativa y a la
dramaturgia ucraniana del habitual regionalismo para influenciarla con los
valores estéticos y filosóficos europeos y elevarla a un nivel de similar
calidad literaria.
La tímida liberalidad del
régimen austro-húngaro y la temporal condición de nación obtenida en 1918,
permiten que Ucrania resguarde su lengua y que esta pase a ser finalmente el
medio de expresión empleado en el gobierno así como en las universidades,
tribunales y otras instituciones oficiales.
V. Al ritmo de la
modernidad
A comienzos de siglo XX
podemos encontrar entre los primeros adherentes a una lírica de formas
modernistas a Agtángel Krimsky, sombrío poeta de tendencias panteístas cuyos
estados de ánimo se reflejan en la colección de poemas Palmore hillia (Ramas de
palma, 1902-1908), o al galitziano Petro Karmansky (1878-1956), autor de
intensa carga pesimista entre cuyos títulos destacan Z teke samovbyitsi
(De los archivos de un suicidio, 1899), Oi, liuli, smutku (Oh calla,
desgracia mía, 1906), Plyvem po mori tme (Navegamos a través del mar de
las tinieblas, 1909).
Con el fin de la I Guerra
Mundial y hasta el año 1934, la poesía ucraniana cobró una fuerza inusitada que
le hizo ganarse el respeto de las autoridades soviéticas prorrusas. Gracias a
este salvoconducto, las letras ucranianas se enriquecieron con los
descubrimientos del simbolismo, expresionismo, impresionismo, futurismo y
surrealismo, si bien adaptándolos a su propia sensibilidad espiritual.
Esta expansión hacia la
cultura más cosmopolita hizo surgir una tendencia Neorromántica encabezada por
los poetas Oleksander Oles (1878-1944), autor de obras tan populares como Poezii
(Poesías, 1909) o Po dorozi u kazku (Viaje hacia un sueño, 1910), quien
después de la II Guerra Mundial emigraría a los Estados Unidos de Norteamérica.
Maxim Rilsky (1895-1964), fundador con otros cuatro poetas —M. Dray-Jmara, P.
Filipovich, Y. Klen, M. Zerov— del grupo La Cuadrilla con el propósito
de cultivar los gustos y valores líricos atenienses, practicó una fórmula
neoclásica de rica imaginería y estilo expresivo, pero criticado por su
idealismo y “escapismo” de la realidad se convirtió al comunismo y pasó a ser
un poeta oficial cantor de loas a la política estalinista. Pablo Techena
(1891-1967), un original y ascético versificador que escribió libros
renovadores como Sonyashni klarinete (Clarinetes del sol, 1918), Zamist
sonetiv i oktav (En vez de sonetos y octavas, 1920) o Viter z Ukrainy
(Viento de Ucrania, 1924), sirviéndose de la filosofía panteísta y del ritmo de
melodías folclóricas, tampoco pudo escapar de ser condenado de idealista por la
“reconstrucción” socialista y acabó moralmente quebrantado, teniendo que
subordinar su enorme talento a panegíricos partidistas a favor del status quo
en la antigua URSS.
VI. Tiempos de oscuridad
En 1934 se lleva a cabo
la primera gran purga estalinista de escritores acusados de practicar una
ideología burgueso-nacionalista y entre las primeras víctimas se encuentran los
activistas del influyente movimiento VAPLITE (Academia Independiente de
Literatura Proletaria). Su líder, el escritor revolucionario Mekola Jvelovy
(1893-1933), crítico con la bancarrota de la energía espiritual de los principios
de la Revolución y que apoyó la occidentalización de la cultura ucraniana como
medio para hacer frente a la dominación del centralismo moscovita, sufrió una
implacable persecución que le obligó finalmente a quitarse la vida.
La aniquilación de los
miembros más preparados de la intelligentsia ucraniana, el hambre artificial de
1933 que acabó con la vida de siete millones de personas, el “arrepentimiento”
de las voces líricas más prometedoras que se acogieron al modelo del “realismo
socialista”, no sólo aceleró el declive de la actividad literaria sino que dio
lugar a una masiva emigración hacia Occidente, dando lugar en Checoslovaquia a
la formación del talentoso Grupo de Praga, compuesto por E. Malaniuk, O.
Teliga, L. Mosenz, I. Daragan, O. Liaturinska, O. Oldjech, Y. Klen, O.
Stepanovich, I. Irliavski, I. Kolos, o en los Estados Unidos de Norteamérica al
modernista Grupo de Nueva York, entre cuyos miembros podemos citar a V.
Barka, E. Andievska, I. Tamawski, B. Boychuk, V. Lesech. En Brasil, Wira Vowk
ha realizado un encomiable trabajo de creación y difusión poética.
VII. Una esperanza
desvanecida
Durante el corto deshielo
de los años sesenta, en Ucrania se conformó indirectamente el movimiento
literario denominado shestedesiatneke del cual surgió la nueva estirpe
de escritores, artistas e intelectuales que renovó sorprendentemente el
panorama cultural del país. Los trabajos de los poetas de esta generación de
ruptura, cuya coyuntura es comparable a la de los Novísimos españoles, fueron
recopilados en una antología publicada em 1967 en Nueva York titulada Sesenta
poetas de los años sesenta que contiene una variada y esperanzadora muestra de
la lírica moderna ucraniana que poetizaba aquellos aparentemente antipoético.
Entre sus miembros más destacados figuran Vasyl Simonenko y su arrebato
metafórico, el costumbrismo idealista de Dmitro Pavlechko, la sinceridad lírica
de Lina Kostenko, el intelectualismo de Gregori Kerechenko, el culteranismo de
Ivan Drach y del ruso ucranianizado Robert Tretiakov, el exacerbado lirismo de
Mekola Vinhranowski, las extravagantes asociaciones de Boris Necherda, o el
realismo paródico y politizado de Vitali Korotech.
En las difíciles
condiciones del estancamiento brezneviano que configuraron a los años setenta,
aparecieron los resonantes y arcaicos palimpsestos del simbolista-romántico
Vasyl Stus, el abstraccionismo de Igor Kalenech, la honda sensibilidad de Irina
Dzelenko o la recuperación mitológica de Vasyl Holoborodko, silenciados en su
mayoría por el régimen debido a sus postulados estéticos originales
comprometidos con la lucha por la sobrevivencia de los propios valores del
idioma ucranio.
En los años ochenta el
faro de la libertad resucita a muchos autores muertos en vida y despierta a
otros de espíritus inquietos del letargo provinciano para cuestionar el estado
de las cosas y tratar de discernir por qué razones su lengua y cultura habían
acabado en un estado larvario que al igual que un apacible Titanic habitaban en
solitario las obscuras aguas del desencanto.
Deudores de las
reivindicaciones de la generación de los shestedesiátneke, durante este
último período surgen diferentes voces que o bien se decantan por un deliberado
compromiso con los tiempos que les tocan vivir como Natalia Bilocherkivech,
Pablo Hirnek, Oksana Pajlowska, Stanislaw Chernilevski y Mekola Temchak; o
adoptan una postura de rechazo a la realidad imperante a través de ejercicios
experimentales como los de Mekola Voroviov, Viktor Kordun, Oleg Lesheha, Viktor
Neboraka, Mijailo Sachenko y Volodimir Chebulka; o se debaten entre el árido
romanticismo de Vasyl Ruban, la búsqueda de un lenguaje culterano al estilo de
Oxana Zabushko, el onirismo de Taras Melnechuk y las fábulas didácticas de Ivan
Malkovech; o languidecen en memoria del malogrado pero brillante creador de
fantasías metafóricas, Hrehory Chubay.
VIII. En busca de los
ancestros
Hablar de literatura
ucraniana significaba hasta no hace mucho tiempo o bien una insensata
reivindicación nacionalista o un acto de provocadora excentricidad ya que era
impensable ubicar geopolíticamente a Ucrania, sin duda la nación más
desconocida de Europa fuera del ámbito de la cultura soviética.
El fin de las ideologías
ha traído consigo la necesidad de presentar un panorama de lo que fue y de lo
que posiblemente será el devenir de la expresión lírica de un país fértil en
esta manifestación de la palabra. Así, es posible afirmar que ésta, en
particular en su vertiente oral, conserva la gran riqueza de la lengua y
literatura ucraniana, no obstante haberse forjado sus mejores obras al amparo
de las sombras de la disidencia.
Como toda poesía inmersa
en el problema de la identidad nacional, la ucraniana ha buscado
incansablemente su propia legitimación así como la de su pueblo y ha hecho de
sí el más completo y representativo de los logros de una cultura de ancestral
tradición. En la lírica contemporánea, además de un empleo de las vertientes
vanguardistas y herméticas, domina el tema del presente malherido, de la
desolación del paisaje, de la religiosidad, de las almas pulverizadas, al mismo
tiempo que una profunda preocupación por el renacimiento de la tierra natal de
sus cenizas. De este modo, sus raíces profundizan y penetran en la espesa trama
de una realidad conmovedora pero siempre buscando la esencia más auténtica del
vocablo poético, del ethos popular, de los arcaísmos folclóricos, del frágil
misterio de los iconos, creando geografías dolorosas, combinatorias con los
diversos estados estratificados de la conciencia humana.
IX. Perspectiva
universalista
La poesía es sin duda la
más intraducible de las artes o, como remarcaba el poeta alemán expresionista
Gottfried Benn: “la conciencia se forma en las palabras, la conciencia
trasciende por las palabras”. Por ello, el empleo de la aliteración, de versos
rimados, de paralelismos, antítesis, alegorías en toda la poesía ucraniana
presenta una dificultad técnica que si bien en ocasiones limita las
motivaciones seleccionadoras, ofrecen al traductor una gratificante tarea de
recreación que esperamos se transmitan al lector en toda su esencia y
musicalidad primigenia.
Con esta antología, que
no pretende ser cronológica o exhaustiva aunque sí de un rigor universalista,
se intenta acercar por primera vez al lector hispano-parlante una parcela
ínfima pero fundamental de la lírica ucraniana, con la perspectiva de llenar un
vacío literario dentro del nuevo ámbito pluralista europeo. Por una cuestión de
síntesis se ha optado, salvo en el caso de un par de inevitables excepciones,
por la poesía escrita en Ucrania, dejando para otra ocasión la abultada obra
producida en el exilio. De ahí que como toda selección de características
similares ésta también se permita deja nombres en blanco, involuntario descuido
sólo atribuible al prurito estético del compilador. Vaya, finalmente, mi sincero
agradecimiento a todos aquellos que han hecho posible esta cruzada poética, en
especial a José María Amado y los hacedores de LITORAL, por su incondicional
entrega; a Yuri Kochubey, por su amplitud de criterios; a Fernando Ainsa, por
su disponibilidad y a Oleg Chornohuz, por sus beneficiosas gestiones.
Iury Lech Barcelona, 1992, Litoral, nº 197/198, (1993), pp. 12-21.
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