viernes, 24 de enero de 2025

"Soljenitsin y la crítica al Estado leninista" de Juan Pedro Quiñonero (Destino, nº2018, del 3 al 9 de junio de 1976)

 

Soljenitsin y la crítica al Estado leninista

Un proceso de crítica y revisión absolutas que, en Occidente, sólo nuestros intelectuales están silenciando sin pudor


La reciente publicación castellana de las entregas III y IV del «Archipiélago Gulag» (1911-1966)[1] ha sido saludada, entre nosotros, con la habitual muralla de férreo silencio. Sin embargo el debate intelectual que abre ese libro esté siendo decisivo en la vida intelectual de Occidente. Günter Grass y los radicales de izquierdas alemanes, tras su versión alemana, hicieron pública su reconsideración critica de Lenin y la concepción leninista del Estado. «Le Nouvel Observateur» le consagró seis páginas, entre la defensa más apasionada de la critica de Alexander Soljenitsin al leninismo, y la crítica de su mesianismo de raíz religiosa. «The New York Times» consagró las primeras diez páginas de su célebre suplemento literario dominical. Y Octavio Paz publicó en su revista «Plural» (quizá la revista cultural más importante en el ámbito lingüístico castellano) la traducción castellana de ese texto, acompañado de una reflexión propia, simultáneamente publicada en DESTINO, acerca de Soljenitsin, al que compara con Job y la apocalíptica cristiana.

Tan graves y aprobatorios argumentos contrastan con el oceánico silencio, cuando no los ataques más mesiánicos (y el mesianismo, como estilo intelectual, siempre está cercano a la tentación totalitaria, al fascismo) con que en nuestra península ha sido recibida la obra literaria de este autor ruso. No he visto publicada ni una sola critica de sus libros. Ni un solo argumento intelectual que refute sus ideas. Ni un solo debate critico que se plantee alguno de los temas, decisivos para la cultura occidental, que proliferan ante los alegatos morales de toda su obra. Mientras en revistas como «Le Nouvel Observateur» el calificativo «Gulag» empieza a utilizarse como sinónimo del terror concentracionario del genocidio, la tontería policial de nuestras revistas políticas continúa perpetrando su ya excesiva tentación del silencio.

El «Archipiélago Gulag» plantea un debate decisivo: el estaliniano, el terror concentracionario, los millones de muertos, asesinatos y suicidios, tiene sus raíces en la obra teórica de Lenin. No estoy versado en estas cuestiones. Me limito a exponer una opinión. Y el relato literario de Soljenitsin es la ilustración moral de tal aventura.

Su tesis elemental está siendo repetida por loa grandes periódicos de todo el mundo. excepto en nuestro país: es en la teoría leninista del partido, en su organización policial, donde hacen las bases teóricas de una práctica política que inventa el campo de concentración antes que Hitler. Los teóricos de la estrategia política tienen la palabra. Pero, a la vista del maniqueísmo policial de nuestros medios intelectuales, será bueno recordar que esta opinión goza de una aceptación muy considerable. Y que tiene sus orígenes en la masacre de los marineros del Kronstadt.

El pasado 7 de mayo, escribía en «Le Monde» Maximilien Rubel (traductor de Marx y profesor en el CNRS): «...es el partido que se arroga el derecho de decidir si el proletariado debe o no ejercer su dictadura, quien, sustituyendo a la clase y a la masa de trabajadores, decide tachar de un trazo pluma lo que, según Marx representa un periodo de transición» y agrega más adelante: «…el partido se guarda bien de poner en cuestión lo esencial: a saber, sus prerrogativas de representante autoproclamado de la clase obrera. Es siempre quien, por la voz de sus jefes, decide el motivos de la dase obrera, es quien define la naturaleza y la forma que debe tomar la acción de esta clase».

(Ese «él» mayestático, ¡cómo recuerda a la teología cristiana medieval!, con su secuela de represión policial iluminista) Es necesario recordar todavía que ese «él» supuso el asesinato en masa de socialistas, anarquistas, socialdemócratas, trotskistas y liberales, por hablar sólo de fuerzas progresistas…

Por su parte, Claude Roy, en «Le Nouvel Observateur» (números del 3 al 9 mayo de 1976), escribe de estos temas «Rusia ha vivido, aproximadamente, un año sin censura: entre la explosión de los soviets en la revolución de febrero y el decreto de Lenin de noviembre de 1917 que prohibía la prensa no bolchevique». Y comenta el destino de este decreto policial: «es el control absoluto del partido sobre toda palabra». Respecto a los famosos «redaktor» (censores que trabajan en todas las editoriales y periódicos del país), ha comentado Louis Aragon «el «redaktor» es un chupatintas particularmente odioso, necesariamente espía y censor». Claude Roy, en el artículo de «Le Nouvel Observateur» que he citado, multiplica a lo largo de cuatro páginas (que forman parte del informe que la revista anuncia a toda página su portada) una relación de crímenes y atentados contra la libertad perpetrada por el estado leninista, citando como testigos y fuentes de información y critica a Aragon y a Ilya Ehrenburg.

Hasta aquí esta mera enumeración expositiva, que podría, lógicamente, ampliarse más que substancialmente. Quizá sólo nuestro país, en Occidente, se está hurtando, de este proceso de indagación critica, frontal y decisiva hacia el estado concebido por Lenin. Los «gauchistas» franceses (maoístas, anarquistas, «situacionistas», radicales de izquierda, de Sartre a Cohn-Bendit o Glucksmann, no hablemos ya de los partidos e intelectuales de derechas) han multiplicado sus críticas totales, frontales al estado imaginado por Lenin. Sus acusaciones son terminantes: se le acusa de policía, de creador de un estado policial.

«Archipiélago Gulag» es la ilustración literaria tardía de la toma de conciencia de los intelectuales de la orilla izquierda parisina. Octavio Paz da modo ejemplar, ya ha hecho referencia, en esta misma revista, como decía, a este proceso de degradación e indigencia ideológica. El Gulag forma parte, ya, de la ignominia moderna, de una marea asesina sin antecedentes (por su gigantismo) en la historia de los hombres. En nuestro país, este océano de sangre y crímenes continúa siendo un tema poco grato para nuestros intelectuales, perdidos en eternos desvaríos y trivialidades estratégicas, temerosos de la sagrada inquisición contemporánea, la estrategia política, a la que adulan del modo más vergonzoso, y así ganan la gloria con que los policías pagan el silencio de sus lacayos.

Juan Pedro Quiñonero, Destino, nº 2018, del 3 al 9 de junio de 1976, pp. 40-41.



[1] «Archipiélago Gulag» (II), Plaza y Janés. Barcelona, 496 páginas.

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