martes, 6 de noviembre de 2018

Conversación con Eduardo Haro Ibars (Pueblo literario, 28 de diciembre de 1978)


Conversación con Eduardo Haro Ibars 
(Premio Puente Cultural)
El nombre de Eduardo Haro Ibars es siempre relacionado con todo lo que significa marginación. En estos momentos, en los que «problemas» como el da la droga o la homosexualidad están en constante debate, su participación en coloquios y conferencias es, por decirlo de alguna manera, exigida. Esta faceta, en lo que a su escritura se refiere, unida a la de observador de la música popular, se ha visto plasmada en libros de información como «De qué van las drogas», y «Gay Rock». Por otra parte, sus artículos, ensayos, cuentos y poemas aparecen de continuo en diversas publicaciones: «El Viejo Topo», «Triunfo», «Zikkurath», «Cuadernos hispanoamericanos». Diremos para finalizar esta breve introducción, que a raíz de su libro de poemas «Pérdidas blancas» —recién publicado—, obtuvo el premio de poesía Puente Cultural 1976.
CANSINOS.—Sabemos que eres un escritor autodidacta, y que como tal tus primeros lecturas tuvieron que marcar tu orientación literario, e incluso vital, posterior. ¿Qué fue lo primero que te interesó de lo literatura?
HARO IBARS.—Mis lecturas han ido desde Oscar Wilde hasta los postistas españoles, naturalmente, leyendo sólo la que me ha parecido razonable. Pero concretándome a tu pregunta, diré que uno de mis primeros contactos con la literatura, cuando tenía doce o trece años, fueron las vanguardias de principios de siglo, sobre todo las francesas. Posteriormente me interesó mucho la literatura beat y la ciencia-ficción.
C.—¿Qué es lo que te impulsó a leer la literatura de vanguardia?
H.I.—Por lo general, toda vanguardia es una agrupación que rompe violentamente con lo anterior. Así lo hicieron las vanguardias europeas de los años diez. Me interesaba su espíritu revolucionario, su ruptura con el pensamiento burgués... Otra de las razones que me impulsaron a leerlas es el hecho de que no cultivaran las formas habituales de lenguaje.
C.—Lo que te voy a preguntar ahora se sale un poco del marco de la entrevista, pero creo que es curioso. ¿Cómo contactaste con las vanguardias? Está muy claro que, dadas las circunstancias políticas de España durante tu infancia, no te debió ser muy fácil encontrar esas lecturas.
H.I.—Mi conocimiento de las vanguardias es debido, más que nada, a la casualidad. Mi abuelo fue contemporáneo de ellas y, naturalmente, reunió una biblioteca inmensa sobre el tema. Allí leí a los futuristas italianos, a Apollinaire, a Tristan Tzara, o Ramón Gómez de la Serna, cosas de la «Revista de Occidente» en su primera época, de Cervantes... Uno no es hijo de una elección, sino de unas circunstancias, dentro de las cuales después se elige. En este caso la circunstancia fue la biblioteca de mi abuelo.
C.—¿Crees que ahora, en 1978, se puede hablar de vanguardia?
H.I.—No creo que ahora se pueda hablar de vanguardia ni de ningún movimiento literario. Ha habido intentos. Por ejemplo, en el año 68 tratamos de crear un movimiento algunos de los que por aquel entonces íbamos al café Lión, de la calle de Alcalá. En «Papeles de Son Armadans» hicimos un manifiesto que llamamos «Breve historia del underground madrileño». Con él queríamos dar pie a un movimiento vital más que nada relacionado con la escritura, la música, la psicodelia... Fue un manifiesto muy breve y hecho de un modo apresurado. Era un movimiento que respecto a su identidad cultural iba bastante atrás: iba más atrás del surrealismo, conectando con vanguardias como el ultraísmo o como el futurismo. Además, estaba rodeado de un matiz gay. Todo lo recuperó Mariano Antolín y ha sido estudiado posteriormente, en un extraño hecho de mistificación literaria, en  «Papeles de Son Armadans». Este intento tuvo su continuidad en los años 73-74 en «La nova expressión narrativa española» que añadía influencias de la literatura anglosajona: Blake, Joyce, Burroughs...
C.—¿Recuerdas los nombres de los que componen este movimiento? 
H.I.—Sí, claro. El citado Mariano Antolín, Alfonso Español, Senosiain Erro, Asís Calonge, Álvarez Flórez... Hay un artículo de un profesor americano, Argysias Courage, que estudia los puntos en común de todos.
C.—¿Por qué fracasó aquello?
H.I.—Mariano Antolín y yo hicimos un manifiesto que no se publicó porque me escindí del grupo. Yo no reconocía, ni reconozco ahora, la influencia única de la literatura anglosajona en aquel movimiento. Esto creó ciertas diferencias ya que, como te he dicho antes, pienso que, además de esa influencia, había otra de las vanguardias de principios de siglo.
C.—Ya has dicho que ahora no se puede hablar de ningún movimiento literario en especial. ¿Qué es lo que sucede entonces?
H.I.—Hay individualidades, amigos y no amigos. Por ejemplo, una serie de gentes trabajamos juntos bajo el denominador común de que a todos nos gusta la ciencia-ficción, pero no hay unas conexiones evidentes de grupo. Somos amigos y charlamos.
C.—Háblanos un poco de tu libro de poemas «Pérdidas blancas».
H.I.—Es un libro oportunista hecho para ganar un premio, porque es difícil que nadie publique poesía en este país de otro modo. «Pérdidas blancas» tiene un denominador común muy claro, que es la expresión de una sexualidad considerada perversa: la homosexualidad.
C.—¿Qué es lo que te planteas al escribir un poema?
H.I.—Al escribir un poema trato de conseguir, con palabras e imágenes lo que otros consiguen con música. Se me plantea un problemas: si me atengo a las fórmulas clásicas o modernistas de poesía rimada, supeditó la expresión poética a la expresión sonora… y no me interesa. No trato de crear un ritmo de sonido, sino de sentido. Me interesa el ritmo de significado de lo que se está diciendo; en eso me remonto a la «Biblia», al «Libro de Job», por ejemplo.
C.—¿Respecto a tu trabajo en Prensa?
H.I.—No creo que haya una diferencia fundamental entre el lenguaje de Prensa y el de poesía. Simplemente trato de expresarme, de contar unas historias. Es diferente el medio, pero la labor es la misma. Es una labor de expresión más que de creación. No soy un creador, es más, no creo que haya creadores, simplemente utilizo unos elementos que ya están y que son las palabras.
C.—Volviendo al tema de antes de la relación poesía y música, en el 76 llevaste a cabo la experiencia de intentar aunar poesía y rock, cuando actuabas en «pubs» y cafés-bar con el grupo Gelatina Dura —actualmente Los Drugos ¿Qué te indujo a ello?
H.I.—En este momento, la expresión poética reducida al marco del libro es insuficiente. Hay otras formas de expresión más populares y vivas. Por otra parte, tengo que decir que el intento no es nuevo —siempre pienso en la frase de David Johansen: «Si Rimbaud viviera hoy no sería poeta, sino cantante de rock»—. Lou Reed y Jim Morrison —en su LP «Absolutely Live» así se ve— ya lo hicieron en cierta manera. En el año 78 yo recitaba poemas acompañado musicalmente del grupo Gelatina Dura. Mi propósito era unir esos dos medios de expresión, poesía y rock, y que de esa unión saliese un elemento nuevo. La cosa se vino abajo por razones extraprofesionales... pero creo que debe seguir intentándose.
Rafael M. CANSINOS, Pueblo Literario, 28 de diciembre de 1978.  

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