Conversación
con Eduardo Haro Ibars
(Premio
Puente Cultural)
El
nombre de Eduardo Haro Ibars es siempre relacionado con todo lo que significa
marginación. En estos momentos, en los que «problemas»
como el da la droga o la homosexualidad están en constante debate, su
participación en coloquios y conferencias es, por decirlo de alguna manera,
exigida. Esta faceta, en lo que a su escritura se refiere, unida a la de
observador de la música popular, se ha visto plasmada en libros de información
como «De qué van las drogas», y «Gay Rock». Por otra parte, sus
artículos, ensayos, cuentos y poemas aparecen de continuo en diversas
publicaciones: «El Viejo Topo», «Triunfo», «Zikkurath», «Cuadernos
hispanoamericanos». Diremos para finalizar esta breve introducción, que a
raíz de su libro de poemas «Pérdidas
blancas» —recién publicado—, obtuvo el premio de poesía Puente Cultural
1976.
CANSINOS.—Sabemos
que eres un escritor autodidacta, y que como tal tus primeros lecturas tuvieron
que marcar tu orientación literario, e incluso vital, posterior. ¿Qué fue lo
primero que te interesó de lo literatura?
HARO
IBARS.—Mis lecturas han ido desde Oscar Wilde hasta los postistas españoles,
naturalmente, leyendo sólo la que me ha parecido razonable. Pero concretándome
a tu pregunta, diré que uno de mis primeros contactos con la literatura, cuando
tenía doce o trece años, fueron las vanguardias de principios de siglo, sobre
todo las francesas. Posteriormente me interesó mucho la literatura beat y la ciencia-ficción.
C.—¿Qué
es lo que te impulsó a leer la literatura de vanguardia?
H.I.—Por
lo general, toda vanguardia es una agrupación que rompe violentamente con lo
anterior. Así lo hicieron las vanguardias europeas de los años diez. Me interesaba
su espíritu revolucionario, su ruptura con el pensamiento burgués... Otra de
las razones que me impulsaron a leerlas es el hecho de que no cultivaran las
formas habituales de lenguaje.
C.—Lo
que te voy a preguntar ahora se sale un poco del marco de la entrevista, pero
creo que es curioso. ¿Cómo contactaste con las vanguardias? Está muy claro que,
dadas las circunstancias políticas de España durante tu infancia, no te debió
ser muy fácil encontrar esas lecturas.
H.I.—Mi
conocimiento de las vanguardias es debido, más que nada, a la casualidad. Mi
abuelo fue contemporáneo de ellas y, naturalmente, reunió una biblioteca inmensa
sobre el tema. Allí leí a los futuristas italianos, a Apollinaire, a Tristan Tzara,
o Ramón Gómez de la Serna, cosas de la «Revista
de Occidente» en su primera época, de Cervantes... Uno no es hijo de una
elección, sino de unas circunstancias, dentro de las cuales después se elige.
En este caso la circunstancia fue la biblioteca de mi abuelo.
C.—¿Crees
que ahora, en 1978, se puede hablar de vanguardia?
H.I.—No
creo que ahora se pueda hablar de vanguardia ni de ningún movimiento literario.
Ha habido intentos. Por ejemplo, en el año 68 tratamos de crear un movimiento
algunos de los que por aquel entonces íbamos al café Lión, de la calle de
Alcalá. En «Papeles de Son Armadans»
hicimos un manifiesto que llamamos «Breve
historia del underground madrileño». Con él queríamos dar pie a un
movimiento vital más que nada relacionado con la escritura, la música, la psicodelia...
Fue un manifiesto muy breve y hecho de un modo apresurado. Era un movimiento que
respecto a su identidad cultural iba bastante atrás: iba más atrás del surrealismo,
conectando con vanguardias como el ultraísmo o como el futurismo. Además,
estaba rodeado de un matiz gay. Todo lo recuperó Mariano Antolín y ha sido estudiado
posteriormente, en un extraño hecho de mistificación literaria, en «Papeles
de Son Armadans». Este intento tuvo su continuidad en los años 73-74 en «La nova expressión narrativa española»
que añadía influencias de la literatura anglosajona: Blake, Joyce, Burroughs...
C.—¿Recuerdas
los nombres de los que componen este movimiento?
H.I.—Sí,
claro. El citado Mariano Antolín, Alfonso Español, Senosiain Erro, Asís Calonge, Álvarez Flórez... Hay un artículo de un profesor americano, Argysias Courage,
que estudia los puntos en común de todos.
C.—¿Por
qué fracasó aquello?
H.I.—Mariano
Antolín y yo hicimos un manifiesto que no se publicó porque me escindí del
grupo. Yo no reconocía, ni reconozco ahora, la influencia única de la
literatura anglosajona en aquel movimiento. Esto creó ciertas diferencias ya
que, como te he dicho antes, pienso que, además de esa influencia, había otra
de las vanguardias de principios de siglo.
C.—Ya
has dicho que ahora no se puede hablar de ningún movimiento literario en
especial. ¿Qué es lo que sucede entonces?
H.I.—Hay
individualidades, amigos y no amigos. Por ejemplo, una serie de gentes
trabajamos juntos bajo el denominador común de que a todos nos gusta la
ciencia-ficción, pero no hay unas conexiones evidentes de grupo. Somos amigos y
charlamos.
C.—Háblanos
un poco de tu libro de poemas «Pérdidas
blancas».
H.I.—Es
un libro oportunista hecho para ganar un premio, porque es difícil que nadie
publique poesía en este país de otro modo. «Pérdidas
blancas» tiene un denominador común muy claro, que es la expresión de una
sexualidad considerada perversa: la homosexualidad.
C.—¿Qué
es lo que te planteas al escribir un poema?
H.I.—Al
escribir un poema trato de conseguir, con palabras e imágenes lo que otros
consiguen con música. Se me plantea un problemas: si me atengo a las fórmulas
clásicas o modernistas de poesía rimada, supeditó la expresión poética a la
expresión sonora… y no me interesa. No trato de crear un ritmo de sonido, sino
de sentido. Me interesa el ritmo de significado de lo que se está diciendo; en
eso me remonto a la «Biblia», al «Libro de Job», por ejemplo.
C.—¿Respecto
a tu trabajo en Prensa?
H.I.—No
creo que haya una diferencia fundamental entre el lenguaje de Prensa y el de
poesía. Simplemente trato de expresarme, de contar unas historias. Es diferente
el medio, pero la labor es la misma. Es una labor de expresión más que de
creación. No soy un creador, es más, no creo que haya creadores, simplemente
utilizo unos elementos que ya están y que son las palabras.
C.—Volviendo
al tema de antes de la relación poesía y música, en el 76 llevaste a cabo la
experiencia de intentar aunar poesía y rock, cuando actuabas en «pubs» y cafés-bar con el grupo Gelatina
Dura —actualmente Los Drugos— ¿Qué te indujo a
ello?
H.I.—En
este momento, la expresión poética reducida al marco del libro es insuficiente.
Hay otras formas de expresión más populares y vivas. Por otra parte, tengo que
decir que el intento no es nuevo —siempre pienso en la frase de David Johansen:
«Si Rimbaud viviera hoy no sería poeta,
sino cantante de rock»—. Lou Reed y Jim Morrison —en su LP «Absolutely Live» así se ve— ya lo
hicieron en cierta manera. En el año 78 yo recitaba poemas acompañado
musicalmente del grupo Gelatina Dura. Mi propósito era unir esos dos medios de expresión, poesía y rock, y que de esa unión saliese un elemento nuevo. La cosa
se vino abajo por razones extraprofesionales... pero creo que debe seguir intentándose.
Rafael
M. CANSINOS, Pueblo Literario, 28 de
diciembre de 1978.
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