¿CÓMO caracterizarla Vd.
el estado actual del capitalismo occidental?
—Hoy en día para
defenderse, el capitalismo se va precisado a organizar la contrarrevolución en
el interior del país y fuera de sus fronteras. En los Estados Unidos la
reacción se hace patente por el refuerzo de los controles, la censura directa o
indirecta, la supresión o la opresión de la oposición radical, las técnicas de
condicionamiento. La contrarrevolución es ampliamente preventiva: todo este
aparato se está montando cuando no existe actualmente ni el más mínimo peligro
de revolución en los paisas más avanzados. El miedo a la revolución une los
intereses y vincula entre si las distintas formas de contrarrevolución; abarca
toda la gama, desde la democracia parlamentaria hasta la dictadura reconocida,
pasando por el Estado policial. El capitalismo se reorganiza en el plano
nacional y en el plano global para hacer frente al espectro de una revolución
que sería la más radical de todas las revoluciones históricas. Sabe
perfectamente que, en el caso de que se produjera un cambio profundo en al país
más desarrollado y más poderoso del mundo, la constelación de la esfera
política se vería modificada de una forma fundamental, lo cual podría, fácilmente
significar el fin del sistema capitalista.
—¿Quién gobierna América?
—Se han propuesto
recientemente numerosas teorías en cuanto a este problema. El análisis
geográfico del conflicto entre las industrias más antiguas y los Bancos del
Este, por una parta, y, por otra, las industrias más recientes, en cierto modo
«arribistas», del Sur y del Suroeste (por ejemplo, en el campo del petróleo en
Tejas), no tiene en cuenta los intereses comunes de la burguesía que convergen
en las decisiones más importantes. En cuanto al nacimiento de una nueva clase
poseedora del saber y competidora del poder junto con la clase dirigente, este
concepto, desarrollado por Galbraith y Daniel Bell, hace caso omiso de que los tecnócratas
no son dueños de sus decisiones, de que dependen de la clase dominante y de que
evolucionan sólo en su ambiente. El análisis de C. Wright Mills sigue siendo el
más adecuado. La clase dirigente está compuesta por tres grupos bien
diferenciados: los directores de las grandes sociedades, los políticos y los
militares.
—¿Quién toma la decisión
final?
—Es difícil afirmarlo con
certeza. En mi opinión, las decisiones son, en general, el resultado de un
compromiso. Pero, en última instancia, quien decide es el gran capital: y el
refuerzo del dominio ejercido por este grupo está asegurado por los estamentos
político y militar.
—¿Cuál es la diferencia
entre la burguesía clásica y la burguesía actual?
—La burguesía actual
sigua siendo la clase dominante, pero, como tal, ha sufrido una serie de
cambios significativos. Su descomposición —incluso su desintegración— se hace
patente en la reducción de la diferencia entre negocios legales e ilegales: el
poder de la Mafia se extiende a todos los campos. Esta descomposición está en
estrecha relación con una violencia que no hace sino aumentar, violencia legal
y extralegal; violencia gratuita en muchos casos; violencia política en una
gran medida. Es inútil recordar la serie de asesinatos que se inició con el de Malcolm
X para concluir con los de los Kennedy. ¿Me he olvidado alguno? No lo sé. La
burguesía constituye hoy menos que nunca un grupo monolítico. Los conflictos en
su seno son tal vez más graves que los que la oponen a las masas. La burguesía,
hoy en día, sigue desarrollando las fuerzas de producción, pero, a diferencia
de la burguesía clásica, lo hace en una dirección cada vez más destructora,
despilfarrada y represiva; me refiero a la producción de cosas superfluas, al
armamento y al empleo de la electrónica en la vigilancia y control de la
población, etc. Es esto, pues, lo que distingue a la actual clase dominante de
la burguesía clásica, la cual, según Marx —y esto debe repetirse hasta la
saciedad— tenía una misión de progreso.
—¿Quién ha puesto fin a
la guerra del Vietnam?
—Se han dado presiones
contradictorias. Por una parte, la oposición de los estudiantes y de la
intelligentsia, en general, ha desempeñado un papel esencial. Pero la oposición
se ha fraguado también, y no parece haber dudas en cuanto a esto en las clases
medias o incluso en una fracción de la clase dirigente que consideraba cada vez
mis claramente que la guerra resultaba demasiado costosa. Pero no deben olvidar
ustedes que no se puede hablar realmente del fin de la guerra del Vietnam, ya
que prosigue bajo diversas formas, no sólo en el Vietnam, sino en la totalidad
de Indochina, como demuestran las recientes incursiones aéreas contra las zonas liberadas y el mantenimiento en gran escala de la ayuda americana. La
discusión en el Congreso del presupuesto nacional es la ocasión ideal para que
el gobierno survietnamita solicite un incremento de dicha ayuda en armas y en
dinero. Cuando resultó evidente que el Congreso no tenía la intención de votar ninguna
nueva ayuda, al Pentágono descubrió de repente unas reservas importantes cuya
existencia habla olvidado. Así, pues, el Vietnam podrá recibir una sustancial
ayuda sin necesidad de la aprobación del Congreso.
—¿Cuáles son las nuevas
formas del imperialismo americano en el exterior?
—Hoy en día, el
imperialismo no se manifiesta ya esencialmente por la ocupación franca y
visible de un país, sino que actúa mediante otras formas más o manos directas
de penetración y de explotación económicas. No se trata tanto de exportar
capitales cuanto unidades de producción hacia los países donde los costos de
fabricación son inferiores Por otra parte, los países imperialistas pueden
contar cada vez más con la colaboración de los gobiernos indígenas del tercer
mundo, los gobiernos fascistas y las dictaduras militares para reprimir, los
auténticos movimientos de independencia y someter a dichos países al poder de
la metrópoli. Es este el caso, sobre todo, de Hispanoamérica.
—¿Puede hablarse aún de
democracia?
—Se puede hablar de un
estamento democrático en la medida en que el sistema no se sostiene, o por lo
menos no todavía, gracias al terrorismo, o gracias a métodos terroristas,
excepto en situaciones extremas. En condiciones normales, el sistema puede
confiar en el proceso democrático porque este último está ampliamente
manipulado. Me he referido en muchas ocasionas a la paradoja de una democracia
en la que un candidato a las elecciones debe poseer una auténtica fortuna si
quiere tener la más mínima posibilidad de resultar elegido. Si bien es evidente
que todavía se respetan las libertades y los derechos cívicos, las recientes
decisiones del Tribunal Supremo demuestran que se está acelerando el proceso de
corrosión y reducción de dichos derechos y libertades. Considero que existe un límite
inherente a la democracia: no al sistema democrático en sí mismo, sino al
sistema democrático en cuanto forma política del capitalismo. Yo no creo que la
democracia parlamentaria burguesa siguiese siendo una democracia si existiese
el peligro real de que más de la mitad de los votos fueran hostiles al «establishment».
—¿Cuáles son las
consecuencias del asunto Watergate?
—Creo que no deben
sobreestimarse sus consecuencias a largo plazo. Cuanto más pienso en este
asunto, más me convenzo de que se trata de conflictos, de antagonismos y de
tensiones en el seno de la clase dominante y entre sus lacayos. La destitución
de Nixon no ha constituido en absoluto nada bueno para la oposición; Ford se
convirtió en el salvador, en el «hombre puro», y tras él se reagruparán los
electores republicanos en 1976 y en 1980.
—¿Encuentra Vd. una diferencia
real entre los intereses que representan los demócratas y los que defienden los
republicanos?
—Existen, evidentemente,
diferencias entre ambos partidos; y hasta el momento presente el partido
demócrata se ha considerado como un partido del pueblo más que de los patronos
y del gran capital. Creo, sin duda, que hay una gran parte de mito. Considero,
sin embargo, que las principales fuerzas económicas se hallan tras el partido
republicano y no tras el partido demócrata. Pero no deja de ser cierto que los
dos partidos están determinados a preservar el sistema. Creo, con todo, que la
sustitución de la actual administración por un gobierno demócrata entraría en
la categoría de un mal menor.
—¿Cómo han conseguido
contener a los pobres, a los marginados, a los parados, que representan la
cuarta o la quinta parte de la población?
—No están organizados, no
tienen conciencia política, no ven ninguna posibilidad de salir adelante. Sin
hablar, además, del antagonismo que desde siempre ha existido entre la gran
mayoría de la población dependiente —esencialmente la clase obrera— y todos
aquellos grupos que viven en el límite de la pobreza o por debajo de este límite.
En términos marxistas, constituyen una espacie de ejército industrial de
reserva, y, en términos psicológicos, encarnan a los ojos de los que tienen un
empleo, de los que pueden vivir con sus salarios o con sus sueldos, la imagen
de lo que ellos mismos podrían llegar a ser si perdiesen su colocación.
—¿Qué papel han
desempeñado la inflación y la crisis energética en el capitalismo y en la
conciencia de clase?
—Es un caso típico de la
ambivalencia de las tendencias del nuevo capitalismo. Por un lado, la crisis
energética ha reforzado incontestablemente a las grandes sociedades, que han
aumentado sus beneficios de una forma fantástica. Por otro lado, la inflación
ha acelerado el proceso de concentración económica, la dependencia de la
población a incluso su integración. Por ejemplo, tras algunas semanas de
racionamiento de la gasolina, la gente se consideraba afortunada de pagar unos
precios más altos con tal de poder comprarla de nuevo. No ha habido ningún tipo
de protesta. Pero, por otra parte, la inflación y el paro pueden reactivar la
conciencia radical en la clase obrera. Lo esencial residirá entonces en la
relación de fuerza entra el militante activo y la burocracia sindical. ¿Durante
cuánto tiempo aún podrán los dirigentes sindicales contener las
reivindicaciones obreras en el marco del sistema capitalista?
—¿No ha sugerido Vd.
recientemente que el dilema ante el cual nos encontramos, y no sólo en los
Estados Unidos, es el de transición hacia el socialismo o transición hacia el
neofascismo?
—Actualmente considero
que las tendencias autoritarias y antidemocráticas en los Estados Unidos son
más fuertes que tas tendencias contrarias. A este propósito quisiera resaltar
el papel político de la corrupción. Los americanos necesitan vitalmente la
presencia de un hombre fuerte, de un verdadero líder. Es un factor importante.
También lo es el desencadenamiento extremo de la violencia, el aumento del
poder de la Policía y de la Guardia Nacional, la legislación que sanciona este reforzamiento
del poder. E igualmente la falta casi total de alternativas para la clase
obrera, que rechaza al sistema soviético y no posea ninguna otra imagen del
socialismo.
—¿En «Marxismo soviético»
y en «El hombre unidimensional» critica Vd. el «socialismo estatalizado». ¿Cómo
definirla Vd. un socialismo auténtico?
—Ante todo, como un
estilo de vida cualitativamente diferente. El grado de riqueza social, de
desarrollo económico e intelectual alcanzado hoy en día permite levantar y
construir una sociedad socialista con unos valores y unas necesidades nada
transformados. Lo esencial no consiste ya en desarrollar las fuerzas
productivas, sino en reorientar radicalmente la producción hacia una vida en la
que serían desterrados el miedo, la violencia y la represión inútil. Una
existencia en la que vivir no sería ya sólo un medio para ganarse la vida, sino
un fin en sí mismo, y en la que se aboliría la productividad destructiva. Esta
transformación radical de los valores se ha convertido en una posibilidad
concreta a partir de la segunda mitad del siglo XX, y modifica
considerablemente la imagen misma de la sociedad socialista. Pero supone, en
primer lugar, la socialización de los medios de producción, el control de los
mismos por lo que Marx denominó «la libre asociación de los individuos», una
economía planificada orientada hacia la abolición de la pobreza y de la penuria
y el desarrollo de las necesidades de esparcimiento y de placer. Sería también
preciso emprender una reconstrucción radical y estética del medio ambiente, en
la perspectiva de una existencia no violenta, que representaría la negación del
principio de rendimiento. Dicho en términos freudianos, todo ello significaría
la sustitución de este principio de rendimiento por un principio de realidad,
completamente diferente que permitirla una auténtica liberación de la existencia.
Este nuevo principio de realidad ya no negaría el principio de placer, puesto
que implicaría el ocaso progresivo del trabajo alienado y de la «ética del
trabajo» y su sustitución por un trabajo creativo, de tal forma que la
creatividad ocuparía un lugar cada vez más importante en la vida de cada
individuo.
—¿Qué papel desempeñaría
la «emancipación de los sentidos» en esta transformación global de la
existencia?
—Los hombres aprenderán
otra vez —si es que alguna vez supieron— a percibir, a sentir, a tocar las
cosas, ya se trate de simples objetos o de seres. Estas formas de percepción
totalmente nuevas se orientarían hacia una transformación del mundo que
permitiría a los hombres vivir desarrollando al mismo tiempo sus facultades de
goce, de creatividad y de amor.
—En «Hacia la
liberación», ¿concede usted una gran importancia a la esfera estético-erótica y
a las «nuevas necesidades» que surgen entre los jóvenes. Llegó Vd. incluso a
calificar su revolución de «moral» y de «estética» ...
—Doy a la palabra
«estético» su sentido original: «referido a los sentidos», y no su sentido
limitado: «referido al arte». La importancia de esta revolución estética está
íntimamente vinculada a la transformación progresiva dek cuerpo. El cuerpo debe
llegar a ser un instrumento de placer en vez del instrumento del trabajo
alienado Esta transformación conducirá a una nueva experiencia de la vida. Esto
mismo entendía Marx en sus primeros escritos por «emancipación de los sentidos».
Como es lógico, dicha cuestión ocupa ya una menor extensión en su obra
posterior, ya que la imagen de una sociedad socialista exige ante todo un
análisis preciso de la dinámica del sistema capitalista y de sus tendencias
históricas y empíricas. Las realizaciones del sistema capitalista han
ensanchado considerablemente las posibilidades reales de liberación. El envite
es el ser humano, tanto su cuerpo como su espíritu. El concepto de la
emancipación de los sentidos no es ya un concepto filosófico, sino un concepto
fundamentalmente político que tiene su aplicación en una práctica radical. Cada
uno de nosotros sentimos hoy en nuestro espíritu y en nuestra sensibilidad la
opresión vivida. Al rechazar un mundo que, en nombre del bienestar, confunde
crecimiento y destrucción, barbarie y confort, despilfarro y libertad, la
juventud de las sociedades industriales se rebela en nombre de unas exigencias
que son tanto morales como políticas y estéticas.
—La expresión «liberación
sexual» no es ya tan sólo un «slogan» revolucionario. Manipulada por el
sistema, ¿no permite acaso justificar ciertos comportamientos represivos?
—Frente a la exigencia de
una sexualidad más libre, que se opone simultáneamente al principio de
rendimiento, al trabajo alienador y a la ideología represiva, es preciso
distinguir las falsas liberaciones y los falsos sueños. Es lo que he denominado
en «El hombre unidimensional» la «desublimación represiva». Hay algunos ejemplos
sorprendentes en la industria «Play-Boy», con la comercialización del cuerpo,
especialmente del cuerpo de la mujer como símbolo universalmente tasable de la
sexualidad. La práctica que consiste en correr desnudo por la calle («streaking»)
representa un caso de desublimación represiva. Quienes de esta forma enarbolan
su desnudez están a un tiempo tan culpabilizados y tan avergonzados que, en
muchas ocasiones, se cubren u ocultan el rostro. Es imposible organizar la
liberación sexual, pues nos enfrentamos siempre con esta misma apariencia de
circulo vicioso: no hay liberación individual sin liberación social, pero, al
mismo tiempo, la liberación social implica la liberación de todos y cada uno de
los individuos.
—¿Qué evaluación puede
hacerse actualmente del potencial revolucionario que caracterizaba a los años
60?
—En lo tocante a los
negros, el movimiento era en gran parte político y radical, en la medida en que
estaba encaminado a cambiar tanto las instituciones como las relaciones en el
seno del sistema. Hoy en día la tendencia principal se orienta hacia la
democratización del movimiento: se ha pasado de una posición militante —¿estaría
permitido decir anarquizante? — a una forma de reformismo democrático. El
partido de las Panteras Negras, que fue en su origen una organización radical,
opera actualmente dentro del ámbito legal del sistema capitalista.
—¿A qué se debe esta
modificación?
—A que ya no hay lugar,
ni siquiera en el movimiento negro, para una acción revolucionaria. Sería en
exceso condescendiente el reprochar a los negros esta desradicalización. ¡Cómo
si el mero hecho de que sean pobres o estén más oprimidos justificara el que
hayan de ser radicales! No se puede condenar a unos reformistas en una
situación en la que no hay lugar ni para la más mínima forma de radicalismo. Por
otra parte, no creo que se pueda hablar actualmente de una base marxista en los
negros o en los chicanos. Existen, desde luego, grupos marxistas, pero están
marginados.
—Volvemos a una pregunta
tradicional: ¿Por qué la clase obrera americana tiene tan poca conciencia de
las luchas de clases, comparadas con el movimiento obrero europeo?
—Puede Vd. comprender
esta diferencia si compara las condiciones de vida de los obreros con las de
sus padres. Cada familia tiene un coche, a veces dos, hay aparatos de
televisión... ¿Qué quiere Vd. que piensen? Quiere Vd. imponerles su idea de la
revolución y, evidentemente, ellos la rechazan. Desde luego, hay excepciones,
entre los jóvenes, sobre todo. Pero los obreros han sido educados en un tipo de
sociedad en la cual tener dos coches o dos frigoríficos es completamente
normal. No han sido ellos quienes han hecho esta sociedad, sino que forman
parte de ella. Si viviera Vd. en América, a menos de estar marginado o
extremadamente politizado, le resultarla muy difícil no conformarse al estilo
de vida... No los censuro —sería estúpido—, pero no puedo evitar el darme
cuenta de esa integración. Desde luego, nadie llama a su puerta, le pone un
revólver debajo de las narices y le dice: «¡O me compra un televisor, o te
liquido!». Puede Vd. rechazarlo, decir que no necesita para nada esa porquería,
pero se ve usted sometido a diferentes tipos de presiones, y no son las físicas
las más solapadas. No se da el policía que le obliga a comprar un televisor,
pero se da el chaval que vuelve del colegio y le dice a su padre: «Charly tiene
dos teles.» Concibo, sin embargo, un padre imaginario, que le contestara a su
hijo: «Me importa un pito saber cuántas televisiones tiene Johnny», pero que
luego le explicara el porqué. Nadie le impide obrar así. Entre la presión a que
se ve Vd. sometido y que le empuja a consumir y el terror fascista, media un
abismo.
—¿Cómo explicarla Vd. la
relativa debilidad del movimiento estudiantil americano, comparado con los
movimientos europeos?
—En primer lugar, el
movimiento estudiantil se ha desarrollado a partir de dos cuestiones no tan
apremiantes actualmente: el reclutamiento y la guerra de Indochina. Luego
interviene el enorme deterioro del mercado del trabajo. Cualquier mención en el
expediente de una actividad política radical condena al paro. Se suma a todo
esto la intensificación de la represión ejercida por la Policía, la justicia y
demás fuerzas del orden. Pero, a pesar de todo, el movimiento estudiantil no ha
desaparecido: ha entrado en una fase de reorientación y de reagrupamiento. Es
preciso resaltar también que no se encuentra en las universidades americanas
una tradición marxista que pueda compararse con la que conocen ustedes en
Europa. Pero considero como un hecho muy positivo el que los estudiantes
americanos constituyan actualmente grupos de estudios y de investigaciones.
—¿Quiere Vd. decir que
estudian al marxismo «clásico»?
—Sí, y con gran seriedad,
cosa que nunca habían hecho antes. Creo que la Universidad continúa siendo un
lugar privilegiado para el desarrollo de la contestación. Muchos de los
radicales proceden de la Universidad, Es allí donde se analiza una situación y
donde se buscan los medios para salir de ella. Esto no significa que sea
preciso destruir la Universidad, sino que hay que exigir cursos y clases que no
estén incluidos en los programas oficiales. Pienso, por ejemplo, en cursos
sobre la historia del imperialismo, la economía marxista, la historia y la
estructura de las revoluciones.
—A lo largo de sus
clases, tanto en San Diego como en Vincennes, ¿ha hecho usted hincapié en la
importancia del movimiento de liberación de la mujer y en la relación entre
feminismo y marxismo?
—El movimiento de
liberación de la mujer es un producto de la sociedad industrial patriarcal, y
debe ser comprendido no sólo a partir de la situación económica de la mujer,
sino también a partir de una civilización totalmente dominada por el macho. Las
mujeres no constituyen una «clase» en el sentido marxista del término, más las
necesidades y las posibilidades de la mujer se ven enormemente condicionadas
por la lucha de clases. La feminidad no es una categoría general que pudiera
oponerse a «masculinidad». Es un proceso histórico en el que convergen lo
social, lo psicológico y lo fisiológico. Todas las características «femeninas»
están históricamente determinadas, aun cuando aparezcan bajo una «segunda
naturaleza», que tal vez subsistiría aún dentro de unas nuevas instituciones.
Puede darse una cierta discriminación con respecto a la mujer en el seno del
socialismo. Por su dinámica propia, el movimiento de liberación de la mujer se
inscribe en el marco de la lucha por la revolución, por la liberación de los
hombres y de las mujeres. Lucha tanto contra la opresión económica como contra
la opresión cultural. Desde luego, muchas de las reivindicaciones de las
mujeres pueden ser satisfechas en el seno del capitalismo, pero las exigencias
últimas del movimiento son incompatibles con la sociedad de clases. Necesitan
una sociedad construida sobre un principio distinto de realidad. Está presente en
este movimiento la imagen de unas nuevas instituciones sociales, pero también
la de otra conciencia, de otras necesidades, de otras relaciones entre el
hombre y la mujer, en las cuales se condenarían la alienación y la explotación.
La imagen de la mujer es la imagen del Eros, de los instintos de vida que se
oponen a los instintos de muerte y de destrucción. Sería interesante saber por
qué los valores del goce de la vida se presentan como típicamente femeninos y
no masculinos. Es al desenlace lógico de toda nuestra historia, en el
transcurso de la cual la protección de la sociedad establecida y de su jerarquía
se ha realizado a través de la fuerza brutal del hombre, mientras se relegaba a
la mujer al cuidado de los hijos. El dominio del hombre se extendió
posteriormente al ámbito militar, social y político, en tanto que la mujer
aparecía cada vez más como un ser inferior, un objeto sexual, un instrumento de
reproducción. Su igualdad con el hombre sólo se reconoció en si seno del
trabajo alienado; fueron bloqueados, en cambio, su desarrollo intelectual y su
realización erótica. Su sexualidad oscilaba entre la reproducción y la
prostitución. La mujer sólo fue glorificada como símbolo del amor, contrastando
con la brutalidad y la agresividad masculina, en movimientos como al da la
herejía cátara. Si el cuerpo de la mujer se ha convertido así en un factor de
plusvalía, la emancipación de la mujer aparece como una fuerza decisiva en la
construcción del socialismo y da una vida cualitativamente diferente.
—¿Qué entiende Vd. por esa
expresión?
—La negación radical del
estilo de vida basado en el principio de rendimiento, la abolición de los
valores represivos, el desarrollo de nuevas necesidades, de una nueva
sensibilidad que el poder masculino ha mantenido atrofiadas hasta ahora. La
antítesis masculino-femenino se transformaría entonces en una síntesis,
ilustrada por al antiguo mito del andrógino, símbolo de la herida infligida a
todos nosotros por la sociedad patriarcal. La única significación racional que
puede atribuirse a la idea de la androginia es la de la fusión, en el
individuo, de unos caracteres mentales y somáticos que, en una civilización
patriarcal, estaban desigualmente desarrollados en al hombre y en la mujer:
fusión en la que los caracteres femeninos, junto con la anulación de la dominación
masculina, vencerían la represión a que habían estado sometidos. Esta síntesis
podría dar origen a unas nuevas relaciones entre el hombre y la mujer, de las
que se excluirían para siempre la violencia, la explotación y la humillación.
P. DOMMERGUES y J. PALMIER, ABC, 8 de diciembre de 1974, pp. 172-173, 175 y 178-179.
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