martes, 21 de enero de 2025

Juan Catavella entrevista a José Jiménez Lozano (Diario de Burgos, 6 de junio de 1993)

 


JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO, ESCRITOR Y PERIODISTA

«Un narrador debe ir más allá de su tiempo»

«La novela siempre es historia, porque nunca reflejamos el presente: cuando menos, escribimos sobre lo que sucedió anteayer. Pero al concebir una novela del pasado es porque se desarrolla en el presente, ya que de lo contrario está muerta. Por eso cuento lo que nos pasa a nosotros. En el ensayo, los períodos del pasado nos hacen comprendemos a nosotros mismos», afirma el escritor y subdirector de El Norte de Castilla, José Jiménez Lozano, nacido en Langa (Ávila), aunque afincado en Valladolid desde hace años. El pasado día 9 de mayo, fue galardonado con el Premio Nacional de las Letras.

EL año pasado se le concedió el Premio Nacional de las Letras Españolas al escritor y periodista José Jiménez Lozano. Ahora se están desarrollando una serie de conferencias y mesas redondas, junto con una exposición bibliográfica, para divulgar v profundizar en una obra que es original, enraizada en su tierra y en los hombres, fruto de su independencia y de su compromiso.

José Jiménez Lozano (Langa, Ávila, 1930), es autor de narraciones como Duelo en la casa grande, Historia de un otoño, o El grano de maíz rojo; de ensayos, como Los cementerios civiles y la heterodoxia religiosa o la Guía espiritual de Castilla; de poesía, como Tantas devastaciones, que acaba de aparecer. Desde el mes de diciembre es director de El Norte de Castilla.

-Con lo retirado que ha vivido siempre, eso de que le den premios y que además tenga que asistir a las conferencias que pronuncian sobre usted le debe resultar algo duro.

-Bueno, bueno... agradezco que se acuerden de mí, aunque no puedes hacer depender de un premio tu obra o tu escritura. En cuanto a las conferencias, es una carga muy llevadera.

-Cuando asiste a las que se pronuncian sobre sus libros, como estos días ocurre, se desvelan algo nuevo sobre ellos?

-Sin duda: como cuando lees. Son gentes acostumbradas a estudiar textos, que aprecian facetas que ni sospecho yo, que los he escrito. Descubren levaduras de cosas y de ideas que son nuevas para mí. Claro que aprendo de todo ello.

-En general, ¿cree que su obra ha sido bien comprendida por los lectores?

-En esto de leer siempre hay una especie de complicidad entre el lector y los libros. Puede que no haya un mismo nivel de intereses, pero se supone que te han buscado porque por alguna misteriosa razón les interesa lo que haces. No es lo mismo que cuando nos compramos uno de esos libros de éxito, sobre el que se ignora todo. Claro que en algunas ocasiones hay equívocos. pero eso es inevitable?

-¿Es que un autor escribe para ser comprendido?

-Sí, claro que quieres ser comprendido. Bueno, en realidad no sabes por qué escribes, quizá porque no sabes hacer otra cosa. Algo de eso explico en el prólogo que he redactado para la exposición que me han dedicado en Madrid. Pero, claro está que cuando escribes esperas y deseas que alguien eche una ojeada a esas páginas, que esté conforme o no, pero que se establezca un cierto diálogo entre tú y él.

-Se escribe para los contemporáneos o para la gente que lea dentro de muchos años?

-Un autor decía, con una ironía atroz, que tal como están las cosas culturales es mejor que no te lean en el futuro. No sabes qué es mejor. Ya no estamos en la época de la inmortalidad y de la gloria. Escribes para terminar el libro, pero no sabes cómo será el resultado. Es así de difícil, pero hay que intentarlo. Mirar hacia delante.

-A San Juan de la Cruz, al que ha estudiado usted a fondo y al que ha dedicado muchas páginas, le leyeron sus contemporáneos?

-Juan escribió para que lo leyeran y la prueba es que corrigió sus escritos. Le atendió el mundo al que estaban destinados sus textos. Él no tenía interés en que lo leyeran más que los que tenían que entenderlo. Lo mismo le sucedió a Cervantes. Esto es difícil que ocurra en el futuro. Los de Juan eran textos restringidos, para los que se ocupaban de estas cuestiones.

Cervantes no era contemporáneo de la gente de su tiempo: si lo hubiera sido tendríamos novelas picarescas o barrocas, no lo que hizo. Un escritor debe ir más allá de su tiempo, porque si no lo hace así sólo nos deja estereotipos o lo ya sabido: eso es cosa de bufones o de halagadores. Hay una alteridad del hombre de cultura con su tiempo para poder seguir avanzando. No se hace nada cuando uno se deja llevar por lo inmediato, sólo vivir o negociar... un conformismo total. Escribe aquel al que no le basta la realidad, sino que quiere algo más.

-Usted vuelve con frecuencia los ojos hacia el pasado, ¿es por un afán historicista o porque piensa que ahí se encuentra lo que algún día fuimos?

-Depende. La novela siempre es historia, porque nunca reflejamos el presente: cuando menos, escribimos sobre lo que sucedió anteayer. Pero al concebir una novela del pasado es porque se desarrolla en el presente, ya que de lo contrario está muerta. Al contar una historia de entonces, cuento lo que nos pasa a nosotros. En el ensayo, los períodos del pasado nos hacen comprendernos a nosotros mismos. Por último, la memoria pone en cuestión nuestro presente: cuando éste es terrible hay que procurar que no lo sea, intentando mejorarlo. Hay quién quiere impedirlo y para ello lo prohíbe o lo banaliza, pero eso es horrible.

-Usted ha investigado sobre el pasado de los españoles: ¿dónde situaría nuestras raíces?

-Ese es un problema gordísimo, porque aquí la ilustración falló esplendorosamente. No ha llegado todavía y ya estamos en la postmodernidad, lo que sin duda es correr demasiado. Aquí no ha triunfado todavía la razón y por eso nuestro mundo está lleno de irracionalidad. Se percibe una desorientación cultural, porque se imponen unas modas detrás de otras que no nos llenan. Al español se le ha sacado de la cultura tradicional, que tenía muchos aspectos criticables, pero no se le ha ofrecido ningún suelo en el qué apoyarse: de ahí se derivan muchas insatisfacciones. El español no es que esté en crisis, sino que vive mareado.

-Cuando se escarba en nuestro pasado, oímos hablar de intolerancia, envidia, cerrazón... ¿son esos nuestros defectos?

-La intolerancia no es un defecto del español, porque se encuentra en todas partes, en forma de personas racistas y aplastadoras. En España ha habido una situación de tolerancia que se rompió por la intolerancia europea, que no podía comprender que aquí vivieran tres culturas en paz. La tolerancia española no tiene que ver con la europea, porque nace de la experiencia. Cuando mi vecino no vive ni piensa como yo, pero convivimos cada día, entonces la tolerancia nace por sí misma. Yo llevo tu carga para que tú lleves la mía. Ahora esa actitud no es tan común. Hablamos de pluralismo, que es que lodos pensemos de la misma manera, pero eso no es tolerancia. Nosotros no tenemos gran ocasión de ejercerla, porque todos somos iguales, pero cuando de repente se acerca una comunidad distinta, de gitanos o de marroquíes, entonces se acabó. El mundo moderno es un vil ejemplo de intolerancia total. Aquí se da la estupidización de la que hablaba Nietzsche.

-Algunas veces se ha dicho de usted que es un autor castellanista, ¿cree que es así?

-Sí que me lo han dicho, pero me parece una tontería. En Castilla hay cosas que me parecen muy importantes para la cultura, pero que me apliquen ese adjetivo no va a ninguna parte. Hay muchos territorios espirituales que a mí me seducen y que no están en Castilla: por ejemplo, Portugal, Port-Royal o los países nórdicos. Estos también le atraían a Cervantes, sólo hay que ver el Persiles.

Juan Catavella/COLPISA, Diario de Burgos (Letras), 6 de junio de 1993, p. VIII.

Foto: Henar Sastre

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