JOSÉ
JIMÉNEZ LOZANO, ESCRITOR Y PERIODISTA
«Un
narrador debe ir más allá de su tiempo»
«La
novela siempre es historia, porque nunca reflejamos el presente: cuando menos,
escribimos sobre lo que sucedió anteayer. Pero al concebir una novela del
pasado es porque se desarrolla en el presente, ya que de lo contrario está
muerta. Por eso cuento lo que nos pasa a nosotros. En el ensayo, los períodos
del pasado nos hacen comprendemos a nosotros mismos», afirma el escritor y
subdirector de El Norte de Castilla, José Jiménez Lozano, nacido en Langa (Ávila),
aunque afincado en Valladolid desde hace años. El pasado día 9 de mayo, fue
galardonado con el Premio Nacional de las Letras.
EL año pasado se le
concedió el Premio Nacional de las Letras Españolas al escritor y periodista
José Jiménez Lozano. Ahora se están desarrollando una serie de conferencias y
mesas redondas, junto con una exposición bibliográfica, para divulgar v profundizar
en una obra que es original, enraizada en su tierra y en los hombres, fruto de
su independencia y de su compromiso.
José Jiménez Lozano
(Langa, Ávila, 1930), es autor de narraciones como Duelo en la casa grande,
Historia de un otoño, o El grano de maíz rojo; de ensayos, como Los
cementerios civiles y la heterodoxia religiosa o la Guía espiritual de
Castilla; de poesía, como Tantas devastaciones, que acaba de
aparecer. Desde el mes de diciembre es director de El Norte de Castilla.
-Con lo retirado
que ha vivido siempre, eso de que le den premios y que además tenga que asistir
a las conferencias que pronuncian sobre usted le debe resultar algo duro.
-Bueno, bueno...
agradezco que se acuerden de mí, aunque no puedes hacer depender de un premio
tu obra o tu escritura. En cuanto a las conferencias, es una carga muy
llevadera.
-Cuando asiste a
las que se pronuncian sobre sus libros, como estos días ocurre, se desvelan
algo nuevo sobre ellos?
-Sin duda: como cuando
lees. Son gentes acostumbradas a estudiar textos, que aprecian facetas que ni
sospecho yo, que los he escrito. Descubren levaduras de cosas y de ideas que
son nuevas para mí. Claro que aprendo de todo ello.
-En general, ¿cree
que su obra ha sido bien comprendida por los lectores?
-En esto de leer siempre
hay una especie de complicidad entre el lector y los libros. Puede que no haya
un mismo nivel de intereses, pero se supone que te han buscado porque por
alguna misteriosa razón les interesa lo que haces. No es lo mismo que cuando
nos compramos uno de esos libros de éxito, sobre el que se ignora todo. Claro
que en algunas ocasiones hay equívocos. pero eso es inevitable?
-¿Es que un autor
escribe para ser comprendido?
-Sí, claro que quieres
ser comprendido. Bueno, en realidad no sabes por qué escribes, quizá porque no
sabes hacer otra cosa. Algo de eso explico en el prólogo que he redactado para
la exposición que me han dedicado en Madrid. Pero, claro está que cuando escribes
esperas y deseas que alguien eche una ojeada a esas páginas, que esté conforme
o no, pero que se establezca un cierto diálogo entre tú y él.
-Se escribe para
los contemporáneos o para la gente que lea dentro de muchos años?
-Un autor decía, con una
ironía atroz, que tal como están las cosas culturales es mejor que no te lean
en el futuro. No sabes qué es mejor. Ya no estamos en la época de la
inmortalidad y de la gloria. Escribes para terminar el libro, pero no sabes
cómo será el resultado. Es así de difícil, pero hay que intentarlo. Mirar hacia
delante.
-A San Juan de la
Cruz, al que ha estudiado usted a fondo y al que ha dedicado muchas páginas, le
leyeron sus contemporáneos?
-Juan escribió para que
lo leyeran y la prueba es que corrigió sus escritos. Le atendió el mundo al que
estaban destinados sus textos. Él no tenía interés en que lo leyeran más que
los que tenían que entenderlo. Lo mismo le sucedió a Cervantes. Esto es difícil
que ocurra en el futuro. Los de Juan eran textos restringidos, para los que se
ocupaban de estas cuestiones.
Cervantes no era
contemporáneo de la gente de su tiempo: si lo hubiera sido tendríamos novelas
picarescas o barrocas, no lo que hizo. Un escritor debe ir más allá de su
tiempo, porque si no lo hace así sólo nos deja estereotipos o lo ya sabido: eso
es cosa de bufones o de halagadores. Hay una alteridad del hombre de cultura
con su tiempo para poder seguir avanzando. No se hace nada cuando uno se deja
llevar por lo inmediato, sólo vivir o negociar... un conformismo total. Escribe
aquel al que no le basta la realidad, sino que quiere algo más.
-Usted vuelve con
frecuencia los ojos hacia el pasado, ¿es por un afán historicista o porque
piensa que ahí se encuentra lo que algún día fuimos?
-Depende. La novela
siempre es historia, porque nunca reflejamos el presente: cuando menos,
escribimos sobre lo que sucedió anteayer. Pero al concebir una novela del
pasado es porque se desarrolla en el presente, ya que de lo contrario está
muerta. Al contar una historia de entonces, cuento lo que nos pasa a nosotros.
En el ensayo, los períodos del pasado nos hacen comprendernos a nosotros
mismos. Por último, la memoria pone en cuestión nuestro presente: cuando éste
es terrible hay que procurar que no lo sea, intentando mejorarlo. Hay quién
quiere impedirlo y para ello lo prohíbe o lo banaliza, pero eso es horrible.
-Usted ha
investigado sobre el pasado de los españoles: ¿dónde situaría nuestras raíces?
-Ese es un problema
gordísimo, porque aquí la ilustración falló esplendorosamente. No ha llegado
todavía y ya estamos en la postmodernidad, lo que sin duda es correr demasiado.
Aquí no ha triunfado todavía la razón y por eso nuestro mundo está lleno de
irracionalidad. Se percibe una desorientación cultural, porque se imponen unas
modas detrás de otras que no nos llenan. Al español se le ha sacado de la
cultura tradicional, que tenía muchos aspectos criticables, pero no se le ha
ofrecido ningún suelo en el qué apoyarse: de ahí se derivan muchas
insatisfacciones. El español no es que esté en crisis, sino que vive mareado.
-Cuando se escarba
en nuestro pasado, oímos hablar de intolerancia, envidia, cerrazón... ¿son esos
nuestros defectos?
-La intolerancia no es un
defecto del español, porque se encuentra en todas partes, en forma de personas
racistas y aplastadoras. En España ha habido una situación de tolerancia que se
rompió por la intolerancia europea, que no podía comprender que aquí vivieran
tres culturas en paz. La tolerancia española no tiene que ver con la europea,
porque nace de la experiencia. Cuando mi vecino no vive ni piensa como yo, pero
convivimos cada día, entonces la tolerancia nace por sí misma. Yo llevo tu
carga para que tú lleves la mía. Ahora esa actitud no es tan común. Hablamos de
pluralismo, que es que lodos pensemos de la misma manera, pero eso no es
tolerancia. Nosotros no tenemos gran ocasión de ejercerla, porque todos somos
iguales, pero cuando de repente se acerca una comunidad distinta, de gitanos o
de marroquíes, entonces se acabó. El mundo moderno es un vil ejemplo de
intolerancia total. Aquí se da la estupidización de la que hablaba Nietzsche.
-Algunas veces se
ha dicho de usted que es un autor castellanista, ¿cree que es así?
-Sí que me lo han dicho,
pero me parece una tontería. En Castilla hay cosas que me parecen muy
importantes para la cultura, pero que me apliquen ese adjetivo no va a ninguna parte.
Hay muchos territorios espirituales que a mí me seducen y que no están en
Castilla: por ejemplo, Portugal, Port-Royal o los países nórdicos. Estos
también le atraían a Cervantes, sólo hay que ver el Persiles.
Juan Catavella/COLPISA,
Diario de Burgos (Letras), 6 de junio de 1993, p. VIII.
Foto: Henar Sastre
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