miércoles, 16 de junio de 2021

"Giménez Caballero: Entre Góngora y la Posmodernidad" (Punto y coma nº4, julio-agosto de 1986)

Encontramos a GeCé en su piso escurialense de Madrid, a sus ochenta y siete años plenos de lucidez. Su voz a veces trémula y entrecortada nos narra un periodo fundamental de las letras españolas. En su memoria aparecen la convivencia de la diversidad ideológica que encamó La Gaceta Literaria, el primer cine-club español, la inauguración de la escritura surrealista, los rasgos del Genio de España... Giménez Caballero, figura fundamental en la generación que une el 98 con el 27, describe un proyecto cultural posmoderno en el que, antes de la guerra civil, vislumbraba ya la muerte de la ideologización de la cultura y la necesidad de afirmar el derecho a la diferencia. GeCé, montado en la greguería ramoncina centelleante y paradójica, en la frase precisa, dibuja el perfil de una etapa definitiva en la historia de la cultura y de la literatura españolas.

Vanguardia y tradición

PUNTO Y COMA: ¿Cómo definiría a la vanguardia literaria española?

GECÉ: La vanguardia estuvo profundamente influida por Guillaume Apollinaire y el caligrama, el que por cierto aparecía siempre dibujado con casco y ametralladora. Esta iconografía heroica no era gratuita: el término de vanguardismo procede como él mismo lo indica de los que participaron en la primera gran guerra, la de 1917, y que, también, corresponde a la revolución comunista de Lenin; sin embargo, la literatura, como siempre, se adelantó a la política. Ya Marinetti y el movimiento futurista habían creado las premisas estéticas del vanguardismo afirmando la necesidad de una revolución estética, que precediera a toda otra revolución. ¿Mas en qué consistía la revolución vanguardista? Se proponía el desintegrar la literatura reduciéndola exclusivamente a la imagen, concentrando su significado en la metáfora, es decir, el vanguardismo se propuso atomizar a la sociedad como a la literatura mediante una subversión, en que la imagen ocupaba el lugar principal incluso a través de los caligramas, de los carteles, del cinematógrafo. A este respecto el libro de Guillermo de la Torre, Literaturas de Vanguardia, es fundamental para comprender su divulgación en el mundo.

En el desenvolvimiento de la vanguardia y de su propósito de encontrar la metáfora pura, que en España alcanza su máxima perfección en la invención genial de la greguería de Ramón Gómez de la Sema, llega un momento de desgaste y cansancio, entonces, Jean Cocteau escribe un libro fundamental, La Llamada al Orden, en que propone la unificación de las conquistas revolucionarias de la metáfora con la tradición poética y literaria.

PUNTO Y COMA: En ese retomar las fuentes de la tradición por parte de la vanguardia ¿cuál es el papel que desempeña Góngora como símbolo poético para los vanguardistas españoles?

GECÉ: En España el movimiento vanguardista que formaban Gerardo Diego, Rafael Alberti, Federico García Lorca, entre otros, continúa con la búsqueda de un nuevo orden estético pero ese empeño se viste con las formas tradicionales de la poesía española. Se vuelve —en un movimiento de retorno al origen— a la décima con Jorge Guillén, al soneto, a la octava real y el emblema de esta revolución es Góngora, en torno a Góngora se unen todos los escritores en España. Se trata de una regeneración de las fuerzas culturales ancestrales, y de los valores de cada tradición poética. Sin embargo, esa unidad entre la tradición y la revolución que se produce en La Gaceta literaria, y que tiene como símbolo a Góngora, se quebranta por los años 29 y 30, en que cada escritor tira por su lado: es la guerra civil que se avecina.

Cultura y diversidad

PUNTO Y COMA: Tras de La Gaceta Literaria usted dirigió El Robinsón Literario como una respuesta solitaria a la polarización ideológica de los escritores españoles de aquel entonces: ¿la cultura debe ser ideologizada o desideologizada?

GECÉ: El Robinsón Literario fue un deseo de continuar con el espíritu de La Gaceta Literaria cuando sobrevino la politización y el partidismo en España, fue una especie de premonición de la guerra civil. Recientemente en Navarra me ocupé del tema cultual en una mesa redonda con Arrabal y Sánchez Dragó. La cultura, término que comenzó a emplear el humanista español Juan Luis Vives, significa cultivar, ahondar, profundizar. El sentido de la cultura ha sufrido metamorfosis e interpretaciones diversas y se ha presentado el peligro de una instrumentalización por la cual ya no importa la cultura sino el apoyar un determinado régimen político. La cultura, valor distinto al de la tecnología y al de la civilización, tiene como objeto penetrar en el secreto de la vida y en el misterio del hombre. Creo que se acerca el tiempo en que el hombre —fuera de las ideologías o por encima de ellas— ha de regresar a la cultura mística, la que nunca terminó ni terminará pues el misterio de la vida sigue sin descubrirse.

PUNTO Y COMA: ¿Qué propósito animó la diversidad que se manifestaba en La Gaceta Literaria, en que tuvieron cabida las literaturas de las diferentes regiones españolas, así como la herencia sefardí y la cultura iberoamericana?

GECÉ: Creo que di forma a una aspiración que compartió la generación del 98 como la del 27: contar con un espacio de expresión donde, sin más restricciones que las de la calidad, pudiera manifestarse la cultura hispánica con sus distintas tonalidades y aspectos. Tuve sefardíes —recorrí para ello sus sedes en Europa Oriental—, a los catalanes, a los vascos, a los iberoamericanos en su expresión genuina, porque esa diversidad que conforma la cultura hispánica llegó a unificarse libremente en un continente que fue La Gaceta Literaria. Ese espíritu no consiguió arraigar durante el régimen de Franco, en él continuó vivo el espectro de las dos Españas. El alma de La Gaceta Literaria se perdió porque faltaba el espíritu creador, provocando lo que después vino con la denominación: la diversidad de la decadencia. La Gaceta Literaria, no hay que olvidarlo, se definía como Ibérica-Americana-Internacional: Ibérica porque quise reunir en La Gaceta a Portugal y al mundo brasileño; Americana ya que estaba abierta a los americanos de habla española; e Internacional por la relación de la cultura española con el mundo europeo y no europeo.

Un mártir

PUNTO Y COMA: Gómez de la Sema sostuvo que Giménez Caballero es el mártir de la vida literaria, ¿continúa Usted siendo un San Sebastián clavado de plumas estilográficas?

GECÉ: Por principio existió una relación muy estrecha entre la tertulia del Pombo y La Gaceta Literaria, abundo en ello en mi libro que obtuvo el premio Planeta, Retratos Españoles. Por otra parte, no conocía esa definición de Ramón, pero se la agradezco en la ultratumba. Creo que su imagen fue exacta, sigo siendo un San Sebastián, pero con una diferencia: las plumas estilográficas que me hieren no son ya fecundas ni creadoras, son lanzas envenenadas que obstruyen mi paso por el mundo literario. En estos momentos están ustedes hablando con un mártir.

Literatura, imagen, transfiguración

PUNTO Y COMA: Su novela Yo, inspector de alcantarillas ¿con qué influencias literarias se identifica?

GECÉ: Se ha dicho que Yo, inspector de alcantarillas, que escribí por el año 1927, es el primer relato surrealista en España. En realidad, el escritor de verdad, que lo lleva dentro (yo soy uno de ellos), es de una ignorancia casi total sobre las influencias que permean su obra. Desconocía el surrealismo. Tenía noticias de su existencia a través de Guillermo de Torre y de los poetas de La Gaceta Literaria. Sin embargo, tenía el instinto de escritor para saber dónde estaban las cosas viejas y las nuevas. Así escribí Yo, inspector de alcantarillas tras haber leído a Freud e influido especialmente por la mística española. Intenté bajar a los infiernos y a los pozos negros del alma. Ese itinerario místico se expresa en el personaje que identifica el patio lóbrego que observa con su propio ser interior.

PUNTO Y COMA: ¿Cuál es su relación con el cine y el lenguaje de la imagen?

GECÉ: Fui el organizador en 1928 del primer cine-club español. He concebido el cine como la nueva liturgia moderna, como un rito de transfiguración colectiva. Creo que fui de los pocos que comprendió el valor de la imagen. Me interesé de tal modo en el cine que no sólo traje a España las películas más recientes de su época, sino que también realicé varios filmes. Mi pasión por el cine fue prematura y cada vez más profunda y completa. El cine vuelve a recobrar lo que se había perdido desde que el arte se separó del resto de la existencia, esto es, la cultura total, el arte total. Ya había cine en la cueva prehistórica: la caverna es oscura, hay sombras, resplandece el fuego y el chamán pinta figuras que se animan por el juego de la luz contra el fondo negro de la noche, lo acompañan las salmodias y los cantos, la música elemental de los orígenes y los sahumerios que con su olor crean una atmósfera especial. En la Edad Media la manifestación de este arte total se centró en la ceremonia religiosa: el incienso, imaginería, la decoración pictural de los vitrales, la música, la modulación rítmica en que se individualizan las diferentes partes del misterio total humano. De ahí que en mi obra Arte y Estado me refiera al cine como una nueva catedral medieval, al que sólo le faltaría el trance místico olfativo que produce el incienso, los hechiceros siempre han tenido materias olorosas como soporte ritual de la magia. En lo que se refiere a la imagen también me preocupé del cartel, incluso uno de mis libros de ensayo. Carteles, de 1927, buscó integrar el lenguaje plástico con la crítica literaria: el cartel es un grito pegado a la pared y mucho más convincente que las palabras.

PUNTO Y COMA: ¿Qué reacciones produjo su primer libro Notas Marruecas de un soldado?

GECÉ: Lo publiqué en 1923 y causé dos reacciones distintas: una literaria, excelente, en que recibí comentarios muy favorables entre otros de Miguel de Unamuno, de Indalecio Prieto, de Eugenio D’Ors. Los militares por su parte se sintieron ofendidos, por el retrato que hacía del militarismo español en Marruecos, me llevaron a prisiones militares y una condena de 18 años de cárcel que finalmente me fueron indultados. En Notas Marruecas de un soldado hice mi primera profecía de escritor en que llamaba a mis camaradas de armas a reunirnos en un haz de excombatientes para evitar la guerra civil, ese anuncio con el que termina el libro fue lo que verdaderamente me valió ser conducido a las prisiones militares, por ser considerado una incitación a la rebelión.

La esencia de España

PUNTO Y COMA: ¿En qué consiste lo que ha llamado la esencia de España frente a la colonización estadounidense?

GECÉ: Creo que he dado una respuesta en mi libro Genio de España, en donde sostengo la fusión de lo oriental, lo autocrítico, el sentido de la autoridad, la disciplina férrea, con la libertad occidental, es decir, el principio de la heterogeneidad, de la diferencia cultural, en que se combina lo franco, germánico, ibérico con lo árabe y la tradición oriental. España es la mezcla privilegiada de la autoridad y la libertad y de los derechos individuales. España es el punto de equilibrio entre el derecho individual y la barbarie, lo que ha generado ese carácter español que se define por lo universal y la tiranía. En Oriente la cultura se ha definido por Dios, ante todo; en Occidente, el individuo, sobre todo. En fin: libertad y autoridad, esas dos fuerzas constituyen el “Genio de España.

PUNTO Y COMA: Teniendo presente que hablamos de la esencia de lo español ¿qué lugar ocuparía la figura de El Quijote?

GECÉ: Pienso que el Quijote de Cervantes es la entrada de España en una realidad cultural burguesa, decadente, pacifista, renunciadora. En el Quijote España pierde el Medievo. Y, por otra parte, creo que esta obra es la oposición al fracaso, es el espíritu de rebeldía, que tiende a superar el derrotismo. Tal vez esta contradicción explique algo del espíritu español, llamado quijotesco en lo que tiene de noble desprendimiento, riesgo y apego a las verdades fuera de uso, y necesariamente de antiquijotesco en cuanto tal expresión puede significar renunciamiento o abdicación ante el destino adverso. España hoy tendría que ver con el Quijote-libro la pérdida de sus raíces geniales y más genuinas, la entrega al nuevo mundo burgués, y sería antiquijotesco en lo que se refiere a su derrota vital, a su pérdida del brío fantástico, a su olvido de sí misma, de su individual, rara y aislada diferencia.

Entrevista realizada por: Isidro Juan Palacios y José Luis Ontiveros (Punto y coma nº4, pp.11 -14)

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