UN CRISTIANO IMPACIENTE
PEPE JIMÉNEZ LOZANO
Para aquellos que
semanalmente nos preguntan sobre la personalidad de José Jiménez Lozano,
nuestro colabora-dar sobre temas religiosos, publicamos este artículo de Miguel
Delibes escrito hace tres años, esto es, cuando Delibes era aún director de «El
Norte de Castilla».
PEPE Jiménez
Lozano se asoma cada viernes a la última página de «El Norte de Castilla», en
una sección titulada «Ciudad de Dios». Ya lleva
años en este empeño, en su empeño de redescubrirnos algo tan viejo como el
cristianismo. Y cada jueves, Pepe Lozano aparece en mi despacho con la boina
calada y una sonrisa, como un hachazo. Iluminando su rostro infantil:
—Léelo con
cuidado.
Y yo lo leo con
cuidado. Y yo lo publico sin cuidado porque sé que un hombre con la suficiente
modestia como para desconfiar de sí mismo es un hombre recto y honrado, cuyas
ideas, forzosamente, han de ser rectas y honradas. Y, entonces, la columna de
Pepe Lozano llega a la casa de don José y a la de Emiliano, el herrador, y al
bar Miguelin y al casino de la Victoria. Y don José y Emiliano, el herrador, y
los clientes del bar Miguelin y los habitantes del casino de la Victoria sorben
ávidamente las palabras de Pepe Lozano, y sus cerebros se ponen en marcha con
mayor o menor celeridad. Pepe Lozano, las cosas de Pepe Lozano, llegan antes a
los jóvenes que a los viejos. Es natural, Pepe Lozano, las cosas de Pepe
Lozano, tienden a desarraigar tradiciones, torpes prejuicios.
—Pero, bueno,
ese Jiménez Lozano de su periódico, ¿qué es?
—Cristiano.
—Eso ya lo
sabemos; aquí todos somos cristianos.
Esto es
precisamente —nuestra pretendida seguridad de cristianos— lo que Pepe Lozano
viene cada viernes a hacer tambalear. Las manifestaciones de nuestra fe no se
adaptan como es debido a las exigencias evangélicas. Y con santa paciencia,
Pepe Lozano va desmontando unos juegos de ideas en un país como el nuestro,
donde las ideas que uno mama o las que se forja a lo largo de la vida son muy
difíciles de desmontar, tal vez porque se ciñen, de manera sorprendente, a las
conveniencias de cada cual.
—-Pero, bueno,
¿me quiere decir qué es?
—Cristiano.
—¿Cómo
cristiano?
—Cristiano
consecuente.
—¡Ah!
Pepe Lozano vive
retirado en un pueblecito de Valladolid, Alcazarén, con sus casas de adobe, su
barro, su trigo y su pobreza. También algún pino que otro para disfrazar la
aridez. Allí estudia, allí escribe, allí trabaja.
—Oye, Pepe, ¿por
qué no te vienes aquí, a Valladolid?
—Por ahora no me
interesa.
A Pepe Lozano no
le encandilan los puestos para toda la vida, ni le preocupan los seguros de
invalidez, ni le tientan las reuniones sociales. Dios proveerá. La
inestabilidad, que tanto abruma a nuestros coetáneo es para Lozano lo que el
agua para el pez.
—Pero, Pepe, ¿no
tienes tú la licenciatura en Derecho media carrera de Letras, el título de
periodista, el...?
—¿Y eso qué
importa?
Nada importa
nada sino mostrarse consecuente con las ideas que uno predica. Pepe Lozano
lleva estas ideas a extremos inconcebibles. Hace unos meses apareció en mi
despacho la boina en la cabeza, una sonrisa ancha, de oreja a oreja.
—El lunes me
caso.
—Pero, Pepe,
así, sin...
—El matrimonio
es un sacramento, no una fiesta. De todos modos, si quieres ir...
Y Pepe se va;
marcha siempre con su ancha sonrisa y sus prisas porque el coche de línea no
aguarda. Y. en sus prisas, olvida, inevitablemente, en la redacción la gorra, o
un libro, o la cartera. Un buen día, Pepe Lozano depositó la pipa en un buzón
de alcance y no advirtió su error hasta que trató de fumarse la carta que
llevaba en la mano. Pepe Lozano es así. Pepe Lozano es así porque
ordinariamente utiliza la cabeza para pensar y estima que ni la pipa ni la
carta merecen una atención desmedida.
Con Pepe Lozano,
Carlos Campoy, Martin Descalzo, Miguel Angel Pastor, Bernardo Arrizabalaga,
César Alonso y Manuel A. Leguineche fundé un día una sección en «El Norte»
titulada «El caballo de Troya». Esto de «El caballo de Troya» es una cabeza de
puente en el mundo de la frivolidad, dedicada a enseñar a pensar a los que
ordinariamente no piensan y tratan de ordenar el pensamiento de los que de
buena fe desean pensar. La sección cayó muy bien: la sección llevaba el
espíritu de Pepe Lozano que es, para entendernos, un espíritu de caridad justa
(justa es una palabra incómoda. pero Insustituible, en este caso, para
delimitar el concepto caridad, tan maltratado el pobre). Un espíritu, en suma,
que está, afortunadamente, cada día más extendido por el país
—Oiga usted,
pero este Lozano es un progresista, ¿no?
—Es un
cristiano.
—Bueno, eso lo
somos todos.
—Un cristiano
consecuente, para que me entienda.
—i Ah!
Un día, don
Dictinio Belloso, inspector de aduanas jubilado, me llevó en su coche hasta «El
Norte de Castilla». Apenas cerré la portezuela me dijo de sopetón:
—Bueno, ¿y qué
hace Lozano?
Me puse en
guardia:
—Trabaja.
El movió la
cabeza de un modo ambiguo. Yo tenía mis recelos por aquello de que Lozano, las
cosas de Lozano, llegan antes a los jóvenes que a los viejos. Yo le dije
tímidamente:
—¿Es que le lee
usted?
Y él me dijo:
—Naturalmente.
Como todo el que busque algo.
MIGUEL DELIBES,
Destino, Año XXVIII, No. 1457 (10 jul. 1965), p. 36.
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