martes, 21 de enero de 2025

David Casillas entrevista a José Jiménez Lozano. Diario de Ávila [El Argonauta] (24 de mayo de 2003)

 

“Me preocupa que se hayan erigido contravalores”

El escritor José Jiménez Lozano, primer abulense que consigue el Premio Cervantes, pasó por su tierra natal. En el Monasterio de Santo Tomás, lugar que fuese sede de la universidad del mismo nombre, desgranó un poco de su filosofía, la forma de ver la vida de un hombre que tiene mucho que contar permanente sobre la relación que existe entre la cultura y la religión.

Aparte de en una visita privada y breve, no había vuelto José Jiménez Lozano a la ciudad de Ávila desde que le fuese concedido el Premio Cervantes. Ya ungido por el más prestigioso galardón de las letras en castellano, este abulense de Langa regresó a la ciudad que de niño creía Constantinopla para participar como ponente en la Cátedra Santo Tomás, esa iniciativa cultural que pretende convertirse en foro de reflexión permanente sobre la relación que existe entre la cultura y la religión.

-Las letras de Ávila recuperan con usted un nivel no alcanzado en mucho tiempo.

-No sé si es una cota. No había ningún Premio Cervantes pero hay mucha gente ilustre en Ávila muy antigua, de modo que no es eso, pero yo me alegro mucho de que se alegren.

-Vd. se caracteriza por utilizar un lenguaje limpio, sencillo, de gran profundidad, en tiempos en que se busca más la artificiosidad. ¿Es un estilo castellano?

-El estilo de escritura depende en parte de la educación, de lo que se ha leído. Pero parece evidente que cuando no queremos decir una verdad decimos las cosas con complicaciones, con barroquismos para encubrir; mientras que cuando decimos una cosa sencillamente usamos palabras más sencillas. Y me parece que es mucho más difícil escribir sencillamente que adjetivando, porque dejar que el sustantivo se tenga solo exige un sustantivo de verdad, pero poner diez adjetivos es comérsele. Es una visión estética, pero que sí creo que tiene que ver con nuestra tradición española de lengua castellana.

-¿Escribir claro es tener claridad de ideas?

-Sí. Hay ocasiones en las que las cosas deben decirse con las menos palabras posibles, por eso decía que si queremos excusamos de algo o no decir la verdad complicamos el discurso enormemente; cuando no, decimos las cosas más tranquilamente.

-¿La artificiosidad traiciona el mensaje?

-Sin duda, porque son las palabras las que dan el sentido, y hay dos maneras de acercarse a la escritura. Una, para decir algo que yo quiero, y entonces manejo las palabras, las utilizo; pero cuando vas a decir una verdad es ésta la que gobierna las palabras, adelgazamos el lenguaje hasta el silencio.

-Se percibe un evidente paralelismo entre su obra y la de Miguel Delibes.

-Si, quizás porque los dos estábamos en el mismo periódico, los dos escribíamos y los dos hemos sido directores; además, somos amigos. Una situación así se dio en El Norte de Castilla y podría haberse dado en otros periódicos, difícilmente en Madrid.

-¿Literatura y periodismo están muy unidos?

-Sí lo han estado, pero ahora están separados totalmente. Hoy son lenguajes muy distintos porque quizás el periodismo ya no existe como concepto clásico, es más medio de comunicación, es decir, un canal. El periodista ya no se responsabiliza, ni puede hacerlo, de lo que comunica a veces. Ha cambiado también en el sentido de que el periodista tema antes muy claro que tenía que hablar del qué, del donde, del como, del cuándo, y del por qué; pero, sin embargo, ahora hay una tendencia a ideologizar, a dar la noticia anunciando ya o casi diciendo lo que debe leer, o como un resumen tendenciado, y yo creo que eso no tiene nada que ver con el periodismo.

-¿Quizás porque el periodismo es reflexión?

-Ojalá lo fuera, pero la reflexión tiene que ser pausada y luego se firma. Una cosa es informar y otra opinar. El hecho no se puede determinar ni se puede colorear. Seguimos adoctrinando, impidiendo que quien lo lea juzgue como le parezca o que busque la reflexión. El periódico ha sido siempre la reflexión, pero ésta no es mera opinión, parece que es razonamiento. Y quizás, de manera circunstancial, hay que ser rápido, pero un periódico no puede ser una televisión ni una radio. El periodista necesita su tiempo para pensar.

-Su literatura también es de claro contenido social; ¿le preocupa la pérdida de valores?

-Que le preocupe a uno poco adelantamos. Lo que ocurre no es tanto que se hayan perdido valores sino que se han erigido contravalores. Por ejemplo, el mal tiene la apariencia de bien; la basura puede aparecer como un valor estético. Son cosas muy serias: no es lo mismo una pérdida de un valor que una afirmación como valor de algo tan horrendo. No sabemos qué va a pasar mañana, pero el pensamiento no es una cosa inocente. Hoy hay niños que matan, situación que nunca se había dado en la historia, porque no cabía en la mente del niño. Todo lo que pensamos lo hacemos, esto es lo terrible, por eso no podemos tener malos pensamientos, porque si se aceptan, se realizan. Después de la crisis de entreguerras ocurre que lo que es feo es estéticamente valioso, aunque veamos que es feo u hostil. La belleza es sensual, entra por los sentidos, produce complacencia, y ahora ocurre todo lo contrario, que produce pesadumbre, honor, y lo vamos asumiendo.

-¿Cuál es el gran problema de la sociedad actual?

-Yo creo que es la pérdida de la cultura, que es la capacidad de simbolizar la vida, y es básica para ser hombre. En el mundo nos vamos a encontrar lo que llevemos dentro. La cultura nos ha impuesto unas normas. Si no se lleva dentro nada, lo más probable es que nos comportemos como Neanderthal, como niños de dos años. No es que me preocupe o no, es que es un problema de instrucción que hay que exigir al Estado que resuelva, porque educar es otra cosa que pertenece a la familia, las iglesias o los grupos culturales. Falta, además, actitud para mejorar: si ahora los chicos no quieren ser como su profesor o su profesora, pues mal vamos... si se encuentran a gusto sin saber nada, se quedan así para toda la vida.

-¿Cuántas fes hay actualmente?

-No muchas, y parece que sólo no teniendo ninguna convicción podríamos vivir en paz, algo muy bonito teóricamente pero que no es verdad, porque si uno no se respeta a sí mismo por algo difícilmente va a respetar a los demás. Hay opiniones, pero no son nada. En el caso de que sepamos sólo un poco cabe hacer hipótesis, pero eso no son opiniones. La opinión no tiene valor ninguno. Que hay gente con convicciones es evidente; que hay gente de muchas opiniones, también. Pero eso no plantea opiniones culturales ni sociopolíticos. Lo que importa es la actitud ante las cosas serias, ante una visión de la vida, de una filosofía, y eso se utiliza en las manifestaciones externas, porque lo que uno lleve en su corazón si no lo dice no se puede saber.

-¿ Cómo ve usted la sociedad actual?

-Las sociedades siempre necesitan un grado de cohesión, que puede ser real o, como en la nuestra, puramente formal, donde se es políticamente correcto con lo que se lleve, todo el mundo dice ahora que es antirracista, una mentira grande porque racistas somos todos, pero lo sobreponemos por razones éticas, curioso que en un mundo que llamamos plural todo el mundo piense igual, la pluralidad no existe por ningún sitio si todo el mundo piensa igual; y si uno piensa distinto, ya hiere al conjunto. Es bastante grotesco que hablemos tanto de tolerancia.

-¿Se practicaba en el siglo XV tolerancia en España?

-Sí la hubo, pero no fue una especificidad española. Imagine que un obispo católico fue visir de un gran sultán de Constantinopla durante 42 años. Aquello fue una experiencia de la convivencia, que es normal, y de ahí nace la tolerancia, no como ahora, que procede de una ley jurídica o una educación.

David Casillas, Diario de Ávila [El Argonauta], 24 de mayo de 2003, p. IV.

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