martes, 21 de enero de 2025

Juan Toledo entrevista a José Jiménez Lozano (ABC, 24 de octubre de 1976)

 


JIMÉNEZ LOZANO GRITA CONTRA LOS DESASTRES DE LA MUERTE

Al margen de los corrillos literarios, al margen de las sociedades de intereses, José Jiménez Lozano es casi un «fenómeno raro» dentro de la literatura española. En la soledad de su pueblo castellano, al que no quiere renunciar, ha ido creando, junto a una importante obra histórica, todo un mundo novelístico lleno de personalidad y fuerza.

Después de tres intensas novelas —Historia de un otoño, El sambenito, La salamandra—. llega ahora a los escaparates un libro de cuentos que sólo puede ser definido como «vertiginoso». Libro impresionante, al margen de todas las modas.

En su casa —casi más ermita o cenobio que casa vividera— dialogamos con él sobre su última obra:

—¿Qué es El santo de mayo?

—Después de tres novelas largas. El santo de mayo es un libro de narraciones cortas, que he escogido entre las escritas a lo largo de algunos años. Naturalmente he buscado para ese conjunto algún nexo común, y me parece que esas narraciones pueden situarse como a tres niveles: 1) Narraciones que son trasunto de la vida española, bocetos o caprichos en torno a la vida de los españoles. 2) Memoria de la España histórica que subyace ahí, en la entraña de nuestra propia vida. 3) Recuerdos, nostalgias, obsesiones, fantasías, agonías religiosas en el sentido radical y último de la palabra. En ocasiones, como es lógico, todo esto se entremezcla.

—¿Por qué la brevedad de los relatos?

—La respuesta más obvia es la de porque han resultado así. Creo, sinceramente. que esa brevedad me ha sido impuesta por la misma temática, pero, además, me gusta la economía de m dios. Tengo preferencia por lo esencial, la simplicidad, las cuatro líneas maestras. Me causan horror el barroquismo y la verborrea, la diarrea literaria.

—¿No hay una presencia insistente de la muerte en todo el libro?

—Sí, la muerte atraviesa todo el libro. En cierto sentido, el libro es una especie de cahier de doléances por los desastres que causa la muerte. Pero, que yo sepa, la gente sigue muriéndose —aun cuando en esta sociedad tecnológica reconocer esto resulte tan escandí como referirse al sexo en la sociedad victoriana— y sigue hallándose en una situación existencial límite ante la muerte. Por lo demás, un muy determinado sentimiento ante la muerte y lo tremendo son un componente del vivir hispánico, que está ahí. No se puede cerrar los ojos. No creo, sin embargo, que el libro sea una meditatio mortis ni que en él haya la mínima morbosidad, macabridad o complacencia al respecto.

—¿Hay en el libro historias reales?

—Hay uno o dos relatos en los que reflejo historias reales. Las otras historias están creadas de una pieza, lo que no quiere decir, naturalmente, que no sean verdad. Ante la realidad me he comportado como un notario o amanuense muy frío. Por eso creo que, algunas de estas historias son tan feroces. Yo no quisiera que fueran así, y «Hoy incluso muy inconforme con lo que allí sucede y dicen o hacen sus protagonistas, pero tenía que contarlo. Mi deber era contarlo.

—Las narraciones en tomo a la vida de las gentes humildes del campo son singularmente vivas.

—Si. creo que esas gentes son así: así sus vidas, así sus historias, así su lenguaje. Esas gentes, por ejemplo, no dicen tantos tacos como alguna literatura les ha hecho decir, ni suelen conocer palabras esotéricas, encantadoras o sabrosas para nombrar a plantas o anímales, o su faenar, ni hablan con precisión sintáctica o deliciosos anacronismos y giros llenos de color. Su lenguaje como su vida, está aplastado, es muy limitado y gris. Pero esas mismas gentes tienen experiencias radicales que se revelan en pocas y sencillas palabras, en gestos nimios. Hubiera sentido vergüenza en contar todo esto con bonitas retóricas o el ahogarlo con suntuosas ristras de tacos.

Juan Toledo, ABC, 24 de octubre de 1976, p. 52.

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