“¿Contra que demonios luchaba? Luchaba contra el mal de la competitividad que no habían metido en la cabeza. Un mal tan leninista como franquista que tenía que ver con el afán de dominar al contrario hasta aplastarlo. Algo totalmente opuesto a la libertad de pensamiento, a la espontaneidad, a la solidaridad y a la cooperación, que era lo que a mi mas me movía. Intuía que los grupos que se ofuscaban en la conquista del poder podían imponernos un mundo cultural tan controlado como el que soportábamos en el franquismo, aunque fuera de signo diferente... También me daba cuenta de que si en la universidad el movimiento estudiantil se había ido a pique era porque las ideologías que movían a las fuerzas de oposición -comunistas, extremistas y nacionalistas- no podían aceptar una democratización real construida desde la base social. Si el lobo feroz del franquismo progresista se disfrazaba de Caperucita tal como cantaba Sisa, si los comunistas abrazaban el eurocomunismo y los nacionalistas diluían la lucha social mediante sentimientos territoriales e identitario, y si ese conglomerado de fuerzas alcanzaba un pacto, el cambio social que soñaba la parte más libre del país se iría a pique... Entre unos y otros inventarían un país donde imponer su mandarinato”
Los 70 a destajo. Ajoblanco y libertad. José Ribas
(pg 249-250)
(pg 249-250)
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