martes, 21 de enero de 2025

Juan Cantavella entrevista a José Jiménez Lozano (Diario palentino, 12 de junio de 1999)


JIMÉNEZ LOZANO /Narrador

«Creo que no hago buenas migas con los que tienen el poder»

EN cada libro del narrador y periodista José Jiménez Lozano es una piedra que arroja al tranquilo estanque de nuestros conformismos y rutinas, así que la publicación de Las señoras conlleva, como tantas veces, una carga de profundidad.

La resistencia cultural es encarnada en esta ocasión por dos ancianas terribles que lo ponen todo en cuestión. Son capaces de sorprender y de provocar, de actuar de forma contraria a lo que se espera de ellas y de dirigir sus acciones a unos fines osados que no imaginan sus interlocutores.

Llegó ya maduro a la narrativa, pero ha recuperado los años entregados a otras actividades. José Jiménez Lozano (Langa, Ávila, 1930) es autor de una docena de novelas y recopilaciones de relatos, entre las que destacan Historia de un otoño (1971), El grano de maíz rojo (1988, premio de la Crítica), La boda de Angela (1993), Las sandalias de plata (1996), Ronda de noche (1998) . Estos últimos han sido publicados por Seix Barral, que es la editora de Las señoras. También es autor de ensayos y de poemarios. En 1988 recibió el Premio Castilla y León de las letras por el conjunto de su obra y en 1992 el Premio Nacional de las Letras Españolas.

¿Cómo ha dado con unas ancianas tan curiosas, a las que ha convertido en protagonistas de Las señoras?

Como ocurre casi siempre por pura casualidad. A veces te encuentras los personajes cara a cara, pero lo más frecuente es que determinados trazos te lleven a formar un individuo completo. Lo que no puedo decir cuando doy con ellos.

¿Son los protagonistas los que determinan la fuerza de una novela?

Tiene una importancia decisiva. Si no se encuentran unas personas en cuyo interior pueda vivir el novelista, difícilmente pude haber novela. Pero eso es algo que depende de cada relato. La historia no es menos importante: también se construye y también te la encuentras.

Pero, ¿sabría decirme que influencia ejerce cada uno de estos elementos en el conjunto?

Es que no lo sé. La historia, por ejemplo, puede ser importante o una banalidad. En todo caso está vivida por hombres y la narrativa está siempre traspasada por los hombres. De ellos habría que deducir que éstos son lo fundamental. Por ejemplo, en «a montaña mágica» de Thomas Mann, el personaje del holandés aparece muy poco tiempo, pero hay que ver qué fuerza tiene.

¿Cómo va armando todo el conjunto en su cabeza?

Un poco inconscientemente. Convives algún tiempo con ellos, porque es como si los llevaras encima, y de esa manera un día te pones a escribir o los dejas porque van perdiendo su fuerza. No lo sabes, pero hay resortes psicológicos que llevan a que, mientras tú vas viviendo, esas incitaciones van creciendo dentro de tí. Yo no construyo el argumento de una forma predeterminada, sino que prefiero que salga él solo. Lo imaginas, va tomando fuerza y después lo escribes. A mí me gusta en ese momento dejarlo dormir para ver más adelante si todo cuaja.

¿Por qué las protagonistas de Las señoras son tan resistentes al poder?

Por convencimiento y por educación. Son críticas con las situaciones establecidas como todo aquel que piensa.

Cómo usted, por ejemplo.

Sí, claro. Un poder que trata de imponerse o es despótico, pues no está bien. Creo que no hago buenas migas con los que tienen el poder.

¿No cree que la masa siempre desprecia a los resistentes?

Sí, se coloca con los triunfadores, con los que ganan. Esa es la experiencia histórica de siglos. Un pueblo puede ser crítico, pero el pensamiento unificador le convierte en masa.

¿Cómo se puede luchar para no dejarse llevar por lo fácil?

Es difícil, porque eso es lo cómodo, pero si llegas a adquirir una cierta experiencia de constancia o una naturaleza que te haga sentir una aversión casi biológica al borreguismo, a lo que piensa todo el mundo, entonces todo va mejor.

¿Quizás desde la escuela?

Sí. Antiguamente había un instrumento de mucha utilidad, que eran los «exempla», los ejemplos que se proponían a la admiración de los escolares. Se les proponían grandes figuras, como Napoleón o Shakespeare: es importante que uno aspire a situarse a su nivel porque siempre habrá tiempo de rebajar esas exigencias. Lo importante es que uno quiera estar a la altura de los mejores. En cambio, si no admiran a su propio maestro, mal vamos.

Tal vez los maestros se hallen poco motivados para transmitir ilusión o afán de emulación.

Puede ser, porque ciertos planes frustran a cualquiera. Pero un maestro que ama la escuela siempre echará el resto, porque no puede hacer menos. Si amas la profesión, te hartas, pero terminas volviendo a desempeñar tu papel.

Cultura solo hay una

La lucha de la minoría contra la masa, ¿también se da en el terreno de la cultura?

Claro. Cultura no hay más que una, aunque ahora se habla de cultura del bar o del arado. La cultura simboliza lo real: a la realidad le quitamos su carácter plano y le elevamos a otro nivel. También se puede establecer una cultura de carácter formal, pero eso se queda en terreno seco.

Parece que es la que más abunda.

Lo que más, porque es siempre lo más fácil. El intelectual es una creación de la ilustración y con el paso de los años su figura ha hecho una gran carrera. El intelectual ha sustituido al clérigo y al bufón. Tiene la pretensión de dirigir las conciencias de los demás. Son especialistas en pontificar, en establecer la ortodoxia. Eso siempre ha ocurrido, pero quizás no era tan obligatorio: es que ahora hay que pensar siempre lo correcto.

Es difícil salirse del discurso impuesto.

Pero es bueno montar un contradiscurso que se oponga a lo que está de moda. Hay quien no necesita ni pensar, porque se coloca en la fija y nada más. Y desde esta posición se pontifica. Antes no se llegaba a todo el mundo, pero hoy con los medios de comunicación resulta más fácil. Sin embargo, hay gente que no pasa por el discurso único. Gente de los niveles bajos, por ejemplo, que prescinde de esto y no les hace ninguna mella lo que es actualidad.

A propósito de la guerra de los Balcanes han aparecido muchos intelectuales dando doctrina.

Pero ninguno de ellos tiene la exclusiva de la inteligencia ni de los principios étnicos. Yo no sé por qué tienen que hablar de tales cuestiones, cuando no tienen mayores conocimientos que los demás. Para opinar con esa facilidad deberían poseer una familiaridad con la lengua, con la historia. Saben más esos corresponsales de prensa que llevan años en la misma zona.

Juan Cantavella Diario palentino,  12 de junio de 1999, p. 51.


No hay comentarios: