Entrevista
a Josef Brodsky “El dinero es el pecado del futuro”
Hablamos con Josef
Brodsky, poeta ruso y ciudadano norteamericano, Premio Nobel de Literatura de
1987, de las relaciones entre Oriente y Occidente, tema fundamental del último
decenio del siglo.
- ¿Dónde empieza para
usted el Oriente?
-Si tuviese que trazar
una línea ideal entre Este y Oeste, entre Europa y Asia, no la trazaría en los
Urales ni en las fronteras orientales soviéticas, sino a lo largo de la cuenca
del río Elba; aquí y allá de este río han emergido, durante la edad media y el
renacimiento, diversos tipos de intercambio económico y de organización
política.
- ¿Cuándo se encontraba
en la URSS, en Leningrado, se sentía un oriental?
-Ciertamente. Consideraba
el país en el que vivía Asia. El lugar donde se encuentra Rusia ha sido a
menudo denominado Eurasia, pero más certeramente ha sido una vez definido como
Asiopa: es una porción de Europa pegada a Asia.
- ¿Qué tienen en común
los diversos orientes?
-Hay un común denominador
que es el modo de considerar al individuo. Algo que, entre otras cosas, explica
el éxito de la política exterior soviética de la posguerra. Así como el imperio
británico ha tenido éxito como país colonial, llevando la semilla del
individualismo y con él la idea de parlamento, Rusia ha exportado la idea de un
sistema autoritario vertical, que se apoya en la idea de la “sobornost”,
por decirlo a la rusa, esto es en el sentimiento de pertenencia una iglesia. La
última vez que Occidente ha pensado colectivamente de forma religiosa fue
presumiblemente en los tiempos de la Reforma, o quizás en los de las cruzadas.
En Occidente la metafísica y la religión han sido transferidas a la ética. En
Oriente, en cambio, es un plato común del que todo el mundo se alimenta,
incluso cuando se trata de la verdad celeste. Es una especie de aceptación de
la realidad negativa. En Oriente, se acepta la realidad en la que se vive,
aunque no sea aceptable. En Occidente, sin embargo, se intenta siempre hacer
cosas para cambiarla. Esta es la distinción principal. En Occidente se va hacia
la afirmación del individuo, en Oriente -y cuando hablo de Oriente me refiero a
un territorio que va de Kiev hasta la China- sucede todo lo contrario. El
ejemplo más ilustrativo y elevado de ello es el budismo.
-Antes se decía “Ex
oriente lux”. ¿No hay nada que Occidente tenga que aprender de Oriente?
-La luz no proviene de
ningún punto cardinal, si acaso viene de lo alto. De todas maneras, Oriente
debería estar atento para tomar algo del Oeste, porque Occidente ha superado
aquellos estadios de desarrollo. Lo que está sucediendo ahora es una especie de
occidentalización de Oriente. Pero Occidente es, en este sentido, solamente
portador de una forma superior de organización, no ciertamente de una “espiritualidad”
superior.
- ¿La diversa
espiritualidad occidental y oriental es debida quizás a una diversa actitud
religiosa?
-La diversidad de las
fes, la diferencia entre las distintas creencias religiosas tiene que ver con
la diversidad de puntos de vista sobre el mundo, pero inicialmente ha sido la
consecuencia de la Torre de Babel, porque la di versificación de las doctrinas
es el fruto de la traducción de una misma palabra originaria a varias lenguas.
La idea de “Dios”, en las diversas traducciones, o se ha empobrecido o
se ha desarrollado de manera impensable.
- ¿Qué es, de todas
maneras, aquello que atrae a Occidente de la espiritualidad oriental?
-La noción de necesidad,
el ver por todas partes la acción divina, la divina “providencia” es
aquello que caracteriza fundamentalmente lo oriental. Lo repito: la capacidad
de aceptar la vida, incluso aquello que tiene de más rechazable. Y esto basta
para entender el corazón, para estimular el sentido del infinito. Sería
verdaderamente bello que fuese sólo yo quien contuviera, por así decirlo, la
desgracia, el dolor. Pero lo que me turbaba en mi país de origen era la
obligación de extender este modo de percepción al vecino. Yo acepto mi
sufrimiento, pero no quiero ver el sufrimiento de mi vecino, mi mismo
sufrimiento en él. No me gusta esta variante de la “divina providencia”,
que se transforma en obediencia pasiva, en impotencia política. Lo que me
ofende personalmente es la idea de que en Oriente nazca un niño que crecerá y
no tendrá ningún poder, ningún control sobre sí mismo, o ver morí ralos
ancianos sin haber llegado a tener la posibilidad de ejercer una elección. Y
cuando intentas protestar, luchar por las condiciones vida o por las
condiciones de tu familia, entonces el vecino dice: “¿Pero por qué hace todo
esto, si da lo mismo?”. Pero al mismo tiempo en el Este se vive un violento
y justificado complejo de inferioridad con respecto a Occidente.
- ¿Cómo se manifiesta
este complejo de inferioridad?
-En Oriente se mira a
Occidente con una gran fascinación, que dura hasta que se lo conoce. Los
occidentales son vistos como aquellos que han alcanzado el más alto nivel de
vida, el más alto nivel cultural. Pero este complejo de inferioridad tiene su
reverso de la medalla, que se manifiesta cuando un oriental atraviesa la
frontera occidental. Naturalmente, se encuentra al principio con grandes
problemas, aunque no sea por otra cosa que por la lengua o por la dificultad en
adquirirla habilidad comercial que parece permitir a los occidentales de
conjuntar el bienestar y la cultura. Y entonces empieza a criticar Occidente y
a notar que allí no existe demasiada comunicación entre la gente. Falta
completamente cualquier sentido de “sobornost”, tan difundido, en
cambio, en Oriente.
- ¿Y este sentimiento no
puede ser un buen fundamento para una evolución democrática en Oriente?
-El orden totalitario da
a sus víctimas un sentido de profunda “sobornost”, que también puede ser
vista como una especie de experiencia democrática definitiva. En Oriente todos
son verdaderamente iguales. Pero esta igualdad no se basa en el respeto
recíproco, como en Occidente, donde tendemos a aislamos del vecino. En última
instancia, sí, es una especie de democracia, pero mientras la democracia
occidental se basa en la expresión de la opinión del individuo, en Oriente hay
una democracia del común denominador. De esta constatación nace, en los
orientales “emigrados”, un sentido de desaliento y la tendencia a acusar
a los occidentales de falta de alma, de ausencia de corazón. Un desaliento y un
antioccidentalismo, por otra parte, no nuevos, al menos en Rusia, y que ha
formulado, por ejemplo, Dostoievski. Los occidentales serían, según esta
tradición, menos calurosos, más fríos que los orientales.
- ¿Y usted piensa que es cierto?
-A partir de mi
experiencia, puedo afirmar que no es verdad. No sólo porque las
generalizaciones son siempre peligrosísimas. Hablando desde mi punto de vista,
y no intento ser objetivo en este caso, efectivamente la experiencia occidental
tiende a aislar al individuo más que a convertirlo miembro de una “iglesia”.
Como mucho el occidental es miembro de una parroquia. Pienso que a veces esto
puede ser un gran problema para el hombre occidental que se encuentra cara a
cara con el infinito, solo.
-Se trata, por tanto de
dos culturas realmente diversas.
-Cierto. Es más,
Occidente ha producido la cultura que ha producido precisamente porque la suya
es una cultura individualista, porque todas sus conquistas son conquistas
individuales, el producto de una búsqueda, o incluso de una desesperación
individual, de una soledad. Es esto lo que te lleva a buscar una nota más alta,
a dar un paso al frente, a viajar solo por el infinito. En Rusia, y en el
Oriente, en general sucede menos frecuentemente.
- ¿En el “enfrentamiento”
entre el Este y el Oeste quién lleva las de ganar?
-Es difícil de saber.
Porque de una parte parece claro que estamos todos más o menos obligados a
asumir algún sistema político (somos demasiado numerosos y de una manera u otra
debemos organizamos): y el Oriente ha demostrado que todos los sistemas que ha
seguido a lo largo de su milenaria existencia son insuficientes y, por tanto,
intentará de adoptar, o de adaptar, un modelo occidental. Es posible imaginar
en un futuro más o menos próximo la emergencia de una forma de democracia en la
URSS, pongamos por caso, o incluso en China. Pero, por otra parte, es difícil
de imaginar la aplicación de un modelo democrático en el Este.
- ¿En qué sentido?
- ¿Quién se atreve a
imaginar una China “democrática”, con un parlamento “normal”? En
China hay, aproximadamente, mil millones de habitantes. ¿Qué monstruosa cámara
parlamentaria tendría que construirse? ¿Una cámara capaz de contener diez mil
diputados? ¿Y a quién representaría cada diputado? ¿A millones y millones de
personas? Y podría haber minorías de cincuenta millones... Se tendría que
inventar todo un nuevo sistema representativo, como mínimo. ¿Pero cómo
reinventar el espacio?
- ¿El espacio?
-Conviene tener siempre
presente la inmensa expansión de Eurasia y el paisaje “limitado” de
Occidente. En Occidente todo parece geográficamente definido y, por ello, más
estructurado y estructurable. En Rusia, como dijo Gogol, se puede cabalgar
durante tres años y no alcanzar la frontera. En Europa, estés donde estés, en
seis horas puedes llegar a otro país, que frecuentemente coincide con un
paisaje nuevo. Occidente tiene una idea del mundo mucho más estructurada que la
que se puede tener en las estepas. Y, por este motivo, los occidentales miran
con aprensión a los orientales. Es la misma aprensión con la que nosotros
miramos a los nómadas: comprometen nuestra idea de horizonte.
- ¿Qué otra dificultad
puede encontrar la “occidentalización”, en el sentido político y social
del término, de Oriente?
-Si, de todos modos, se
quiere imaginar este proceso, inventando las combinaciones más temerarias, está
claro que las estructuras socio-políticas que han existido en Oriente durante
tanto tiempo no están destinadas a desvanecerse así como así, sin dejar rastro.
Es más, me atrevo a decir que los sistemas políticos que han dominado la
historia oriental parecen a veces horrendos pero naturales. Pero consolémonos.
Según todas las apariencias, Occidente ha vencido la batalla. Sólo que no se
trataba de ninguna batalla.
-En este
enfrentamiento-encuentro entre Este y Oeste, ¿cómo ve el Islam?
-Es un formidable punto
de resistencia. Noes difícil pensaren Rusia, por no decir China, abrirse a
estructuras de tipo occidental, sacrificando algunas cosas de sí mismas, pero
el mundo islámico, dominado por grupos fanáticos, será ciertamente menos
dúctil, resistirá y, dado que además el índice demográfico es altísimo en los
países musulmanes, se puede lanzar la hipótesis de una evolución islamizante de
gran parte del mundo. Es la otra cara de Oriente. Es deber de la “raza
blanca”, antes de quedar reducida a una pobre minoría, transmitir su propio
modelo de organización sociopolítica.
- ¿No existe un modelo
islámico opuesto al occidental?
-Ciertamente parece que
los países islámicos intentan transformar las habituales líneas industriales e
instaurar, contemporáneamente, una nueva edad media. Pero difícilmente
conseguirán retroceder a la edad media, no sólo porque somos ya demasiado
numerosos, sino también por otra razón fundamental. El futuro no será de una fe
ni de una idea. Si hay algo que unificará el mundo, y que ya hace parecer
anacrónica toda compartimentación demasiado definida, incluyendo la del Este y
el Oeste, es el dinero. El dinero es el responsable de la fusión “antropológica”
a la que asistimos. El dinero es el pecado original pero también el pecado del
futuro. El dinero es el verdadero ordenador del mundo. “Hacedme caso:
llegará el día en que los pueblos se distinguirán tan sólo por los diversos
tipos de monedas empleados.”
Giovanni Buttafava "L ’Espresso "
Traducción: J. M. Ruiz Simón
La
Vanguardia. Cultura, 5 de junio de 1990, pp. 5-6.
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