“Me preocupa que se hayan erigido contravalores”
El escritor José Jiménez
Lozano, primer abulense que consigue el Premio Cervantes, pasó por su tierra
natal. En el Monasterio de Santo Tomás, lugar que fuese sede de la universidad
del mismo nombre, desgranó un poco de su filosofía, la forma de ver la vida de
un hombre que tiene mucho que contar permanente sobre la relación que existe
entre la cultura y la religión.
Aparte de en una visita
privada y breve, no había vuelto José Jiménez Lozano a la ciudad de Ávila desde
que le fuese concedido el Premio Cervantes. Ya ungido por el más prestigioso
galardón de las letras en castellano, este abulense de Langa regresó a la
ciudad que de niño creía Constantinopla para participar como ponente en la
Cátedra Santo Tomás, esa iniciativa cultural que pretende convertirse en foro
de reflexión permanente sobre la relación que existe entre la cultura y la
religión.
-Las letras de
Ávila recuperan con usted un nivel no alcanzado en mucho tiempo.
-No sé si es una cota. No
había ningún Premio Cervantes pero hay mucha gente ilustre en Ávila muy
antigua, de modo que no es eso, pero yo me alegro mucho de que se alegren.
-Vd. se
caracteriza por utilizar un lenguaje limpio, sencillo, de gran profundidad, en
tiempos en que se busca más la artificiosidad. ¿Es un estilo castellano?
-El estilo de escritura depende
en parte de la educación, de lo que se ha leído. Pero parece evidente que
cuando no queremos decir una verdad decimos las cosas con complicaciones, con barroquismos
para encubrir; mientras que cuando decimos una cosa sencillamente usamos
palabras más sencillas. Y me parece que es mucho más difícil escribir
sencillamente que adjetivando, porque dejar que el sustantivo se tenga solo
exige un sustantivo de verdad, pero poner diez adjetivos es comérsele. Es una
visión estética, pero que sí creo que tiene que ver con nuestra tradición
española de lengua castellana.
-¿Escribir claro
es tener claridad de ideas?
-Sí. Hay ocasiones en las
que las cosas deben decirse con las menos palabras posibles, por eso decía que si
queremos excusamos de algo o no decir la verdad complicamos el discurso
enormemente; cuando no, decimos las cosas más tranquilamente.
-¿La
artificiosidad traiciona el mensaje?
-Sin duda, porque son las
palabras las que dan el sentido, y hay dos maneras de acercarse a la escritura.
Una, para decir algo que yo quiero, y entonces manejo las palabras, las
utilizo; pero cuando vas a decir una verdad es ésta la que gobierna las palabras,
adelgazamos el lenguaje hasta el silencio.
-Se percibe un
evidente paralelismo entre su obra y la de Miguel Delibes.
-Si, quizás porque los
dos estábamos en el mismo periódico, los dos escribíamos y los dos hemos sido
directores; además, somos amigos. Una situación así se dio en El Norte de
Castilla y podría haberse dado en otros periódicos, difícilmente en Madrid.
-¿Literatura y
periodismo están muy unidos?
-Sí lo han estado, pero
ahora están separados totalmente. Hoy son lenguajes muy distintos porque quizás
el periodismo ya no existe como concepto clásico, es más medio de comunicación,
es decir, un canal. El periodista ya no se responsabiliza, ni puede hacerlo, de
lo que comunica a veces. Ha cambiado también en el sentido de que el periodista
tema antes muy claro que tenía que hablar del qué, del donde, del como, del
cuándo, y del por qué; pero, sin embargo, ahora hay una tendencia a
ideologizar, a dar la noticia anunciando ya o casi diciendo lo que debe leer, o
como un resumen tendenciado, y yo creo que eso no tiene nada que ver con el
periodismo.
-¿Quizás porque el
periodismo es reflexión?
-Ojalá lo fuera, pero la
reflexión tiene que ser pausada y luego se firma. Una cosa es informar y otra
opinar. El hecho no se puede determinar ni se puede colorear. Seguimos adoctrinando,
impidiendo que quien lo lea juzgue como le parezca o que busque la reflexión.
El periódico ha sido siempre la reflexión, pero ésta no es mera opinión, parece
que es razonamiento. Y quizás, de manera circunstancial, hay que ser rápido,
pero un periódico no puede ser una televisión ni una radio. El periodista
necesita su tiempo para pensar.
-Su literatura
también es de claro contenido social; ¿le preocupa la pérdida de valores?
-Que le preocupe a uno
poco adelantamos. Lo que ocurre no es tanto que se hayan perdido valores sino
que se han erigido contravalores. Por ejemplo, el mal tiene la apariencia de bien;
la basura puede aparecer como un valor estético. Son cosas muy serias: no es lo
mismo una pérdida de un valor que una afirmación como valor de algo tan
horrendo. No sabemos qué va a pasar mañana, pero el pensamiento no es una cosa
inocente. Hoy hay niños que matan, situación que nunca se había dado en la
historia, porque no cabía en la mente del niño. Todo lo que pensamos lo
hacemos, esto es lo terrible, por eso no podemos tener malos pensamientos,
porque si se aceptan, se realizan. Después de la crisis de entreguerras ocurre
que lo que es feo es estéticamente valioso, aunque veamos que es feo u hostil.
La belleza es sensual, entra por los sentidos, produce complacencia, y ahora
ocurre todo lo contrario, que produce pesadumbre, honor, y lo vamos asumiendo.
-¿Cuál es el gran
problema de la sociedad actual?
-Yo creo que es la
pérdida de la cultura, que es la capacidad de simbolizar la vida, y es básica
para ser hombre. En el mundo nos vamos a encontrar lo que llevemos dentro. La
cultura nos ha impuesto unas normas. Si no se lleva dentro nada, lo más
probable es que nos comportemos como Neanderthal, como niños de dos años. No es
que me preocupe o no, es que es un problema de instrucción que hay que exigir
al Estado que resuelva, porque educar es otra cosa que pertenece a la familia,
las iglesias o los grupos culturales. Falta, además, actitud para mejorar: si
ahora los chicos no quieren ser como su profesor o su profesora, pues mal
vamos... si se encuentran a gusto sin saber nada, se quedan así para toda la
vida.
-¿Cuántas fes hay
actualmente?
-No muchas, y parece que
sólo no teniendo ninguna convicción podríamos vivir en paz, algo muy bonito
teóricamente pero que no es verdad, porque si uno no se respeta a sí mismo por
algo difícilmente va a respetar a los demás. Hay opiniones, pero no son nada.
En el caso de que sepamos sólo un poco cabe hacer hipótesis, pero eso no son
opiniones. La opinión no tiene valor ninguno. Que hay gente con convicciones es
evidente; que hay gente de muchas opiniones, también. Pero eso no plantea
opiniones culturales ni sociopolíticos. Lo que importa es la actitud ante las
cosas serias, ante una visión de la vida, de una filosofía, y eso se utiliza en
las manifestaciones externas, porque lo que uno lleve en su corazón si no lo
dice no se puede saber.
-¿ Cómo ve usted
la sociedad actual?
-Las sociedades siempre
necesitan un grado de cohesión, que puede ser real o, como en la nuestra,
puramente formal, donde se es políticamente correcto con lo que se lleve, todo
el mundo dice ahora que es antirracista, una mentira grande porque racistas
somos todos, pero lo sobreponemos por razones éticas, curioso que en un mundo
que llamamos plural todo el mundo piense igual, la pluralidad no existe por ningún
sitio si todo el mundo piensa igual; y si uno piensa distinto, ya hiere al
conjunto. Es bastante grotesco que hablemos tanto de tolerancia.
-¿Se practicaba en
el siglo XV tolerancia en España?
-Sí la hubo, pero no fue
una especificidad española. Imagine que un obispo católico fue visir de un gran
sultán de Constantinopla durante 42 años. Aquello fue una experiencia de la
convivencia, que es normal, y de ahí nace la tolerancia, no como ahora, que
procede de una ley jurídica o una educación.
David Casillas, Diario
de Ávila [El Argonauta], 24 de mayo de 2003, p. IV.
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