miércoles, 10 de agosto de 2022

[Una historia de la literatura ucraniana] “Prólogo” a UNA ICONOGRAFIA DEL ALMA POESÍA UCRANIANA DEL SIGLO XX de Iury Lech (Litoral, nº 197/198, (1993)

 


“Prólogo” a

UNA ICONOGRAFIA DEL ALMA

POESÍA UCRANIANA DEL SIGLO XX

 

 

Aún es posible observar: un remoto país desconocido,

en donde una mujer pensativa se inquieta,

susurrando un sólo deseo; Dios, que sea bendecido,

que sea bendecido mi lejano país.

Vasyl Stus

 

I. De Bizancio a las crónicas épicas

Ucrania, la segunda mayor república de la desaparecida URSS, configura un país de características atípicas ya que no obstante situarse en el centro de Europa, abarcar una extensión territorial tan amplia como la Península Ibérica y poseer una historia milenaria comparable a la francesa, se había visto privada del reconocimiento internacional debido a que su existencia física fue perturbada por las constantes dominaciones de otros pueblos. La declaración de su independencia en diciembre de 1990 y de su soberanía como Estado en agosto de 1991 han modificado substancialmente el panorama de su futuro.

A través de la interpretación de las piezas arqueológicas, hoy podemos saber que los griegos fueron los primeros en dejar información sobre los habitantes de sus tierras durante el primer milenio antes de Jesucristo. Este material ha permitido constatar que el desarrollo de Ucrania es divisible en dos períodos históricos marcados por las migraciones de diversos pueblos que modificaron su situación étnica y política: la etapa pre-eslava, que abarcó del siglo VIII A. C. al siglo IV D. C. y la eslava propiamente dicha, que a partir del siglo IV da forma al actual pueblo ucranio de las ruinas de las culturas asentadas en el norte del Mar Negro.

En este punto es conveniente advertir que la denominación de “ucraniano” trae sus conflictos intrínsecos al derivar de la antigua palabra eslava okraina, la cual significa “zona fronteriza”. Debido a que esta tierra hacía de forzada división entre Oriente y Occidente y durante cinco siglos defendió a Europa del avance asiático —fue la región más oriental en la que se hubieran asentado antiguamente como nación los eslavos— el desarrollo de Ucrania se vio constantemente convulsionado por las invasiones y ocupaciones de los tártaros, las hordas mongoles, los principados medievales lituanos, el expansionismo de los polacos o de los zares rusos, así como por los anhelos de la dominación nazi. No obstante sus desventajas geopolíticas, Ucrania siempre fue algo más que una mera cuña entre el despotismo y el imperio de la razón.

Alrededor de la segunda mitad del siglo VI, en el territorio ocupado por la tribu de los “poliane” emergió el estado más antiguo de la Europa del Este, llamado primitivamente Rus y del cual la actual Ucrania es heredera directa, siendo su capital, Kiev, fundada por el mítico Príncipe Kiy. Esta evolucionada cultura medieval trajo consigo el cristianismo en el año 988 de la mano de Vladimir el Grande, bajo cuyo amparo se unieron las diversas tribus guerreras que pululaban por la estepa dedicadas al culto del sol.

El epos ucraniano, además de su tono y contenido heroico, se distinguió por un idealismo nacional centrado en torno al Estado Kieviano. En esta tradición se continuó hasta aproximadamente el año 1240, momento en el cual los tártaros arrasan la ciudad de Kiev obligando a los hombres de letras a desplazarse hacia las planicies de Moscovia (Rusia), donde llevarían consigo la poesía de la corte denominada biliny (poemas narrativos que hablan sobre eventos bélicos reales o inventados). Estos motivos heroicos aún se conservan en la poesía ceremonial ucraniana como los villancicos, los cánticos de la Epifanía o las canciones nupciales. La manifestación literaria más importante y trascendente de la siguiente época resulta en El Cantar de la Gesta de Igor, un largo poema anónimo de esencia bizantina cuya referencia más cercana en lengua castellana es El Cantar del Mío Cid, el cual recoge la desastrosa campaña del Príncipe Igor de Novgorod-Sieversk y que según la Crónica de Hypatius tuvo lugar en 1185. Esta maravillosa narración siempre fue calificada de pertenecer a la épica rusa, error derivado del origen de la palabra rus que hoy puede despejarse por completo dado que las investigaciones de académicos y filólogos han demostrado que, además de basarse muchos de sus pasajes en la tradición folklórica ucraniana, fue escrito en la misma lengua hablada por los ucranianos del siglo XII.

II. Renacimiento eclipsado

Los siglos XIV y XV pueden considerarse un período obscuro para las letras ucranianas, tan sólo preservadas de un ocaso total por la poesía religiosa que suplantó a la épica y logró mantener la cohesión nacional ante la latinización proveniente de Polonia. El Renacimiento europeo apenas hizo mella en la literatura ucraniana, dominada por las influencias eclesiásticas que daban preferencia a los temas bíblicos frente a los clásicos antiguos; de ahí que la obra más importante del momento fuera una traducción en lengua popular del Nuevo Testamento. Con la instauración de la Academia de Kiev se puso fin a la restricción sobre la literatura secular y surgió un estilo retórico cuyo representante más notable fue Ivan Vishensky. A comienzos del siglo XVII, este autor infiltró los primeros elementos del Barroco, un movimiento que por sus orígenes enriqueció paradógicamente a la poesía ucraniana con bastantes latinismos y elevó a la poesía versificada a un notable esplendor. De este período, todavía bajo la influencia teológica, resaltan la dramaturgia del predicador San Dimitri Tuptalo, el poema en prosa rítmica Trenos de Meletiy Smotritsky, los epigramas del sacerdote Ivan Velychkovsky y la lírica y diálogos filosóficos del místico Hryhori Skovoroda.

III. Un romanticismo nacionalista

Entre los siglos XVI y XVIII comenzaron a circular las chimas, poesía épica oral que suplantó a la lírica medieval y que se basaba en los sucesos históricos de la Ucrania Cosaca, a cuyos integrantes no hay que confundir con los cosacos zaristas, reflejando las condiciones sociales de aquellos tiempos con un mensaje moralista y didáctico. Este período no encuentra parangón en Europa y dentro de la literatura ucraniana representa uno de sus momentos cumbres, sólo comparable a la literatura serbia, española o neogriega.

En la segunda mitad del siglo XVIII, la poesía ucraniana sufre una época de estancamiento que hará declinar formas elevadas como la oda, la elegía o la tragedia, y únicamente las canciones populares conservarán todo el espíritu nacional. En 1789 los vientos neoclásicos se introducen en la literatura ucraniana a través de la epopeya heróico-burlesca de Ivan Kotliarevsky (1769-1838), cuya Eneida superó a los modelos ruso y alemán por su verso fluido y sus descripciones paródicas. Petro Hulak-Artemovsky (1790-1865), por otra parte, escribió una magistral parodia de las Odas de Horacio. Del mismo modo que el Barroco, el Romanticismo llegará tardíamente a Ucrania, no obstante entre 1820 y 1830 la ideología romántica, muy unida a la investigación etnográfica y arqueológica, se arraigará en Kiev con un inusitado vigor.

Hay que destacar de este período la creación de la Hermandad de Cirilo y Metodio, un movimiento humanista basado en las enseñanzas de los primeros maestros de los eslavos y cuyos objetivos eran la consecución de la libertad establecida en base a un orden social democrático inspirado en las tradiciones ancestrales y la condición redentora del poeta. De este círculo, desintegrado por la policía zarista, sobresalen el etnógrafo Panteleimon Kulish (1819-1897) con su poema escrito en forma de “duma”, Relato sobre Ucrania (1843), así como el historiador Mykola Kostomarov (1817-1885), autor del mesiánico Textos sobre el origen del pueblo ucraniano, influenciado por Libros del éxodo del pueblo polaco del escritor polaco Adam Mickiewicz. Pero sin lugar a dudas la más relevante de las figuras románticas ucranianas fue Taras Shevchenko (1809-1861), cuyo poemario Kobzar y su estilo, que supo combinar la eufonía con la poesía popular, ha significado para generaciones enteras de ucranianos un auténtico evangelio y es considerado hoy una especie de redentor de la identidad cultural ucrania. Shevchenko trató de crear para el campesinado adocenado la imagen de una Ucrania enérgica y de ideales elevados para que éste tomara conciencia de sus valores y se emancipara de una vez para siempre del sistema servil, malograda postura reivindicativa que le valió, como a Dostoievski, el destierro en Siberia.

IV. El revulsivo europeo

En la región de Ucrania Occidental, cuya antigua capital Lviv fue siempre el eje de su progreso, el auge romántico dio sus frutos con la denominada Tríade Rutena, compuesta por Markian Shashkevych (1811-1843), Ivan Vagelevich (1811-1866) y Jakiv Holovatsky (1814-1888), quienes editaron una amplia colección de poesía y prosa ucraniana titulada La ninfa del Dnistró, prohibida en su momento por las autoridades polacas y publicada en Budapest en 1836, la cual jugó un papel fundamental en el resurgimiento cultural y político de esta región.

El relevo del Romanticismo por el Realismo hacia finales del siglo XIX no fue en la literatura ucraniana, como en el resto de Europa, una reacción contra el espíritu romántico, sino una consecuencia de su propia evolución irregular. Esta actitud estuvo en parte motivada por la imposición de la rígida censura rusa y sus temidos ukase, cuyas características represivas materializadas por el moto zarista, “la lengua ucraniana como tal jamás ha existido, no existe ahora, ni existirá en el futuro”, casi sumergen a Ucrania en un verdadero etnocidio.

Los poetas que sobresalen en esta convulsa época fueron Ivan Frankó (1856-1916), autor de las colecciones poéticas Ziviale lestia (Hojas Marchitas, 1896), Mi izmarahd (Mi esmeralda, 1898), Iz dniv zhurbe (De los días pesarosos, 1900) y Lesia Ukrainka (1871-1913), entre cuyos libros de poemas destacan Na krilab pisen (Sobre las alas de la melodía, 1893), Dumey mriyi (Sueños y pensamientos, 1899) y Vidhuke (Ecos, 1902). Estos dos escritores con fuertes tendencias modernistas sacaron a la lírica, narrativa y a la dramaturgia ucraniana del habitual regionalismo para influenciarla con los valores estéticos y filosóficos europeos y elevarla a un nivel de similar calidad literaria.

La tímida liberalidad del régimen austro-húngaro y la temporal condición de nación obtenida en 1918, permiten que Ucrania resguarde su lengua y que esta pase a ser finalmente el medio de expresión empleado en el gobierno así como en las universidades, tribunales y otras instituciones oficiales.

V. Al ritmo de la modernidad

A comienzos de siglo XX podemos encontrar entre los primeros adherentes a una lírica de formas modernistas a Agtángel Krimsky, sombrío poeta de tendencias panteístas cuyos estados de ánimo se reflejan en la colección de poemas Palmore hillia (Ramas de palma, 1902-1908), o al galitziano Petro Karmansky (1878-1956), autor de intensa carga pesimista entre cuyos títulos destacan Z teke samovbyitsi (De los archivos de un suicidio, 1899), Oi, liuli, smutku (Oh calla, desgracia mía, 1906), Plyvem po mori tme (Navegamos a través del mar de las tinieblas, 1909).

Con el fin de la I Guerra Mundial y hasta el año 1934, la poesía ucraniana cobró una fuerza inusitada que le hizo ganarse el respeto de las autoridades soviéticas prorrusas. Gracias a este salvoconducto, las letras ucranianas se enriquecieron con los descubrimientos del simbolismo, expresionismo, impresionismo, futurismo y surrealismo, si bien adaptándolos a su propia sensibilidad espiritual.

Esta expansión hacia la cultura más cosmopolita hizo surgir una tendencia Neorromántica encabezada por los poetas Oleksander Oles (1878-1944), autor de obras tan populares como Poezii (Poesías, 1909) o Po dorozi u kazku (Viaje hacia un sueño, 1910), quien después de la II Guerra Mundial emigraría a los Estados Unidos de Norteamérica. Maxim Rilsky (1895-1964), fundador con otros cuatro poetas —M. Dray-Jmara, P. Filipovich, Y. Klen, M. Zerov— del grupo La Cuadrilla con el propósito de cultivar los gustos y valores líricos atenienses, practicó una fórmula neoclásica de rica imaginería y estilo expresivo, pero criticado por su idealismo y “escapismo” de la realidad se convirtió al comunismo y pasó a ser un poeta oficial cantor de loas a la política estalinista. Pablo Techena (1891-1967), un original y ascético versificador que escribió libros renovadores como Sonyashni klarinete (Clarinetes del sol, 1918), Zamist sonetiv i oktav (En vez de sonetos y octavas, 1920) o Viter z Ukrainy (Viento de Ucrania, 1924), sirviéndose de la filosofía panteísta y del ritmo de melodías folclóricas, tampoco pudo escapar de ser condenado de idealista por la “reconstrucción” socialista y acabó moralmente quebrantado, teniendo que subordinar su enorme talento a panegíricos partidistas a favor del status quo en la antigua URSS.

VI. Tiempos de oscuridad

En 1934 se lleva a cabo la primera gran purga estalinista de escritores acusados de practicar una ideología burgueso-nacionalista y entre las primeras víctimas se encuentran los activistas del influyente movimiento VAPLITE (Academia Independiente de Literatura Proletaria). Su líder, el escritor revolucionario Mekola Jvelovy (1893-1933), crítico con la bancarrota de la energía espiritual de los principios de la Revolución y que apoyó la occidentalización de la cultura ucraniana como medio para hacer frente a la dominación del centralismo moscovita, sufrió una implacable persecución que le obligó finalmente a quitarse la vida.

La aniquilación de los miembros más preparados de la intelligentsia ucraniana, el hambre artificial de 1933 que acabó con la vida de siete millones de personas, el “arrepentimiento” de las voces líricas más prometedoras que se acogieron al modelo del “realismo socialista”, no sólo aceleró el declive de la actividad literaria sino que dio lugar a una masiva emigración hacia Occidente, dando lugar en Checoslovaquia a la formación del talentoso Grupo de Praga, compuesto por E. Malaniuk, O. Teliga, L. Mosenz, I. Daragan, O. Liaturinska, O. Oldjech, Y. Klen, O. Stepanovich, I. Irliavski, I. Kolos, o en los Estados Unidos de Norteamérica al modernista Grupo de Nueva York, entre cuyos miembros podemos citar a V. Barka, E. Andievska, I. Tamawski, B. Boychuk, V. Lesech. En Brasil, Wira Vowk ha realizado un encomiable trabajo de creación y difusión poética.

VII. Una esperanza desvanecida

Durante el corto deshielo de los años sesenta, en Ucrania se conformó indirectamente el movimiento literario denominado shestedesiatneke del cual surgió la nueva estirpe de escritores, artistas e intelectuales que renovó sorprendentemente el panorama cultural del país. Los trabajos de los poetas de esta generación de ruptura, cuya coyuntura es comparable a la de los Novísimos españoles, fueron recopilados en una antología publicada em 1967 en Nueva York titulada Sesenta poetas de los años sesenta que contiene una variada y esperanzadora muestra de la lírica moderna ucraniana que poetizaba aquellos aparentemente antipoético. Entre sus miembros más destacados figuran Vasyl Simonenko y su arrebato metafórico, el costumbrismo idealista de Dmitro Pavlechko, la sinceridad lírica de Lina Kostenko, el intelectualismo de Gregori Kerechenko, el culteranismo de Ivan Drach y del ruso ucranianizado Robert Tretiakov, el exacerbado lirismo de Mekola Vinhranowski, las extravagantes asociaciones de Boris Necherda, o el realismo paródico y politizado de Vitali Korotech. 

En las difíciles condiciones del estancamiento brezneviano que configuraron a los años setenta, aparecieron los resonantes y arcaicos palimpsestos del simbolista-romántico Vasyl Stus, el abstraccionismo de Igor Kalenech, la honda sensibilidad de Irina Dzelenko o la recuperación mitológica de Vasyl Holoborodko, silenciados en su mayoría por el régimen debido a sus postulados estéticos originales comprometidos con la lucha por la sobrevivencia de los propios valores del idioma ucranio.

En los años ochenta el faro de la libertad resucita a muchos autores muertos en vida y despierta a otros de espíritus inquietos del letargo provinciano para cuestionar el estado de las cosas y tratar de discernir por qué razones su lengua y cultura habían acabado en un estado larvario que al igual que un apacible Titanic habitaban en solitario las obscuras aguas del desencanto.

Deudores de las reivindicaciones de la generación de los shestedesiátneke, durante este último período surgen diferentes voces que o bien se decantan por un deliberado compromiso con los tiempos que les tocan vivir como Natalia Bilocherkivech, Pablo Hirnek, Oksana Pajlowska, Stanislaw Chernilevski y Mekola Temchak; o adoptan una postura de rechazo a la realidad imperante a través de ejercicios experimentales como los de Mekola Voroviov, Viktor Kordun, Oleg Lesheha, Viktor Neboraka, Mijailo Sachenko y Volodimir Chebulka; o se debaten entre el árido romanticismo de Vasyl Ruban, la búsqueda de un lenguaje culterano al estilo de Oxana Zabushko, el onirismo de Taras Melnechuk y las fábulas didácticas de Ivan Malkovech; o languidecen en memoria del malogrado pero brillante creador de fantasías metafóricas, Hrehory Chubay.

VIII. En busca de los ancestros

Hablar de literatura ucraniana significaba hasta no hace mucho tiempo o bien una insensata reivindicación nacionalista o un acto de provocadora excentricidad ya que era impensable ubicar geopolíticamente a Ucrania, sin duda la nación más desconocida de Europa fuera del ámbito de la cultura soviética.

El fin de las ideologías ha traído consigo la necesidad de presentar un panorama de lo que fue y de lo que posiblemente será el devenir de la expresión lírica de un país fértil en esta manifestación de la palabra. Así, es posible afirmar que ésta, en particular en su vertiente oral, conserva la gran riqueza de la lengua y literatura ucraniana, no obstante haberse forjado sus mejores obras al amparo de las sombras de la disidencia.

Como toda poesía inmersa en el problema de la identidad nacional, la ucraniana ha buscado incansablemente su propia legitimación así como la de su pueblo y ha hecho de sí el más completo y representativo de los logros de una cultura de ancestral tradición. En la lírica contemporánea, además de un empleo de las vertientes vanguardistas y herméticas, domina el tema del presente malherido, de la desolación del paisaje, de la religiosidad, de las almas pulverizadas, al mismo tiempo que una profunda preocupación por el renacimiento de la tierra natal de sus cenizas. De este modo, sus raíces profundizan y penetran en la espesa trama de una realidad conmovedora pero siempre buscando la esencia más auténtica del vocablo poético, del ethos popular, de los arcaísmos folclóricos, del frágil misterio de los iconos, creando geografías dolorosas, combinatorias con los diversos estados estratificados de la conciencia humana.

IX. Perspectiva universalista

La poesía es sin duda la más intraducible de las artes o, como remarcaba el poeta alemán expresionista Gottfried Benn: “la conciencia se forma en las palabras, la conciencia trasciende por las palabras”. Por ello, el empleo de la aliteración, de versos rimados, de paralelismos, antítesis, alegorías en toda la poesía ucraniana presenta una dificultad técnica que si bien en ocasiones limita las motivaciones seleccionadoras, ofrecen al traductor una gratificante tarea de recreación que esperamos se transmitan al lector en toda su esencia y musicalidad primigenia.

Con esta antología, que no pretende ser cronológica o exhaustiva aunque sí de un rigor universalista, se intenta acercar por primera vez al lector hispano-parlante una parcela ínfima pero fundamental de la lírica ucraniana, con la perspectiva de llenar un vacío literario dentro del nuevo ámbito pluralista europeo. Por una cuestión de síntesis se ha optado, salvo en el caso de un par de inevitables excepciones, por la poesía escrita en Ucrania, dejando para otra ocasión la abultada obra producida en el exilio. De ahí que como toda selección de características similares ésta también se permita deja nombres en blanco, involuntario descuido sólo atribuible al prurito estético del compilador. Vaya, finalmente, mi sincero agradecimiento a todos aquellos que han hecho posible esta cruzada poética, en especial a José María Amado y los hacedores de LITORAL, por su incondicional entrega; a Yuri Kochubey, por su amplitud de criterios; a Fernando Ainsa, por su disponibilidad y a Oleg Chornohuz, por sus beneficiosas gestiones.

Iury Lech Barcelona, 1992, Litoral, nº 197/198, (1993), pp. 12-21.

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