Antes
de la llegada del turismo ya vivían el lugar algunos “excéntricos” extranjeros.
AQUEL
PUERTO DE ANDRATX DE LA POSTGUERRA
Fue, sin duda, el Puerto
de Andratx uno de los lugares más idílicos de Mallorca, aún hoy conserva, a
pesar del atentado ecológico del que ha sido objeto, ese carácter especial de
los puertos mallorquines que conjugan la luminosidad y la melancolía.
El Puerto se
caracterizaba por las suaves ondulaciones de sus colinas cubiertas de pinos,
por la serenidad de su entorno y por la escasez de cualquier tipo de
construcción. Era un puerto marinero en donde sus habitantes vivían
esencialmente de la pesca, y en el que todo además cosmopolita era totalmente
desconocido. No había industria ni negocios, únicamente un aserradero en donde
se fabricaban tablones, que eran remitidos a Valencia con el objeto de fabricar
cajas.
Las casas del Huerto en
su mayoría estaban encaladas, aunque también las había que eran de puro marés.
Se trataba de sencillas moradas de pescadores en las que escaseaban los muebles
superfluos y en las que, sin embargo, abundaban las sillas y algún que otro
oxidado despertador.
En aquellos tiempos
curiosos, no hace más de treinta años, existían solamente dos lugares de
hospedaje, la Pensión Moragúes y la Pensión Rico. En estas pensiones llenas de
paz, eran tratados con solicitud los primeros pioneros del turismo, unos pocos
extranjeros que habían descubierto la paradisíaca isla de Mallorca.
Hoy todo ha cambiado, la
metamorfosis se ha desarrollado en el sentido más kafkiano, la mariposa se ha
convertido, o mejor dicho la hemos convertido, en insecto. El Puerto de Andratx
se ha transformado en un puerto turístico y la naturaleza ha sufrido el
terrible cambio: de lo gratuitamente hermoso a lo interesadamente funcional. La
agresión a la belleza tiene en el puerto su máximo exponente. Donde en un
tiempo hubo tan sólo pinares ricos en aromas y matices existen hoy energuménicas
grúas y construcciones a medio terminar. Se ha destruido parte del encanto de
la naturaleza, pero no ha sido desterrado del recuerdo de quienes conocieron el
Puerto tal y como era cuando disponía de su verdadera identidad.
RECUERDOS DE CRISTOBAL
SERRA
Cristóbal Serra, conocido
escritor mallorquín, vivió gran parte de su infancia y juventud en el Puerto de
Andratx. Esta etapa de su vida la recoge en su último libro: “Diario de Signos”,
de inminente aparición. Serra nos habla de los veranos en el Puerto, de los
higos chumbos que constituían un tributo al calor africano, tórrido y cruel...
De las cabras campando a sus anchas en las rastrojeras, de las aguas negras de
la Mola y también, cómo olvidarlos, de los extravagantes extranjeros que
llenaron con sus poéticas manías las páginas de la historia local y de este
libro de Signos.
Muchos de los habitantes
del Puerto habían emigrado a Cuba en busca de mejor fortuna, ésto hacía que el
carácter de alguno de estos emigrantes fuera de lo más pintoresco. Este
pintoresquismo se reflejaba en muchos aspectos de la vida del Puerto, en ciertas
casas y, sobre todo, en la Imaginación de algunos porteños. De los que
marcharon a Cuba, la mayoría regresaron, no siempre verdaderamente
enriquecidos, pero sí con unos pocos ahorros con los que se compraban un
pequeño huerto, pero sin dejar Jamás de dedicarse a la pesca.
Eran muy escasos los extranjeros
que vivían de forma permanente en el Puerto, Serra recuerda a algunos en su
libro, quizá el más Inquietante de entre todos sea M. Flower, que vivía a bordo
de su barco el “Jane” y que su amor a los animales había convertido en una
verdadera arca de Noé. Este personaje se distinguía por su obcecado amor a los
gatos y por su ferviente religiosidad, que contrastaba con el anticlericalismo
de los habitantes del Puerto. Las misas de dos y tres personas eran lo típico
de aquellos tiempos.
Otro de los extranjeros perennes
era el misterioso habitante de “La casa del inglés”, nombre con que era
asignada la vivienda de este personaje. Este hombre solitario que poseía una
vasta cultura había sido cónsul en Abisinia, vivía en el Puerto tan sólo
durante los inviernos y en el verano desaparecía como si huyera del agobiante
calor. Se decía que era un gran conocedor de la lengua núbica y que poseía gran
número de manuscritos y libros de incalculable valor.
En el Puerto, la forma de
vida venía del mar y también el sustento de quienes allí vivían. Había muchos
pescadores especializados en un tipo determinado de pesca y también los había
que sobresalían por su especial pericia y dominio en los temas del mar. Entre
éstos destacaba “Perdigó”, que era un genio de la pesca de “serrans”, algunos
de sus ejemplares poseían dimensiones extraordinarias.
A pesar de que dominaba
la vida marinera también se encontraban algunos huertos, la mayoría de los
cuales estaban situados a la entrada del Puerto, en la zona denominada “Saluet”.
Esta región, según el autor del “Diario de Signos”, fue en tiempos pasados “una
ciénaga hirviente de vida donde andaban libres toda clase de pájaros”. Ahora,
por ser quizá el lugar más fértil, se ha convertido en tierra de cultivo donde
se crían sobre todo los pimientos. Este vegetal sufre cada verano la tiranía de
un sol devastador, que abrasa inmisericorde cuanta vegetación existe.
La gente del Puerto era
amable, pero se distinguía por una extraña hostilidad hacia todo lo de fuera.
Con la guerra civil no cambió esta actitud, quizá se acrecentó la incomprensión
hacia todo lo foráneo y se cebó con nuevos y trágicos argumentos el
resentimiento del pobre, que desde entonces fue más firme.
Este rechazo hacia todo
lo que era ajeno al Puerto se debía también a que los extranjeros constituían
una nota discordante en la armonía reinante. Esos primeros turistas eran seros
extravagantes, que al igual que George Sand, en Valldemosa causaron el
consabido revuelo con su desusada excentricidad. Algunos de ellos iban
descalzos, otros hacían largos paseos nocturnos sin justificación aparente.
Esas rarezas típicas de los seres ajenos a la rutina, eran tachadas por los
habitantes del Puerto como siniestras maniobras de espionaje, pero a pesar de
esos recelos los inocentes extranjeros poco tenían que ver con los espías, a lo
sumo eran, como el marido de M. Flower, un simple e inofensivo ilustrador de
tebeos ingleses.
LA MOLA
Dos o tres lugares eran
los que más sobresalían en el Puerto y formaban parte del vocabulario esencial
de los que allí vivían. En cierto modo, eran los protagonistas naturales de la
vida del Puerto. Esos inigualables parajes son: La Mola y Cala Marmassen.
La Mola es una solitaria
atalaya morisca, que se levanta sobre las montañas y el mar y desde donde, en
los días claros, se ve con gran nitidez el contorno misterioso de la Isla Dragonera.
Desde ese torreón morisco se ve también toda la costa que se extiende desde el
Puerto hasta San Telmo.
La Mola está rodeada de
abismos y en ella siempre, por estar al descubierto, ya sea en verano o en
invierno, sopla un fresco y fuerte viento. Las aguas que se ven desde la Mola
son oscuras e inquietantes, ello ha llevado al autor del “Diario de Signos” a
decir que “las aguas son el monstruo, el terror invisible, el abismo que te
quiere tragar, envolver, anonadar”. En realidad, esta es la sensación que
provoca el asomarse, aunque sea tímidamente, a los cortados precipicios de la
Mola.
RAMON VERA
El Puerto no ha sido ni
es únicamente un lugar lleno de atractivos naturales y de pintorescas
anécdotas, el Puerto es, sin duda, la cuna de Importantes artistas, que
desgraciadamente esperan ser promocionados y lanzados fuera del reducido
espacio en que se han movido y creado. Entre estos artistas locales quizá
destaca por la viveza y originalidad de su obra el pintor Ramón Vera. Es este
un artista que nada tiene que envidiar a la vanguardia europea pues posee el
mismo encanto primitivo de un Rousseau el Aduanero. Es imaginativo y sus temas,
que giran siempre en torno a la vida del Puerto, están tratados con calor y
sentimiento. Su concepción plástica es un prodigio de color y poesía.
Ramón Vera mezcla y
confunde en su creación el exotismo de Cuba, donde había vivido, y las formas
cálidas y mediterráneas de la costa de Andratx. Es la suya una pintura
literaria, de anécdotas, pero en ningún momento superficial. Barcos, peces y
pescadores son, sin duda, los protagonistas de su pintura y los eternos
personajes de su alucinada creación.
Ramón Vera es un gran
artista que murió trágicamente en un accidente de automóvil y dejó su obra
desperdigada... Falta todavía que sea reconocido por sus compatriotas. No
obstante, para quien desee iniciarse en su pintura, que se sepa que algunos de
sus cuadros sirven de motivo de decoración en uno de los restaurantes del
Puerto y que ayudan a algo más que a abrir el apetito.
LA PROCESION DEL CARMEN
Tal vez era esta la
celebración más importante en la vida del antiguo Puerto. Como hemos dicho
antes, sus gentes no se caracterizaban por un fervor religioso excesivo, sin
embargo, al llegar las fechas de la patrona de los pescadores, parecía que el
alma de esas gentes se transformaba y no tan sólo en lo interior sufría
modificaciones, sino que todas las barcas se engalanaban con banderas de
colores, que llenaban el cielo y el mar de un inusitado esplendor.
Una flota de barcas de
“bou”, casi todas ellas propiedad de los hermanos Vera (familia del pintor
Ramón), surcaba las tranquilas aguas del Puerto. El recorrido se iniciaba a
media tarde y se prolongaba hasta entrada la noche, entonces se convertía en un
espectáculo de ensueño, ya que se iluminaban las barcas y se mezclaba su luz
con. el color sanguinolento del ocaso que caía. La distancia era lo de menos,
apenas llegaban hasta el faro y volvían. Iban todas capitaneadas por la barca
principal, propiedad de los Vera, llamada “Virgen del Carmen”, ésta abría la
procesión llevando en su proa la imagen de la Virgen. Ramón Vera quiso plasmar
en su pintura la belleza y emoción de esta fiesta singular. Algunos de sus
cuadros más interesantes tienen como tema este aspecto mágico e inolvidable del
viejo Puerto de Andratx.
Rosa Planas,
Diario de Mallorca, 16 de noviembre de 1980, p. 43.
