miércoles, 22 de enero de 2025

"Un cristiano impaciente. Pepe Jiménez Lozano." de Miguél Delibes (Destino, Año XXVIII, No. 1457 (10 jul. 1965)

 

UN CRISTIANO IMPACIENTE

PEPE JIMÉNEZ LOZANO

Para aquellos que semanalmente nos preguntan sobre la personalidad de José Jiménez Lozano, nuestro colabora-dar sobre temas religiosos, publicamos este artículo de Miguel Delibes escrito hace tres años, esto es, cuando Delibes era aún director de «El Norte de Castilla».

PEPE Jiménez Lozano se asoma cada viernes a la última página de «El Norte de Castilla», en una sección titulada «Ciudad de Dios». Ya lleva años en este empeño, en su empeño de redescubrirnos algo tan viejo como el cristianismo. Y cada jueves, Pepe Lozano aparece en mi despacho con la boina calada y una sonrisa, como un hachazo. Iluminando su rostro infantil:

—Léelo con cuidado.

Y yo lo leo con cuidado. Y yo lo publico sin cuidado porque sé que un hombre con la suficiente modestia como para desconfiar de sí mismo es un hombre recto y honrado, cuyas ideas, forzosamente, han de ser rectas y honradas. Y, entonces, la columna de Pepe Lozano llega a la casa de don José y a la de Emiliano, el herrador, y al bar Miguelin y al casino de la Victoria. Y don José y Emiliano, el herrador, y los clientes del bar Miguelin y los habitantes del casino de la Victoria sorben ávidamente las palabras de Pepe Lozano, y sus cerebros se ponen en marcha con mayor o menor celeridad. Pepe Lozano, las cosas de Pepe Lozano, llegan antes a los jóvenes que a los viejos. Es natural, Pepe Lozano, las cosas de Pepe Lozano, tienden a desarraigar tradiciones, torpes prejuicios.

—Pero, bueno, ese Jiménez Lozano de su periódico, ¿qué es?

—Cristiano.

—Eso ya lo sabemos; aquí todos somos cristianos.

Esto es precisamente —nuestra pretendida seguridad de cristianos— lo que Pepe Lozano viene cada viernes a hacer tambalear. Las manifestaciones de nuestra fe no se adaptan como es debido a las exigencias evangélicas. Y con santa paciencia, Pepe Lozano va desmontando unos juegos de ideas en un país como el nuestro, donde las ideas que uno mama o las que se forja a lo largo de la vida son muy difíciles de desmontar, tal vez porque se ciñen, de manera sorprendente, a las conveniencias de cada cual.

—-Pero, bueno, ¿me quiere decir qué es?

—Cristiano.

—¿Cómo cristiano?

—Cristiano consecuente.

—¡Ah!

Pepe Lozano vive retirado en un pueblecito de Valladolid, Alcazarén, con sus casas de adobe, su barro, su trigo y su pobreza. También algún pino que otro para disfrazar la aridez. Allí estudia, allí escribe, allí trabaja.

—Oye, Pepe, ¿por qué no te vienes aquí, a Valladolid?

—Por ahora no me interesa.

A Pepe Lozano no le encandilan los puestos para toda la vida, ni le preocupan los seguros de invalidez, ni le tientan las reuniones sociales. Dios proveerá. La inestabilidad, que tanto abruma a nuestros coetáneo es para Lozano lo que el agua para el pez.

—Pero, Pepe, ¿no tienes tú la licenciatura en Derecho media carrera de Letras, el título de periodista, el...?

—¿Y eso qué importa?

Nada importa nada sino mostrarse consecuente con las ideas que uno predica. Pepe Lozano lleva estas ideas a extremos inconcebibles. Hace unos meses apareció en mi despacho la boina en la cabeza, una sonrisa ancha, de oreja a oreja.

—El lunes me caso.

—Pero, Pepe, así, sin...

—El matrimonio es un sacramento, no una fiesta. De todos modos, si quieres ir...

Y Pepe se va; marcha siempre con su ancha sonrisa y sus prisas porque el coche de línea no aguarda. Y. en sus prisas, olvida, inevitablemente, en la redacción la gorra, o un libro, o la cartera. Un buen día, Pepe Lozano depositó la pipa en un buzón de alcance y no advirtió su error hasta que trató de fumarse la carta que llevaba en la mano. Pepe Lozano es así. Pepe Lozano es así porque ordinariamente utiliza la cabeza para pensar y estima que ni la pipa ni la carta merecen una atención desmedida.

Con Pepe Lozano, Carlos Campoy, Martin Descalzo, Miguel Angel Pastor, Bernardo Arrizabalaga, César Alonso y Manuel A. Leguineche fundé un día una sección en «El Norte» titulada «El caballo de Troya». Esto de «El caballo de Troya» es una cabeza de puente en el mundo de la frivolidad, dedicada a enseñar a pensar a los que ordinariamente no piensan y tratan de ordenar el pensamiento de los que de buena fe desean pensar. La sección cayó muy bien: la sección llevaba el espíritu de Pepe Lozano que es, para entendernos, un espíritu de caridad justa (justa es una palabra incómoda. pero Insustituible, en este caso, para delimitar el concepto caridad, tan maltratado el pobre). Un espíritu, en suma, que está, afortunadamente, cada día más extendido por el país

—Oiga usted, pero este Lozano es un progresista, ¿no?

—Es un cristiano.

—Bueno, eso lo somos todos.

—Un cristiano consecuente, para que me entienda.

—i Ah!

Un día, don Dictinio Belloso, inspector de aduanas jubilado, me llevó en su coche hasta «El Norte de Castilla». Apenas cerré la portezuela me dijo de sopetón:

—Bueno, ¿y qué hace Lozano?

Me puse en guardia:

—Trabaja.

El movió la cabeza de un modo ambiguo. Yo tenía mis recelos por aquello de que Lozano, las cosas de Lozano, llegan antes a los jóvenes que a los viejos. Yo le dije tímidamente:

—¿Es que le lee usted?

Y él me dijo:

—Naturalmente. Como todo el que busque algo.

MIGUEL DELIBES, Destino,  Año XXVIII, No. 1457 (10 jul. 1965), p. 36.

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