«Creo
que no hago buenas migas con los que tienen el poder»
EN cada libro del
narrador y periodista José Jiménez Lozano es una piedra que arroja al tranquilo
estanque de nuestros conformismos y rutinas, así que la publicación de Las
señoras conlleva, como tantas veces, una carga de profundidad.
La resistencia
cultural es encarnada en esta ocasión por dos ancianas terribles que lo ponen
todo en cuestión. Son capaces de sorprender y de provocar, de actuar de forma
contraria a lo que se espera de ellas y de dirigir sus acciones a unos fines
osados que no imaginan sus interlocutores.
Llegó ya maduro a
la narrativa, pero ha recuperado los años entregados a otras actividades. José
Jiménez Lozano (Langa, Ávila, 1930) es autor de una docena de novelas y
recopilaciones de relatos, entre las que destacan Historia
de un otoño (1971), El grano de maíz rojo (1988, premio de la
Crítica), La boda de Angela (1993), Las sandalias de plata (1996),
Ronda de noche (1998) . Estos últimos han sido publicados por Seix
Barral, que es la editora de Las señoras. También es autor de ensayos y de
poemarios. En 1988 recibió el Premio Castilla y León de las letras por el conjunto
de su obra y en 1992 el Premio Nacional de las Letras Españolas.
¿Cómo ha dado con
unas ancianas tan curiosas, a las que ha convertido en protagonistas de Las
señoras?
Como ocurre casi siempre
por pura casualidad. A veces te encuentras los personajes cara a cara, pero lo
más frecuente es que determinados trazos te lleven a formar un individuo
completo. Lo que no puedo decir cuando doy con ellos.
¿Son los
protagonistas los que determinan la fuerza de una novela?
Tiene una importancia
decisiva. Si no se encuentran unas personas en cuyo interior pueda vivir el
novelista, difícilmente pude haber novela. Pero eso es algo que depende de cada
relato. La historia no es menos importante: también se construye y también te
la encuentras.
Pero, ¿sabría
decirme que influencia ejerce cada uno de estos elementos en el conjunto?
Es que no lo sé. La
historia, por ejemplo, puede ser importante o una banalidad. En todo caso está
vivida por hombres y la narrativa está siempre traspasada por los hombres. De
ellos habría que deducir que éstos son lo fundamental. Por ejemplo, en «a montaña
mágica» de Thomas Mann, el personaje del holandés aparece muy poco tiempo, pero
hay que ver qué fuerza tiene.
¿Cómo va armando
todo el conjunto en su cabeza?
Un poco
inconscientemente. Convives algún tiempo con ellos, porque es como si los
llevaras encima, y de esa manera un día te pones a escribir o los dejas porque
van perdiendo su fuerza. No lo sabes, pero hay resortes psicológicos que llevan
a que, mientras tú vas viviendo, esas incitaciones van creciendo dentro de tí.
Yo no construyo el argumento de una forma predeterminada, sino que prefiero que
salga él solo. Lo imaginas, va tomando fuerza y después lo escribes. A mí me
gusta en ese momento dejarlo dormir para ver más adelante si todo cuaja.
¿Por qué las
protagonistas de Las señoras son tan resistentes al poder?
Por convencimiento y por
educación. Son críticas con las situaciones establecidas como todo aquel que
piensa.
Cómo usted, por
ejemplo.
Sí, claro. Un poder que
trata de imponerse o es despótico, pues no está bien. Creo que no hago buenas
migas con los que tienen el poder.
¿No cree que la
masa siempre desprecia a los resistentes?
Sí, se coloca con los
triunfadores, con los que ganan. Esa es la experiencia histórica de siglos. Un
pueblo puede ser crítico, pero el pensamiento unificador le convierte en masa.
¿Cómo se puede
luchar para no dejarse llevar por lo fácil?
Es difícil, porque eso es
lo cómodo, pero si llegas a adquirir una cierta experiencia de constancia o una
naturaleza que te haga sentir una aversión casi biológica al borreguismo, a lo
que piensa todo el mundo, entonces todo va mejor.
¿Quizás desde la
escuela?
Sí. Antiguamente había un
instrumento de mucha utilidad, que eran los «exempla», los ejemplos que se
proponían a la admiración de los escolares. Se les proponían grandes figuras,
como Napoleón o Shakespeare: es importante que uno aspire a situarse a su nivel
porque siempre habrá tiempo de rebajar esas exigencias. Lo importante es que
uno quiera estar a la altura de los mejores. En cambio, si no admiran a su
propio maestro, mal vamos.
Tal vez los
maestros se hallen poco motivados para transmitir ilusión o afán de emulación.
Puede ser, porque ciertos
planes frustran a cualquiera. Pero un maestro que ama la escuela siempre echará
el resto, porque no puede hacer menos. Si amas la profesión, te hartas, pero
terminas volviendo a desempeñar tu papel.
Cultura solo hay
una
La lucha de la
minoría contra la masa, ¿también se da en el terreno de la cultura?
Claro. Cultura no hay más
que una, aunque ahora se habla de cultura del bar o del arado. La cultura
simboliza lo real: a la realidad le quitamos su carácter plano y le elevamos a
otro nivel. También se puede establecer una cultura de carácter formal, pero
eso se queda en terreno seco.
Parece que es la
que más abunda.
Lo que más, porque es
siempre lo más fácil. El intelectual es una creación de la ilustración y con el
paso de los años su figura ha hecho una gran carrera. El intelectual ha
sustituido al clérigo y al bufón. Tiene la pretensión de dirigir las
conciencias de los demás. Son especialistas en pontificar, en establecer la
ortodoxia. Eso siempre ha ocurrido, pero quizás no era tan obligatorio: es que
ahora hay que pensar siempre lo correcto.
Es difícil salirse
del discurso impuesto.
Pero es bueno montar un
contradiscurso que se oponga a lo que está de moda. Hay quien no necesita ni
pensar, porque se coloca en la fija y nada más. Y desde esta posición se
pontifica. Antes no se llegaba a todo el mundo, pero hoy con los medios de
comunicación resulta más fácil. Sin embargo, hay gente que no pasa por el
discurso único. Gente de los niveles bajos, por ejemplo, que prescinde de esto
y no les hace ninguna mella lo que es actualidad.
A propósito de la
guerra de los Balcanes han aparecido muchos intelectuales dando doctrina.
Pero ninguno de ellos
tiene la exclusiva de la inteligencia ni de los principios étnicos. Yo no sé
por qué tienen que hablar de tales cuestiones, cuando no tienen mayores
conocimientos que los demás. Para opinar con esa facilidad deberían poseer una
familiaridad con la lengua, con la historia. Saben más esos corresponsales de
prensa que llevan años en la misma zona.
Juan Cantavella Diario
palentino, 12 de junio de 1999, p. 51.
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