lunes, 17 de septiembre de 2007

Un articulo de Cayetana Alvarez de Toledo en El Mundo


Por Cayetana Alvarez de Toledo, (EL MUNDO, 14/09/07)

El viernes pasado, en un hotel de San Sebastián, un puñado de intelectuales y políticos de izquierdas presentaba ante la prensa el partido que venían de fundar. Su portavoz, una mujer menuda, lúcida y valiente, resumía de manera emotiva su objetivo principal: «Defenderemos la bandera de España, por la que ha sido asesinada tanta gente».
Unas horas antes, a pocos kilómetros, otra mujer, también pequeña de estatura, de firmes convicciones liberales y un heroísmo concreto y eficaz, se había puesto manos a la obra: desafiando los insultos y las amenazas de muerte, izaba la bandera nacional en la fachada del Ayuntamiento de Lizartza.
Dos escenas, dos preguntas: ¿qué ha llevado a personas como Rosa Díez, Fernando Savater o Mikel Buesa a escindirse sentimental y orgánicamente del Partido Socialista para montar un nuevo partido? En la encrucijada en la que nos hallamos, cuando lo que toca es aunar esfuerzos para defender la cohesión de España y la libertad de sus ciudadanos, ¿cómo se explica que Rosa Díez y Regina Otaola no luchen de la mano?
En el ajetreo de la rentrée, con Zapatero entregado en cuerpo («a las ocho desayuno y a las ocho y media salgo a correr») y alma («si no hubiera intentado el proceso de paz sería un presidente sin entrañas») a engañar a los españoles respecto a sus aficiones, decisiones e intenciones, ha pasado inadvertido el alcance del golpe que ha sufrido el Partido Socialista con la salida de Rosa Díez.
En efecto, la escisión constitucionalista del PSOE es la prueba más humillante y dolorosa de la traición de Zapatero a sus votantes. Al marcharse de un partido en el que ha militado durante 30 años, Rosa Díez ha dicho dos cosas que hasta ahora nadie en la izquierda se había atrevido a reconocer en público: primero, que ya no se fía de Zapatero, ni cuando desempolva, oportunista, la palabra «España», ni cuando proclama, táctico, su «firmeza» contra ETA; y, segundo, que este PSOE, el que González rehizo y Zapatero ha deshecho, ya no tiene remedio.
Los únicos que podían regenerar al Partido Socialista desde dentro han renunciado a hacerlo. Hoy el PSOE es una opción política peor, menos coherente, menos decente que ayer. Le quedan la ramplonería de Pepiño, los tejemanejes de Rubalcaba y la demagogia de Chacón. Es decir, un inmenso vacío ideológico, político y humano. Esta traición del PSOE a sí mismo, o al menos a la idea de España, deja al PP como única alternativa. No sólo para los liberales de verdad, sino también para quienes se sitúan en ese limbo, quizá contradictorio, pero muy poblado, que Rosa Díez ha bautizado como la «izquierda liberal». Lo curioso, por volver a la segunda pregunta, es que algunos todavía no lo quieran reconocer.
Desde que Díez, Savater y compañía anunciaron su decisión de fundar un nuevo partido político bajo las siglas UPD, se ha generado un intenso debate en torno a cuál de los dos grandes partidos nacionales se verá más perjudicado. La polémica no tiene mucho sentido y, a estas alturas, tampoco gran interés. La decisión está tomada y sólo el tiempo dirá hasta qué punto fue un acierto o un error. Bastante más útil a efectos de entender (y remediar) la deriva centrífuga de España es analizar los motivos por los que personas lúcidas y honestas procedentes de la izquierda, que dicen estar dispuestas a enarbolar la bandera de la libertad frente al nacionalismo, no lo hacen hasta sus últimas consecuencias. Esto es, apoyando al partido que lleva años luchando bajo esa misma bandera y es el único capaz de lograr que algún día ondee física y metafóricamente en todos los municipios de España.
No creo que sea por vanidad o afán de protagonismo, como insinúan los críticos del nuevo partido. Pero los argumentos de sus promotores tampoco resultan convincentes: decir, como ha hecho Rosa Díez, que el PP «no se atreve» a comportarse como un partido nacional es sencillamente ridículo. En cuanto a la justificación de Savater para no apoyar al PP -que en sus despachos mandan las truculentas, homófobas y antiliberales sotanas-, estoy con Jon Juaristi en que revela poco conocimiento o bastante mala fe. ¿De verdad lo que separa a Savater de María San Gil y Mariano Rajoy son los obispos? No serán monseñores Uriarte y Setién. Ni tampoco Cañizares, quien, al menos en la cuestión de la lucha contra el terrorismo, ha demostrado tener las ideas más claras y el juicio menos voluble que aquéllos que apoyaron los primeros coqueteos dialécticos de Zapatero con los etarras.
No son argumentos objetivos, sino reflejos instintivos, los que todavía impiden a muchos españoles preocupados por España apoyar al PP. Prejuicios, recelos y aversiones que están ligados a nuestra historia colectiva y nuestras historias individuales. El fondo de la cuestión no está en un análisis racional, sino en lo que podríamos llamar el bloqueo biográfico que sufre buena parte de la izquierda española.
«Yo dejé de ser de izquierdas hace 20 años. Pero tuvieron que pasar otros 15 para que pudiera votar al PP». La confesión del intelectual catalán José García Domínguez resume el problema mejor que cualquier disquisición académica. Estamos ante una cuestión ontológica: ser de izquierdas es una cuestión de piel, irracional, atávica, existencial. Quienes lucharon contra el franquismo, quienes pueden adornar sus biografías con regates a los grises y una estancia más o menos prolongada en la cárcel, quienes se ganaron el derecho a albergar un sentimiento de superioridad moral y atesoran el recuerdo sepia de Suresnes, siguen, de un modo u otro, cautivos de su biografía. No consiguen desprenderse de sus prejuicios. El rechazo a la derecha se mantiene vivo, como una corriente subterránea que riega a toda la izquierda y brota con mejor o peor intención según las hipotecas y las sensibilidades de cada biografía.
Ahí tenemos a un Juan Luis Cebrián que compensa sus escarceos con la dictadura con uno de los ataques más explícitos jamás proferidos contra la legitimidad democrática del PP: «Es como si Franco se hubiera presentado a las elecciones y las hubiera ganado». Ahí está Zapatero, el autoproclamado «rojo», el nieto redentor, que en privado califica al PP de «derecha golpista y reaccionaria» y en público se dedica a remover fosas y pactar contra España para mantenerse en el poder. Y, desgraciadamente, ahí están también algunos de los promotores de partidos como Ciutadans de Catalunya o ahora UPD, que al simultanear un discurso prácticamente idéntico al del PP con un rechazo explícito a ese mismo partido acaban reforzando el tópico del que llevan viviendo los nacionalismos desde hace 30 años: «Es que los del PP son unos fachas».
El lunes pasado, en estas mismas páginas, Rosa Díez decía que su partido servirá para «dejar sin efecto el discurso socialista que ha cuestionado la legitimidad democrática del PP» porque «romperá la estrategia del PSOE de hacer un cordón sanitario» alrededor del principal partido de la oposición. En la práctica, ya veremos. En la teoría, es exactamente al revés. No ha pasado una semana y ya hemos visto cómo algunos de sus impulsores recurren a los mismos obtusos latiguillos anti-PP acuñados por las lumbreras de Ferraz.
La izquierda española, tanto la que representan Zapatero y su círculo de estrategas sin principios como la que sí tiene una idea de España y de la libertad, sigue anclada en el pasado. Desprovista de argumentos por el triunfo aplastante del capitalismo y la consolidación de una derecha liberal en España, se aferra a la Historia: su contribución a la lucha por las libertades durante la dictadura sirve para justificar su oposición al único partido que hoy defiende esas mismas libertades.
Por eso, volviendo al gran reto de los próximos años, que es cómo fomentar la unidad institucional de España y la libertad de sus ciudadanos, la primera tarea es lograr que todos aquéllos que comparten estos objetivos básicos superen sus prejuicios y se sumen al gran proyecto colectivo que hoy encabeza el Partido Popular. La regeneración de la democracia española es posible, pero nunca podrá conseguirse mientras una parte sustancial de la izquierda no interiorice que la derecha representa hoy los valores de libertad, igualdad y solidaridad amenazados por un nacionalismo radicalizado a la sombra de Zapatero, que devora a los ilusos y a los moderados, como demuestran la última Diada y la espantada de Josu Jon Imaz.
Frente a los escrúpulos políticos, ideológicos o incluso estéticos, les propongo un ejercicio: cojan ustedes el programa electoral del PP, bien el de 2004, bien el que pronto se va a presentar; revisen, una a una, todas sus propuestas; y al acabar apunten en un papel todas aquéllas con las que no estén de acuerdo. Apuesto doble a sencillo a que la lista será muy breve. La defensa de los valores constitucionales, la apuesta por la derrota definitiva del terrorismo sin contrapartidas políticas, la bajada de impuestos, el apoyo a las familias, la firmeza ante la inmigración ilegal, la apuesta por una educación de calidad libre de dogmatismos, clericales y anticlericales… El ideario del PP refleja mejor que ningún otro lo que sienten, piensan y quieren la inmensa mayoría de los españoles.
Lo que falta en España no son partidos políticos, sino una izquierda libre de prejuicios. No es imposible. En Europa, ante los grandes retos nacionales, destacadas figuras de la izquierda están superando sus viejos recelos para unir fuerzas con la derecha. El ejemplo más evidente es el de Francia, donde la fuga de cerebros socialistas hacia las filas de Sarkozy refleja una voluntad generosa y real de servir a su país. En Alemania, Merkel encabeza una Gran Coalición. Y en el Reino Unido, Gordon Brown ha emprendido una campaña de captación de dirigentes y militantes conservadores bajo un lema inteligente e integrador: Todo el talento.
Todo el talento. De eso se trata: de sumar y no de restar, de agrupar fuerzas para abordar los grandes retos que tiene España, empezando por la conquista definitiva de la libertad. Esa es la potentísima bandera que el Partido Popular enarboló con determinación y coraje hace ya mucho tiempo y que mantiene levantada, aun en las circunstancias más difíciles, cuando cae la noche y las luces se apagan en Lizartza.

2 comentarios:

Borja Lucena Góngora dijo...

El artículo que aquí expones está bastante bien. No puedo más que coincidir en el diagnóstico sobre una izquierda que se dice tal sólo porque ser de izquierdas es la única forma de no ser de derechas. El discurso así caracterizado es de un reaccionarismo temible y peligroso, ya que apela al sentimiento como órgano de conocimiento político, lo que ha hecho de siempre el totalitarismo. Sin embargo, no puedo estar de acuerdo en la claridad e inequivocidad que quiere percibir en el PP. La verdad es que la frase de Rosa Díez es bastante apropiada para lo que ocurre en el PP. Parece que enarbola la bandera española y la defensa de una España liberal ajena a los taifas nacionalistas sólo como reclamo electoral, es decir, como imagen de marca. En ese sentido, y salvando las diferencias evidentes, el modelo sería la conversión plena de la política en imagen que ha llevado a cabo Zapatero. No estoy diciendo que la dirección NACIONAL del partido mienta. De hecho, creo que Rajoy o Cayetana ÁLvarez de Toledo son defensores de una idea de España que, a nivel pragmático, se demuestra como poco operativa en el partido. El rsquebrajamiento del PP en rductos de naturaleza feudal es un hecho. Los presidentes autonómicos rinden vasallaje simbólico a la dirección nacional, pero actúan convencidos de que su territorio les pertenece sólo a ellos. En muchas comunidades, dejados a su albur, el PP está aplicando políticas sencillamente nacionalistas, aunque de un modo más prudente y ambigüo. Creo que este es el problema del PP: no está claro que pretenda, sin ambages, acabar de una vez con las mafias nacionalistas. Yo, personalmente, no confío plenamente en que el PP se niegue a pactar con los nacionalistas en caso de necesitarlos para completar su cuenbta electoral. Me temo que siempre se deja ver el recurso manido a justificar un pacto "por el bien de España" con lo que denominan "nacionalistas moderados", lo que no deja de ser una burla a la inteligencia. Si no, sólo pensar en la transacción y alianza que el PP mantuvo con Pujol deja muchas dudas al respecto.
No sé Ricky, ¿tú confías en la supuesta claridad uqe el artículo pregona?
En cuanto a la argumentación de Savater, la verdad es que sencillamente es pueril y estúpiuda. Es el peaje, supongo que ha de pagar para que no dejen de considerarle como alguien "de izquierdas". También se me ocurre que tuviera una educación católica traumática que, a pesar de lo que han cambiado las cosas, todavía no ha podido quitarse de encima. Un abrazo.

Don Cogito dijo...

Tienes toda la razón en lo que se refiere al PP (de hecho Cayetana Álvarez de Toledo está en el PP... es del PP.)
Diciendolo todo, mi idea era poner en el blog tan sólo la parte del artículo que he dejado en negríta.
Ya que mucho me temo que si gana el PP y no consigue mayoría absoluta pactarán con los de siempre. Aún así me parece que una situación como esta no se puede eternizar y que definitivamente de algún lado va ha ceder.
En este sentido me parecen estúpidas (y peligrosísimás) las bravatas de Sabatér.
Quiero decir, si las cosas van como creo que pueden ir (que gane el PP y pacte con los nacionalistas "moderados") me parece muy claro que una parte del electorado del PP buscaría "algo" fuera. Ahora bien, ¿como buscar ese algo en un partido -el de Sabater-ciutadans- que demuestra ese odio por quienes no son de izquierdas?
Y es que parecen tontos-irresponsables.