... un segundo complejo de símbolos, que se manifiesta a través de los movimientos de masas gnósticos modernos, fue creado por la especulación histórica de Joaquín de Fiore al final del siglo XII.
La especulación histórica de Joaquín se dirigía contra la filosofía de la Historia de San Agustín, entonces dominante. Según la construcción agustiniana, la fase histórica, después de Nuestro Señor Jesucristo, era la sexta—la última—época de la tierra; era el saeculum senescens, la épica de la senectud de la Humanidad. Al presente no le quedaba ya ningún futuro terrenal. Su sentido se agotaba en la espera del fin de la Historia por los acontecimientos escatológicos. Era un aspecto de la Historia cuyos motivos hay que buscarlos en las experiencias del siglo v, en el que se creó; en la época de San Agustín parecía efectivamente que si no se acababa «el» mundo, sí lo hacía «un» mundo.
Pero la imagen de un mundo envejeciendo y esperando su fin no podía satisfacer a los hombres de la Europa occidental del siglo XII, pues se veía demasiado claramente que su mundo no estaba declinando, sino, muy al contrario, renaciendo. La población crecía, la colonización se extendía, la riqueza aumentaba, se fundaban ciudades, y la vida espiritual se intensificaba, debido especialmente a las grandes Ordenes monásticas a partir de Cluny. Una imagen de envejecimiento tenía que parecer un contrasentido a esta época vitalmente creciente y madurando su civilización.
La especulación de Joaquín bosquejó su cuadro de la Historia siguiendo el esquema trinitarío. La Historia universal era una sucesión de tres grandes épocas—del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo—. La primera época se extendía desde la Creación hasta Nuestro Señor Jesucristo ; la segunda, la del Hijo, había comenzado con Él; pero la época del Hijo no era la última, como en San Agustín, sino que tenía que ir seguida por otra: la del Espíritu Santo. Aunque todavía dentro de la esfera cristiana reconocemos ya los primeros síntomas de la idea de una época poscristiana.
Joaquín se dejó llevar incluso a especulaciones concretas sobre el comienzo de la época del Espíritu Santo, la cual debería empezar en el año 1260. Y la nueva época debía ser introducida, al igual que las anteriores, por una figura conductora. Así como la primera época había comenzado con Abraham y la segunda con Jesucristo, la tercera debía comenzar en 1260 con la aparición de un «dux e Babylone».
Hasta aquí la especulación joaquinista. Podemos reconocer en ella un complejo de cuatro símbolos que han seguido siendo desde entonces característicos de los movimientos políticos de masas en la Edad Moderna.
El primero de estos símbolos es el del Tercer Imperio, o sea la idea de una tercera fase en la Historia universal que sea al mismo tiempo la última del perfeccionamiento. A este símbolo de tres fases pertenece una clase muy amplia de idea gnóstica. Como primera, y ante todas, hay que citar la división humanista de la historia universal en las edades: Antigua, Media y Moderna. Esta división proviene en su concepción original de Biondo. Fijaba la Edad Media en el milenio comprendido entre la invasión de Roma por los godos hasta el año 1410.
Es en el siglo XVIII cuando comienzan las leyes trifásicas que se hicieron célebres por Turgot y Comte: la Historia universal se divide en una primera fase teológica, una segunda metafísica y una tercera de la ciencia positiva. En Hegel encontramos una división de la Historia universal en tres partes, según los grados de libertad: desde la época antigua de los despotismos orientales, en los que no había nada más que un solo hombre libre, pasando por los tiempos de la aristocracia, en los cuales había pocos seres libres, hasta la época moderna, en la que todos son libres. Marx y Engels aplicaron este esquema tripartito a su problemática del proletariado y hablaban de una primera fase de precomunismo, una segunda fase de sociedad de clases y una tercera de la sociedad sin clases, en la que se establece el imperio final comunista de la libertad. Schelling, por su parte, ha distinguido en su especulación histórica las tres grandes fases de la cristiandad: la primera—la Petrina—, seguida de la segunda—la Paulina—, que se cierra con una tercera—la Juanina—de la cristiandad perfeccionada.
Con esto no se han citado nada más que los casos principales para mostrar que la concepción de un tercer estado de perfeccionamiento es efectivamente un símbolo predominante en la conciencia que de su norma tiene la sociedad moderna. Por esto, no debe sorprender mucho, después de una preparación de siglos, el intento de llevar a la práctica, por medio de la acción revolucionaria, el tercer estado final. Su enunciación nos debe recordar además que un tipo de símbolos o sucesos formado a través de siglos no podrá perder en un día su posición dominante en la Historia occidental.
El segundo símbolo desarrollado por Joaquín es el del caudillo, Führer--el dux—, que aparece al principio de una nueva que con su aparición funda ésta. El símbolo fue acogido ansiosamente por los contemporáneos de Joaquín, ávidos de liberación. Su primera víctima fue San Francisco de Asís. Para poder prevenir una mala interpretación de sus acciones, netamente ortodoxas, se vio obligado a tomar medidas especiales al ser considerado por tantos como el caudillo del reino del Espíritu Santo. A pesar de sus cuidados, siguió viva la fe en San Francisco como caudillo del reino del Espíritu Santo, y ha influido enormemente sobre Dante en su concepto de tal figura conductora.
La idea dominó también todo el movimiento sectario del Renacimiento y la Reforma. Sus caudillos eran los paráclitos poseídos del Espíritu de Dios, y sus seguidores eran los homines novi o spirituales. A través del Dante ha vuelto a revivir la figura de un dux del nuevo reino en las épocas nacionalsocialista y fascista. Hay literatura alemana e italiana en la que se celebra a Hitler y Mussolini como los caudillos profetizados por Dante.
Durante el período secularizado de la Edad Moderna no se podían imaginar los caudillos como paráclitos poseídos de Dios. Con el final del siglo XVIII comienza un nuevo símbolo en sustitución de las más antiguas categorías propagadas o utilizadas por las sectas religiosas: el del superhombre. La expresión, creada por Goethe en Fausto, es empleada en el siglo XIX por Marx y Nietzsche para designar al nuevo ser humano en el tercer estado. El proceso de creación del superhombre es afín al movimiento espiritual, en el que los más viejos sectarios religiosos absorben la sustancia de Dios y se convierten en hombres endiosados: godded man. Los sectarios secularizados entienden a Dios como una proyección de la sustancia del alma humana en el espacio ilusorio del otro mundo. Esta ilusión puede ser disuelta psicológicamente y el «Dios» puede volver a ser devuelto al alma humana, de la que proviene.
Al disolver la ilusión, vuelve a incorporarse al hombre la sustancia divina, y éste se convierte en superhombre. La reincorporación de Dios al hombre tiene por resultado —al igual que en los viejos sectarios—la creación de un hombre que se siente a sí mismo más allá de las ligaduras v obligaciones institucionales. Distinguimos como tipos principales del superhombre: el progresista de Condorcet—que tiene incluso la perspectiva de una vida terrenal eterna—, el positivista de Comte, el comunista de Marx y el dionisíaco de Nietzsche
El tercero de los símbolos joaquinistas es el del precursor. Joaquín suponía que el caudillo de cada época tenía un precursor, al igual que Cristo tuvo a San Juan Bautista. También el caudillo del cautiverio babilónico, que debía aparecer en 1260, tiene tal precursor, en este caso Joaquín mismo. Con la creación del símbolo del precursor ha entrado a formar parte de la historia occidental un nuevo tipo: el intelectual, que conoce la fórmula para la liberación de los males del mundo y que sabe profetizar el curso de la Historia universal en el futuro.
En la especulación joaquinista, el intelectual se encontraba todavía muy arraigando en el ambiente de la cristiandad, en la medida en que Joaquín se presentaba a sí mismo como el profeta del futuro «dux e Babylone» enviado por Dios. En el transcurso de la historia occidental se ha ido perdiendo este arraigo cristiano. El anunciador, el precursor del caudillo se ha convertido en un intelectual en el sentido secularizado: un intelectual que cree conocer el sentido de la Historia como inmanente al mundo y cree poder predecir el futuro.
En la práctica política no se puede separar siempre con claridad la figura del intelectual que diseña la imagen futura de la Historia y hace predicciones de la figura del caudillo. En el caso de Comte, por ejemplo, tenemos sin duda la figura de un caudillo; pero al mismo tiempo Comte es también el intelectual que pronostica su propio papel como caudillo de la historia del mundo y que, yendo más allá, se convierte, por la magia de una práctica meditativa, de intelectual en caudillo. Tampoco en el caso del comunismo se pueden separar claramente el caudillo y el intelectual en la persona de un Marx; pero en el aspecto histórico del movimiento están separados por una generación entera Marx y Engels como «precursores» y Lenin y Stalin como «caudillos» de la instauración del Estado comunista.
El cuarto de los símbolos joaquinistas es la comunidad de los individuos espiritualmente autónomos. En el ambiente monástico de su tiempo, se figuraba Joaquín el tercer estado como una comunidad de monjes. Lo esencial de esta figuración para nuestro tema es la idea de una Humanidad espiritualizada que puede existir en comunidad sin la mediación o sostén de instituciones, porque, según la idea joaquinista, la comunidad de monjes debía ser realidad sin el apoyo sacramental de la Iglesia. Reconocemos en esta comunidad de personas autónomas, sin organización institucional, el simbolismo de la comunidad de los movimientos de masas modernos que se imaginan el estado final como una comunidad libre de los hombres, una vez desaparecidos el Estado y otras instituciones. Donde más claro se conoce este simbolismo es en el comunismo; pero también la idea de la democracia vive en gran parte del símbolo de una comunidad de seres autónomos.
Y con ello se cierra la exposición de los símbolos joaquinistas. Reconocemos en ellos uno de los grandes complejos de símbolos que se han mostrado activos en los movimientos políticos de masas modernos, y que lo siguen siendo.
La especulación histórica de Joaquín se dirigía contra la filosofía de la Historia de San Agustín, entonces dominante. Según la construcción agustiniana, la fase histórica, después de Nuestro Señor Jesucristo, era la sexta—la última—época de la tierra; era el saeculum senescens, la épica de la senectud de la Humanidad. Al presente no le quedaba ya ningún futuro terrenal. Su sentido se agotaba en la espera del fin de la Historia por los acontecimientos escatológicos. Era un aspecto de la Historia cuyos motivos hay que buscarlos en las experiencias del siglo v, en el que se creó; en la época de San Agustín parecía efectivamente que si no se acababa «el» mundo, sí lo hacía «un» mundo.
Pero la imagen de un mundo envejeciendo y esperando su fin no podía satisfacer a los hombres de la Europa occidental del siglo XII, pues se veía demasiado claramente que su mundo no estaba declinando, sino, muy al contrario, renaciendo. La población crecía, la colonización se extendía, la riqueza aumentaba, se fundaban ciudades, y la vida espiritual se intensificaba, debido especialmente a las grandes Ordenes monásticas a partir de Cluny. Una imagen de envejecimiento tenía que parecer un contrasentido a esta época vitalmente creciente y madurando su civilización.
La especulación de Joaquín bosquejó su cuadro de la Historia siguiendo el esquema trinitarío. La Historia universal era una sucesión de tres grandes épocas—del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo—. La primera época se extendía desde la Creación hasta Nuestro Señor Jesucristo ; la segunda, la del Hijo, había comenzado con Él; pero la época del Hijo no era la última, como en San Agustín, sino que tenía que ir seguida por otra: la del Espíritu Santo. Aunque todavía dentro de la esfera cristiana reconocemos ya los primeros síntomas de la idea de una época poscristiana.
Joaquín se dejó llevar incluso a especulaciones concretas sobre el comienzo de la época del Espíritu Santo, la cual debería empezar en el año 1260. Y la nueva época debía ser introducida, al igual que las anteriores, por una figura conductora. Así como la primera época había comenzado con Abraham y la segunda con Jesucristo, la tercera debía comenzar en 1260 con la aparición de un «dux e Babylone».
Hasta aquí la especulación joaquinista. Podemos reconocer en ella un complejo de cuatro símbolos que han seguido siendo desde entonces característicos de los movimientos políticos de masas en la Edad Moderna.
El primero de estos símbolos es el del Tercer Imperio, o sea la idea de una tercera fase en la Historia universal que sea al mismo tiempo la última del perfeccionamiento. A este símbolo de tres fases pertenece una clase muy amplia de idea gnóstica. Como primera, y ante todas, hay que citar la división humanista de la historia universal en las edades: Antigua, Media y Moderna. Esta división proviene en su concepción original de Biondo. Fijaba la Edad Media en el milenio comprendido entre la invasión de Roma por los godos hasta el año 1410.
Es en el siglo XVIII cuando comienzan las leyes trifásicas que se hicieron célebres por Turgot y Comte: la Historia universal se divide en una primera fase teológica, una segunda metafísica y una tercera de la ciencia positiva. En Hegel encontramos una división de la Historia universal en tres partes, según los grados de libertad: desde la época antigua de los despotismos orientales, en los que no había nada más que un solo hombre libre, pasando por los tiempos de la aristocracia, en los cuales había pocos seres libres, hasta la época moderna, en la que todos son libres. Marx y Engels aplicaron este esquema tripartito a su problemática del proletariado y hablaban de una primera fase de precomunismo, una segunda fase de sociedad de clases y una tercera de la sociedad sin clases, en la que se establece el imperio final comunista de la libertad. Schelling, por su parte, ha distinguido en su especulación histórica las tres grandes fases de la cristiandad: la primera—la Petrina—, seguida de la segunda—la Paulina—, que se cierra con una tercera—la Juanina—de la cristiandad perfeccionada.
Con esto no se han citado nada más que los casos principales para mostrar que la concepción de un tercer estado de perfeccionamiento es efectivamente un símbolo predominante en la conciencia que de su norma tiene la sociedad moderna. Por esto, no debe sorprender mucho, después de una preparación de siglos, el intento de llevar a la práctica, por medio de la acción revolucionaria, el tercer estado final. Su enunciación nos debe recordar además que un tipo de símbolos o sucesos formado a través de siglos no podrá perder en un día su posición dominante en la Historia occidental.
El segundo símbolo desarrollado por Joaquín es el del caudillo, Führer--el dux—, que aparece al principio de una nueva que con su aparición funda ésta. El símbolo fue acogido ansiosamente por los contemporáneos de Joaquín, ávidos de liberación. Su primera víctima fue San Francisco de Asís. Para poder prevenir una mala interpretación de sus acciones, netamente ortodoxas, se vio obligado a tomar medidas especiales al ser considerado por tantos como el caudillo del reino del Espíritu Santo. A pesar de sus cuidados, siguió viva la fe en San Francisco como caudillo del reino del Espíritu Santo, y ha influido enormemente sobre Dante en su concepto de tal figura conductora.
La idea dominó también todo el movimiento sectario del Renacimiento y la Reforma. Sus caudillos eran los paráclitos poseídos del Espíritu de Dios, y sus seguidores eran los homines novi o spirituales. A través del Dante ha vuelto a revivir la figura de un dux del nuevo reino en las épocas nacionalsocialista y fascista. Hay literatura alemana e italiana en la que se celebra a Hitler y Mussolini como los caudillos profetizados por Dante.
Durante el período secularizado de la Edad Moderna no se podían imaginar los caudillos como paráclitos poseídos de Dios. Con el final del siglo XVIII comienza un nuevo símbolo en sustitución de las más antiguas categorías propagadas o utilizadas por las sectas religiosas: el del superhombre. La expresión, creada por Goethe en Fausto, es empleada en el siglo XIX por Marx y Nietzsche para designar al nuevo ser humano en el tercer estado. El proceso de creación del superhombre es afín al movimiento espiritual, en el que los más viejos sectarios religiosos absorben la sustancia de Dios y se convierten en hombres endiosados: godded man. Los sectarios secularizados entienden a Dios como una proyección de la sustancia del alma humana en el espacio ilusorio del otro mundo. Esta ilusión puede ser disuelta psicológicamente y el «Dios» puede volver a ser devuelto al alma humana, de la que proviene.
Al disolver la ilusión, vuelve a incorporarse al hombre la sustancia divina, y éste se convierte en superhombre. La reincorporación de Dios al hombre tiene por resultado —al igual que en los viejos sectarios—la creación de un hombre que se siente a sí mismo más allá de las ligaduras v obligaciones institucionales. Distinguimos como tipos principales del superhombre: el progresista de Condorcet—que tiene incluso la perspectiva de una vida terrenal eterna—, el positivista de Comte, el comunista de Marx y el dionisíaco de Nietzsche
El tercero de los símbolos joaquinistas es el del precursor. Joaquín suponía que el caudillo de cada época tenía un precursor, al igual que Cristo tuvo a San Juan Bautista. También el caudillo del cautiverio babilónico, que debía aparecer en 1260, tiene tal precursor, en este caso Joaquín mismo. Con la creación del símbolo del precursor ha entrado a formar parte de la historia occidental un nuevo tipo: el intelectual, que conoce la fórmula para la liberación de los males del mundo y que sabe profetizar el curso de la Historia universal en el futuro.
En la especulación joaquinista, el intelectual se encontraba todavía muy arraigando en el ambiente de la cristiandad, en la medida en que Joaquín se presentaba a sí mismo como el profeta del futuro «dux e Babylone» enviado por Dios. En el transcurso de la historia occidental se ha ido perdiendo este arraigo cristiano. El anunciador, el precursor del caudillo se ha convertido en un intelectual en el sentido secularizado: un intelectual que cree conocer el sentido de la Historia como inmanente al mundo y cree poder predecir el futuro.
En la práctica política no se puede separar siempre con claridad la figura del intelectual que diseña la imagen futura de la Historia y hace predicciones de la figura del caudillo. En el caso de Comte, por ejemplo, tenemos sin duda la figura de un caudillo; pero al mismo tiempo Comte es también el intelectual que pronostica su propio papel como caudillo de la historia del mundo y que, yendo más allá, se convierte, por la magia de una práctica meditativa, de intelectual en caudillo. Tampoco en el caso del comunismo se pueden separar claramente el caudillo y el intelectual en la persona de un Marx; pero en el aspecto histórico del movimiento están separados por una generación entera Marx y Engels como «precursores» y Lenin y Stalin como «caudillos» de la instauración del Estado comunista.
El cuarto de los símbolos joaquinistas es la comunidad de los individuos espiritualmente autónomos. En el ambiente monástico de su tiempo, se figuraba Joaquín el tercer estado como una comunidad de monjes. Lo esencial de esta figuración para nuestro tema es la idea de una Humanidad espiritualizada que puede existir en comunidad sin la mediación o sostén de instituciones, porque, según la idea joaquinista, la comunidad de monjes debía ser realidad sin el apoyo sacramental de la Iglesia. Reconocemos en esta comunidad de personas autónomas, sin organización institucional, el simbolismo de la comunidad de los movimientos de masas modernos que se imaginan el estado final como una comunidad libre de los hombres, una vez desaparecidos el Estado y otras instituciones. Donde más claro se conoce este simbolismo es en el comunismo; pero también la idea de la democracia vive en gran parte del símbolo de una comunidad de seres autónomos.
Y con ello se cierra la exposición de los símbolos joaquinistas. Reconocemos en ellos uno de los grandes complejos de símbolos que se han mostrado activos en los movimientos políticos de masas modernos, y que lo siguen siendo.
Eric Voegelin. Los movimientos de masas gnosticos como sucedaneos de la religión.
6 comentarios:
Muy interesante texto, D. Cogito. Relata perfectamente la raigambre -como diría el mismo Nietzsche: la genealogía- de estos ideales hoy ubicuos. Es por lo que esta política no es, en realidad, más que teología (en su sentido más depauperado, entiéndeme); es por lo que la morralla que nos presentan como "Educación para la Ciudadanía" no es más que una reunión de artículos de fe expresados en un pseudo-lenguaje teocrático.
(Aparte de esto: el sábado quedaremos a comer y, después, iremos a dar un paseo por la FGeria del Libro. Espero que te unas.)
Que voy a decirte... me parece que en este asunto estamos bastante de acuerdbo.
En cuanto a la Feria... hombre... pues si (que ruina!)
Saludos
Don Cogito: ¿están publicadas las obras de Joaquín de Fiori?
Hasta donde yo sé no hay nada, acaso un estudio que estudia la crítica de Santo Tomas a Joaquín realizado por Jose Ignacio Saranyana. Traducciones de Joaquín sólo he visto por internet una en alemán y varias en italiano.
De todas maneras permiteme que te aconseje leer a Voegelin, algo, creo que indispensable, en especial cuando hace bien poco se tradujo La nueva ciencia de la política, un estudio en el que profundiza un poco sobre estos temas.
Tambien sobre Joaquín existe (descatalogadisimo) La posteridad espiritual de Joaquín de Fiore del gran Hentri de Lubac (Encuentro)
Saludos
Querido Cógito, como va todo?
Una pregunta, en qué sentido se usa la palabra “gnóstico” en este texto? Tengo entendido que el gnóstico es aquél que cree que en él fulge la centella divina, que participa de la sustancia divina. Por eso puede acceder al conocimiento de Dios (gnosis) y hay en ello, un proceso de restitución.
Por eso mismo no entiendo parágrafos como
“El proceso de creación del superhombre es afín al movimiento espiritual, en el que los más viejos sectarios religiosos absorben la sustancia de Dios y se convierten en hombres endiosados: godded man. Los sectarios secularizados entienden a Dios como una proyección de la sustancia del alma humana en el espacio ilusorio del otro mundo. Esta ilusión puede ser disuelta psicológicamente y el «Dios» puede volver a ser devuelto al alma humana, de la que proviene. Al disolver la ilusión, vuelve a incorporarse al hombre la sustancia divina, y éste se convierte en superhombre. La reincorporación de Dios al hombre tiene por resultado —al igual que en los viejos sectarios—la creación de un hombre que se siente a sí mismo más allá de las ligaduras v obligaciones institucionales.”,
...que más bien parecen indicar el proceso contrario al que yo mencionaba en el principio.
Resulta equívoco tildar al joaquinismo de gnosticismo. El gnosticismo subraya la importancia de lo intemporal y es un esfuerzo personal para trascender el tiempo en un éxtasis personal. Nada de eso hay en el Florense. Más bien, su teología es un enfoque inmanentista donde la consumación de la promesa bíblica se ha de alcanzar en el tiempo histórico. Pero no hay que confundir inmanentismo con gnosticismo.
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