viernes, 24 de octubre de 2008

Un apunte sobre la salvación por la palabra

Cuando un texto me interesa, siempre me gusta subrayarlo, sacar de él las ideas principales y, añadiendo alguna idea por ahí, aclarando algún concepto por allá, redactar, finalmente, un somero resumen (o algo totalmente diferente del original) que suelo guardar. Hace unos días, pude leer un fantástico texto de Seamus Heaney escrito a la muerte de Czeslaw Milosz, y, entusiasmado, lo imprimí y lo empecé a "trabajar". Y me ha salido "esto". En este caso, os lo voy a enseñar. No creo que tenga gran valor, pero, por lo menos a mí, me ha ayudado a aclarar ciertos aspectos de la obra del poeta polaco.

Que vivimos como por un conjuro, es algo que debería ser obvio para quien nació en la Tradición de la Palabra. El Dios del Génesis nombra y crea, y Adán hace las cosas suyas, dándolas nombre. Pero, por encima de todo, al inicio del Evangelio de San Juan, puede leerse "En el principio era la Palabra."

La palabra pronunciada, así pues, crea, da vida, combate la muerte y la nada. Es capaz de salvación. Y si deviene poética puede convertirse en "aliada de la filosofía al servicio del bien", como nos dice Milosz en uno de sus poemas.

Empero, tal pensamiento y profesión de fe en la palabra (y en el arte y el intelecto de ella derivada) debe quedar protegido por murallas construidas de conocimientos y de una experiencia, normalmente, ganada al precio de la ruptura con nuestros contemporáneos... para desde ahí contemplar y reconocer los reinos del mundo, sus tentaciones y sus tragedias, e intentar comunicar, mediante la escritura, la interiorización que esa situación permite. Una realidad, en la que se incluye todo, desde el café de la mañana hasta el genocidio, vigilada desde una mente que se quiere esclarecida, libre dentro de la soledad del propio ser.

Aun así, desde lo alto, es descorazonador sentir la insuficiencia de las palabras, lo inabarcable de la realidad que nos rodea. Pero tenemos el mandato de "glorificar las cosas simplemente porque son", y "la contemplación de la palabra es". Así, diagnosticando y comunicando la levedad del ser, rechazamos su ataque. Y avivamos, obstinados, el gran poder de la permanencia, el espesor de lo presente, el soberano valor de lo que queremos recordar.

Pero finalmente -aunque sólo ser por un rato- hay que descender. No hay avance sin contradicción. No basta con mirar. El poseído por la palabra debe estar allá abajo, sumergiéndose en el fango del que estamos hechos, oliendo el hedor de los cadáveres o viviendo donde los países estallan hechos pedazos. Es necesario ser consciente de la trivialidad y las preocupaciones de los demás para "dar cuerpo" a la palabra, hacerla capaz de nombrar. No es suficiente pasearse por los pasillos de la universidad o los salones literarios. "El dolor alecciona a la inteligencia - nos recuerda Seamus Heaney- convirtiéndola en un alma".

domingo, 19 de octubre de 2008

Una interpretación (terrible) de Auschwitz

Momentos de descanso y esparcimiento de los trabajadores de Auschwitz

Siguiendo la reflexión que Gregorio Luri está realizando en su blog partiendo de esta fotografía, os presento, una de las interpretaciones más terribles, y quiza, también, de más demoledoras que conozco, sobre "esos hechos". El autor, aún no lo suficientemente conocido en España, es, para aquellos lectores de El pensamiento cautivo de Czeslaw Milosz, aquel que se esconde detrás de "B": Tadeusz Borowski.

De él Milosz dice:

"Lo que sufrió en el campo hizo de B un escritor. Descubrió que su terreno propio era la prosa. En todos sus relatos, B es un nihilista. Por nihilismo, no entiendo amoralidad. Al contrario, este nihilismo proviene de una pasión ética: es un amor desgraciado al mundo y a los hombres. Al describir lo que ha visto, B quiere ir hasta el final, presentar exactamente un mundo en que no hay lugar para la indignación. El género humano, en los cuentos de B, está desnudo, despojado de los buenos sentimientos que duran tanto como dura el hábito de la civilización. El hábito de la civilización no es duradero. Basta un repentino cambio en las condiciones de vida, y la humanidad vuelve al estado de salvajismo primitivo. ¡Cuántas ilusiones en las mentes de los honrados ciudadanos que circulan por las calles de las ciudades inglesas o norteamericanas y que se consideran criaturas llenas de virtud y de bondad! Es fácil despreciar a una mujer que quiere entregar su hijo a la muerte para salvar su propia vida. Y sin embargo, la mujer que, leyendo el relato de este acto, instalada en un cómodo sillón, desprecia a su hermana infortunada, debería preguntarse si en ella misma, frente a la muerte, el espanto no sería más fuerte que el amor. Puede que sí y puede que no. Pero, ¿quién podría saberlo por anticipado?"

Bueno, y ahora el texto:

"Trabajamos bajo tierra y sobre la tierra, bajo techado y a la intemperie, usando palas, picos y palancas. Trabajamos en la plataforma del tren, cargando sacos de cemento, colocando ladrillos o raíles del ferrocarril, vallando fincas, allanando el terreno con nuestros pies... Ponemos los cimientos de una civilización nueva y terrible. Ahora sé qué elevado precio pagaron otros en la Antigüedad. ¡Qué crimen espantoso fueron las pirámides de Egipto, los templos y estatuas griegas! ¡Cuánta sangre tuvo que derramarse sobre las calzadas romanas, las fortificaciones fronterizas y los edificios de las ciudades! La Antigüedad fue un enorme campo de concentración, donde a un esclavo se le marca con un hierro candente en la frente y se le crucificaba si intentaba huir. La Antigüedades la era de la explotación de los esclavos.

Me acuerdo de cómo me gustaba Platón. Hoy sé que mentía. Porque los objetos sensibles no son el reflejo de ninguna idea, sino el resultado del sudor y la sangre de los hombres. Fuimos nosotros los que construimos las pirámides, los que arrancamos el mármol y las piedras de las calzadas imperiales, fuimos nosotros los que remábamos en las galeras y arrastrábamos arados mientras ellos escribían diálogos y dramas, justificaban sus intrigas con el poder, luchaban por las fronteras y las democracias. Nosotros éramos escoria y nuestro sufrimiento era real. Ellos eran estetas y mantenían discusiones sobre apariencias.

No hay belleza si está basada ea el sufrimiento humano. No puede haber una verdad que silencie el dolor ajeno. No puede llamarse bondad a lo que permite que otros sientan dolor.

¿Qué dice la historia antigua de nosotros? Sólo nos ha legado la memoria del astuto esclavo de Terencio y Plauto, los tribunos del pueblo –los hermanos Graco– y el nombre de un esclavo: Espartaco.

Nosotros hemos hecho la historia, pero la Historia narra la vida de un criminal cualquiera como Escipión o de simples hombres de leyes como Cicerón o Demóstenes. Nos entusiasma la matanza de los etruscos, la conquista de Cartago, las traiciones, astucias y saqueos. ¡La ley romana! ¡Hoy rige la misma ley!

¿Qué sabrá el mundo de nosotros cuando ganen los alemanes? Se levantarán enormes construcciones, autopistas, fábricas y estatuas gigantescas; cada uno de sus ladrillos lle­vará la huella de nuestras manos, nuestros hombros habrán llevado las traviesas y bloques de hormigón. Mientras tanto, matarán a nuestras familias, a los enfermos y a los viejos. Matarán a los niños.

Y nadie sabrá nada de nosotros. Los poetas, los juristas, los filósofos y los sacerdotes silenciarán nuestro recuerdo. Ellos se encargarán de crear la belleza, la bondad y la verdad. Crearán una nueva religión."
Tadeusz Borowski. Nuestro hogar es Auschwitz

sábado, 18 de octubre de 2008

La España totalitaria II


PLAZA DE TOROS DE MADRID

El Domingo, 20 de Octubre de 1940
Se verificará, si el tiempo no lo impide, con permiso de la autoridad, bajo su presidencia, una
GRAN CORRIDA DE TOROS
organizada en honor a
S.E. el ReichFührer S.S. Heinrich Himmler
con asistencia de las Autoridades y Jerarquías del Partido

SE LIDIARÁN
SEIS MAGNÍFICOS TOROS

3 con divisa azul y encarnado de
D. Bernardo Escudero, de Madrid.
3 con divisa verde y grana de
D. Manuel Arranz de Salamanca

ESPADAS:
MARCIAL LALANDA
RAFAEL ORTEGA "GALLITO"
PEPE LUIZ VAZQUEZ
que confirmará la alternativa
PICADORES: Antonio Bravo (Relámpago) y Fernando Vallejo (Barajas), Antonio Rivas y José Díaz (Caramendú) Francisco Chaves (Chavito) y Antonio Muñiz.
PICADORES DE RESERVA: Leonardo López y Joaquín Roldán. Caso de inutilizarse los ocho, no podrán exigirse otros.

BANDERILLEROS: Eduardo Lalanda, Bonifacio Perea (Boni), Antonio Gallego (Cadenas) y Enrique Pérez (Malagueño), Fernando Gago, Francisco Sánchez (Torardo de Málaga) y Antonio Labrador (Pinturas). Luis Suárez (Magritas), Joaquín Manzanares(Mella) y Victoriano Roldán. Un puntillero.

El apartado de los toros se verificará a las doce de la mañana, vendiéndose los billetes para presenciarla al precio de 2,50 pesetas.Se ruega a las señoras y señoritas vayan ataviados con el clásico mantón y peineta española.
Una brillante banda amenizará el espectáculo interpretando los más escogidos pasodobles toreros.

La corrida empezará a las cuatro menos cuarto de la tarde.
Imprimió: ilegible

La España totalitaria I

La puerta de Alcalá adornada con retratos de Litnov, Stalin y Voroshilov con motivo del vigesimo aniversario de la Revolución de Octubre (Madrid, 1937)

Volví a Madrid una tarde de otoño que el sol aún embellecía y calentaba. Con el ritmo terriblemente acelerado de la nueva vida, casi no lo conocí. En el Retiro pastaba el ganado. En los bulevares, la tierra de cada redondelito alrededor de cada árbol era el prado de una gallina que su ama sacaba al sol sujeta de un cordel. Los jardinillos de las calles estaban convertidos en huertas. En las ventanas de los palacios, ennegrecidas por el humo de la leña, veíanse prendas remendadas con retazos de todos los colores, y a la puerta, mujeres de otros pueblos, casi de otros climas, el pañuelo de la cabeza echado sobre la cara, como en Marruecos o en Argel, hacían de la acera una especie de aduar.
¿Y por qué las mujeres cosían banderas y los hombres, encaramados por las fachadas de los palacios, iban cubriéndolas con un andamiaje para sostener una decoración de fiesta? ¿Qué alegría se preparaba a celebrar este pueblo nómada acampado en Madrid? ¿La resistencia china, ya que todos los periódicos estaban conformes aquella mañana en que, si se había perdido Gijón, los chinos resistían en Shanghai? Al salir de mi casa me acordé de que no andaba muy lejos el 7 de noviembre, la fecha gloriosa en que el Gobierno salió despavorido de Madrid. Y me acerqué al palacio de la esquina, de cuyas cornisas colgaban ya flámulas y banderas.
-¿Por el 7 de noviembre todo esto?
-También.
-¿Cómo también?
Es que antes está el veinte aniversario de la revolución rusa.
Efectivamente, en la Puerta de Alcalá, utilizando los huecos, se enmarcaban retratos colosales de Lenin y Stalin; las estatuas del bulevar aprovechándose para sujetar cartelones con la cara de Stalin y de Lenin; Lenin y Stalin tenían un monumento en cada plaza, en cada encrucijada, en cada esquina. Sus efijies colgaban de los balcones de casi todos los palacios, y allá arriba, cubrienbdo el escudo de armas, brillaba el blasón de los nuevos dominadores: la hoz y el martillo, entre banderas rojas que ponían sobre la calle una sombra negra.
Aún no terminadas las aniversario, que, según el proyecto, iban a durar meses, Madrid, dejo casi de la noche a la mañana limpias por completo de carteles las paredes de sus casas. Desaparecieron igualmente las carotas y las estatuas de cartón. Lo que no desapareció fue el ambiente. El invierno, un invierno húmedo, de Santiago de Compostela, sin pan sobre las mesas ni carbón en los hogares, le daba una tristeza desoladora. Bajo la lluvia menuda, tan terca que parecía más bien una niebla para siempre fija sobre la ciudad, el humo lugareño de la leña apenas lograba alzarse, y Madrid olía a aldea de montaña desamparada y hostil.
Madridgrado. Francisco Camba.

domingo, 5 de octubre de 2008

Eugenio Trias sobre el Libro de Job

Hoy ha aparecido en la Tercera del diario ABC, un comentario muy interesante del filósofo Eugenio Trias al Libro de Job. En un país tan sectario como España, es un soplo de aire fresco, que un pensador no-creyente (le defino así, porque no se, exactamente cual es su posición actual sobre estos temas, si se considera agnostico, ateo...) analice con esta liberalidad, uno de los grandes libros de la Biblia.


1. HACE unos meses la revista Der Spiegel hablaba de los nuevos cruzados ateos y agnósticos para quienes la culpa de todo este desmadre de injusticia e inhumanidad que llamamos vida y mundo apunta siempre a Dios. El tema es tan antiguo como el magnífico Libro de Job, un texto que estos cruzados de última hora debieran visitar con más frecuencia. Se evoca siempre, en medios anti-teológicos, el célebre dilema de teodicea: si Dios es todopoderoso, entonces no bueno, dado el horror de inhumanidad en que vimos; y si es bueno, entonces no es omnipotente (como pensaba el gnosticismo judeo-cristiano, o en general las religiones dualistas).
Job, en el texto bíblico, no es el resignado y paciente personaje que una apologética absurda intenta mostrarnos. Parece que sólo se lee de este libro rebelde y nada ortodoxo el célebre inicio: «Dios me lo dio y Dios me lo quitó». «Desnudo nací del seno de mi madre y desnudo volveré a la tumba».
En el curso del texto Job pide a Dios que comparezca. Quiere discutir y pleitear con Él. Quiere sobre todo, hacer valer su inocencia. No puede aceptar como un castigo su terrible enfermedad su infortunio.
¿De qué delito se le está castigando? No se resigna a aceptar una culpabilidad que desconoce. No acepta postrarse ante el Omnipotente, dada su infinita precariedad, asumiendo una culpa que ignora (como sus amigos le recomendaban). Al final Dios hace su aparición: ese es el gran triunfo de Job.

A diferencia de los modernos cruzados anti-teodicea, Job nunca pierde fidelidad, confianza. Pero se permite todo tipo de sospechas y resquemores. Pide explicaciones. Quiere mantener viva la comunicación, la discusión. Al final Dios comparece envuelto en viento huracanado: le exhibe sus poderes, le muestra las bondades de su creación. Hasta le descubre las criaturas del caos a las que primorosamente ha fabricado, el hipopótamo, cocodrilo (o lo que corresponda al monstruo acuático —o cetáceo medio mítico— llamado Leviatán). Esa teofanía es el mayor regalo que Job recibe de su Hacedor. Mucho más grande que el premio al que se alude en el final narrativo del texto.
2. La enfermedad se cruza con la conciencia de culpa y de pecado. Ambas cosas se hallaban asociadas con frecuencia en el mundo de los salmos penitenciales. Contra esa identificación se revela Job en el libro que lleva su nombre. Esa ecuación constituye el canon religioso de sus amigos, Eliaz de Teman, Bildad de Suj y Sofar de Naamat. Para ellos constituye un dogma que toda enfermedad es castigo por alguna culpa con Dios. Un paso en falso, un peccatum, lleva consigo la enfermedad física como efecto.
Por eso la actitud que se exige del orante en los salmos, y la que los amigos de Job esperan de es la aceptación de la culpa: la humillación ante Dios, el arrepentimiento sincero y la petición de perdón.
Si está tan grave el amigo Job, algo habrá he­cho (piensan los tres amigos). Es, sin duda, mere­cedor del castigo divino. La misma forma de argumentación se trasluce en otro texto bíblico, las La­mentaciones: Si Yavéh castiga a su pueblo con la deportación y el destierro, eso significa que ha pe­cado gravemente.
Job protagoniza lo que el gran exégeta y teólo­go Luis Alonso Schókel denomina un texto «anti-penítencial». En vez de reconocer la falta inheren­te a su grave enfermedad, proclama a viva voz su inocencia; en lugar de postrarse ante Dios en acti­tud humillada, se reivindica ante él y le pide cuentas.
¿Se trata de la versión hebrea —que el Libro de Job conduce a forma arquetípica universal— del Filoctetes helénico, o de la forma sufriente del Pro­meteo encadenado de Esquilo, que desafía a Zeus y predice su declive?
Prometeo es un titán, un dios zaherido y opri­mido por haber beneficiado a los mortales. No hay, en cambio, tiranismo prometeico en Job.

Job protagoniza en versión sufriente la condición humana —efímera y mortal— en su quintaesencia. Sabe desde el principio el abismo que le separa de Dios. Pese a sus destempladas expresio­nes, ocasionadas en parte por la actitud sumisa de sus amigos, confía en Dios. Por eso mismo le llena de reproches, le pide cuentas, desea pleitear con Él, le apremia a que comparezca.
Quiere —ante y sobre todo— ver a Dios: esa es su máxima demanda. Sólo pide como consuelo la comparecencia divina en una teofanía explícita.
3. Antes de las profecías de Daniel y del Libro de los Macabeos no hubo revelación teológica relativa a una resurrección personal, o a una resurrección de los muertos que afectase a la persona individual.
San Jerónimo busca de forma detectivesca vestigios figurados que anticipen esas verdades apocalípticas que alcanza estatuto canónico en ( Nuevo Testamento. El hebreo parece decir, en un pasaje importante de libro: espero a mi Vengador al abogado que pueda defenderme. Job da mucha solemnidad a esa comparecencia de un tercero e su pleito con Dios. Quiere que conste para sien pre, más allá de su propia vida. Prefiere que se le haga justicia, aunque sea a expensas de la vida miserable que lleva.
Job tiene la convicción visionaria de que actuará finalmente un vengador, o un abogado. San Jerónimo traduce: un redentor. Con lo que el texto queda convertido en la premonición del Cristo. El ambiguo texto hebreo y griego, en el que se expresa el deseo de Job de ver a Dios, aun sin piel, en pura carne despellejada, en el estado más horrible de la enfermedad mortal, se vierte al latín de tal modo que el pasaje se convierte en presagio de la resurrección.
Está probado que el horizonte de Job es exclusivamente terrenal. Tras la muerte nada hay. No se ha producido todavía la crisis apocalíptica —asociada a la gloria del martirio— como consta en el Libro de los Macabeos, que traerá consigo la idea de una resurrección gloriosa.
4. Hay un espectacular retorno al escenario genesíaco primordial en el Libro de Job al final, en la comparecencia en persona de Yaveh, bajo la máscara del Dios de las Tormentas. Lo que ofrece como materia de revelación a Job —que consiguió al final su propósito: ver a Dios— es justamente recuerdo de su gran actividad creadora.

El Dios genesíaco sólo le reprocha a Job no haber asumido la limitación inherente a su escasa sabiduría. Ha sido incapaz de comprender los designios trascendentes, inescrutables por hombre, respecto a la naturaleza ambivalente la creación, y de su prolongación en la historia s grada. En la creación conviven los seres favorables al hombre y los salvajes, los animales domésticos, los silvestres y los que son hijos del caos, como Beemoth y Leviatán.
Dios sabe que Job le había sido siempre fiel por mucho que le imprecara, o que le tildara de enemigo, de injusto, de causante de sus males razón y sin motivo, o de que le acusara de bendecir siempre a los más malos, perjudicando a los inocentes y a los que sufren. Ganó Yavéh la apuesta al Satán (el Gran Fiscal enemigo de los hombres) presentada de manera espectacular al conocimiento del libro. El Satán —que así se le llama en el libro— no consiguió que Job renegara de Dios (su religiosidad era desinteresada; no derivaba la opulencia de su bienestar material alcanzado.
Sus objeciones a la teodicea, a diferencia de los nuevos cruzados anti-Dios a que se refería la revista alemana Der Spiegel, se hacían desde una actitud de confianza y de oración, lo que no excluye expresión airada, incluso iracunda y llena de reproches.

EUGENIO TRIAS