jueves, 11 de septiembre de 2008

Hugo de San Victor, la educación y nosotros

Frente a épocas como el "Renacimiento" o el "Síglo de las luces", poco, o muy poco, se aprecia a una "Edad Media" marcada, para la imaginación contemporánea, por la ignorancia, el "oscurantismo", la Inquisición, el feudalismo etc. Así, aún cuando historiadores como Jacques Heers (La invención de la Edad Media) o Régine Pernoud (Para acabar con la Edad Media), ya han ayudado a tener una perspectiva más ajustada, todavía hay mucho publicista "a la violeta" que mantiene esos "cliches".

Esta pequeña reflexión, viene a cuento, respecto a los dos textos, pertenecientes al Didascalicon de Hugo de San Victor que os presento a continuación. Son dos textos centrales, fundamentales, para conocer lo que esos monjes del siglo XII entendían por educación: como una ascesis que buscaba, ante todo, la verdad.

Por favor, leed despacio lo que nos dice el maestro Hugo, porque tiene mucho que enseñarnos:

El principio de la disciplina es la humildad [...] y a través de la humildad el lector aprende tres lecciones especialmente impor­tantes: la primera, que no debe despreciar ningún conocimiento o escrito, cualquiera que sea. La segunda, que no se avergonzará de aprender de ningún hombre. La tercera, que cuando él mismo haya alcanzado el conocimiento, no mirará a nadie por encima del hombro. Una vida tranquila es igualmente importante para la disciplina, tanto cuando la tranquilidad es interior, de modo tal que la mente no se distraiga con deseos ilícitos, como cuando es exterior, de modo tal que disponga del tiempo libre y la oportuni­dad para estudios loables y útiles.
Para la disciplina es especialmente importante saber prescin­dir de las cosas superfluas. Como dice el dicho, una barriga promi­nente no puede parir una inteligencia fina. Por último, el mun­do entero debe convertirse en territorio extranjero para aquellos que quieran leer con perfección. Dice el Poeta: "No sé debido a a qué dulzura el suelo natal atrae al hombre; y no puede acep­tar que deba olvidarlo". El filósofo debe aprender, paso a paso, a abandonarlo.


Me atrevo a afirmar ante vosotros que yo nunca desprecié nada que tuviera que ver con la educación, sino que más bien aprendí a menudo muchas cosas que a los demás les parecían una espe­cie de broma o simplemente sinsentidos. Recuerdo que cuando aún iba al colegio, me esforcé en conocer el nombre de todo sobre lo que posaba mis ojos o tenía que utilizar, concluyendo sincera­mente que un hombre no podía conocer la naturaleza de las cosas sin conocer antes sus nombres. Cuántas veces al día repetiría yo mis pequeños pedazos de sabiduría [sophismata, migajas de co­nocimiento] que, gracias a su brevedad, había anotado en una o dos palabras en una página, de tal modo que pudiera tener un dominio consciente sobre las soluciones, e incluso el número, de prácticamente todos los pensamientos, cuestiones y objeciones que había aprendido. A menudo proponía casos y, cuando los argumentos opuestos se alineaban unos frente a otros, yo distin­guía diligentemente cuál sería la labor del retórico, cuál la del orador, cuál la del sofista. Ponía en el suelo piedras que repre­sentaban los números y marcaba el pavimento con carbón y, con un modelo colocado frente a mis ojos, mostraba de un modo sim­ple cuál es la diferencia entre triángulos de ángulo agudo, recto y obtuso. Aprendí si un paralelogramo equilátero tiene la misma área que un cuadrado cuando se multiplican dos de sus lados, caminando sobre ambas figuras y midiéndolas con mis pies. A menudo me quedaba mirando [excubavi] hacia afuera a través de las noches de invierno como una de las estrellas fijas, por me­dio de las cuales medimos el tiempo. A menudo sacaba mis cuer­das, tensadas de acuerdo con su número al marco de madera, para poder captar al oído la diferencia entre los tonos y, al mismo tiempo, deleitar mi alma con la dulzura de su sonido. Sin duda eran pasatiempos infantiles, que no fueron del todo inútiles para mí, ni me pesa ahora haberlos practicado. Pero no os revelo estas cosas para alardear de mi conocimiento, que es nulo o muy esca­so, sino para mostraron que el hombre que avanza paso a paso [ordinate] es el que mejor avanza, no como algunos que se caen de cabeza cuando quieren dar un gran salto hacia adelante.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Un texto fantástico. Poco se conoce del humanismo del siglo XII, del intenso trabajo de recuperación de la antigüedad pagana, de la dignificación del oficio de poeta que llevaron a cabo esto monjes casi anónimos. Me resulta graciosa la última frase, que supongo u8n error en la transcripción. Me recuerda a la película de La vida de Brian: ¿para mostrarnos que el hombre que avanza paso a paso qué? ¡Esa última verdad de que nos privas no me dejará dormir en toda la noche!

Don Cogito dijo...

Upss... tienes razón "me he comido" una línea. Ahora lo soluciono y me cuentas... muchos saludos

Anónimo dijo...

Joaquín, gracias por la noticia. No sabía que el ABCD me había publicado un poema ayer. Ahora mismo trataré de encontrar el periódico aquí en Lisboa. Un abrazo,

Don Cogito dijo...

Muchos saludos Lauren