UNA CIERTA MIRADA CRITICA Y HONESTA.
CONVERSACION CON EL PROFESOR ARANGUREN.
José Jiménez
Lozano
No
sé si nuestra sociedad es capaz ya de sentir lo que pierde, cuando prescinde de
hombres como el profesor Aranguren. No sé si sabe lo que con ello se empobrece,
como se apresuran a enriquecerse otras sociedades como la norteamericana, por
ejemplo, que, en cuanto el profesor Aranguren fue despedido de su cátedra de
Madrid, le faltó tiempo para ofrecerle otra cátedra en su Universidad de Santa
Bárbara, pero todos los síntomas son de que si se percata de ese
empobrecimiento.
En
realidad, apenas el profesor Aranguren regresa a primeros de verano, de
Norteamérica, se carga inmediatamente su calendario de trabajo entre nosotros:
conferencias, charlas, seminarios, etc. Particularmente en el ámbito de la
juventud estudiosa y en los medios más en punta y más avisados de la Iglesia
española, se espera la vuelta de don José L. Aranguren, un poco o un mucho,
como una ventana por la que asomarse al mundo cultural de por ahí fuera,
infinitamente distinto del nuestro, siempre tan cerrado y tan anacrónico. Y a
este afán casi primitivo de respiración espiritual se añade también un
sentimiento de orgullo patriótico de la mejor ley: el orgullo de que sí, en
nuestro país, se ha convertido casi en norma histórica el ignorar y despreciar
nuestros más altos valores intelectuales, cuentan, por lo menos, fuera de
nuestras fronteras y dan al país un prestigio y un espiritual peso específico,
que en vano se busca por el camino de las competiciones deportivas y que no
darían nunca las mejores alianzas políticas.
Pero
es que, además, el profesor Aranguren es probablemente un caso señero de
magisterio científico y espiritual en la España moderna y me parece que estas
cosas no nos sobran y, sobre todo, que, como la verdad evangélica, no deben
ocultarse bajo el celemín, sino airearse por los tejados y azoteas, es decir,
en los periódicos y revistas. ¿Por qué no mantener, entonces, una pequeña
conversación con el profesor Aranguren sobre los temas religiosos más vivos de
este momento, que pudiera ser oída por los lectores de DESTINO? Ni siquiera es
preciso insistir demasiado en lo que Aranguren ha significado y significa en
nuestro catolicismo o llamar la atención sobre e1 impacto intelectual de sus
ideas este sentido, porque ese impacto está ahí en cientos de nosotros,
sacerdotes o laicos, creyentes o no y ese impacto es el que reciben, durante
seis meses, sus alumnos de la Universidad de Santa Bárbara acuden a su cátedra
de «Estudios religiosos», que simultanea con la de «Sociología
de la Literatura»; pero deseo insistir en que el profesor Aranguren aceptó,
en seguida, esta idea de contestar a un cuestionario espontáneo y prácticamente
informal como el que sigue. Ni mis preguntas ni sus respuestas han sido
cuidadosamente calculadas y estereotipadas, porque ninguno de los dos
soportaríamos esta clase de formalismo. Son sencillamente como un trozo de una conversación
libre y amistosa en la que yo he puesto el cebo de unas cuantas inquietudes que,
en este momento, me parece que están en la calle, y el profesor Aranguren ha
puesto la sustancia de la respuesta. Sin excluir la ironía cuando por el
dramatismo de lo que tenía que decir, esa respuesta hubiera tenido quizá que
tornarse amarga.
1 Ya puede
usted imaginarse —le digo a Aranguren— que no voy a preguntarle por la fenomenología
ni por problemas de lingüística o de sociología de la literatura. Aunque quizás
sobre lingüística, sí que podría decirme algo, por ejemplo, sobre el significado
de ese terror mostrado en el «informe» de monseñor Bartoletti, obispo de
Luca, al Sinodo, que muchos han considerado algo así como «el discurso de la
Corona» o «el mensaje sobre el estado de Unión», es decir, de la
Iglesia, y en el que ha hablado del neopositivismo lógico como de uno de los
peligros para el cristianismo o, por lo menos, para la teología de hoy. Hablemos,
pues, un poco del neopositivismo lógico y de su impacto en la teología, como en
Van Buren, por ejemplo.
—Hablemos,
querido Jiménez Lozano, de lo que usted quiera. Yo preferiría hacerlo de su
libro Historia de un Otoño, pero puesto que usted me somete unos temas,
parece que debemos empezar por ellos, e incluso es preferible, porque así
reservaremos para el postre lo mejor, o para final del convite o conversación
el mejor vino.
Creo que hay que
distinguir entre el neopositivismo lógico y la filosofía lingüística o análisis
lógico del lenguaje ordinario. Pero en cuanto a su impacto en la teologías me
parece que uno y otro no hacen sino recubrir con vestiduras a la moda actitudes
de siempre. El neopositivismo lógico al negar sentido a la palabra de Dios,
niega, forzosamente, la posibilidad de cualquier forma de teología o «hablar
de Dios», pero deja abierta la posibilidad mística. No quiero decir con
esto, naturalmente, que los neopositivistas sean místicos, aunque cierta veta
mística presentan algunos de ellos, lo que no es de extrañar, ya que también el
paleopositivista y fundador del positivismo, Augusto Comte, practico un extravagante
misticismo, como usted sabe. La filosofía lingüística podría ser caracterizada
como un «idealismo lingüístico»: existe todo
y sólo lo que existe lingüísticamente. ¿Se acuerda usted de la prueba ontológica
de existencia de Dios? La cuestión allí consistía en pasar de la «idea»
de Dios a la afirmación de su existencia. Un San Anselmo filósofo lingüista
habría de repetir la experiencia filosófica partiendo no de la idea, sino de la
«palabra» Dios. Pero en fin y como decía todo esto no son sino nuevos
lenguajes, nuevos trajes, nuevas modas.
2 Hablemos
también entonces de esos otros dos «peligros» —ya ve usted que volvemos a
marchas forzadas al lenguaje y al talante preconciliar de corsés protectores,
invernaderos, miedos, peligros, etc.—: la secularización y la desmitización.
¿Es que la Iglesia puede permitirse, una vez más rehuir el reto de estos
desafíos o simplemente de realidades históricas como la secularización o
problemas tan obvios como la desmitización? ¿Es que se puede ser cristiano, sin
hacer cuenta de estas cosas?
—La
secularización y la desmitización son dos inesquivables realidades. En nuestro
tiempo ya no se puede ser cristiano sino desde la secularización. Pero ¿hasta
dónde ha de llegar ésta? Lo mismo pasa con la desmitización y quizá de un modo
más acuciante todavía. Si el proceso de desmitización lo llevamos
inexorablemente adelante, ¿qué nos quedará al final? Ciertamente continuar
siendo cristiano no es cosa fácil.
3 En el mismo
«informe Bartoletti» se ha anatematizado la postura
de los que se niegan a dar la primacía a la institucionalidad en la
contemplación y en la definición de la Iglesia y sólo Dios sabe si todavía no
se proclamará la famosa «Constitución de la Iglesia» ¿Hacia dónde vamos o
volvemos, mejor dicho?
—Para que vea
usted hasta dónde he llevado a cabo el proceso de secularización en mí mismo:
no tengo la menor idea del «informe Bartoletti», ni siquiera de quién es dicho
señor. Las cosas de la Curia no me interesan lo más mínimo, y lo único que nos
faltaba es una «Constitución de la Iglesia».
4 ¿Hacia
dónde marchan los cristianos que han abandonado y siguen abandonando la
Iglesia, mientras tanto?
—Supongo que en
direcciones muy diferentes. Los más de ellos me imagino que hacia un teísmo (la
palabra «deísmo» pasó de moda) más bien vago. La gente en nuestra época tiene
la manía de marcharse, de irse —así se ponen las carreteras en los fines de
semana—, aunque no sepan a dónde. Yo los domingos me quedo siempre en casita. Y
como cristiano y aún católico, también. Según suele decirse, «como en casa, en
ninguna parte». Lo que pasa es que en mi casa mando yo y no la Curia, el obispo
o, dicho sea con todos los respetos, el Papa. Si tuviese que definirme, diría
que soy un cristiano-católico-heterodoxo. (Ya sabe usted por mi libro La
crisis del catolicismo que relativizó mucho la contraposición ortodoxia-heterodoxia). Y pero creo que, más o menos conscientemente, lo mismo podría decirse de muchos
contemporáneos nuestros.
5 ¿A usted no
le parece que este nuevo volcarse de la Iglesia hacia «el
Reinado Social de Jesucristo», o sea, hacia los problemas políticos y sociales
huele un poco a el dar la primacía al deporte, en los colegios, para ahorrarse
problemas de sexo? No digo que se haga con intención, por lo menos consciente,
pero todo este activismo político social no encubre un poco los problemas
fundamentales? Exactamente como Unamuno decía, y a mi entender con razón, que
el movimiento de Ketteler, por ejemplo, sirvió para distraer a los católicos de
las graves preguntas y problemas suscitados por «modernismo». Y, ahora, resulta
que esos problemas y esas preguntas siguen ahí, solamente que agravados, ¿no?
—Sí, estoy
completamente de acuerdo. En este sentido el «fundamentalismo» católico
de los agitados y agitadores hermanos Berrigan es sumamente expresivo. Muy
oportunamente cita usted a Ketteler, de quien todo el mundo sabe su activismo
social-católico; de quien casi nadie sabe que quien casi nadie sabe que en el
Concilio Vaticano I estuvo en contra de la Infalibilidad. No es de intentar
hacer análisis psicológicos con su biografía, pero no hay duda que el ejemplo
que usted ha traído a cuento es muy bueno.
—Si, hablemos un
poco de la Iglesia española. Tengo la impresión de que está en pleno «aggiomamento»
(y ya sabe que no soy muy entusiasta de la cosa). La Asamblea de obispos-sacerdotes ha tenido una importancia enorme, pues ha sido una especie
de ensayo general del Sínodo. Los nuevos obispos españoles, con el primado a la
cabeza, se va a convertir en el equipo de la Primera División de Pablo VI. Que,
al fin, parece haber salido de su hamletiana indecisión, y de qué manera. Se
hizo notar por los cronistas que asistió al Sínodo en completo silencio, como
mero espectador. ¿Para qué iba a hablar si ya tenía quien lo hacía por él? De
repente, la Iglesia española se va a convertir en la perfecta «vía media».
Para el futuro del catolicismo no sé si esto es muy prometedor, pero con
respecto a España supone un fabuloso progreso: progreso político, quiero decir.
7 Jean
Cardonnel hablaba, hace poco, en «Le Monde», de que estas cosas de las
Asambleas, Sínodos, «planes de desarrollo
pastoral», como a mí me gusta llamarlos, reformas de estructuras eclesiásticas,
problemas como los del celibato y etc., son sólo dilaciones para no afrontar el
gran problema: el del contenido de la fe en Jesucristo, hoy. Y yo estoy
bastante de acuerdo con Cardonnel. ¿Y usted?
—Si, estoy
completamente de acuerdo y la expresión «Plan de Desarrollo», aplicada a
la Iglesia, me parece excelente. ¿Por qué a los curas y a esa Orden Tercera de
nuestro tiempo que es el Opus Dei les gustará tanto la modernización que se
queda en lo meramente externo? Ese costado de la Iglesia que consiste en
organizaciones, burocracia cada vez más soñando en hacerse tecnocrática, pequeña política, estrategias y asuntos menores de este mismo estilo, es lo que
menos me gusta. Y por desgracia se diría que la evolución de la Iglesia
consiste en el giro del costado para ponerlo al frente.
8 Pero
responder a aquella pregunta radical significa sacar la teología a la calle y
esto me parece que no se está dispuesto a hacerlo. Usted ya sabe el precio que
hay que pagar por hablar de estas cuestiones en las revistas o los libros para
el gran público, y, sin embargo, es lo único que interesa a la gente, si es que
todavía le interesa algo de estas cosas de Iglesia o de teologías. A nivel
mismo de los campesinos, yo he oído preguntas y conversaciones sobre el Jesús
histórico, por ejemplo, o sobre la Resurrección, que apuntan, por ejemplo,
hacia Bultmann, digámoslo así para entendemos. Y nadie las contesta y, mañana
mismo, por la mañana, a los sectores más oficialmente católicos y al parecer
silenciosos les va a ocurrir, si es que no les está ocurriendo ya, lo que a los
sectores intelectuales: que ni preguntan siquiera, ni tienen relevancia para
ellos estas cuestiones.
—A la Iglesia le
gustó siempre presentar la teología como un saber arcano. profesionalizado,
totalmente incomprensible para el hombre de la calle. Un Lutero, un Pascal (el
Pascal de las Provinciales), independientemente de lo que decían, tenían que
irritar a la Iglesia, sólo por el modo de decirlo, tan «antieclesiástico» (lo
que no quiere decir de ningún modo tan «antieclesial»). El hombre de nuestro
tiempo, al no oír respondidas sus preguntas en lenguaje inteligible, se hará su
propia teología para andar por casa, y se arreglará con ella. Andar por casa, ya salió otra vez la expresión que conviene a lo que muchos de nosotros vamos
haciendo cada vez más. Si la Iglesia sigue así se convertirá en una inmensa
oficina, en cuyas galerías y entre cuyas ventanillas los cristianos se pierden.
Algo kafkiano, pero sin tragedia, cotidiano, banal. Sala de los Pasos Perdidos.
9 El problema
del eretismo es considerado. entre nosotros, a puro nivel moral o como cuestión
de policía, pero ¿no está llenando, cada vez más. el lugar de lo absoluto
religioso desaparecido. exactamente o de manera parecida a cómo, entre los
bienpensantes, funciona «el retorno de los brujos»
o la nostalgia misma de una liturgia, o paraliturgia, que era, sobre todo, luz
y color y sentimentalismo, arraigo en la infancia y en los viejos y felices
tiempos?
—Se ve que
estamos demasiado de acuerdo para una auténtica conversación. Frente a la
oficial trivialización del erotismo, éste, cuando se vive con profundidad, está
cobrando en efecto un sentido cuasirreligioso, o religioso secularizado. Me
parece una fina observación la de las nuevas liturgias eróticas.
10 ¿Y
nuestros ateos, siempre tan religiosos, tan «antiateos»? ¿Hay, entre nosotros,
ateos con los que pueda dialogarse, de alguna manera más efectiva que la de los
famosos diálogos católico-marxistas, diálogos de sordos?
—Por fin hemos
llegado a un mínimo desacuerdo. No sé si será porque no vivo en provincias —en
el campo sí, algún tiempo todos los años, pero no bajo nunca a «la capital»—,
pero la verdad es que rara vez encuentro aquellos espléndidos ateos de otros
tiempos, que creían en la inexistencia de Dios como Menéndez Pelayo en su
existencia, «a machamartillo», expresión que, aplicada a las cosas religiosas,
no podía ser sino carpetovetónica. A ratos les añoro, con su santoral, pues
necesitaban disponer de santos ateos para cada día del año. Es verdad que no se
podía hablar con ellos pero ¡constituían un espectáculo tan edificante! Y por
otra parte, ¿es que es más fácil el diálogo con personajes más actuales como
aquellos a que se hace referencia en la pregunta siguiente?
11 Pero
hablemos de esperanzas, don José Luis. Y de «esperanzas españolas», sobre todo.
Y no sólo de esperanzas religiosas, sino culturales, por ejemplo nuestro
panorama cultural es asfixiante en más de un sentido, muy pobre y menesteroso,
viejo, aislado, mimético y circular. Y digo circular, porque, aquí, cada seis
meses, se pone de moda «algo»: un personaje, una novelística, una teoría para
ceder inmediatamente el lugar a otro «algo». Es puro consumismo. ¿Y los medios
para estudiar, no sólo económicos, sino de información, bibliotecas, etc.? ¿Y
la libertad para exponer, sin excesivos riesgos? ¿Ve usted mejores destinos que
los de la emigración para la joven «inteligentzia»
española? ¿O se siente optimista? Pero no vamos a tocar el problema general de
la enseñanza, y, sin embargo, ¿hay otro medio para salvar a todo un pueblo del
embrutecimiento del consumismo y del dirigismo espiritual o de la pura evasión
que el de la «Ilustración», es decir, el de enseñar a atreverse a pensar?
—«Esperanzas
españolas», a corto y medio plazo debo confesar que tengo muy pocas.
Incluso culturalmente. Ahora, cualquier cosa que se haga es inmediatamente
asimilada por el sistema, al que ya le pueden echar Picassos (con su «Guernica» y todo), Nerudas, Valle-Inclanes,
Antonio Machados y, si no fuese por la familia, hasta García Lorcas. Y de la
enseñanza, para qué vamos a hablar: el Ministerio segrega incansablemente
planes, sistemas, nuevas organizaciones con sus correspondientes organigramas,
nuevas siglas (por ejemplo, el tránsito del Preu al COU no ha podido salir sino
de la cabeza de un pedagogo genial), nuevos títulos. Copia malamente de aquí y
de allá, desorganiza totalmente lo poco que había, que por mal que funcionase
algo funcionaba, y lo sustituye por el desbarajuste total. Pero se presenta al
mundo una fachada con «aggiomamento» y sobre el papel todos los chicos
españoles reciben una perfecta enseñanza gratuita y obligatoria hasta los 13
años. Que la realidad no se parezca en nada a los textos legales, ¿qué importa?
12 Desde
Norteamérica ¿cómo se ven todas estas cosas? ¿Cómo las ve usted?, quiero decir.
Incluido un panorama de lo religioso allí.
—Norteamérica
tiene muchas cosas malas y, por cierto, las peores son las que más rápidamente
se importan aquí. Véase, por ejemplo, lo que se está haciendo de Madrid. Las
iglesias son allí una especie de clubs y la gente pertenece a unas u otras
según su status social. Pero desde el punto de vista religioso hay por lo menos
un par de cosas buenas: que los teólogos son muy poco profesionalmente teólogos
y hablan el lenguaje general. Y que los jóvenes americanos, más ingenuos que
los españoles, tienen con frecuencia vocación de «seekers», de buscadores de
Dios. Y como son ingenuos, a veces le encuentran o creen, de verdad, haberle
encontrado.
Y en fin, ya sin
responder a ninguna pregunta suya, permítame hablar ahora un poco de su libro.
No digo que lo haría de lectura obligatoria, porque la obligatoriedad es
contraproducente. Pero sin dudarlo lo aconsejo a todos los que, de cerca o de
lejos, se interesan por la religión. La grandeza de los jansenistas, que no
aceptaban la obediencia ciega, pero tampoco ser echados de la Iglesia, la
enorme fuerza espiritual de su secta —como de todas las sectas, como principio
de una nueva y libre estructura eclesial—, pero también, por el otro lado, el
drama auténticamente cristiano del cardenal que se vio forzado a aplicar las
injustas y crueles medidas contra ellos; y la intrínseca limitación, pese a su
profundidad o quizá precisamente por ella, del jansenismo. Todo eso y mucho más
se vive leyendo su libro. Y se vive de una manera inmediata, porque está
contado en forma de novela —de novela clásica, no de las novelas sólo para los
novelistas, que constituyen un alarde de técnicas nuevas y que nadie que no sea
profesional de la literatura, o aspire a serlo, es capaz de leer— y es por
tanto, lo que antes echábamos de menos, teología viva, comprensible, al alcance
de todos. Enhorabuena y muchas gracias.
¿Tengo
que incluir también en nuestra conversación este «epilogo» bastante personal?
Esperemos solamente que por lo menos, ya que en él se habla de jansenismo,
algunos lectores se percaten de cuán necesitados estamos de un poco de jansenismo
en nuestra cristiandad.
Y
creo que no necesito ni decirle «gracias» siquiera al profesor Aranguren.
Proseguimos charlando en su despacho, en una cálida tarde de otoño. Al día
siguiente, tenía cita aquí mismo, con la televisión francesa, que le va a
dedicar uno de los extraordinarios programas que llevan el título de Un certain régard y están consagrados a los hombres
más representativos de esta hora, para pedirles «un certain régard». una cierta
mirada sobre este momento, este mundo y sobre si mismos. Me alegra haberle
tomado la delantera. siquiera por unas horas: cuando dejé sobre la mesa de
trabajo de Aranguren estas cuantas preguntas.
Destino, nº 1783, 4 de diciembre de 1971, pp. 46-47.
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