lunes, 12 de noviembre de 2018

Entrevista a Leopoldo Azancot (Pueblo Literario, 14 de mayo de 1978)


El crítico y el novelista
Leopoldo Azancot
A un año de la aparición de La novia judía, su primera y hasta ahora única novela, sigue siendo noticia: prohibida en Argentina por su indudable caga «subversiva», y excluida de las deliberaciones de los Premios de la Critica par la condición de tal de su autor, sus ediciones se suceden a pesar del desdén editorial, más interesado, a la que parece, en Palominos, Vizcaínos y Ginorellas. Pero éstos son impedimentos mandarinescos que no hacen sino añadir atractivos del libro y a la figura independiente de su autor.
Nacido en Sevilla a mediados de los años treinta y descendiente de judíos tangerinos convertidos al cristianismo, a fines del siglo pasado, Leopoldo Azancot constituye un caso insólito en la especie literaria española. Hombre tan culto como reservado, tan tímido como contundente, ha esperado a los cuarenta años para publicar una novela que venía incubándose desde quince años atrás. Y los resultados no han podido ser más positivos, de novia judía» ha sido edificada por algún critico como una de las mejores novelas escritas en castellano dormite el último siglo. Pero su éxito no se detiene en las apreciaciones de la crítica, ni cesa en el interés de los lectores.
Precisamente en estos momentos están en marcha la versión al inglés —en los USA—, al francés —por el mismo traductor de Aleixandre, para Gallimand— y al polaco, y al rodaje de uno película dirigida por Luis Revenga. Entre medias, le han sido otorgados el premio Reseña a la obra más renovadora del panorama cultural español de 1977 y el premio Zigurath como mejor novela publicada en lengua castellana durarte el mismo periodo.
«Como novelista, empecé a respirar a la muerte de Franco»
PREGUNTA. – Tu carrera como escritor de ficción surge precisamente con el fin formal del franquismo. Como supongo que este dato no obedecer a la simple curiosidad, ¿qué significado tiene para ti?
RESPUESTA. — La creación literaria o artística sólo es posible en el ámbito de la libertad. Y, por tanto, resulta incompatible con una dictadura. Se me argüirá que aun en el seno de la peor dictadura cabe preservar la libertad interior; pero a esto yo contestaría que la interioridad del hombre no es un comportamiento estanco y que dicha libertad interior resulta siempre precaria e insuficiente para realizar en plenitud una obra de vasto aliento, como una novela. En cuanto novelista, yo sólo he empezado a respirar a la muerte de Franco: sentí como si me quitaran una losa de encima, comprendí que en adelante escribir novelas me sería extremadamente fácil —de golpe, establecí el proyecto de las diez novelas que escribiré en los próximos diez años.
«El sionismo, un problema de supervivencia»
P.-Se ha afirmado que tu novela es doblemente heterodoxa; rescata una tradición cultural maldita y lo hace a través de textos proscritos o apócrifos que no son los sacralizados ¿Además de revancha frente a la España intolerante que cercenó aquel miembro de sí mismo que era la España judía, lo es también frente al mundo judío establecido, frente al sionismo?
R.—En el judaísmo no hay nada semejante a una Iglesia, con sus jerarquías y sus dogmas. La ortodoxia así nace de la tradición —una tradición que acepta los contradicciones en su seno— y del consenso —lo que la comunidad opina en un momento dado—, y, por consiguiente, las fronteras entre ortodoxia y heterodoxia son borrosas y cambiantes. 
Frente al sionismo mi postura es muy clara: para mí no se trata de una cuestión intelectual o ética, sino de un problema de supervivencia. Israel debe permanecer con las máximas garantías de seguridad. Cueste lo que cueste.
«La represión intelectual y la sexual van siempre unidas»
P.—Tus planteamientos eróticos en La novia judía, que reivindican la androginia como modelo límite de subversión, han escandalizado a diestra y siniestra. Además de reivindicar aquella España plurirracial, en la que erotismo y religión no eran términos excluyentes, ¿consideras que la represión de la inteligencia y del sexo van siempre de la mano?
R.—Yo debo de ser subversivo por naturaleza, pues nada de lo que digo en La novia judía —que indudablemente ha escandalizado a muchos, como me prueban conversaciones, ciertas críticas y una divertidísima correspondencia recibida por mí al respecto— me parece que apunte hacia la subversión. Me sirvo del tema de la androginia como hipótesis de trabajo, a partir de la cual estudiar de manera nueva el sexo, y como modelo que amplia nuestro horizonte vital.
Al margen de esto, pienso que la represión intelectual y la sexual van siempre unidas, quizá porque ambos ámbitos —el erótico y el de la inteligencia— configuran el reino de la libertad. ¿No has advertido que la gente enloquece cuando las coacciones exteriores, uno vez interiorizadas, le impiden ser libre sexualmente, ser fiel a la forma de su deseo? La dictadura militar argentina no se ha equivocado, por consiguiente, al prohibir mi novela.
P.—Indudablemente, tu nóvela aparece estrechamente vinculada a la visión del mundo que nos aporta la narrativa judía universal. ¿Cuáles serían, a tu juicio, los rasgos distintivos de esta narrativa específicamente judía y tu aportación y coincidencias?
R.—La novia judía tiene relación con la narrativa judía moderna, sólo en tanto en cuanto esa narrativa y mi novela dependen de modelos literarios judíos antiguos. Los profesores de Semíticas de la Universidad Complutense, con los que he tenido una reunión de estudio sobre La novia judía, me han hablado de 1a presencia en ésta de rasgos de te literatura rabínica y de las magamas medievales. ¡Ah! La escena del dibbuk, en la primera novela de Singer, quizá sea el origen de todo mi libro. Para terminar: yo creo que lo que determina mi inserción en la tradición judía es, más que las formas literarias, ciertos modos de pensar estrictamente hebraicos, que me son connaturales.
«La novela andaluza posterior a la guerra civil es superior a la poesía»
P.—Por otra parte, tu novela es susceptible de ser inscrita en el ámbito de la cultura andaluza, en una actualización del barroco a través de una escritura narrativa moderna y actual. Insistiendo en esta dirección, ¿qué característica señalarías tú como definitoria de la cultura andaluza?
R.—La novia judía no es una novela andaluza. Tampoco es una novela barroca —a no ser que demos validez a la para tal espuria dicotomía entre clásico y barroco; pienso que barroco es una categoría histórica sin vigencia en nuestro tiempo—. Yo, en cambio, me siento profundamente andaluz. Tal vez, porque en Andalucía pervive de alguna manera la herencia del judaísmo y del Islam —me considero, obvio es decirlo, incompatible con el llamado «espíritu tradicional español»—. Por lo que respecta a la cultura andaluza: lo que la diferencia de las restantes peninsulares es que en ella pervive el eco de otras muchas, antiquísimas, lo cual la confiere una libertad admirable.
P.—Tradicionalmente, la novela andaluza no ha estado a la altura de la poesía andaluza. Se ha llegado Incluso a afirmar —con esa proclividad tan nuestra para el dogma— que el género narrativo era incompatible con el carácter andaluz. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, los novelistas andaluces parecen más boyantes que los poetas.
R.—Efectivamente, en la actualidad la situación aparece invertida: la novela, andaluza posterior a la guerra civil es superior a la poesía escrita en el mismo periodo. Caballero Bonald y Grosso —el Grosso de Guarnición de silla y Florido mayo— no tienen parejos en el campo de la lírica, hoy por hoy. Me parece, sin embargo, que se está esbozando un renacimiento poético andaluz. Y no hay que olvidar que Caballero Bonald es tan buen poeta como novelista.
La poesía, un vicio solitario
P.—Aunque has publicado algún poema suelto, por lo visto todavía no ha llegado el momento oportuno para tu presentación como poeta. Adelantándome a los acontecimientos, me gustarla conocer tu concepción de la escritura poética, tus preferencias como lector, y pedirte un breve diagnóstico sobre la situación de la poesía española.
R.—Yo descubrí la poesía a los dieciocho años, gracias a Rilke, Y de inmediato empecé a escribir poemas. Tras veinte o treinta de éstos muy marcados por el autor de los Sonetos a Orfeo, encontré mi voz propia, y pronto tuve material para un libro. No hice nada para publicarlo, sin embargo, porque ya entonces me encontraba frente a un problema que aún no he resuelto: cómo escribir poesía épica (narrativa), moderna y personal. En este sentido, el paso más avanzado que di hasta ahora fue un poema largo que apareció en «Informaciones» hace tres años. Mi interés por Segalen —a quien, como sabes, he traducido— se debe a que, en buena parte y a su manera, él logró resolver el problema en cuestión.
La poesía que se hace hoy en España me parece excesivamente dependiente del pasado inmediato —esa generación del 27, que, a escala Intencional, no es tan grande como se nos quiere hacer creer—. En los mejores casos —Bousoño, Brines, Caballero Bonald—, se trata de una poesía muy bella, muy bien hecha, pero limitada. Siguen faltando aquí poetas, como Jouve o Char, como Trakl o Celan, como Biely o Blok, de los que esperar iluminaciones. De cara al futuro, yo destacaría a Gamoneda, un poeta insólito, en el que la pasión verbal, exasperada, hace estallar el espejo del mundo en mil pedazos, en mil imágenes sin precedentes.
«La literatura española carece de ideas»
Culto, inteligente, agudo, contundente. Casi dos décadas en el ejercido militante de la crítica avalan la autoridad de sus Juicios. Miembro de la Asociación Internacional de Críticos literarios y del Jurado de los Premios de la Crítica. Traductor de Segalen y editor de la poesía de Cirlot, su agudeza analítica —de la que son testigos semanales los lectores de este suplemento— y su conocimiento puntual de las literaturas extranjeras le sitúan en una posición privilegiada para la valoración rigurosa y sin chauvinismos de nuestra producción literaria. 
R.—A partir del siglo XVIII, la literatura española se ha caracterizado globalmente por su ausencia de ideas, y esto es lo que la diferencia de la europea, Durante casi cuatrocientos años, aquí se ha confundido literatura con retórica: se creía que hacer literatura era decir lo de siempre —ideas podridas y sin vida—, pero de diverso modo. El conformismo vital ha impedido, además, que el escritor se abocara a experiencias interiores de alguna entidad: ningún Nerval. Aquí —«suspirillos germánicos», todo lo más—, ha habido que esperar a la aparición de algunos poetas de nuestro siglo —Lorca, Cernuda, el último Juan Ramón, Juan Eduardo Cirlot—, para que la situación empezara a cambiar. En el momento actual existen las condiciones necesarias para que la homologación entre la literatura española y la literatura europea y norteamericana se produzca, para eliminar él secular atraso de la española; pero no nos engañemos, esto aún no se ha producido.
P.— En tu labor crítica se aprecia una continua atención a géneros habitualmente despreciados como subgéneros: la ciencia-ficción, la novela policíaca, la literatura fantástica…¿A qué se debe, en tu opinión, la poca fortuna de este tipo de literatura entre nosotros?
R.— La chusma ilustrada ha creído, tradicionalmente, que literatura es sinónimo de aburrimiento. De aquí, la condena de parcelas tan importantes de la literatura, como la fantástica, la SF, etc. En España, el problema se agrava, debido a que la desconfianza de la Iglesia frente a la imaginación ha sido heredada por todo tipo de reformistas y revolucionarios —entre los que siempre abundaron los curas á rebours ¿No te has dado cuenta de que aquí se oscila siempre, entre la convicción de que la literatura no sirve para nada y la idea de que la literatura sólo debe servir para una cosa —libertar al proletariado, por ejemplo—, que alguien, dogmáticamente, se encarga de detonar? El pueblo —los no «ilustrados»—, en cambio, siempre han tenido gusto por la literatura imaginativa; gusto que ha tenido que satisfacer con productos ínfimos —folletines pliegos de cordel, etc.— debido a que los escritores «cultos» no condescendían a apearse de su vaciedad aburrida. 
P.—Función de la literatura.
R.— Creo que son varios las funciones de la literatura. Ante todo hacer acceder a una trascendencia específicamente humana. Luego, sacar a la luz zonas ocultas de nuestra conciencia y revelar las infinitas virtualidades del hombre. Por último, dar acceso al mundo de lo imaginario, que es uno de los más importantes en el sistema de la libertad. 
«Los escritores como Cela y Torrente me enferman»
Hablamos de la literatura española de posguerra, y le pregunto por su juicio o interés como crítico y como autor, respecto a esta época literaria.
R. —El balance de la literatura dé éstos cuarenta últimos años es negativo si se toma como punto de referencia la producida en los cuarenta años precedentes. Para mí, lo más válido del periodo franquista es la obra y la figura de dos hombres: Juan Gil-Albert y Juan Eduardo Cirlot. Quiero señalar, no obstante, como algo positivo el hecho de que durante estos cuatro últimos decenios se sentaran las bases de una novelística; la novela española no ha existido con posterioridad al barroco, a pesar de la existencia de novelistas aislados tan notables como Galdós.
P.—Y extendiendo la revisión al conjunto de la historia literaria española, ¿Qué zonas o autores interesan más y por qué?
R. —Me interesa, sobre todo, la literatura de la Edad Media. También la renacentista y la barroca —aunque en ellas me siento con frecuencia incomodo: él «espíritu tradicional (reaccionario) español» me histeriza (Lope, Quevedo)—. Del XVIII y del XIX no acostumbro a leer nada. Del XX, Lorca, Cernuda, la prosa de Juan Ramón Jiménez, el teatro y las últimas novelas de Valle-Inclán, Gil-Albert, Cirlot y poco más. Los escritores como Cela y Torrente Ballester me enferman, y también los pseudovanguardistas de última hora.
P.—¿Cómo definirías la figura del intelectual? 
R. —Yo no sé quiénes son los intelectuales. ¿Acaso los novelistas, los poetas o los filósofos cuando hablan o escriben de algo que escapa del marco de su especialidad? ¿Los que han recibido un barniz universitario? ¿Los que han leído más de diez ensayos o alguna obra de... (bueno, omitamos el nombre).
«Me interesan los malditos, porque todavía no han sido pasto de tontos»
P.—Tu labor de critico denota cierto gusto por los malditos...
R. —Me intereso por los escritores que llamas malditos par dos razones: porque si no han logrado la notoriedad merecida es a causa de que sus respectivas obras se distancian de las «oficializadas» en el sentido de la profundidad; porque esas obras, al no haber sido aún pasto de tontos me permiten mantener con ellas una relación directa, más gratificadora. Yo, que admiraba mucho a Bataille, no puedo leerlo ahora sin que entre el texto y mis ojos se interpongan los rostros de algunos de sus turiferarios oficiales. ¡Una experiencia que no deseo a mi peor enemigo!
P.—¿Qué virtualidades encuentras en este tipo de autores? ¿Quiénes serían,  a tu juicio, los malditos españoles de ayer y hoy?
R. —Ningún escritor es maldito en sí: lo hace maldito la sociedad de su tiempo. Por lo común, es un escritor que va por caminos no frecuentados por el resto y que no sabe o no quiere facilitar al lector las indicaciones que le permitirían comprender de dónde viene y hacia dónde marcha. Un escritor maldito de hoy podría ser, por ejemplo, aquel que, reaccionario políticamente, abordara una indagación espiritual inédita. Nunca, en cambio, un marxista, un freudiano o un neodemócrata podría acceder a la condición de tal.
Para que exista un escritor maldito hace falta una cierta tolerancia de la sociedad, y desde 1492 —salvo en lapsos breves e insuficientes— aquí no la ha habido. Los malditos, pues, hay que buscarlos en el exilio: Delicado, Blanco White. Por otra parte, la presión de la Iglesia española era tan feroz, que polarizaba por completo las energías mentales de todos, aun después de haber perdido parcialmente aquélla su poder omnímodo, y no es con anticlericalismo, ni con clericalismo de signo invertido o no, con lo que se hace un escritor maldito.
«Taller de Cultura», una revista pluralista, antidogmática, exaltadora de la libertad 
Desde hace tres meses, Leopoldo Azancot trabaja intensamente en la preparación y lanzamiento de una revista cultural nueva, con un equipo en el que estoy como redactor-jefe, y Luis Suñen, como coordinador. Mi charla con Leopoldo Azancot se desarrolla en su despacho de director de Revista de Cultura. La sede de la revista se encuentra en un cómodo y silencioso edificio decimonónico, en el número 5 de la calle Jovellanos, frente al teatro de la Zarzuela. La entrevista se ve interrumpida, de vez en cuando, por las llamadas telefónicas, y, con menos frecuencia, por las consultas de su equipo. El número 1 y está a punto de salir a la calle, y la actividad que se detecta en la Redacción revela el nerviosismo del primer parto. Pero a la hora de hablar de la revista, Leopoldo prefiere que estén todos presentes y aporten su punto de vista quienes con él comparten responsabilidades. 
R.—Si queremos que la democracia se afiance, es preciso extenderla al campo de lo cultural. «Taller de Cultura», modestamente, aspira a ello. Será, por tanto, una revista pluralista, antidogmática, exaltadora de la libertad, no manipulada políticamente. Una revista que, sin renunciar a la necesaria jerarquización de los hechos culturales, no se sirva para realizar ésta de criterios extraculturales. Una revista abierta a la disensión civilizada, dominada por el espíritu crítico, sabedora de que no existen verdades absolutas —excepto, si se quiere, en el ámbito de lo estrictamente personal—. Una revista, en fin, donde la convivencia se rija por unas intangibles reglas de juego, donde no se dé cabida a totalitarismos, mentales o no, de ningún signo: el punto de confluencia y la plataforma de aquéllos para, quienes la democracia, el respeto del otro y de sus ideas no son meras palabras.
Durante la conversación surge el tema del PEN Club, tan contestado en el momento de su reconstitución, después de estar cuarenta años prohibido. Y con el tema, la noticia del próximo Congreso Internacional en Estocolmo, al que asistirá una delegación de la Junta directiva provisional del PEN español. Leopoldo es uno de los elegidos y debo tener ciertos ideas doras sobre la funcionalidad de este organismo y las tarcas más urgentes a desarrollar por el PEN respecto a nuestra cultura.
R.—Debido a su corta existencia. el PEN aún es prácticamente nada. Yo creo que puede servir para representar a los escritores españoles en el extranjero —durante los últimos cuarenta años hemos estado comunitariamente ausentes del mundo—, para vigilar el respeto a la libertad intelectual en el marco de la democracia, para establecer lazos de unión entre los escritores en el plano intelectual —para asegurarlos en otros planos resulta imprescindible la creación de un sindicato, o la potenciación de la Asociación ya existente, a más del apoyo parlamentario de los partidos. 
«Mi segunda novela será política»
¿Quién entre los lectores de La novia judía no se ha preguntado en alguna ocasión qué rumbo seguirá la segunda novela de Leopoldo Azancot? O sea, que volvemos al principio, a la novela, a la obra en curso de este autor.
R.—Mi segunda novela —que, de no ser por «Taller de Cultural», ya estaría terminada— será una novela política sobre loa primeros meses de la guerra civil. De corte realista atenderá a mostrar las motivaciones profundas de la derecha con respecto al Alzamiento, a explicar la crisis de algunos falangistas frente a la evolución política de aquellos momentos, a sacar a luz la diversidad de corrientes y opciones vitales existentes en un bloque —el derechista— que se tiende a considerar, equivocadamente, como monolítico. Yo quisiera acertar a mezclar en ella lo individual y lo colectivo, lo histórico y lo imaginarlo, lo objetivo y lo subjetivo. Yo quisiera, en fin, hacer más comprensible aquel periodo, romper la costra de malentendidos y tópicos que lo envuelve, revelar algunas de las razones desdeñadas o ignoradas de su insoportable dramatismo.
Ernesto Escapa, Pueblo Literario, 14 de mayo de 1978

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