domingo, 2 de diciembre de 2007

Otra foto fija: 24 de febrero de 1981

Con materiales que me ha enviado Zápiro y alguna "cosilla" más que he encontrado "por ahí" aquí os envio -oh lectores- dos nuevos testimonios de lo que fueron esos días, en este caso centrados en Barcelona y en "el día" después.

"La noche del 24 de febrero de 1981 yo tenía veintitrés años, llovía y hacía mucho frío en Barcelona, y era uno de los dos mil que habíamos considerado necesario participar en la movilización ciudadana contra el intento de golpe de Estado. Esa noche se me cayó la cara de vergüenza y es probable que la cara siga en el suelo desde entonces. Había soportado muy escocido el hecho de pasar las primeras horas del golpe de Estado en la habitación de que disponía en casa de mis padres, escuchando la radio como un bobo y tomando notas de alta semiótica: bajé a las Ramblas y sólo vi al cantante Raimon que iba preguntando con la mirada, como yo, sólo que él debía de tener las respuestas, por adulto y por poeta. Éramos una generación sin épica, una generación de héroes prestados, ropavejeros, de segunda mano (tiene ventajas: hay muy poco arrepentimiento en los que trato: el arrepentimiento se basa en la acción), que ni de desencanto podíamos presumir: más que una generación éramos un pasillo ... Pero la noche del 24 de febrero el escozor se transmutó en desaliento: el golpe de Estado fue para Cataluña lo mismo que para el Departamento de Estado norteamericano: un asunto interno.

Arcadi Espada 'Contra Catalunya. Una crónica'

“Nunca lo sentí tanto y tan claramente como una noche que me llevó a las orillas del llanto político... Fue la del 24 de febrero de 1981, al día siguiente del golpe de estado del 23-F... hacía frío. Era de noche. Por el Arco de Triunfo abajo, camino del Parlamento de Cataluña, desfilaban los demócratas catalanes en oposición al golpe y en defensa de la democracia. Pero apenas desfilaba nadie. Cuatro gatos, si se comparaba con Madrid: los mismos que nos manifestábamos contra Franco. Nada del millón que recibió a Tarradellas. No había más gente que la de Comisiones Obreras y UGT, del PCE-PSUC y del PSC-PSOE. El resto brillaba por su ausencia, “Tranquil, Jordi, tranquil” era la frase del día. Y “tranquilos por si acaso”, la consigna de la noche. No sólo éramos pocos los manifestantes ateridos bajo una llovizna inclemente, sino que, llegados al Parlamento, desde dentro no abrieron las puertas. Como pasó con Joan Corominas cuarenta años antes, la democracia en España era un problema... exterior... y ahí estábamos los tontos útiles de siempre, los emigrantes, los sindicalistas, los antifranquistas, los antifascistas, los forasteros que nunca habían acabado de entender cual era su sitio. Y sin una bandera. Ni una bandera española... Antes de aquella noche había decidido irme de Barcelona por razones morales y políticas. Después de aquella noche me alegré de haber tomado esa decisión por razones de higiene ciudadana, de pulcritud ética... cuando se encuentra a alguien o a algo para echarle la culpa de todo, es fácil no tener la culpa de nada ni correr el menor peligro porque, al fin y al cabo, lo malo es siempre ajeno, siempre viene de afuera. Eso es el nacionalismo. De ahí su éxito.”

Federico Jiménez Losantos, "La ciudad que fué. Barlelona, años 70."

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