Los libros de Jose María Gironella fueron auténticos best-sellers en la España durante los cincuenta, sesenta y setenta. Un millón de muertos, Los cipreses creen en Dios tuvieron ediciones largísimas. El planteamiento del tema de la guerra civil, más allá de la división entre vencedores y vencidos, le granjearon una gran fama durante aquellos años. Dentro de su labor editorial Gironella realizó, en 1969, una encuesta que, vista al día de hoy, mantiene su interés en tanto que refleja ciertas tendencias y líneas de cambio ideológico y religioso en el país durante el tardo-franquismo: 100 españoles y Dios.
Dentro de esta encuesta se insertan las contestaciones de Cirlot. Estas condensan buena parte de las preocupaciones que, durante estos años, el poeta reflejó en sus colaboraciones en La Vanguardia: su sensación de otredad ante el mundo, su relación con la muerte, su interés por el estudio de los sueños, su preferencia por cierta cosmovisión de corte étnico o su desconfianza por el progreso tecnológico.
Es pues, un documento interesante para el estudio del poeta y simbólogo español.
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Es pues, un documento interesante para el estudio del poeta y simbólogo español.
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¿Cree usted en Dios?
LAMENTARÍA que se tomara mi respuesta como evasión, paradoja
o juego. Sí y No. No y Sí. Este conflicto es la base de mi actividad
intelectual, acaso. Admito que, incluso, el conflicto sea doble: debido a la
imposibilidad psicológica de decidir; y también motivado por una duplicidad de formación
(la española tradicional, la del colegio de los Padres Jesuítas donde estudié
el bachillerato, y la de mis inacabables y libres lecturas que me llevan hacia
cierto deísmo. Agrego una tercera influencia: la de un ambiente cada vez menos
religioso: el cine, la prensa, la opinión de la mayoría de personas con que
trato, etc.). De otro lado, sé que habré de decidir un día. Seguro que me
inclinaré por el sí, más por sentir la presión de lo ignoto como terrible que
por idea de Dios, aunque, en mi vida, he sentido esa idea en rarísimas
ocasiones (cuando escribí el poema Cordero del abismo, hacia 1946; y en un sueño en que ascendía verticalmente a
través de nubes grises, de hace unos 6 a 8 años).
¿Cree usted que hay en nosotros algo que sobrevive a la
muerte corporal?
Dada mi dramática duplicidad, que declaro con franqueza, deberé creer (en el
sentido de Unamuno) y a la vez no creo. Es decir, no creo en el alma personal que
trascienda, ni tampoco en la transmigración. Más bien, imagino que la
discontinuidad de los seres es sólo aparente y que la totalidad en el espacio tiempo
hace que existamos siempre, en cierto modo, o, mejor, de ciertos modos. Modos
que prefiero no comentar. Pues, siguiendo a William Blake, a veces imagino que
nos esperan terribles cosmogonías futuras con dolores inauditos que ni presentir
podemos. Otras veces, con Teilhard de Chardin, imagino un camino ascendente
evolutivo hacia la Espiritualización del cosmos. Estampas coherentes son las
agujas de las catedrales góticas y los cohetes de la actualidad. Queremos
ascender, es evidente. O me parece evidente. De otro lado, siendo la nada inexperimentable,
y no pudiendo un solo existente decir, tras el tránsito: «soy un muerto», la muerte no comunica con la vida, y, por tanto, lo que parece solución de continuidad puede
ser continuidad secreta. También ha de admitirse que la ciencia cada día se
ocupa más en nuestra problemática, aun sin proponérselo concretamente. Formas
de materia sutil pueden existir y ser emanadas por el moribundo, ya que no creo en energía sin materia, y espíritu es energía. Pero mis opiniones espontáneas son
limitadas y las someto a la objetividad del orden en que nací. Como antes decía,
si ahora fuera a morir, sé que diría ¡Dios mío!, a pesar de que me cuesta
imaginar cómo un Ser perfecto pudo crear una obra imperfecta (e innecesaria)
como el mundo, dada su plenitud.
¿Cree usted que Cristo era Dios?
Me remito a la primera pregunta, pues ésta es un
desdoblamiento de aquélla. Ahora bien, dentro de todas las religiones, el
cristianismo católico me parece la mejor. Y entre los fundadores de las mismas,
al margen de dilucidar, o de opinar, Cristo me parece inmensamente superior a
todos: Lao Tsé, Buda, Zarathustra, Mani, Mahoma. No debe olvidarse que el mismo
Jean-Jacques Rousseau dijo: «Debe convenirse en que la muerte de Sócrates fue
la de un hombre; pero la de Cristo fue la de un Dios» (cito de memoria).
¿Cree usted que el Concilio Vaticano II ha sido eficaz?
No puedo opinar. No lo he estudiado bastante. Ahora bien, sí
veo la evolución de la Iglesia. Sin pretender juzgarla, pues la respeto
demasiado para ello (aunque sólo fuera por el arte románico, cisterciense y
gótico, por los mártires, por los doctores y filósofos, por los místicos;
también admiro y sigo de más cerca, acaso, a los místicos del sufismo), apruebo
su actitud social, pero no la divulgadora de la misma en lengua vernácula. El
misterio, la magia, la universalidad, la eternidad, del latín, me harán añorar siempre las misas de mi
infancia.
¿A qué atribuye usted el hecho de que la Iglesia
española se vea periódicamente perseguida por el pueblo de forma cruenta?
A varios hechos: bajera del pueblo, mezcla de moriscos y
otras razas en él, que le induce a odiar la natural situación de superioridad
de los magnates de la Iglesia (sobre todo en la leyenda). Con todo, la causa
principal es otra, la Iglesia predica la castidad. El pueblo (el español sobre
todo) sufre sexualmente —y no será el estéril «erotismo» actual el que resuelva
su problema y esto hace que muchos juzguen enemigo al sacerdote que aparta a la
mujer de una actitud más libre ante el goce y el contacto humano. Incluso al
margen de la sexualidad, a veces me ha parecido extraña la barrera «normal» que
separa entre ellos a todos los desconocidos, si realmente, somos hermanos.
¿En qué sentido cree usted que la Ciencia, la Técnica y
la Intercomunicación de los pueblos influirán sobre el tradicional sentimiento
religioso español?
Negativamente. Cuantas más soluciones reales, inmediatas,
lógicas existan, menos se acudirá al supremo auxiliador y a sus mediadores.
Además, Dios y la religión eran casi la única «explicación» del mundo. Ahora, o
se tiende a dar a la ciencia ese papel o se elimina el planteamiento de la cuestión
como seudoproblema. El hombre no puede pensarse «desde fuera», y, por tanto,
jamás sabrá lo que Gauguin preguntó en su famoso cuadro de los Mates del Sur:
«¿Quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos?» En el fondo, hay en mi algo
de gnóstico. Me aparto más de la ortodoxia por herejía, acaso, que por ateísmo.
No soy un cientifista (por tanto no me aplico, sino en parte, el hecho al que
respondo ahora). El gnóstico se cree siempre
extranjero en la tierra. Je suis d’ailieurs dice
Lovecraft y lo mismo opinaban los partidarios de esa doctrina que relega a Dios
a una esfera remota e inconocible para no atribuirle la responsabilidad de un
mundo en el cual el mal es evidente y actúa. Hay un segundo principio (subordinado, si) pero
importante. ¿Es la libertad concedida al hombre? Pero, ¿podía la libertad
inclinar al mal si en los primeros «simbólicos» humanos no hubiere habido predisposición a
la desobediencia, al orgullo? Antes que ellos, los ángeles se rebelaron, ¿por
qué? La ciencia no contesta a nada de esto, pero en 2001, Odisea del espacio, un
cerebro electrónico, ángel del futuro de science-fiction, se rebela igualmente. Y mata. Esto prueba que hay unas constantes, acaso cósmicas, prehumanas,
que nos rigen. Los hindús integran el mal en Dios, con su trinidad en la que
una persona, Siva, es el Destructor. La ciencia integrará el mal. El mal es
inevitable, porque la ley de la sucesión (y por tanto de la aniquilación) rige
un mundo de «seres discontinuos y mortales».
¿Ha experimentado usted alguna vivencia que haya
influido sobre su actual actitud religiosa?
Nunca he experimentado nada extraño diurnamente. Pero he
tenido, al ritmo de uno o dos por año, sueños interesantes o profundos, y al de
uno o dos cada quince años, sueños trascendentales que me han iluminado, cuando
menos en lo que a mí mismo y mi destino concierne.
¿Podría usted establecer una relación entre la Religión
y el Arte?
EL arte
religioso del futuro depende de dos problemas: de la religión del futuro y del
arte del futuro. Ciñéndome sólo a éste, el gran problema del arte de hoy es llegar,
por el sacrificio de la personalidad (que se operaría, de producirse,
inconsciente y generalizadamente), aún no total, a un estilo unificado colectivo, como en los siglos XI a XVIII, es decir, del románico al
barroco. Un arte así, con música electrónica, esculturas cibernéticas, pinturas
informales u Op Art —o como fueren — puede estar al servicio de la religión, pues
es necesaria todavía para que el hombre exista. Pero la existencia humana
también está amenazada, no sólo la de la religión y la del arte.
Y ahora respondo a una pregunta no formulada:
No me identifico, absolutamente, con lo que se entiende por ser humano. Siento
en mí otro elemento, o dicho mejor, un elemento «otro». No sé bien lo que es.
¿Mutación? ¿O la centella que los griegos ya creyeron había en el hombre y que
el hebreo Libro de Henoch atribuye a las bodas de los ángeles con las mujeres de la
tierra de este sistema solar? Anhelo
la Ortodoxia.
José María, 100 españoles y Dios, Barcelona 1969, pp 149-152.
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