martes, 27 de septiembre de 2022

“Sobre las dos grandes Primaveras y los Škvorecký” de Milan Kundera (1978)

 


1. Cuando en septiembre de 1968 pude pasar unos días en París, traumatizado por la tragedia de la invasión rusa de Checoslovaquia, estaban allí también Josef y Zdena Škvorecký. Me asalta otra vez la visión de un joven que, agresivamente, se dirigió a nosotros: “¿Qué quieren exactamente ustedes los checos? ¿Es que se han cansado ya del socialismo?”.

Durante aquellos días, debatimos largamente con un grupo de amigos franceses que emparentaban las dos Primaveras, la parisina y la checa, envueltas las dos en un mismo espíritu de rebelión. Esto era mucho más agradable de escuchar, pero persistía el malentendido:

El Mayo del 68 de París fue una explosión inesperada. La Primavera de Praga, la culminación de un largo proceso que arranca del choque que había producido el Terror estalinista en los primeros años después de 1948.

El Mayo de París, conducido primero por iniciativa de los jóvenes, estaba impregnado de lirismo revolucionario. La Primavera de Praga se inspiraba en el escepticismo posrevolucionario de los adultos.

El Mayo de París era un cuestionamiento festivo de la cultura europea, vista como aburrida, oficial, esclerosada. La Primavera de Praga era la exaltación de esa misma cultura durante largo tiempo sofocada bajo la imbecilidad ideológica, la defensa tanto del cristianismo como de la negación libertina de toda creencia y cómo no, del arte moderno (digo bien: moderno, no posmoderno).

El Mayo de París hacía gala de su internacionalismo. La Primavera de Praga quería devolver a una pequeña nación su originalidad y su independencia.

Gracias a un “maravilloso azar” estas dos Primaveras, asincrónicas, salidas cada una de un tiempo histórico distinto, se encontraron el mismo año en “la mesa de disección”.

2. El principio del camino hacia la Primavera de Praga está marcado en mi memoria por la primera novela de Škvorecký, Los cobardes, publicada en 1956 y recibida con el grandioso fuego de artificio del odio oficial. Esta novela, punto de partida de una gran trayectoria literaria, habla de un señalado punto de partida histórico: una semana de mayo de 1945 durante la cual, tras seis años de ocupación alemana, renace la República checa. Pero ¿por qué semejante odio? ¿Era la novela tan agresivamente comunista? En absoluto, Škvorecký cuenta en ella la historia de un hombre de veinte años, locamente enamorado del jazz (al igual que Škvorecký), arrastrado por el torbellino de unos días de una guerra moribunda cuando el Ejército alemán ya estaba de rodillas, en la que la resistencia checa se reconstituía con torpeza y en la que los rusos ya estaban llegando. Ningún anticomunismo, sino más bien una actitud no política; ligera, descortésmente no ideológica.

Y, además, la omnipresencia del humor, del inoportuno humor. Lo cual me hace pensar que la gente ríe de un modo diferente en las distintas partes del mundo. ¿Cómo negarle a Bertolt Brecht el sentido del humor? No obstante, su adaptación teatral de Las aventuras del buen soldado Švejk prueba que jamás entendió nada de la comicidad de Hašek. El humor de Škvorecký (como el de Hašek o Hrabal) es el humor de los que están lejos del poder, no aspiran al poder y consideran que la Historia es una vieja bruja ciega cuyos veredictos morales les hacen morir de risa. Y me parece significativo que sea precisamente con ese espíritu no serio, antimoralista, antiideológico, como arrancó, al alba de los años sesenta, un gran decenio de la cultura checa (por otra parte, el último al que podemos llamar grande).

3. Oh, los queridos años sesenta; me gustaba decirlo entonces, cínicamente: el régimen político ideal es una dictadura en descomposición; el aparato represivo funciona de manera cada vez más defectuosa, pero sigue ahí para estimular el espíritu crítico y burlesco. En el verano de 1967, irritados por el valiente congreso de la Unión de Escritores y considerando que el desafío había ido demasiado lejos, los amos del Estado intentaron endurecer su política. Pero ese espíritu crítico había contaminado ya incluso a un comité central del Partido que, en enero de 1968, decidió dejarse presidir por un desconocido: un tal Alexander Dubček. Empezó la Primavera de Praga: con una gran sonrisa el país rechazó someterse al estilo de vida impuesto por Rusia; se abrieron las fronteras del Estado y todas las organizaciones sociales (sindicatos, uniones, asociaciones), en su origen creadas para transmitir al pueblo la voluntad del Partido, se independizaron y se convirtieron en instrumentos inesperados de una democracia inesperada. Nació un sistema (sin ningún proyecto previo, casi por casualidad) que carecía realmente de precedentes: una economía nacionalizada en manos de cooperativas, poca gente rica, poca gente pobre, la enseñanza y la medicina gratuitas, pero también: el final del poder de la policía secreta, el final de las persecuciones políticas, la libertad de escribir sin censura y, por tanto, el florecer de la literatura, el arte, el pensamiento, las revistas. Ignoro cuáles eran las perspectivas políticas de futuro de aquel sistema; en la situación geopolítica de entonces, sin duda alguna eran nulas; pero ¿y en otra situación geopolítica? ¿Quién puede saberlo?... En todo caso, aquel segundo durante el que existió ese sistema, aquel segundo fue soberbio.

En Mirákl (Milagro) (terminada en 1970), Škvorecký cuenta todo ese período, entre 1948 y 1968. Lo sorprendente es que posa su mirada escéptica no sólo sobre la estupidez del poder, sino también sobre los contestatarios, su gesticulación vanidosa que iba instalándose en el escenario de la Primavera. Por eso, en Checoslovaquia, después de la catástrofe de la invasión, ese libro no sólo fue prohibido, como todas las obras de Škvorecký, sino poco reivindicado también por los que se oponían al régimen, quienes, contaminados por el virus del moralismo, no soportaban la libertad inoportuna de la ironía.

4. Cuando, en septiembre de 1968, en París, los Škvorecký y yo discutimos con amigos franceses acerca de nuestras dos Primaveras, no andábamos exentos de preocupaciones: yo pensaba en mi difícil regreso a Praga; ellos, en su difícil emigración a Toronto. La pasión de Josef por la literatura norteamericana y por el jazz había facilitado su elección. (Como si, desde nuestra primera juventud, lleváramos dentro el lugar de nuestros respectivos posibles exilios: yo, en Francia; ellos, en Norteamérica...) Pero, por muy desarrollado que fuera su cosmopolitismo, los Škvorecký eran patriotas. Sí, ya lo sé, hoy en día, en estos tiempos de bailes organizados por uniformizadores de Europa, en lugar de “patriota” habría que decir (con desdén) “nacionalista”. Pero, perdónennos, en aquellos tiempos siniestros, ¿cómo habríamos podido no ser patriotas? Los Škvorecký vivían en Toronto en una casita en la que dedicaron una habitación a editar y publicar a escritores checos prohibidos en su país. Nada por entonces era más importante. La nación checa no nació (varias veces) gracias a sus conquistas militares, sino que renació siempre gracias a su literatura. Y no me refiero a la literatura como arma política. Hablo de la literatura en tanto que literatura. Ninguna organización política subvencionaba a los Škvorecký, quienes, como editores, no podían contar sino con sus propias fuerzas y sus propios sacrificios. Nunca lo olvidaré. Yo vivía en París y el corazón de mi país natal estaba para mí en Toronto. Una vez terminada la ocupación rusa, ya no hubo motivos para publicar libros checos en el extranjero. Desde entonces, Zdena y Josef visitan Praga de vez en cuando, pero vuelven siempre a su patria. La patria de su viejo exilio.

KUNDERA, Milan (2009), Un encuentro, Buenos Aires, Tusquets Editores. Traducido del original francés por Beatriz de Moura.

lunes, 26 de septiembre de 2022

"Borges: el apacible hábito de la palabra" Iury Lech entrevista a Jorge Luis Borges (El noticiero universal, 8 Junio 1985, pp. 34-37)

 


Borges: El apacible hábito de la palabra

Jorge Luis Borges en Barcelona, con su último libro bajo el brazo. Y Borges con sus temas: con el tiempo, el lenguaje, la erudición, el escepticismo religioso. Borges como una sombra de sí mismo que se va afinando, Y la oportunidad de hablar con él, brevemente, bajo la atenta mirada de María Kodama

I. Lech

- ¿Podemos pensar que cuando san Agustín decía que si se le preguntaba qué es el Tiempo no sabía qué contestar y que cuando no se lo preguntaban lo sabía, estaba jugando con las respuestas?

-Yo creo que eso puede interpretarse de dos modos. Podemos pensar que él lo sabía, pero también podemos pensar que todos sabemos que es el Tiempo pero que no sabemos traducir de otro modo que en la palabra Tiempo.

Creo que Aristóteles dijo que el tiempo es la medida del movimiento. El movimiento significa a un objeto espacial que se desplaza de un punto a otro, es decir, dentro de un espacio-tiempo; y es lo más lógico que para definir al Tiempo se utilice la palabra tiempo.

- Pero la definición agustiniana también plantea una sensación de fragilidad e importancia ante el paso del Tiempo; la atemporalidad del pasado y del futuro.

-Estoy convencido que el Tiempo es el enigma central de la filosofía. Se puede construir un Universo sin espacio, pero no se puedo construir un Universo sin Tiempo.

Para mí es posible imaginar un Universo que tuviera tiempos inciertos; si fuere para el caso una música o por medio de palabras, que no son finalmente el espacio. Creo que muchas veces uno solo vive el Tiempo, por ejemplo, si usted escucha absorto una música o está recordando un poema y lo recuerda verso por verso, durante los catorce versos del soneto usted estará viviendo fuera del Tiempo.

-En uno de los textos de su último libro «Los conjurados», titulado «Elegía», usted dice «...el Tiempo se olvida de sus ayeres y de que nada es irreparable o la contraria certidumbre de que los días nada pueden borrar y de que no hay un acto, o un suelto, que no provecto una sombra infinita.»

-Sí, sus ayeres es de Shakespeare: «unknown our yesterdays» dice Macbeth. Recuerdo una versión japonesa para cine, «El trono de sangre», un bonito título ya que es algo imposible. Yo vi la de Orson Wells; está hecha como si se entendiera que todo es un sueño. El palacio en donde está el rey es al mismo tiempo une especie de enorme gruta o caverna y Macbeth dice «qué pesada es una corona» y no tiene la corona puesta; tan desparejo Wells, ¿no es cierto? Se dice Macbeth. acentuado en la «e», disculpe lo digresión pero es que yo he sido profesor de Literatura Inglesa durante veinte años

-Es una forma de felicidad saber que uno sabe.

-Me parece tan rara esa felicidad...

-Pero en usted la literatura trasciende como una búsqueda de ese estado.

-Yo no sé si he escrito un poema malo, además no me importa. Creo que habré escrito alguna poesía buena; no he escrito ninguna para evitarlo. Cuando escribo una poesía voy a dejar que el poema decida, voy a intentar intervenir lo menos posible en su concepción o estilo.

Hay que dejar que la obra se escriba a través de uno y a pesar de uno.

-El título de este último libro hace alusión a una conjura contra la ignorancia o la fealdad, o quizá tiene algún significado mágico para exorcizar al mundo de su vacuidad.

-Puede ser, pero yo creo que no importa que el título sea ambiguo.

-Si, y estoy de acuerdo con usted, pero no me refiero a la doble lectura, lo cual es una necesidad en la poesía, sino a la belleza de la palabra como medio de revelación. En el comienzo del libro usted aclara: «Escribir un poema es ensayar una magia menor. El instrumento de esa magia, el lenguaje, es asaz misterioso. (...) (En el poema, la cadencia y el ambiente de una palabra pueden pesar más que el sentido.)»

-Lugones escribió Los crepúsculos del Jardín; si hubiera dicho las tardes de la granja o las penumbras de la quinta, su sentido sería muy pobre. Es claro, el castellano tiene la virtud que el francés no tiene y que es la palabra esdrújula, además es de los idiomas latinos cuyo sonido se parece más al latín.

- ¿Cuál es el verdadero sentido de la poesía? El poeta y ensayista H. A. Murena escribe que «toda palabra es metafórica… abarca, según se la use, más o menos mundo que lo que la convención supone que abarca»

- Sí, yo he conocido a Murena. Ahora, Emerson lo dijo de otro modo, dijo que el lenguaje es inocencia, que también es metáfora. Todas las palabras abstractas son metáforas, piense que la palabra es ir más allá.

Tengo entendido que el idioma guaraní no hay palabras abstractas; no tenían una palabra para el Árbol nuevogenérico, tal vez para roble pero no para árbol.

- ¿Existe alguna posibilidad de que la poesía redima al pecado, ya que une a los contrarios, acerca la tierra al cielo?

-Yo no creo en el pecado. Stevenson decía que hay un sólo pecado, y que es el de la crueldad, pero lo demás no.

¿Y la ignorancia? La crueldad es un acto que se refleja de la ignorancia.

-Hay gente que hace sufrir sin pensar que el otro sufra, y si uno nace sufrir sin saberlo no importa.

Por ejemplo, hay unas tres o cuatro personas que yo sé que no debo saludarlas y que ellas no me van a saludar. Yo quiero decir que hemos sido amigos, ya que para enemistarse hay que ser amigos previamente o al manos conocidos. Ahora, lo que yo no sé es por qué me he enemistado; será porque hay que olvidar lo malo para pensar que no lo hay.

-Algo tan difícil de responder como el problema del Tiempo.

-Sí, pero el Tiempo es más importante

Postergar la obra

-Blanchot dijo que escribir es producir la ausencia de obra, que es arriesgarse a la locura. ¿Nunca ha tenido ese sentimiento o la necesidad del libro total?

-Yo no tengo obra, sólo son fragmentos, borradores que se han publicado por casualidad.

- ¿Y aquellos escritores que se obsesionan por la totalidad?

-A mi me llamó tanto la atención un escritor amigo que a uno de sus libros lo puso «edición definitiva». Cómo puedo saber que en cualquier momento él abre su libro y dice: «¡caramba! este adjetivo esté muy bien, me olvidé de ponerlo». Qué raro que él supiera que nunca más habría de corregir su libro. Un día la pregunté a Alfonso Reyes porqué publicaba y él me dijo: «Yo me ha hecho muchas veces esa pregunta y creo haber dado con la respuesta» ¿Cuál es? volví a preguntarle, «publicamos para no pasarnos la vida corrigiendo los borradores». Ahora ya ha publicado este libro y ya no tengo porqué estar preocupándome en pensar en sus poemas. Mientras estén en un manuscrito puedo ceder a la tentación da que alguien me los lea y de corregir o hacer alguna nota.

-Se ha especulado mucho últimamente sobre la desaparición del libro, pero según Mircea Eliade, es en el libro en donde revivimos la vida del espíritu ante la pérdida de las tradiciones orales como perpetuación del saber.

-Sí, he leído de Eliade un libro sobre el tiempo cíclico. Nietzsche, en uno de sus primeros libros, habla sobre el eterno retorno. Dice que es un disparate, que la historia es un drama en cinco actos. Después él se olvidó de aquello, sin embargo, en ese libro habla de los estoicos, de los pitagóricos. Luego le dio el nombre de eterno retorno, de que todo lo que hacemos se repetirá y al revés. Qué raro que él se olvidara totalmente que lo había leído en los griegos.

-El Zen no es negación sino algo vivo como el espacio cósmico o como una piedra que puede conducirnos al descubrimiento de un nuevo mundo. ¿Cuál, el de las ideas o de las precepciones?

-La gran ventaja del budismo Zen es que no tiene mitología. Para ser cristiano usted tiene que aceptar la idea de un dios que se hace momentáneamente hombre, y tiene que aceptar que ese sacrificio fue el salvador de usted. Son muchas cosas. En cambio para ser budista usted ni siquiera tiene que aceptar unos textos. Recuerdo un libro que leí del alemán sobre los monasterios el budismo; parece que en algunos de ellos el monje está enseñando y hay estatuillas de Buda sobre la chimenea, entonces el monje toma las estatuillas y las arroja al fuego. Se usa para fines innobles digamos los aspectos sagrados, para que se entienda que lo que importa es la enseñanza y no mengano o fulano.

Se da el caso en Japón de personas que han llegado al nirvana, se los ve como santos, y estos ni siquiera leyeron una línea de los sutras. Lo importante es lo que enseñan.

Un erudito del budismo se enojó conmigo porque yo le pregunté si el Vida había nacido en Nepal, a lo cual él me respondió que el Buda no había existido y aunque parecería que sí fue no importaba.

Entonces, si usted niega la historicidad de Jesús, está negando todo sus sistema.

- ¿Y que sucede sobre la teoría de los tres grandes impostores de la historia: Moisés, Jesús, Mahoma?

-Se habló de un libro: De Tribus Impostoribus; la gente conocía más o menos el contenido del libro pero no se ha encontrado ni un solo ejemplar. Es posible que no existiera, aunque es probable que ese título haya existido y que era un libro muy peligroso.

-En una escala menor está el Necromicón, el libro que presenta Lovecraft.

-Lo que no sabía es que Lovecraft… se llamaba, digamos, el arte de amar…

-El oficio de amar…

-Sí, efectivamente, el oficio de amar, que extraño, un escritor que literariamente no vale mucho, en mi opinión.

Yo he estado en Baltimore, en la casa de Poe, y tengo que pensar que era un enano. Hay una casa que sube a los tres pisos, y hay una habitación por piso, pero para subir por esa escalera, uno tiene que encorvarse. En la puerta hay un cuervo de bronce y en la casa un cuervo embalsamado.

-Al escribir sus cuentos aplica usted deliberadamente una lógica o es la combinación azarosa de sus sueños y fantasías. ¿Cómo explica el hecho casi matemático de su imaginación?

-Lo único que sé siempre es el principio y el fin. Las matemáticas también son una ciencia fantástica. Esos relatos que usted dice matemáticos yo los he escrito bajo la influencia de Chesterton. Los suelos me han dado muchos temas. Por ejemplo, voy a publicar un libro que se va a llamar «La memoria de Shakespeare», que sale de una frase de un sueño que tuve hace unos diez años.

-A pesar de estar rodeado de tanta gente, ¿cómo percibe la soledad?

-Ya casi no tengo contemporáneos. Soy victoriano y mis contemporáneos han muerto, salvo Ramón Garaja, que no veo casi nunca, o Robert Graves que está viviendo una agonía de éxtasis.

-Está muriendo como ha vivido. ¿Pero el silencio sirve para algo?

-Seguro. Bueno, aquella frase de Séneca: «morir sua morte», una persona muere en el estilo de una persona.  Como O’Henry que parece haber planteado su muerte. Hay un ensayo de Schopenhauer en el cual el dice que todo acto es voluntario. Se supone una voluntad y esa voluntad se ramifica a todos los seres del mundo, no solamente humanos sino animales y vegetales, entonces todo lo que no sucede a esa voluntad somos usted y yo.

-Edipo y Borges tienen similitudes: la analogía de las leyendas.

-Ya lo dijo Chesterton: «Lo único que sabemos de Edipo es que no tenía complejo de Edipo», lo cual es más gracioso que lo que dijo Freud.

Chesterton también logró una metáfora para el oro y otra para el mármol, que son cosas tan antiguas y difíciles de modificar. En el año 1912 dice: «marble like solid moonlight» (mármol como luz de luna maciza) y «gold like frozen fire» (oro como fuero congelado). Son dos metáforas imposibles para la razón pero no para la imaginación. A los otros les queda el universo; a mí penumbra, el hábito del verso.

El Noticiero Universal,  8 Junio 1985, p. 34-37.