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lunes, 17 de febrero de 2025

"La religión de la informática" de José Jiménez Lozano (Destino nº 2047, 23 dic. 1976)


LA RELIGIÓN DE LA INFORMÁTICA

Desde luego, el gran problema ético de nuestro mundo, y con el que por cierto ha muerto Malraux en la boca, sigue siendo el de la libertad, el de la posibilidad de ser hombres. Quizá como nunca las mediocres, pequeñas y rígidas ortodoxias de infinitas ideologías absolutas siguen cercándonos o nos tienen ya en sus fauces. Parece que este hombre de la civilización tecnológica de este final de centuria necesita más que otro cualquiera creer en algo de modo fanático y absoluto para sentirse seguro, hacer luego «apostolado», y al final, si es preciso, pedir también inquisitoriales cuentas a los demás sobre su incredulidad o su diferencia de credo. Seguramente no debemos engañamos bajo denominaciones políticas o incluso científicas, lo que estamos viendo en nuestro derredor y sintiendo en nuestra carne es una guerra religiosa y todas esas ortodoxias buscan nuestra alma. Hasta los ordenadores la buscan, si es que no la tienen ya entre sus garras.

El problema ético que suscitan la cuestión de los «tests» o esta otra cuestión de los ordenadores no tiene, desde luego, el sensacionalismo ni la teatralidad de otras cuestiones como la violencia o la dictadura o la explotación económica y la servidumbre descaradas, pero llevan todo esto en su entraña o lo están actuando ya. Por lo pronto, un ordenador, excepto para quienes determinan su utilización y preparan sus programas, es sólo «un dictador mecánico» que hace de ellos puros ejecutantes sin posibilidad alguna de apreciación personal. Este «dictador», tan costoso además, exige una atención de 24 horas cada día y servidores de algún elevado coeficiente intelectual con lo que como han escrito los responsables del «Movimiento de dirigentes, ingenieros y cuadros cristianos» de Francia «las tensiones corren el riesgo de crecer entre los miembros de la sociedad y la élite está destinada a un desarrollo intelectual sin precedentes. Y esas tensiones serán tanto más fuertes cuanto que las necesidades de cumplimiento como hombres de los ejecutantes y el control de poder ejercido por la élite no recibirá ninguna satisfacción automática».

Añádase a esto, por ejemplo, que quienes pueden disponer de un ordenador se irán distanciando abismalmente de quienes no pueden y que una cosa así ocurre también en el plano internacional y de manera muy concreta y alarmante en la elaboración del armamento moderno. Pero, sobre todo, hay que pensar en que el ordenador racionaliza todo -incluso los dramas humanos - y que la historia de cada hombre queda inscrita en unas pocas cifras-clave constituyendo de este modo un fichero sin precedentes a disposición de un Hitler un Stalin a niveles mundiales y hasta cósmicos que hasta ayer mismo podrían parecer sueños de ciencia-ficción, pero que hoy presentimos demasiado como para bromear con ello. ¿Acaso la IBM, pongamos por caso, que tantos ordenadores ha programado para el mundo entero no dispone de un cúmulo de informaciones con las que nadie podría sonar siquiera en controlar? ¿Acaso no la convierte en una multinacional muy «sui generis», en un poder «sabelotodo»? Si no es así, tenemos que alegramos de ello; pero mañana puede ser así. ¿Acaso el ordenador no es un mito vivo más poderoso para mover montañas que la fe de las religiones? «Embarcados en una aventura científica que nadie domina perfectamente -dice un grupo de muy lucidos especialistas en Informática-, pero que ofrece a todos posibilidades y riesgos no podemos tomar decisiones sin consecuencias para la vida de otros ni esquivarlas consecuencias de las decisiones de otros.»

¿Y en el orden específicamente religioso? Monsieur Pascal, que con su «máquina matemática» creó el primer ordenador, tiene que haberse removido en su tumba: los ordenadores no solamente niegan lo invisible, sino que pasan insensibles sobre las esperanzas y los dolores humanos y nunca jamás se inclinarán hacia los pobres y los pequeños, salvo para emitir el mismo terrible juicio diametralmente opuesto al evangélico: no sirven, deben ser eliminados, son la escoria, arrójeseles a las tinieblas exteriores de este mundo de sanos, ricos y listos.

Lo único que cabe esperar es que los hombres se rebelen también contra el «dictador mecánico», y quieran ser ellos mismos, destinando al ordenador a servir instrumentalmente como una máquina cualquiera. Pero ésta es sólo una esperanza no tan fácil de sostener en el «homo mechanicus» de hoy solicitado por todas las ortodoxias y con miedo a la libertad.

JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO, Destino: Año XXXVIII, No. 2047 (23 dic. 1976), p.27.