«El
lenguaje y la vida no tienen correcciones»
Aunque es perfectamente
consciente de que desde hace «bastantes años» los cuentos «no tienen
mucha acogida en el país, al contrario que en Europa», José Jiménez Lozano
(Langa, Ávila, 1930) vuelve a demostrar una vez más que permanece al margen de
gustos y tendencias -«las modas se imponen y no sabemos si nos gusta o nos
han dicho que nos guste», afirma- con la publicación de El ajuar de mamá
(Menoscuarto Ediciones), un volumen compuesto por más de 40 relatos cortos en
los que deja constancia de su buen oficio.
Dijo la semana
pasada, en la Feria del Libro, que escribió estos cuentos hace seis u ochos
años. ¿Es habitual que deje reposar tanto las cosas?
Siempre, para verlas con
otros ojos, como algo más extraño, y tener otra perspectiva.
¿Trata con ello de
distanciarse de sus propias palabras?
Sin duda. Creo que uno no
debe compenetrarse con sus cosas. Esa distancia es necesaria porque la
narración exige que uno deje de ser uno mismo y sea las personas de las que
habla. No se puede decir: «Yo dije en un cuento», porque se supone que usted no
dijo, que lo dijo alguien. Es verdad que eso ha nacido de uno pero no se sabe
de dónde viene. Tampoco quiere decirse que sea de uno. Si ya en un artículo o
en un ensayo -que dudo que sean literatura porque está todo controlado por la
razón-, cualquiera sabe que cuando lo escribe lo entiende mejor que cuando lo
piensa, en la narración esto queda más claro.
Eso dice mucho de
cómo entiende el oficio de escribir...
Mi manera de escribir es
directa, rápida, por lo que es necesario verlo después y hacer la corrección
lingüística, de las repeticiones. Aunque hay repeticiones que deben hacerse
porque escribir literatura no es escribir correctamente, la corrección es para
otras cosas porque el lenguaje, la vida, no tienen correcciones.
No es muy amigo,
entonces, de desnaturalizar mucho lo escrito.
No, siempre hay cosas
ante las que uno se queda sorprendido, pero las deja. Por ejemplo, cuando hice Los
compañeros (1997), al corregir las pruebas me di cuenta de que este señor
de quien hablaba, echando cuentas, prácticamente tenía que haber terminado
Derecho a los 12 años, lo que resultaba raro, ridículo. Pero en la vida también
sucede que a alguien le echamos 50 y tiene 70 y a la inversa. De modo que
decidí dejarlo. La vida es así. No echamos cuentas. Además, como no es el autor
el que habla sino el personaje, allá él...
Cuando empezó a
escribir, ¿le costó mucho dejar de hablar usted y permitir que fueran los
personajes los que lo hicieran?
Al principio suele costar
más, entre otras cosas porque uno no conoce el oficio, pero también depende de
ciertas circunstancias. Lo que es evidente es que si uno ve un personaje y le
fascina -le fascina o le repugna, no se trata de atracción, se trata de
interés-, eso se hace dentro, por sí solo. Un cuento o una novela pueden estar
ahí años, sin decidirse uno a escribir. Si rueda, bien, si no, lo suelo dejar,
no me dedico a inventarlo. No suelo forzarlo porque entonces estoy inventando.
¿Son los
personajes los que le dicen qué escribir o ésta es una visión muy ingenua o
romántica de la literatura?
Es ingenua pero es así.
Cuando uno se sienta a escribir piensa que ya sabe el final. ¡Pues no! Las
cosas se tuercen, se ajustan por si solas. Freud, que lo dio muchas vueltas,
consideró que era un misterio.
¿Qué le permite
hacer el cuento que no pueda la novela?
Son cosas distintas. En
el cuento hay siempre un acontecimiento presidiéndolo. Hay algo que golpea, una
mirada. Los niños lo entienden muy bien cuando dicen: «Y luego, ¿qué pasó?».
La novela es una historia larga y está sujeta a muchas matizaciones, implica
muchas dimensiones para las que el cuento no tiene tiempo por su brevedad. En
él no cabe mobiliario.
¿Es más complicado
dominar el arte del cuento por la capacidad de síntesis que requiere?
Uno ve lo que es cuento y
lo que es novela y puede dársele mejor una cosa que otra. Pero esto de mejor y
peor, en el arte difícilmente existe. Vivimos en este mundo y hay que poner
unos carteles para administrarnos pero: ¿por qué es mejor la capilla Sixtina
que un cuadrito de Utrillo? No es mejor ni peor. Es distinto. Kierkegaard lo
explica muy bien con el vuelo de los pájaros. Los pájaros son los mismos, unas
veces vuelan alto y otras, bajo.
Daniel G. Rojo, El día de Valladolid,
9 de mayo de 2006, p. 16.
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