Jiménez
Lozano: «La memoria que nos va quedando es la del ordenador»
El
autor vallisoletano publica su novela «Teorema de Pitágoras»
«El apellido de
católico es como para enterrar a un escritor. Pero nunca he discutido por este
asunto, porque si no te ponen una etiqueta te ponen otra. Allá los que lo
hagan, que ya están en edad de otras cosas», dice Jiménez Lozano.
«Teorema de Pitágoras»
podría ser la oración fúnebre por una cultura que se muere, si no fuera porque
su autor no sucumbe ante la catástrofe. Elige alzar la actitud y la palabra de
sus personajes como un muro de contención frente a la hecatombe. La violencia
urbana, el tráfico de órganos humanos, la pesadilla nazi, la crueldad y la
muerte vinculan la novela a una dolorosa realidad, pero hay seres dispuestos a
luchar contra «el hondón de la tiniebla».
-¿Es su libro una
denuncia?
-No. Las denuncias se
hacen en otro orden de cosas. La literatura tiene una función. Ahora bien, que
algo quede denunciado a través de ella es una cuestión diferente.
-¿Es un desahogo?
-Hay una historia que se
va contando y en la que los personajes hablan sin que el escritor invada su
terreno. Al menos intento intervenir lo menos posible. Esta novela tendría
ochenta páginas más, pero las suprimí porque mi voz se oía demasiado.
Tendencia a lo
esencial
El hecho de
exponer sin edulcorantes la realidad de la sociedad actual la explica con un
razonamiento simple: -Basta abrir la ventana para verla.» En el maremágnum de
una pantalla de televisión que igual muestra el horror de Ruanda que un partido
de fútbol, en la pesadilla que relatan los periódicos o que nos asalta en
cualquier parte confiesa haber encontrado a la doctora y a la serie de mujeres
que viven en las páginas de «Teorema de Pitágoras». Si se le pregunta si esos
personajes, si el argumento nace de su tendencia a lo esencial, responde con un
ojalá que muestra su deseo de que esa inclinación que se le supone sea cierta y
no duda en manifestar que «sí alguien al leer se siente tentado de asomarse a
la ventana los que ya lo están se sentirán más acompañados».
El papel de
testigo que el escritor asume en su obra lo conduce hasta Auschwitz, aquel
espanto que llevó, recuerda, a Adorno a decir que ya no se podría hacer poesía.
Es consciente Jiménez Lozano de que ahora existen otros rostros del mismo mal y
que si ponemos idénticos condicionamientos sucederán las mismas cosas. En la
novela, uno de los personajes que pertenece al género de los «invencibles» a la
hora de la esperanza y el compromiso dice: «Si no nos quitan la alegría, no nos
quitan nada». Al conversar con el autor se liega a la conclusión de que intenta
mantener esta creencia, porque en su oficio de escritor hace suyas la fe y la
responsabilidad.
Narrativa y
reflexión
-¿Tiene su novela
un punto de ensayo? Abundan los razonamientos, los porqués...
-La retórica no es la del
ensayo. Hay efectivamente una voz que puede hacer razonar al lector, pero
también se da la reflexión en «Los hermanos Karamazov». La libertad de
pensamiento consiste en escribir lo que se piensa y como se pueda.
-Hablando de
estilo, se dice que usted aborda uno nuevo, que da un cierto giro.
-Puede que haya más
ruptura de tiempos y espacios, pero al escribir no he pensado en eso.
-Está claro que ha
pensado en el cuarto mundo, en los marginados dentro de la prosperidad y en tos
que contemplan África con ojos de turistas ricos. ¿Hay gente que se niega a ver
la realidad?
-No queremos enfrentamos
a ella. Vivimos la cultura del olvido, la civilización del olvido. Se pretende
que el hombre no sea el enigma que es para si mismo y para los demás y quieren
explicarlo psicológicamente, antropológicamente, sociológicamente. Al rey Lear
lo tendrían en una residencia de ancianos y cuando se pusiera molesto le darían
unas pastillas y de este modo todo quedaría explicado y tranquilizado. Se
quiere que olvidemos quiénes somos. Siglos de literatura nos han enseñado que
el hombre es un enigma capaz de cosas infinitamente grandes o de bajezas
también infinitas. La memoria que nos va quedando es la del ordenador, algo que
da información, pero que no cuenta historias. Y no hay que olvidar que el
hombre comenzó contándolas y no me vale que me digan que eso es curiosidad.
Shakespeare, Dostoiewsky, hacen dramones, sí, pero con pensamiento.
-Usted habla de un
mundo que huele a pudrición, estiércol, látigo y sangre, no obstante hay un
cierto canto a la esperanza, a los que permanezcan invencibles.
-Si nos ponemos
metafísicos debo decir que soy más bien pesimista, pero he de reconocer que.
aunque en el mundo hay cosas terribles, en algunos aspectos ha mejorado. Sin
mujeres como las de mi libro estaríamos en un corral de vacas, todo sería más
brutal.
Agustiniano
-¿Es usted
camusiano?
-No mucho. Con respecto
al hombre soy más bien pesimista y. por otra parte, tos escritores moralistas
no me hacen gracia. Es cierto que salvo a las víctimas, pero tampoco condeno a
los verdugos.
-Se diría que se
mueve entre el optimismo y el pesimismo.
-Es cierto. Lo que sí soy
es muy agustiniano en lo de creer que el ser humano lleva dentro un nido de
víboras, aunque a la vez puede ser extraordinario. Si el hombre logró salir de
Auschwitz también saldrá de los males actuales.
-Lo han calificado
de escritor católico. ¿No es ésta una forma de recortar los valores de un
autor?
-Sí, y con ese apellido,
más. Es como para enterrarlo a uno. Pero nunca he discutido por este asunto,
porque si no te ponen una etiqueta te ponen otra. Allá los que lo hagan, que ya
están en edad de otras cosas.
-Usted es
periodista, escribe como tal y dirige «El Norte de Castilla». ¿Qué opina del
periodismo actual?
El periodista como
servidor
-Sucede que lo que se
entendía por periódico está desapareciendo para convertirse en lo que se llama
medio de comunicación. Antes, un redactor jefe decidía -podía equivocarse o ser
sectario- lo que se publicaba y cómo, pero servía a sus lectores. Ahora, el
periódico tiende a ser un medio a través del cual diversos poderes hacen llegar
sus intereses a los ciudadanos. Se trata de una pura mediación. Creamos
perplejidad y se hace una cultura de lo opinable cuando hay cosas que no lo
son. De los periodistas admiro a los corresponsales, que son los que ponen toda
la carne en el asador. El periodista es un servidor en el mejor sentido y las
poses de demiurgos son idiotas en sí mismas.
Jiménez Lozano
reside en Alcazarén, un pueblo a pocos kilómetros de Valladolid. No quiere
hacer «literatura» sobre la paz. la tranquilidad o el sosiego que eso reporta. «Me
gustaría vivir en París», dice. Y en cuanto a que el escritor es un creador
le parece una pretensión de abuso: «Con repercutir la belleza del mundo ya
serias Shakespeare.» Lector infatigable y escritor constante. entre sus
obras figuran Sara de Ur, Duelo en la casa grande, Un
cristiano en rebeldía y Guía espiritual de Castilla.
Madrid. Trinidad de
León-Sotelo, ABC, 10 de febrero de 1995, p. 53.
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