JIMÉNEZ
LOZANO GRITA CONTRA LOS DESASTRES DE LA MUERTE
Al margen de los
corrillos literarios, al margen de las sociedades de intereses, José Jiménez
Lozano es casi un «fenómeno raro» dentro de la literatura española. En la
soledad de su pueblo castellano, al que no quiere renunciar, ha ido creando,
junto a una importante obra histórica, todo un mundo novelístico lleno de personalidad
y fuerza.
Después de tres
intensas novelas —Historia de un otoño, El
sambenito, La salamandra—. llega ahora a los escaparates un libro de
cuentos que sólo puede ser definido como «vertiginoso». Libro impresionante, al
margen de todas las modas.
En su casa —casi
más ermita o cenobio que casa vividera— dialogamos con él sobre su última obra:
—¿Qué es El
santo de mayo?
—Después de tres novelas
largas. El santo de mayo es un libro de narraciones cortas, que he escogido
entre las escritas a lo largo de algunos años. Naturalmente he buscado para ese
conjunto algún nexo común, y me parece que esas narraciones pueden situarse
como a tres niveles: 1) Narraciones que son trasunto de la vida española,
bocetos o caprichos en torno a la vida de los españoles. 2) Memoria de
la España histórica que subyace ahí, en la entraña de nuestra propia vida. 3)
Recuerdos, nostalgias, obsesiones, fantasías, agonías religiosas en el sentido
radical y último de la palabra. En ocasiones, como es lógico, todo esto se entremezcla.
—¿Por qué la
brevedad de los relatos?
—La respuesta más obvia
es la de porque han resultado así. Creo, sinceramente. que esa brevedad me ha
sido impuesta por la misma temática, pero, además, me gusta la economía de m
dios. Tengo preferencia por lo esencial, la simplicidad, las cuatro líneas
maestras. Me causan horror el barroquismo y la verborrea, la diarrea literaria.
—¿No hay una
presencia insistente de la muerte en todo el libro?
—Sí, la muerte atraviesa
todo el libro. En cierto sentido, el libro es una especie de cahier de
doléances por los desastres que causa la muerte. Pero, que yo sepa, la
gente sigue muriéndose —aun cuando en esta sociedad tecnológica reconocer esto
resulte tan escandí como referirse al sexo en la sociedad victoriana— y sigue
hallándose en una situación existencial límite ante la muerte. Por lo demás, un
muy determinado sentimiento ante la muerte y lo tremendo son un componente del
vivir hispánico, que está ahí. No se puede cerrar los ojos. No creo, sin
embargo, que el libro sea una meditatio mortis ni que en él haya la
mínima morbosidad, macabridad o complacencia al respecto.
—¿Hay en el libro
historias reales?
—Hay uno o dos relatos en
los que reflejo historias reales. Las otras historias están creadas de una
pieza, lo que no quiere decir, naturalmente, que no sean verdad. Ante la
realidad me he comportado como un notario o amanuense muy frío. Por eso creo
que, algunas de estas historias son tan feroces. Yo no quisiera que fueran así,
y «Hoy incluso muy inconforme con lo que allí sucede y dicen o hacen sus
protagonistas, pero tenía que contarlo. Mi deber era contarlo.
—Las narraciones
en tomo a la vida de las gentes humildes del campo son singularmente vivas.
—Si. creo que esas gentes son así: así sus vidas, así sus historias, así su lenguaje. Esas gentes, por ejemplo, no dicen tantos tacos como alguna literatura les ha hecho decir, ni suelen conocer palabras esotéricas, encantadoras o sabrosas para nombrar a plantas o anímales, o su faenar, ni hablan con precisión sintáctica o deliciosos anacronismos y giros llenos de color. Su lenguaje como su vida, está aplastado, es muy limitado y gris. Pero esas mismas gentes tienen experiencias radicales que se revelan en pocas y sencillas palabras, en gestos nimios. Hubiera sentido vergüenza en contar todo esto con bonitas retóricas o el ahogarlo con suntuosas ristras de tacos.
Juan Toledo, ABC, 24 de octubre de
1976, p. 52.
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