sábado, 21 de diciembre de 2019

Entrevista a Luis Díez del Corral (Blanco y Negro, 19 de marzo de 1980)


Díez del Corral, doctor «honoris causa» en la Sorbona
«NO DEBEMOS TENER COMPLEJO DE INFERIORIDAD»

UN catedrático y académico español recibía, hace unas semanas, el diploma de doctor «honoris causa» en el paraninfo de la Universidad de la Sorbona, el templo de la cultura francesa, que reconocía así la vocación europea de un pensador español, insólita mezcla de investigador de la historia, de filósofo, de conocedor del arte. Extraño transeúnte de los territorios lindantes entre poder y cultura, entre las instituciones políticas y los lenguajes artísticos acuñados para su propia definición.

Don Luis Díez del Corral es un investigador insaciable que ha conseguido acumular páginas importantes para la memoria histórica de este país, pero no se ha contentado con las parcelas interiores. Acaso su mayor valor, su auténtica apuesta, haya sido el esfuerzo por demostrar que los caminos no se detienen en las fronteras, que hay mundos semejantes y un permanente cruce sobre territorios comunes. Puede que esa misma mentalidad le haya convertido, como contrapunto, en viajero, en curioso explorador de todos los mundos.

Los honores de la Universidad de París fueron compartidos con otros investigadores, filósofos y pensadores de distintos países y con el poeta griego Odyseus Elytis, último Nobel de Literatura. Es indispensable hablar de la insólita presencia de un español en una tribuna cultural de otro país.

—Es cierto que el español lleva un «hándicap» cuando pasa los Pirineos y no es artista, ni pintor, ni novelista... La actividad intelectual puramente dicha, ya sea la del investigador, la del historiador de cualquiera de las ramas de las ciencias humanas, encuentra mayores dificultades.

Y uno piensa que es cierto que, cuando la cultura entra en la tasación, en el mercado, cuando cotiza y arroja dividendos, tiene las puertas abiertas y las aduanas. Por eso el reconocimiento de la Universidad de la Sorbona tiene un carácter de mayor generosidad. Quizá es que somos más un país de artistas, de pintores que de pensadores, o al menos así nos ven desde el otro lado del Pirineo.

—Existe una dificultad mayor, pero tampoco puede hablarse de hostilidad. También es cierto que hay pocos historiadores que se ocupen de problemas y temas no específicamente españoles. El arte es un lenguaje universal que interesa por igual a todo el mundo, pero si nos aferramos demasiado a nuestra literatura, a la historia de nuestro pensamiento o a nuestros sistemas políticos, difícilmente vamos a conseguir interesar fuera de nuestras fronteras. Hemos vivido en los últimos años encerrados en problemas propios de nuestro país con un nacionalismo acaso excesivo, practicado por los que dicen no ser nacionalistas.

A don Luis Díez del Corral le parece que no debemos tener miedo a escribir sobre los grandes pensadores extranjeros. Entonces se entra por su misma puerta. Ese dilatado trabajo del académico español es lo que le ha servido para ser una de las personalidades de la cultura de nuestro país que mayor respeto merece en Europa. Los estudios sobre el pensador francés Tocqueville, su obra «El rapto de Europa» y otros escritos relacionados con la historia europea, como los que recoge el volumen «Perspectivas de una Europa raptada», estudios sobre el pensamiento político francés o los trabajos relativos a la cultura alemana. Por todas estas razones y cada una, un español de excepción era entronizado en aquel templo de la cultura francesa. Pero ¿cómo se ve en este momento la cultura española desde fuera de nuestras fronteras?

—Hay un interés evidente en conocer lo que está ocurriendo en España en estos momentos de cambio político, pero sospecho que se trata de un interés más político que cultural. A los historiadores extranjeros, particularmente a los franceses, les interesa mucho la España de los siglos XVI, XVII y XVIII, cuando España desempeñaba un papel fundamental en el desarrollo de la cultura europea Se trata de un terreno más abandonado por los historiadores españoles que se han sentido más atraídos por el siglo XIX. Los investigadores ingleses y franceses han sabido descubrir que la historia española de los siglos precedentes no está localizada en sí misma, sino que es parte de la historia de Europa, porque las decisiones de los monarcas de la corte de Madrid afectaban de manera directa a Francia u Holanda. Cuando se han aplicado nuevos métodos y técnicas de historia social y económica sobre este período de nuestra historia, se ha descubierto que la Monarquía hispánica es clave para entender la historia de Europa.

Pero la curiosidad de los investigadores extranjeros sobre nuestro pasado histórico no se corresponde en una medida semejante con una preocupación más actualizada sobre nuestro presente cultural. España acude, a título de inventario, a las grandes exhumaciones históricas que se programan en los distintos países, pero está ausente de los foros culturales contemporáneos.

—No creo que debamos tener complejo de inferioridad, o ir con el prejuicio de que no nos van a hacer caso porque somos un pueblo en circunstancias un tanto anómalas respecto a los demás países europeos.

EL SALON DE REINOS

Lo cierto es que esas sensaciones son muchas veces lógicas. Salimos de una especie de naufragio, estamos llenos de prisas, apostamos por operaciones de prestigio a corto plazo y no nos ocupamos de analizar, de restaurar determinados capítulos de nuestra historia. Entonces se desoye el magisterio de nuestros investigadores. Por ejemplo, usted ha defendido desde hace muchos años la restauración del Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro, lugar para donde Velázquez pintó los lienzos de la familia real.

—Sostuve la idea de que se podía restablecer aquel salón, que era el centro de la Monarquía española en los últimos años de auge en la política internacional, porque revelarla su sentido, no sólo porque los cuadros iban a encontrar su razón de ser, sino como gran aparato escenográfico, decorativo y simbólico de lo que era entonces el centro de la Monarquía. Estaría entonces la familia real puesta en su sitio, los cuadros que relatan las batallas, los lienzos de Zurbarán que anotaban con un sentido mitológico la fuerza y el esplendor de la institución. Pero esta iniciativa ha encontrado una serie de imponderables. Allí está instalado hoy el Museo del Ejército, que un día pensó trasladarse a Toledo. También algunos historiadores del arte piensan que la contemplación de los lienzos de Velázquez se dificultaría en su primitivo destino. Por mi parte pienso que se trata aún de un tema que debiéramos meditar.

MONARQUIA TOLERANTE

Al académico de la Historia le parece que este escenario recobrado para la memoria de nuestro pasado explicaría con verdadera elocuencia la contextura interna de la institución monárquica española y sus diferencias con las monarquías europeas de su tiempo.

—Se trata de una estructura enormemente compleja. La mitad de los escudos que figuran en la gran estancia no se refieren a entidades españolas. Pertenecen al Nuevo y al Viejo Mundo. Se podría aprender allí la enseñanza de lo que ha sido para su gloria y para su servidumbre la estructura política de la Monarquía española, cuyas consecuencias derivan de una manera muy directa en la situación actual. No se puede explicar este fervor por el autonomismo si no se tuviera en cuenta que Cataluña desempeñaba en esa Monarquía un papel muy secundario, por no decir casi nulo, porque no contribuía ni con dinero, ni con hombres a las grandes empresas internacionales, ni a una vida política de una comunidad tan abigarrada como la española de aquella época. Los genoveses contribuyeron a los empeños de la política económica y exterior mucho más que la Corona de Aragón. Y murieron muchos más napolitanos y flamencos que catalanes o valencianos en las empresas bélicas dirigidas por la Monarquía española. La unidad nacional, instaurada por los Reyes Católicos, no afecta a la entraña íntima de los diversos Estados, que se integran de manera más formal y superficial que efectiva.

Este comportamiento de la institución la interpreta Díez del Corral como un síntoma de tolerancia, no de debilidad, y razona en esta postura la subsistencia de los idiomas formados en los siglos XIV a XVI, fenómeno que difícilmente se encuentra en otros países europeos.

—El inglés desplazó al idioma que se hablaba en Irlanda bastantes años después de la unificación realizada por los Reyes Católicos y en Francia se elimina la lengua de «Oc» de una manera verdaderamente radical, mientras el centralismo que se instaura en España, primero con los Austrias y luego con los Borbones, presiona mucho menos sobre las culturas periféricas que las monarquías vecinas.

Pero también existieron episodios terribles, como la imposición, a sangre y fuego, del Decreto de Nueva Planta con la llegada al trono del primer Borbón, Felipe V, que ponen la excepción en la norma que se trata de entrever en la estructura de la Monarquía española. Al académico de la Historia le parece que está muy bien descentralizar y dar la autonomía a las regiones. Pero sin que esto suponga la igualación de culturas que no se dan en el mismo nivel, ni la destrucción del cuerpo histórico de una estructura política, económica y cultural que supone el ingente esfuerzo de construcción de una nación que sale de la noche de la Edad Media. Le parece que hay grandes dosis de irracionalidad en el tema y que es un desastre que el poder central, que debiera ser una instancia centrípeta, se haya convertido en centrífuga al suscitar y propulsar un movimiento autonomista —que tiene en muchos casos razón de ser—, pero que puede conducir a la disgregación de la unidad nacional y al destrozo de su cuerpo político, cultural y económico.

M. P. O.

Blanco y Negro, 19 de marzo de 1980, pp. 48-49.

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