Borges:
El apacible hábito de la palabra
Jorge Luis Borges en
Barcelona, con su último libro bajo el brazo. Y Borges con sus temas: con el
tiempo, el lenguaje, la erudición, el escepticismo religioso. Borges como una
sombra de sí mismo que se va afinando, Y la oportunidad de hablar con él,
brevemente, bajo la atenta mirada de María Kodama
I. Lech
- ¿Podemos pensar que
cuando san Agustín decía que si se le preguntaba qué es el Tiempo no sabía qué
contestar y que cuando no se lo preguntaban lo sabía, estaba jugando con las
respuestas?
-Yo creo que eso puede
interpretarse de dos modos. Podemos pensar que él lo sabía, pero también
podemos pensar que todos sabemos que es el Tiempo pero que no sabemos traducir
de otro modo que en la palabra Tiempo.
Creo que Aristóteles dijo
que el tiempo es la medida del movimiento. El movimiento significa a un objeto espacial
que se desplaza de un punto a otro, es decir, dentro de un espacio-tiempo; y es
lo más lógico que para definir al Tiempo se utilice la palabra tiempo.
- Pero la definición agustiniana
también plantea una sensación de fragilidad e importancia ante el paso del
Tiempo; la atemporalidad del pasado y del futuro.
-Estoy convencido que el
Tiempo es el enigma central de la filosofía. Se puede construir un Universo sin
espacio, pero no se puedo construir un Universo sin Tiempo.
Para mí es posible
imaginar un Universo que tuviera tiempos inciertos; si fuere para el caso una
música o por medio de palabras, que no son finalmente el espacio. Creo que
muchas veces uno solo vive el Tiempo, por ejemplo, si usted escucha absorto una
música o está recordando un poema y lo recuerda verso por verso, durante los
catorce versos del soneto usted estará viviendo fuera del Tiempo.
-En uno de los textos de
su último libro «Los conjurados», titulado «Elegía», usted dice «...el Tiempo
se olvida de sus ayeres y de que nada es irreparable o la contraria certidumbre
de que los días nada pueden borrar y de que no hay un acto, o un suelto, que no
provecto una sombra infinita.»
-Sí, sus ayeres es de Shakespeare: «unknown our yesterdays»
dice Macbeth. Recuerdo una versión japonesa para cine, «El trono de
sangre», un bonito título ya que es algo imposible. Yo vi la de Orson Wells;
está hecha como si se entendiera que todo es un sueño. El palacio en donde está
el rey es al mismo tiempo une especie de enorme gruta o caverna y Macbeth dice «qué
pesada es una corona» y no tiene la corona puesta; tan desparejo Wells, ¿no es
cierto? Se dice Macbeth. acentuado en la «e», disculpe lo digresión pero es que
yo he sido profesor de Literatura Inglesa durante veinte años
-Es una forma de
felicidad saber que uno sabe.
-Me parece tan rara esa
felicidad...
-Pero en usted la
literatura trasciende como una búsqueda de ese estado.
-Yo no sé si he escrito
un poema malo, además no me importa. Creo que habré escrito alguna poesía
buena; no he escrito ninguna para evitarlo. Cuando escribo una poesía voy a dejar
que el poema decida, voy a intentar intervenir lo menos posible en su
concepción o estilo.
Hay que dejar que la obra
se escriba a través de uno y a pesar de uno.
-El título de este último
libro hace alusión a una conjura contra la ignorancia o la fealdad, o quizá
tiene algún significado mágico para exorcizar al mundo de su vacuidad.
-Puede ser, pero yo creo
que no importa que el título sea ambiguo.
-Si, y estoy de acuerdo con usted, pero no me refiero a la doble lectura, lo cual es una necesidad en la poesía, sino a la belleza de la palabra como medio de revelación. En el comienzo del libro usted aclara: «Escribir un poema es ensayar una magia menor. El instrumento de esa magia, el lenguaje, es asaz misterioso. (...) (En el poema, la cadencia y el ambiente de una palabra pueden pesar más que el sentido.)»
-Lugones escribió Los crepúsculos del Jardín; si hubiera dicho las tardes
de la granja o las penumbras de la quinta, su sentido sería muy pobre. Es
claro, el castellano tiene la virtud que el francés no tiene y que es la palabra
esdrújula, además es de los idiomas latinos cuyo sonido se parece más al latín.
- ¿Cuál es el verdadero
sentido de la poesía? El poeta y ensayista H. A. Murena escribe que «toda
palabra es metafórica… abarca, según se la use, más o menos mundo que lo que la
convención supone que abarca»
- Sí, yo he conocido a
Murena. Ahora, Emerson lo dijo de otro modo, dijo que el lenguaje es inocencia,
que también es metáfora. Todas las palabras abstractas son metáforas, piense
que la palabra es ir más allá.
Tengo entendido que el
idioma guaraní no hay palabras abstractas; no tenían una palabra para el Árbol
nuevogenérico, tal vez para roble pero no para árbol.
- ¿Existe alguna
posibilidad de que la poesía redima al pecado, ya que une a los contrarios,
acerca la tierra al cielo?
-Yo no creo en el pecado.
Stevenson decía que hay un sólo pecado, y que es el de la crueldad, pero lo
demás no.
¿Y la ignorancia? La
crueldad es un acto que se refleja de la ignorancia.
-Hay gente que hace sufrir
sin pensar que el otro sufra, y si uno nace sufrir sin saberlo no importa.
Por ejemplo, hay unas tres
o cuatro personas que yo sé que no debo saludarlas y que ellas no me van a
saludar. Yo quiero decir que hemos sido amigos, ya que para enemistarse hay que
ser amigos previamente o al manos conocidos. Ahora, lo que yo no sé es por qué
me he enemistado; será porque hay que olvidar lo malo para pensar que no lo
hay.
-Algo tan difícil de
responder como el problema del Tiempo.
-Sí, pero el Tiempo es
más importante
Postergar
la obra
-Blanchot dijo que
escribir es producir la ausencia de obra, que es arriesgarse a la locura.
¿Nunca ha tenido ese sentimiento o la necesidad del libro total?
-Yo no tengo obra, sólo
son fragmentos, borradores que se han publicado por casualidad.
- ¿Y aquellos escritores
que se obsesionan por la totalidad?
-A mi me llamó tanto la
atención un escritor amigo que a uno de sus libros lo puso «edición definitiva».
Cómo puedo saber que en cualquier momento él abre su libro y dice: «¡caramba! este
adjetivo esté muy bien, me olvidé de ponerlo». Qué raro que él supiera que
nunca más habría de corregir su libro. Un día la pregunté a Alfonso Reyes
porqué publicaba y él me dijo: «Yo me ha hecho muchas veces esa pregunta y creo
haber dado con la respuesta» ¿Cuál es? volví a preguntarle, «publicamos para no
pasarnos la vida corrigiendo los borradores». Ahora ya ha publicado este libro
y ya no tengo porqué estar preocupándome en pensar en sus poemas. Mientras
estén en un manuscrito puedo ceder a la tentación da que alguien me los lea y de
corregir o hacer alguna nota.
-Se ha especulado mucho
últimamente sobre la desaparición del libro, pero según Mircea Eliade, es en el
libro en donde revivimos la vida del espíritu ante la pérdida de las
tradiciones orales como perpetuación del saber.
-Sí, he leído de Eliade
un libro sobre el tiempo cíclico. Nietzsche, en uno de sus primeros libros, habla
sobre el eterno retorno. Dice que es un disparate, que la historia es un drama
en cinco actos. Después él se olvidó de aquello, sin embargo, en ese libro
habla de los estoicos, de los pitagóricos. Luego le dio el nombre de eterno
retorno, de que todo lo que hacemos se repetirá y al revés. Qué raro que él se
olvidara totalmente que lo había leído en los griegos.
-El Zen no es negación
sino algo vivo como el espacio cósmico o como una piedra que puede conducirnos
al descubrimiento de un nuevo mundo. ¿Cuál, el de las ideas o de las
precepciones?
-La gran ventaja del
budismo Zen es que no tiene mitología. Para ser cristiano usted tiene que
aceptar la idea de un dios que se hace momentáneamente hombre, y tiene que aceptar
que ese sacrificio fue el salvador de usted. Son muchas cosas. En cambio para
ser budista usted ni siquiera tiene que aceptar unos textos. Recuerdo un libro
que leí del alemán sobre los monasterios el budismo; parece que en algunos de
ellos el monje está enseñando y hay estatuillas de Buda sobre la chimenea,
entonces el monje toma las estatuillas y las arroja al fuego. Se usa para fines
innobles digamos los aspectos sagrados, para que se entienda que lo que importa
es la enseñanza y no mengano o fulano.
Se da el caso en Japón de
personas que han llegado al nirvana, se los ve como santos, y estos ni siquiera
leyeron una línea de los sutras. Lo importante es lo que enseñan.
Un erudito del budismo se
enojó conmigo porque yo le pregunté si el Vida había nacido en Nepal, a lo cual
él me respondió que el Buda no había existido y aunque parecería que sí fue no
importaba.
Entonces, si usted niega
la historicidad de Jesús, está negando todo sus sistema.
- ¿Y que sucede sobre la
teoría de los tres grandes impostores de la historia: Moisés, Jesús, Mahoma?
-Se habló de un libro: De
Tribus Impostoribus; la gente conocía más o menos el contenido del libro pero
no se ha encontrado ni un solo ejemplar. Es posible que no existiera, aunque es
probable que ese título haya existido y que era un libro muy peligroso.
-En una escala menor está
el Necromicón, el libro que presenta Lovecraft.
-Lo que no sabía es que
Lovecraft… se llamaba, digamos, el arte de amar…
-El oficio de amar…
-Sí, efectivamente, el
oficio de amar, que extraño, un escritor que literariamente no vale mucho, en
mi opinión.
Yo he estado en Baltimore,
en la casa de Poe, y tengo que pensar que era un enano. Hay una casa que sube a
los tres pisos, y hay una habitación por piso, pero para subir por esa
escalera, uno tiene que encorvarse. En la puerta hay un cuervo de bronce y en
la casa un cuervo embalsamado.
-Al escribir sus cuentos aplica
usted deliberadamente una lógica o es la combinación azarosa de sus sueños y
fantasías. ¿Cómo explica el hecho casi matemático de su imaginación?
-Lo único que sé siempre
es el principio y el fin. Las matemáticas también son una ciencia fantástica. Esos
relatos que usted dice matemáticos yo los he escrito bajo la influencia de Chesterton.
Los suelos me han dado muchos temas. Por ejemplo, voy a publicar un libro que
se va a llamar «La memoria de Shakespeare», que sale de una frase de un sueño
que tuve hace unos diez años.
-A pesar de estar rodeado
de tanta gente, ¿cómo percibe la soledad?
-Ya casi no tengo
contemporáneos. Soy victoriano y mis contemporáneos han muerto, salvo Ramón
Garaja, que no veo casi nunca, o Robert Graves que está viviendo una agonía de
éxtasis.
-Está muriendo como ha
vivido. ¿Pero el silencio sirve para algo?
-Seguro. Bueno, aquella frase
de Séneca: «morir sua morte», una persona muere en el estilo de una
persona. Como O’Henry que parece haber planteado
su muerte. Hay un ensayo de Schopenhauer en el cual el dice que todo acto es
voluntario. Se supone una voluntad y esa voluntad se ramifica a todos los seres
del mundo, no solamente humanos sino animales y vegetales, entonces todo lo que
no sucede a esa voluntad somos usted y yo.
-Edipo y Borges tienen similitudes:
la analogía de las leyendas.
-Ya lo dijo Chesterton: «Lo
único que sabemos de Edipo es que no tenía complejo de Edipo», lo cual es más
gracioso que lo que dijo Freud.
Chesterton también logró
una metáfora para el oro y otra para el mármol, que son cosas tan antiguas y
difíciles de modificar. En el año 1912 dice: «marble like solid moonlight» (mármol
como luz de luna maciza) y «gold like frozen fire» (oro como fuero congelado).
Son dos metáforas imposibles para la razón pero no para la imaginación. A los
otros les queda el universo; a mí penumbra, el hábito del verso.
El Noticiero Universal, 8 Junio 1985, p. 34-37.
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