Gorka Loinaz. Araba Press |
LUCES
PARA LA CONSTITUCIÓN
Chantal
Delsol: “En medio siglo la catedral de Notre-Dame podría ser una mezquita”
Filósofa
e historiadora, referente del conservadurismo francés, analiza en este
entrevista la realidad europea
Pregunta. ¿En Occidente
estamos viviendo una revolución moral? El auge de la ideología de género, la
corrección política, los discursos postcoloniales, el ataque a la propiedad
privada y a la idea de familia, el repliegue de la fe cristiana...
Respuesta. Se puede decir
en primer lugar, que llevamos varias décadas viviendo la transición de la
modernidad a la posmodernidad: el fin del ideal de progreso y de las grandes utopías
ideológicas, y una brusca caída en el mundo real, un mundo donde cada progreso
parcial debe ser arrancado con el riesgo de retroceder. Un mundo donde el
derecho ya no reemplaza a la fuerza sino que sólo intenta (siempre
provisionalmente) limitarla, por mencionar solo estos dos ejemplos. Desde un
punto de vista moral, el colapso de la cristiandad a mediados del siglo XX dio
paso inicialmente a una especie de nihilismo moral del «todo está permitido»:
luego, como siempre ocurre, una nueva moral vino a reemplazar a la religión
desaparecida para ocupar su lugar. Hoy nos encontramos en un momento de triunfo
de un nuevo moralismo puritano que actúa como una nueva religión.
P. ¿Esta posmodernidad a
la que se refiere ha abrazado el epicureísmo, la búsqueda del placer sin dolor
ni esfuerzo? Usted habla de una destrucción nihilista de los referentes.
R. El nihilismo nunca
dura más que un momento. No es viable, los seres humanos necesitan referentes.
Fue el momento post Mayo del 68, muy breve, durante el cual nuestros intelectuales
hacían peticiones para defender la pedofilia o el incesto, por ejemplo. La
destrucción de los referentes anteriores no da lugar al vacío de principios,
sino a una nueva reorganización moral. Las nuevas morales que aparecen hoy son
de dos tipos. Una es una nueva versión de la moral evangélica, sin la
trascendencia de la compasión. La otra retoma todas las sabidurías mundiales
-estoicismo, epicureísmo- de las que se pueden encontrar expresiones tanto en
China como en nuestra antigüedad.
P. En este contexto,
¿cómo explica usted el auge y hegemonía del llamado wokismo -la izquierda boba-
y de la corrección política como un nuevo autoritarismo?
R. El llamado wokismo es
un heredero del marxismo, que se inscribe, como el marxismo, en los paradigmas herederos
de la modernidad política (Maquiavelo, Hobbes): el mundo social está fundado en
la dominación (hasta Maquiavelo y Hobbes, el mundo social occidental heredado
de Aristóteles se basaba en el entendimiento jerárquico). Ahora en el wokismo
las referencias de la dominación son la raza, mientras que en el marxismo era
la clase social. El wokismo. que es posmoderno, ya no cree en un mañana
prometedor (mientras que el marxismo, moderno, sí lo creía). El wokismo suma
conquistas y luchas día a día. en lugar de esperar el «Gran Día» de la Revolución Social. Está, como el marxismo, en un estado de guerra permanente.
P. Habla de colapso de la
cristiandad, ¿también del cristianismo?
R. La cristiandad se
destruyó a sí misma, por su rechazo radical a la modernidad. Fue una lucha de
dos siglos, violenta y mortal. La modernidad ha prevalecido, eso es todo. La
cristiandad es la civilización erigida y dominada por el cristianismo. Se puede
decir que hay cristiandad cuando son los obispos quienes deciden la moral de la
sociedad, lo que está permitido y prohibido. La Cristiandad es cuando el
cristianismo gobierna las costumbres de toda la sociedad. Pero el cristianismo
es una religión que no está en absoluto en vías de desaparición, sino que más
bien se está desarrollando en el mundo. Desde el momento en que el cristianismo
se convierte en una religión sin poder, debe transformarse psicológica y
mentalmente. Debe aprender a no marcar más el tono, a no imponerse, a ser
minoritario. Un duro aprendizaje. Es un cambio de situación. Las virtudes y
necesidades de lo que era mayoritario no son en absoluto las de lo que es
minoritario.
P. ¿La tecnología se ha
convertido en una religión secular? Los gurús de Silicon Valley van a entrar
por primera vez en la Administración de EE. UU. de la mano de Trump.
R. Yo no diría eso
respecto a la tecnología. Quizá el posthumanismo pueda convertirse en una
especie de utopía técnica que sirva como ideal, pero eso es solo una parte de
la tecnología. No podemos satisfacer todas nuestras aspiraciones a través de la
tecnología, porque somos seres espirituales. En el siglo XIX, algunos creyeron
que la ciencia haría obsoletas a las religiones. Pero fue un error de
comprensión. La ciencia y la tecnología responden al «cómo», no al «por qué».
La Inteligencia Artificial no puede dar sentido a la vida. Aquellos que pueden
estar tentados a hacer de la tecnología una especie de religión no están
exentos de las cuestiones y angustias existenciales.
P. El debate sobre la
prevalencia de la igualdad sobre la libertad, o viceversa. vuelve por la guerra
cultural entre derecha e izquierda.
R. Aquí radica la
diferencia entre la derecha, que prioriza la libertad, y la izquierda, que
prioriza la igualdad. En lo que a mí respecta, priorizo la libertad, definida
como «la posibilidad de elegir uno mismo aquello de lo que será responsable».
Sin embargo, tengo varias reservas. En primer lugar. no podemos elegir todas
nuestras responsabilidades: soy responsable de las consecuencias de las
tonterías de mis antepasados, de mis padres exigentes o de ese vecino enfermo
que llama a mi puerta. Además, sé que la igualdad también es esencial, como
expresión de la igualdad en dignidad. Finalmente, sé que cada una de ellas, libertad
e igualdad, deben tener sus límites: de lo contrario se convierten en caos o
dictadura, en cualquier caso, en una pesadilla. Si prefiero, ante todo la
libertad, aunque eso signifique perder en igualdad, es porque considero que la
existencia es ante todo una aventura más que un momento. No es viable, los
seres humanos necesitan referentes.
P. ¿El ecologismo se
puede considerar una religión posmoderna?
R. Sí, en efecto. La
desgracia es que el discurso ecológico, científico, que describe una realidad y
es necesario para la protección de nuestro futuro, ha caído en un torbellino de
arengas sobreexcitadas y apocalípticas. Y el planeta es finalmente objeto de
una veneración que no tiene nada que envidiar a los antiguos panteísmos. Hasta
hay gente que abraza los árboles. El planeta está tan sacralizado que una parte
de la juventud querría sacrificar a la humanidad para «salvarlo». Esta
aparición de una forma de panteísmo no es extraordinaria: es la religión más
simple y desarrollada en los tiempos antiguos, antes de los monoteísmos y jumo
a ellos. Se encuentra panteísmo entre los antiguos antes del judeo-cristianismo
y entre los asiáticos en todas las épocas. No existe una sociedad atea. Cuando
el monoteísmo se desvanece, es reemplazado por otra religión: se produce una
ideología religiosa, o una religión, a partir del problema del momento. En el
siglo XIX, el comunismo (religión secular) a partir del problema social; hoy, un panteísmo a partir del problema ecológico.
P. En Francia sectores de la derecha hablan del «gran reemplazo». ¿Está usted de acuerdo con esta tesis? El ataque de Hamas del 7 de octubre ha desencadenado una ola antisemita en las calles de Europa y la institucionalización por parte de la izquierda radical del discurso islamista.
R. La expresión «gran
reemplazo» tiene una connotación de extrema derecha: significa que los
inmigrantes van a reemplazar literalmente a los habitantes nativos, debido a su
número y demografía, y que en consecuencia habría que adoptar políticas de
rechazo. Mi punto de vista es diferente. Primero, creo que somos responsables
de las políticas (irresponsables) de nuestros antepasados, que colonizaron y
luego atrajeron a estas poblaciones por razones económicas. Ahora están aquí, y
también vienen porque les hemos enseñado nuestro idioma. Deberíamos haber hecho
esfuerzos inmensos para integrarlos; me refiero a esfuerzos humanos y no solo
al envío de dinero por helicóptero... Ahora fracasamos en integrarlos porque la
ideología de la inclusión prohíbe toda integración. Además, estamos cayendo
demográficamente mientras ellos aumentan, por razones culturales y religiosas.
Finalmente, mientras estas cuestiones se resuelven cuando la cultura de los
inmigrantes es cercana (como sucedió con los italianos en Francia o los
ucranianos hoy en Polonia), pero las masas de musulmanes, con mujeres
esclavizadas, son casi imposibles de asimilar, incluso si quisiéramos. Y como
usted dice, la separación ideológica crece cada vez más entre nuestras
sociedades y una parle de estos musulmanes. que sueñan con instaurar un
califato. Se ve claramente: se pueden hacer esfuerzos por deportar a los
presuntos terroristas, pero es prácticamente imposible encontrar respuestas
políticas para todos ellos. No sería sorprendente que, en menos de un siglo,
Notre-Dame se transformará en una mezquita, y nuestros bisnietos, cuando estén
educados y hablen idiomas, emigren a América, donde continuarán inventando
patentes y escribiendo libros (ahora prohibidos aquí) a orillas del Ohio o del
Orinoco... Añoraremos, como decía Rimbaud, «la Europa de los viejos parapetos», que es nuestro Vaterland. El Kinderland es América, una cultura
occidental que la inmensidad del océano impedirá que se sumerja en el islam. En este
lema mi modelo es Agustín de Hipona: ¿qué íbamos a imaginar? ¿Que éramos
eternos? Tonterías...
P. Una de las reacciones
a la globalización es un repliegue en lo local, el regreso a la identidad más
atávica
R. En cualquier caso,
defiendo el principio de subsidiariedad. Creo que nada se hace bien sino al
nivel donde la gente entiende y está cerca. El nivel local tiene una
importancia capital. Y es esencial que las decisiones educativas, comerciales y
culturales se tomen a nivel nacional. Hoy todo se hace al revés. En Francia, el
Estado hace todo lo posible por quitar a los municipios su escaso presupuesto y
sus pobres prerrogativas, que son tan portadoras de solidaridad y energía
propia. Y en Europa. Bruselas hace todo lo posible por quitar a los Estados sus
propias iniciativas. Esta es la razón de las revueltas que tenemos ante
nuestros ojos, y de los regímenes iliberales: cuando los pueblos están
acostumbrados desde hace mucho tiempo a la democracia, no se los puede volver
impotentes sin enfurecerlos.
P. La victoria de Trump
ha sido recibida con preocupación en Europa. ¿Comparte ese sentimiento?
R. En lo que respecta a
Trump, estoy a la expectativa. Es capaz de implementar reformas sensatas que
nadie se atreve a hacer, porque está lo suficientemente loco como para romper
lo que a veces debe romperse. Por otro lado, es peligroso. El episodio del
Capitolio no es tranquilizador. Hemos llegado a tal grado de perversión y
estupidez con la izquierda woke, que el simple sentido común de la gente de la
calle no puede sino prevalecer. Ante la locura ideológica, solo queda una buena
ducha fría. Pero las cosas no se resuelven solo así. Sí, la libertad y la
democracia se están escindiendo porque nos damos cuenta de que el voto
democrático puede significar la voluntad de poner límites a ciertas libertades,
tales como la globalización comercial o las libertades sociales. Esta es más
bien la respuesta a las democracias posmodernas que habían creído que la
libertad consiste en hacer cualquier cosa. Trump sólo prospera sobre el
extremismo libertario y la negación de la realidad de sus adversarios. Esto no
significa, claro, que no vaya a ser peligroso.
P. Trump es el icono de
lo que se ha llamado populismo.
R. Defendí al húngaro
Orban hasta el momento en que tomó partido por la Rusia de Putin. No defiendo al
partido PiS en Polonia, al que encuentro completamente excesivo. Tampoco
defiendo al RN (le Pen) en Francia: económicamente es un partido socialista,
totalmente irrazonable y que nos hará avanzar aún más hacia la ruina (¡No puedo entender que ahora haya que trabajar más!). Apenas veo un «populismo»
que me convenga, aunque entiendo sus motivaciones. Defiendo una Europa federal
pero en el sentido alemán o suizo (los franceses traducen «federal» por
«centralizado»). Cada país debería decidir sobre sus diplomas, sus normas, sus
compras, sus vacunas, etc. con mui tiples acuerdos bilaterales por todas partes
y que Europa solo se ocupe de lo que es efectivamente común: la inmigración en
las fronteras, la defensa, la política exterior. Se dirá que no todos tenemos
el mismo enemigo: aquellos que tienen como amiga a Rusia o China deberían salir
de Europa. Es absurdo que Gran Bretaña haya tenido que salir de Europa para
escapar de la normatividad excesiva, cuando tiene el mismo enemigo que
nosotros...
F. ¿Cuál es su balance
del mandato de Macron? ¿Ve a Le Pen con opciones de alcanzar la presidencia?
R. Macron es un
petimetre, un chico con un gran cerebro y ninguna madurez personal, que sabe
hablar y aparecer en un escenario de teatro, y eso es todo. Es típico de
Francia, que ama tanto la forma y la apariencia, haberse dejado engañar por
este personaje. Se irá entre escupitajos. Respecto a Le Pen, matemáticamente,
por supuesto que es posible que llegue al Elíseo. Pero cuando vemos cuán bien
funciona el «frente republicano». Muchos franceses serían capaces de tirarse a las vías del tren con notorios antisemitas con tal de evitar que llegara el «Diablo».
Iñaki Ellakuria, El
Mundo, 14 diciembre 2024, pp. 2-3.
[Se han corregido algunas erratas]