viernes, 31 de agosto de 2018

Josep Mª Espinás entrevista a Julián Marías (Destino, 4 de diciembre de 1954)


JULIÁN MARÍAS, MAESTRO DE LA IMAGINACIÓN
por JOSÉ M.ª ESPINÁS
AL entrar Julián Marías en el vestíbulo del Ritz, brilló el flash de los fotógrafos. Por una vez no trataba de un artista de cine, sino de un filósofo.
En «Conferencia Club» Julián Marías ha pronunciado sus primeras palabras para los barceloneses. Y ya no le han dejado callar. Porque el joven filósofo ha ocupado sucesiva y apresuradamente diversas tarimas de la ciudad, y aun entre conferencia y conferencia se ha visto obligado a resistir el acoso privado. Este acoso privado le pedía a veces algo tan desatinado como que resumiera en una frase lo que había escrito en un libro de centenares de páginas. Marías es un hombre de una gran paciencia pero yo me he propuesto pedirle síntesis ni resúmenes. Un atleta puede definirse diciendo que ha corrido los cien metros en once segundos. Pero, ¿cómo medir en una frase, en una entrevista, la dimensión de un filósofo? Podemos aspirar, eso sí, a que el filósofo nos hable y quede algo de él en nosotros.
El profesor de filosofía, ¿cómo influye en sus alumnos?
Ya sabe usted que no se enseña filosofía, sino a filosofar. Pues bien, el profesor debe proporcionar al alumno un punto de vista desde el cual pueda ver perfectamente lo que tiene ante sí. Algo parecido a abrirle una ventana e invitarle a mirar. Podríamos decir que el maestro influye por contagio. Yo tuve la enorme suerte de tener como maestros a los primeros filósofos de España, entre ellos a Ortega y a Zubiri. Esto me ha ahorrado muchos años de esfuerzo.
¿Cuál es su opinión sobre la filosofía en España?
—En España los filósofos son pocos pero buenos, no lo dude usted. Que sean pocos no debe extrañarnos puesto que en todas partes y en todas las épocas los filósofos han sido figuras escasas. Ahora bien, lo cierto es que España produce filósofos de extraordinaria importancia. ¿Acaso hay alguien como Ortega? Quizá lo que falta en nuestro país es espíritu de equipo, tan típico en otros países. Pero los temas que preocupan actualmente a la filosofía son los mismos en todo el mundo, quizá porque se ha penetrado, hasta el fondo de los problemas, y allí nos encontramos todos.
—El filósofo ¿nace o se hace?
Julián Marías no se deja arrastrar por planteamientos equívocos. Busca rápidamente las palabras adecuadas:
—Yo diría que a la filosofía se acude por vocación. Como a todas las actividades humanas. Los animales consumen su vida sometiéndose a sus instintos, es decir se les ha impuesto el argumento de su existencia. Los hombres, antes de vivir, podemos y debemos imaginar nuestra vida. No sólo realizamos nuestro plan, sino que antes lo inventamos Esta invención previa. este impulsa es lo que llamamos vocación. La imaginación, pues, desempeña en cada momento de la vida del hombre un papel fundamental, y de ahí que se haya considerado la vida como una «tarea poética».
—Parece ser que no cree usted demasiado en la tan comentada angustia de nuestra época.
—Yo creo que se ha exagerado mucho en este aspecto. La angustia la exponía Heidegger sólo como un ejemplo, y si ha tenido tanta aceptación será quizá porque todo lo patético gusta.
Marías sonríe y acaricia el estuche de su moderna máquina fotográfica. Me parece un hombre optimista, y le pregunto:
—¿Existe una filosofía pesimista y una filosofía optimista?
—Mire usted: hay hombres pesimistas y hombres optimistas. Al examinar la realidad se advierte que hay en ella aspectos negativos, pero también que en su conjunto posee una gran riqueza. Cada hombre filará su posición según su peculiar modo de ser.
Mira a través del ventanal del café y exclama sin transición: «—¡Oh, un tranvía de dos pisos! Son típicos de Barcelona; en Madrid no ha habido nunca tranvías de esta clase»
Y vuelve sus ojos hacia mí, insinuando amablemente «¿Decía usted?»
—En su primera conferencia hizo notar que había aumentado el repertorio de actividades comunes al hombre y a la mujer
—Si; desde luego.
—¿Cómo valora usted este hecho?
Ah, pues me parece bien. Tenga en cuenta que la gente incurre en cierta confusión al considerar este fenómeno. Se suele decir que el realizar actos que basta hoy correspondían exclusivamente al hombre, la mujer se masculiniza. Yo creo que en realidad la mujer se humaniza, puesto que se enriquece con aquellas actitudes que no son especificas del hombre, sino comunes a los dos sexos, es decir, humanas.
Sobre el problema de la obsesión sexual ha expuesto el doctor Julián Marías unas opiniones interesantísimas en «Conferencia Club». Nunca se ha hablado tanto del sexo como ahora, ha dicho, y sin embargo cree que en nuestra época lo sexual se siente con menor fuerza que en otras. Esta insistencia literaria y morbosa sobre el tema responde, en opinión de Marías, al hecho de que el hombre de hoy siente precisamente difuminarse la clara condición sexual en que ha estado sólidamente instalado durante siglos.
—Profesor: usted que reivindica el papel de la imaginación en la vida del hombre. ¿qué puede decirnos del arte actual?
—Todo lo que está en un cuadro es, naturalmente, imaginario. Ahora bien, admitido esto, me parece que los pintores que huyen de la realidad en sus obras revelan una absoluta falta de imaginación Son incapaces de añadir algo propio a la realidad Tengo, en cambio, a grandes pintores a Picasso, a Matisse, a Renault, poderosos imaginativos que han sabido crear «otra realidad». ¿Qué duda cabe de que la manzana de Cézanne es más manzana que una cualquiera del mercado?
A través del ventanal del café vemos la gente que pasa por la calle. Me doy cuenta de que el filósofo no es hoy un hombre aislado; en los ojos de Marías hay una vigilante y apasionada atención por cuanto sucede a su alrededor. Para saber si el interés es reciproco, pregunto:
—¿Cómo acoge el público los libros de filosofía?
—Se venden extraordinariamente bien. De mi «Historia de la Filosofía» se han hecho ya siete ediciones. De América me anuncian que la primera edición de otra obra constará de siete mil ejemplares. La experiencia me dice que en España hay una afición por la filosofía desconocida en otras naciones. He dado un curso, en Madrid con doscientos oyentes que, fíjese bien pagaban su matrícula. Ortega llegó a tener mil trescientos en 1949.
Recuerdo también el extraordinario éxito del «Diccionario de la Filosofía», de Ferrater Mora para quien Julián Marías tiene palabras de admiración y amistad. «Nos conocimos en París, luego nos encontramos en los Estados Unidos Por fin — sonríe — hemos coincidido en España». Aludo a las generaciones, y Marías expone:
—Cada quince años, aproximadamente aparece lo que llamamos una nueva generación, debido a que con esta periodicidad se producen ciertas modificaciones en la situación del mundo. Me he entretenido mucho en este problema. Después de la llamada generación del 98 viene la de Ortega, Ors, Juan Ramón Jiménez, Marañón, Miró, nacido en 1883. La siguiente está integrada por Zubiri (1898),  Lorca (1899) y otras figuras hasta Laín, que la cierra en 1908. quince años después. Me parece evidente que Guillermo Diaz-Plaja, nacido en 1909 pertenece ya a una generación posterior. Junto a él, Cela, Tovar, Rosales, yo mismo y cuantos nacen hasta 1924. De hecho pues, hay siempre tres generaciones activas. De todos modos, la creciente longevidad de la vida humana acabará modificando esta norma, ya dilatando los periodos en que se fragua una generación ya dando entrada a una generación cuarta en el juego de cada momento histórico
Queda un minuto de charla. Y lo pido para la poesía, que preocupa a Julián Marías y de la que habla con ironía evidente:
—Sí la poesía actual me tiene intranquilo. Sobre todo esta poesía social, en la que el poeta habla del duro trabajo de las minas sin haber visto nunca ninguna A los mineros no les interesa en absoluto. A los mineros se les puede ayudar de cualquier manera mucho más eficaz, y en todo raso yo creo que lo que verdaderamente ayudará a mejorar a los mineros será que algún poeta de verdad les hable del amor y de los temas de siempre, de modo que sepa interesarles y emocionarles, como ocurrió con Rubén Darío, con Bécquer y, aunque no nos guste, con Campoamor. Lo otro me parece que no es poesía, e incluso algo peligroso Y donde digo mineros…
La mañana es radiante. El sol calienta todavía en este noviembre. Julián Marías se va hacia la Universidad. donde le espera el doctor Pericot para acompañarle por el barrio gótico. En la mano lleva la máquina para hacer fotografías en color. «Me aficioné a esto en América», explica.
Marías es sin duda una de las inteligencias más lúcidas y comprensivas del país. Pero, además, produce la impresión de ser, como hombre, curioso, alegre y cordial, el hombre que ha imaginado para sí mismo una vida completísima y la está realizando.
Destino, Año XVIII, Núm. 904 (4 dic. 1954), p. 29

jueves, 30 de agosto de 2018

Última entrevista a Julián Marías (ABC, 18 de diciembre de 2005)


Última entrevista 
Julián Marías
Académico y filósofo
«Quien crea que cuando alguien muere se acaba, no ha querido a nadie de verdad»
El 12 de enero de 2003 apareció en Los Domingos de ABC una entrevista con el filósofo Julián Marías, fallecido esta semana en Madrid. Sus palabras siguen tan vigentes como la serenidad de sus enfoques
Por César Alonso de los Ríos y Agapito Maestre. 
Es difícil imaginar un contraste mayor que el que hay entre el desorden del estudio del filósofo y la claridad del pensamiento de éste. Uno avanza entre mesas, con inmensas gibas de papel, hasta el sillón en el que se hunde el escritor ya con la vista muy deficiente, pero con una mente de la que sigue manando un discurso coherente, lúcido, con frecuencia irónico.
Hemos venido a charlar con el maestro y. sobre todo, a rendirle homenaje. La vida le ha deparado pocas gratificaciones. No se le ha perdonado nunca haber dicho siempre lo que ha pensado: «El mérito mayor de los tres tomos de mis memorias es no mentir nunca». La Universidad, tan acogedora para algunos, prevaricadora casi en algún caso, le fue hostil siempre a Marías, desde el 39. No se le permitió doctorarse hasta 1951. Demócrata de toda la vida, no ha gozado nunca de la simpatía de los progresistas. «He sido siempre un perseguido». Desde luego su obra ha sido minusvalorada. Reducido a exégeta de Ortega es el más autorizado de sus intérpretes pero, además o sobre todo, es autor de títulos inexcusables para la inteligibilidad de España y de una obra cumbre en la filosofía española: «Antropología metafísica».
—Queremos empezar por un hecho que llama la atención: cómo explicar que, habiéndose mantenido siempre al margen del oficialismo franquista, no haya sido reconocido por los progresistas.
—Eso tiene una explicación muy racional. Nunca a lo largo de mi vida he abdicado de decir la verdad. toda la verdad. Porque para mí decir la mitad es mentir.
—Usted ha sido crítico con la República y con las posiciones de Ortega ante la República.
—Ortega no previo lo que iba a pasar y habría debido hacerlo. Había que haber sido consciente de en qué manos se ponía el pandero. Es evidente que la situación era mala en el año 30 y que había muchos motivos para el descontento pero, a la vista de lo que sucedió, habría sido mejor que la Monarquía hubiera seguido con sus defectos porque de la República salió la guerra civil.
—Intelectualmente, usted es un hijo del clima de la República.
—La Facultad en la que estudié estaba al más alto nivel europeo. Teníamos a Ortega, a García Morente. a Sánchez Albornoz, a Menéndez Pidal... Ninguno de los intelectuales estaba por la guerra. Tan sólo algunos de tercera fila (...).
—Ha dicho que se debería haber tenido en cuenta quién Iba a tener el poder en la República. ¿A qué se refería?
—En la guerra civil la República quedó en manos de la Unión Soviética. De la guerra yo salvo únicamente a Besteiro, que nunca tuvo poder. Lo tuvo, si, al final para conseguir que la guerra pudiera terminar un poco más civilizadamente. En la cárcel conocí a un militante del partido socialista, ex oficial del Ejército, que se pasaba el día culpando a Besteiro de que él estuviera en la cárcel. Un día me cansé y le dije: «Tiene razón, si no hubiera sido por él usted estaría criando geranios».
—Usted se ha enfrentado a las versiones tópicas de la guerra y el exilio.
—Al hablar del exilio no se distingue entre el del 36 y el del 39. El primero se produce con la llegada de la guerra y por temor a la pérdida de libertades. El segundo tiene que ver con el desenlace de la guerra. (...)
—Fue a la cárcel por una denuncia. En la última novela de su hijo Javier se habla de ese episodio, pero usted se ha negado siempre a desvelar la personalidad del denunciante.
—¿Para qué? Lo curioso del caso es que era un amigo, un compañero del bachillerato, al que yo estimaba y con el que jamás había tenido una discusión. Ni siquiera pudo haber una rivalidad profesional ya que él se había dedicado a la Historia... Se inventó todo lo que quiso en contra mía.
—Usted no se exilió.
—A mí me había impresionado, de joven, una frase de Danton en la en la que se dice que «a la patria no se la puede llevar uno en la suela de los zapatos». Al salir de la cárcel mi preocupación era sobrevivir. de qué vivir. No podía dedicarme a la enseñanza, así que me dediqué a traducir y a escribir libros.
—Su «Historia de la Filosofía» era una cátedra ambulante.
—Que nadie recomendaba a los alumnos. Se publicó en enero de 1941 y enseguida hubo que hacer una segunda edición y una tercera. Gracias a ese libro pude casarme. Por ahora van 41 ediciones.
—Entra en contacto con Laín y comienza a escribir en «Escorial», la revista de los intelectuales falangistas.
—Laín quiso conocerme. Era el subdirector de la revista y en ese momento era consejero nacional de Falange. Nos hablamos con sinceridad y nos entendimos. Naturalmente me dijo que escribiera sobre temas culturales. Nuestra amistad duró treinta años.
—Se le cierra la Universidad hasta el punto de que no pudo hacer el doctorado hasta 1951.
—Fui realmente un perseguido. No pude escribir en los periódicos durante doce años, hasta que Luis Calvo, director de ABC. me pidió una colaboración.
—Por eso resulta muy notable que usted defendiera la tesis de la continuidad cultural por encima de la guerra y de la censura. En uno de los ensayos que usted recoge en «Los españoles» reivindica el alto nivel de la cultura española entre el 39 y el 59. ¿No cree que esa ha sido una de las cosas que no se le iban a perdonar?
—Vuelvo a lo mismo. Yo digo lo que pienso, y lo que defiendo en «La vegetación del páramo» es esa brillantez de la cultura que se pone de manifiesto en la lista de libros —libros impresionantes—entre 1941 y la muerte de Ortega.
—Otra de las razones de la minusvaloración de su personalidad como filósofo se ha debido, quizá, a haberle reducido al papel de exégeta de Ortega (...).
—Yo he escrito dos tomazos sobre la obra de Ortega, de quinientas páginas cada uno. que me complacen mucho. Ahí están, pero mi obra es mucho más que eso. (...)
—Tampoco Ortega ha tenido el reconocimiento debido. ¿Qué fue para usted?
—Mi gran maestro, mi amigo, mi mejor amigo, una persona admirable. Al poco de morir, alguien me preguntó que cómo era. Le contesté: «Como el sol, luminoso y cálido». No pude decir nada mejor.
—Una preocupación constante en su obra ha sido la idea de España: «Los españoles», «España inteligible»...
—Libro que cumple lo que promete en el título.
—Usted publicó una serle de artículos en «La Vanguardia»...
—Quince.
—En los que se acercaba con respeto al hecho catalán...
—Y con amor.
—Y tuvo una respuesta mala de Maurici Serrahima....
—Poco acertada, diría yo.
— ¿En qué se equivocaba el juicio de Serrahima?
—En que para mí Cataluña es España. una parte de ella, una pieza inseparable del todo y no se puede entender a Cataluña al margen de España. Había en Serrahima una voluntad de apartismo. En todo caso, nada comparable con la situación actual. Mucho peor.
—A Serrahima le dolía que usted hablara sobre Cataluña.
—En una ocasión di una conferencia sobre el poeta Maragall. Uno de los asistentes dijo, en el coloquio. que yo no estaba capacitado para entender a Maragall porque yo no soy catalán. Le respondí que nunca había llegado a pensar que se tratara de algo tan misterioso como el alma tibetana.
—A la vista del ascenso de los nacionalismos y el agravamiento de los problemas, ¿ha valido para algo tanto esfuerzo apologético y de pura racionalización?
—También han aparecido soluciones.
—¿En el País Vasco también?
—El problema del País Vasco es ETA. Lo de Cataluña tiene sus pegas. pero lo que está mal es el País Vasco. Porque hay miedo, y donde hay miedo no se puede votar con libertad y no puede hablarse de elecciones libres.
—Usted ha escrito que no hay vida «vividera» sin libertad.
—La gente vota por miedo al PNV. El temor no lleva a ninguna parte.
—Volviendo a los rechazos que su obra ha producido en el mundo progresista hay que recordar su posición en relación con EE.UU., con el Imperio.
—¿Imperio? Los EE.UU. mandan menos de lo que tendrían que mandar para la responsabilidad que tienen. A EE.UU. no se le perdona que nos haya librado de Hitler y de Stalin. Hay otros factores... Por ejemplo, los complejos de Europa ante EE.UU. Europa está muy floja.
—También en el pensamiento.
—También. Piensen que Francia es un país que no ha tenido jamás decadencia, hasta ahora, desde finales de los sesenta no ha aparecido nada nuevo. Es algo que nunca había ocurrido en Francia. Pero la crisis alcanza a Alemania. Gadamer. que no era de la talla de los más grandes, murió en el 2000 con 102 años... ¿Qué queda de aquel pensamiento fantástico que va de Wittgenstein a Heidegger?
—Habermas y poco más.
—Muy poquita cosa.
—El neokantismo es hegemónico. y eso lleva a un alejamiento de la realidad. ¿Usted no cree que una filosofía al margen de la vida acaba matando la vida y el pensamiento?
—La filosofía consiste en hacer transparente la vida.
—Hablamos antes del sentido de la trascendencia en Ortega. ¿Y el suyo?, ¿cómo define su religiosidad en estos momentos?
—Yo soy profundamente religioso y cada vez más específicamente católico. Las visiones más profundas del catolicismo están en las oraciones básicas. Lo malo es la faramalla con que se las rodea, las oraciones básicas son de una gran perfección. El credo, por ejemplo: hay que decirlo despacio. palabra a palabra. (...) La idea del hombre que se deriva de esa creencia, la idea del hombre como responsable, como esencialmente libre, que tiene que responder de lo que hace, que es libre, y que puede elegir, que está destinado a seguir viviendo…
—Habla usted de la muerte y de la otra vida.
—La gente admite con frivolidad increíble que cuando alguien muere acaba. ¿Cómo se va a acabar? El que crea eso es que no ha querido a nadie de verdad. La idea de que las personas se aniquilan es incomprensible, monstruosamente inverosímil... Si lo más grande que hay en el mundo es la persona, es lo más real que conocemos. decimos que nada se destruye, que se transforma, pero admitirnos que se aniquila el ser que somos cada uno. El hombre tiene que imaginar cómo puede vivir después de la muerte. En mi libro «La felicidad humana» hay un capítulo titulado «La imaginación de la vida perdurable». Yo digo que no será así, como digo, sino que será mucho más interesante pero basta con eso para desearlo.
—¿Es Europa para usted un hecho culturalmente cristiano?
—No se podría entender de otra manera.
—¿Y el Islamismo?
—Cuando cayó el muro de Berlín yo dije, al día siguiente, que el gran problema que nos acechaba era el islamismo.
ABC (Los domingos), 18 de diciembre de 2005, pp. 60-61.

miércoles, 29 de agosto de 2018

Entrevista a Carlos Edmundo de Ory (El País, 31 de octubre de 2003)



ENTREVISTA A CARLOS EDMUNDO DE ORY

"A mí me dictan las sirenas"

MIGUEL MORA, Periodista

"Yo no soy un poeta maldito. Soy un poeta", dice Carlos Edmundo de Ory, gaditano de 80 años y autor de una obra inclasificable que supera cualquier etiqueta. Poco amigo del barullo ("soy quietista, me gusta estar quieto", comenta), ha pasado más de media vida en Francia, y ahora ha regresado unos días para presentar una antología de su obra, Música de lobo, y comentar de paso que abomina del infantilismo y de los horrores de este mundo.

El poeta más flamenco y auténtico y quizá uno de los más geniales de España se llama Carlos Edmundo de Ory y nació en Cádiz (¿dónde iba a ser?) hace 80 años. Casi nadie lo conoce, tal vez porque es todavía un "niño de cuatro años"; porque ha vivido más de media vida en Francia, o porque un espeso manto de silencio ha cubierto siempre su arte, tan hondo que habla cara a cara con los muertos, tan ajeno que le cae desde el fondo del mar. "A mí me dictan las sirenas", dice este poeta que es muchos poetas a la vez (el erótico, el loco, el clásico, el metafísico, el sagrado, el automático, el político, el lobo, el mago) y que siempre anda a lo suyo, "con la mente vacía", esperando que caigan esos aerolitos (aforismos) y esos poemas suyos, muchas veces asimétricos pero siempre veraces, que no se parecen a nada, ni siquiera a ellos mismos.

Ahora, este personaje único al que dan ganas de adoptar como abuelo ha venido a Madrid, a casa de un sobrino, con su mujer, Laura Lachéroy, "una antisecretaria" que podría ser su hija. Allí esperaba el miércoles, bajo un gorro de Samarkanda y ante un gin tonic, la presentación ayer de Música de lobo, antología de la quincena de libros que ha escrito desde 1941 hasta ahora y que publica Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg en una espléndida edición de Jaume Pont.

Pregunta. Viene usted tan poco por aquí que se diría que es un exiliado. El último exiliado.

Respuesta. Bueno, los demás se han muerto, pero el ego no me gusta.

P. Así que está exiliado.

R. No, ni política ni poéticamente. Vivo fuera porque siempre viajé, me dieron becas de joven para ir a París, viví allí, me enteré de que Henry Miller dimitió por carta de su cargo en Correos y yo hice lo mismo en mi puesto de la Biblioteca Móvil. Ya no fui más. Viajé a Lima... Y luego me quedé quieto. Yo soy quietista, me gusta estar quieto.

P. ¿Y qué piensa de España?

R. Ahora abro el periódico y sólo veo Aznar, Zapatero y el Papa. Sólo me interesan Irak, Israel, los horrores. Pero tampoco veo que los poetas se ocupen mucho de eso. Sólo se escribe para triunfar. Y la España de Franco no me interesaba nada, censuraban los libros. En 1944, Camilo José Cela me censuró la novela Diario de un loco, que luego se tituló Mephiboseth en Onou. La llenó de tachones. Todavía tengo el original, algún día lo expondré.

P. ¿Tenía cosas de sexo?

R. Y de religión. Soy un escritor libre. Hice bien en irme. La leyenda de poeta maldito me hartó. Yo no soy un poeta maldito. Soy un poeta.

P. ¿Y cómo ve el país ahora?

R. Veo el mundo de la creación entregado a los premios, y eso no va conmigo, no lo entiendo. Yo no vivo de la literatura ni soy corporativista. Nunca hice vida literaria, aunque fui amigo de Chicharro hijo, un hombre maravilloso, no voy a encontrar otro igual. Y de Cirlot, y de Miguel Labordeta... A mí me benefició la conspiración de silencio, me quedé libre y solo, me alejé de la vida literaria y nunca moví un dedo para publicar nada mío. Por eso no me gustan las interviús, porque aumentan la fama.

P. Leyendo el libro se ve que es usted varios poetas a la vez.

R. Igual que un músico a veces pulsa el violín o la flauta, yo a veces toco el tambor y otras veces la flauta.

P. Música de lobo...

R. El poeta es eso, un lobo que aúlla con la cabeza alta el horror del mundo, mirando a la luna. Eso es maravilloso. Me fascina la naturaleza, pero ya no veo tigres, ni arañas, ni lobos en la poesía. Ya no hay naturaleza en la poesía.

P. ¿Sigue escribiendo?

R. No, nada, algunos aerolitos, frases pequeñas. El poeta sin ser poeta no es nada. Pero dibujo un poco.

P. ¿Recuerda algún aerolito?

R. (Coge el libro). Me gustan algunos. "La imaginación, esa esponja del infinito". "Si te gusta ser llamado poeta desde joven, cuida de vivir poco. Toda una vida con un pequeño mote es ridículo". "Oigo sirenas en la noche, luego existo". "Estoy construido de sabor de sueño". "La poesía es un vómito de piedras preciosas". "Un poeta no puede contestar nunca a nada. Él es la esfinge, él hace preguntas". "Sólo me comprenderá quien sea más loco que yo". "Que me entierren vestido de payaso". "La palabra poeta es una falta de ortografía de Dios".

P. Dice su paisano Rancapino que el flamenco se canta con faltas de ortografía. ¿El cantaor es otro lobo que aúlla horrores?

R. Claro. Estoy completamente identificado con el flamenco. Y con el jazz. La música es mi vida.

P. Decía Claudio Rodríguez...

R. ¡Ahí hay naturaleza! ¡Claudio era buenísimo!

P. ¿Qué más poetas le gustan?

R. ¿Españoles? Arcadio Pardo, que vive en Francia, tiene casi mi edad y es buenísimo, aunque nadie lo conoce; Gamoneda, Sánchez Robayna, Ángel Crespo, Claudio Rodríguez...

P. Decía que el poeta es médium de una música que no es suya.

R. Nadie merece la poesía, no es un mérito, es una voz que viene. Por eso publicar da lo mismo, aunque escribes para encontrar seres humanos.

P. ¿Sabe algún poema de memoria?

R. Cuatro versos de Alfonsina Storni: "Muchedumbre de color, / millones de circuncisos, / casas de 50 pisos, / y dolor, dolor, dolor". Eso es la poesía y el mundo: la gente que sufre. Y los poetas, ¿dónde están? No hay. Los poetas de ahora son creadores de poesía, y lo que llaman poesía es literatura. Pero la poesía no es literatura, es algo numinoso, que viene del numen, de un poder mágico. Es la verdad que pone la carne de gallina, es un golpe... Mi poesía no es mía, sólo estoy preparado para ella porque no gasto energía en otra cosa.

P. Siendo de Cádiz eso no tiene mérito. Lo digo porque el cantaor Ignacio Ezpeleta, cuando le presentaron a Lorca y éste le preguntó en qué trabajaba, dijo: "Soy de Cádiz". ¿Usted es vago?

R. A mí hace poco me hicieron hijo adoptivo de Cádiz. Un político empezó que si Cádiz por aquí, que si Cádiz por allá, y yo le dije: "Pero si Cádiz es mío". Vago no soy, pero la palabra ocio es muy importante para mí. No hay poesía sin silencio, la poesía viene del silencio y va al silencio, es una isla. A mí me dictan las sirenas, pero ser poeta es muy duro. Para hacer estas cosas que yo hago tengo que tener la mente vacía. Para escuchar la resonancia cósmica sólo puedes estar con amigos. Ni banderas, ni público, ni sermones, ni luna, ni países, ni cine para entretener, ni palabras cadavéricas...
Aunque es verdad que el poeta vive en olor de poesía y eso no le impide comer churros o pescaíto frito.

P. A veces su poesía parece imperfecta, inacabada...

R. ¡Es perfecta desde el punto de vista de la poesía! Pero no es poéticamente correcta, es libre. Un poeta que corrige no hace poesía perfecta. ¡Si fuera imperfecta, no la escribiría!

P. A veces no es... redonda.

R. Es una voz de otro mundo, un fulgor. Neruda, a veces, es redondo. César Vallejo es perfecto. San Juan, mi preferido, y Dante son perfectos también. Pero la palabra no es ésa, la palabra de la poesía es... auténtica. Los que se llaman poetas son profesionales. Pero el poeta de verdad no es profesional, no corrige, vive sólo para ser un instrumento. Yo vivo iluminado, aunque esas cosas no debería decirlas. Hasta muerto estoy vivo, y cuando esté en el cementerio seguiré escribiendo.
César Vallejo es perfecto. San Juan, mi preferido, y Dante son perfectos también. Pero la palabra no es ésa, la palabra de la poesía es... auténtica. Los que se llaman poetas son profesionales. Pero el poeta de verdad no es profesional, no corrige, vive sólo para ser un instrumento. Yo vivo iluminado, aunque esas cosas no debería decirlas. Hasta muerto estoy vivo, y cuando esté en el cementerio seguiré escribiendo.

El País, Viernes, 31 de octubre de 2003

martes, 28 de agosto de 2018

Luis de Armiñan entrevista a Camilo José Cela sobre la venta del patrimonio español (ABC, 14 de noviembre de 1963)


ESPAÑA HACE ALMONEDA DE SU HERENCIA
CAMILO JOSÉ CELA HABLA SOBRE LAS PIEDRAS QUE SE LLEVAN
EL ESTADO VENDIO UN MONASTERIO EN TRES MIL PESETAS
UN ALCALDE, BUDA Y NUESTRO SEÑOR
Por LUIS DE ARMIÑÁN
Años viejos, ¿recuerdas? íbamos por donde podíamos, y ya hablábamos de piedras. Un gracioso de Málaga un día quiso hacemos reír preguntándonos algo sobre el barroco porque, según él, todo era barroco desde hacía tres meses.
Otro hombre muy serio, allá por las Asturias, púsose a señalar puntos en los que el románico estaba.
Y luego tú, en una carta que publicas en un sobretiro de los "Papeles de Son Armadans”, recuerdas aquello de “É preciso pasar sobre las ruinas —Como quem vai pisando un cháo de flores”.
Ya cada uno por su lado, tú por el tuyo y yo por el mío, pero sobre piedras, llegamos a juntamos para charlar de las que se llevaron de España. Hay una capillita en Nueva York, ¿recuerdas?, que tiembla de espanto cuando empina su espadaña y ve el tremendo y horrible mamotreto de las Naciones Unidas. Es como una viejecita limpia y bella que mirara desde su brevedad a ese negro que da puñetazos y deshace campeones. Un horror, Camilo José Cela.
Pero hay algo más. Ahora eres tú el que sabe de las piedras que se fueron, ¡Mira, mira lo que dices aquí! Dices: "No me moteje usted—escribes a Philip Polack—de chinche, sino con mayor clemencia tan sólo de partidario de eso que si no fuera tan solemne pudiéramos llamar la verdad histórica, la con tanta frecuencia amarga—estúpida e inútilmente amarga—verdad histórica de la España contemporánea, país que, como ciertas familias que no saben ser pobres, hace almoneda de la herencia, tabla rasa del recuerdo y caldo de todos sus pudores.
—¿Por qué has escrito esto?
—Porque el monasterio de Santa María de Ovila, al lado de Trillo, fue rendido por el Estado a un señor por tres mil pesetas.
—Hace años.
—No muchos: en 1930. Y aquel señor lo revendió a Mr. William Randolph Hearst. Le vendió las piedras, no las piedras y el suelo. Y el americano las puso un número, las encerró en cajones y las trasladó al Castillo de San Simeón, en California.
—Pude ver aquel espanto, ya imposible de reconstruir.
—Lee ese libro titulado ''Citizen Hearst”, y verás cómo dice que las piedras fueron llevadas a Madrid a lomo de mula, en carromatos y ferrocarril de vía estrecha y doce barcos las trasladaron a San Francisco.
—Y allí están.
—Cuando el hombre del dinero se cansó de gastar sus dólares ofreció las piedras a un estudio de cine, y luego, ante la falta de compradores, las regaló al museo de San Francisco. Después los gamberros quemaron las tablas de los embalajes y borraron los números, y ahora parece que un alcalde, cansado de estorbos, se las ofrece a una Congregación budista. Con muchas y para él buenas razones.
—¿Publicadas?
—¡Claro! Publicadas el veintidós de febrero de este año. A la vuelta de ellas se dice: “Una Comunidad budista de Middleber, en la región de Mother Lode, quiere restaurarlo allí...” Lo que saben pocos y deben saberlo todos es que ese alcalde, que se llama George Christopher, posiblemente sólo por el dinero que valen los portes devolvería el monasterio convertido en puzle.
—Juzga como sé que has juzgado en tu carta a Mr. Polack.
—Yo le dije que a los españoles, primero los fusiles de Napoleón, después los desmanes vernáculos, más tarde los dólares americanos y siempre nuestra irresponsabilidad y nuestra estulticia, nos están dejando en porreta y en los vivos cueros. Eso dije y digo.
—Otras piedras se fueron.
—El ábside románico de la ermita de San Fermín de Fuentidueña, de la provincia de Segovia, salió por Bilbao el 13 de febrero de 1958, en el navío “Monte Navajo", para los Estados Unidos. De ese me hablabas, porque se reconstruyó en el Museo Metropolitano de Arte, de Nueva York, en 1960. En el ‘'Boletín" del Museo hay bastante para que se nos suba el pavo a los españoles.
Hace una pausa, busca y rebusca entre revistas y libros. Acude al teléfono, que llama. Y pide a Mallorca, a quien allí está, le ayuda y aguarda, lo que no encuentra en esta su casa de Madrid. Y añade:
—Pero ni el monasterio que puede ser templo budista ni el ábside de Fuentidueña convertido en mojama histórica han tenido el triste fin del también segoviano monasterio de Sacramento. Las 35.785 piedras románicas las compró también el caprichudo señor Hearst por medio millón de dólares. Cuando se quedó sin blanca guardó las piedras, pero los herederos no tenían ni la cabeza tan dura ni el corazón tan blando, y se los cedieron a Raymond Moss y a William Edgemon. quienes los tienen en Miami para que las vean los curiosos a tanto la visita explicada y con un comercio de 'recuerdos” y objetos religiosos. Allí tienes el folleto... “Fabulous! Amazing! Magnificent!”, anuncia. Idioma que no entendieron ni Alfonso VII ni el abate Bertrand.
—También se fueron cuadros...
—No entremos en ellos, que no acabaríamos ni dándonos Torcuato todas las páginas de ABC. Yo me honro en pertenecer a la Híspanic Society de Nueva York. Entre otras varias piezas recuerdo los sepulcros de Don Suero de Quiñones y de su esposa, doña Elvira de Zúñiga; estaban en el monasterio de San Esteban de Nogales, en León. Los sepulcros de Don Gutierre de la Cueva y de doña Mencía Enríquez, quienes creyeron eterno su reposo en San Francisco de Cuellar, de Segovia; algunas esculturas de San Pedro de Ocaña, iglesia toledana. En el museo de San Luis te enseñan el salón mudéjar de Santa Isabel de los Reyes, de Toledo, la portada de San Miguel de Uncastillo, de Zaragoza, está en Boston; los sepulcros de los condes de Urgel, en el Metropolitano de Nueva York...
—No sigas. A veces siente uno un nudo en el gañote al ver piedras desmoronadas en las tierras de España, sin que nadie procure sostenerlas. Llegar a la venta del patrimonio no es peor...
—Pero es más bello imaginar a la amada viva, aunque sea moribunda, que no embalsamada y con colorete en las mejillas.
Y es entonces cuando Cela habla de cómo sería mejor que el lamento aplicarse con amor a salvar lo que nos queda.
L. de A., ABC, 14 de noviembre de 1963, pp. 29 y 32-33


domingo, 26 de agosto de 2018

Frédéric de Towarnicki entrevista a Ernst Jünger (ABC, 7 de julio de 1990)


Ernst Jünger: «Alemania no amenazará más a nadie»
Por primera vez desde el derrumbamiento del imperio soviético y la caída del muro de Berlín. Ernst Jünger, uno de los pensadores y novelistas fundamentales para comprender la Alemania de nuestro siglo, aborda, en una larga entrevista de la que ABC Literario ha adquirido los derechos de publicación, el pasado de su patria, las relaciones que mantuvo con otros escritores de su tiempo y una de las cuestiones sustanciales del paisaje geopolítico con el que ha de inaugurarse la Europa del siglo XXI: la reunificación alemana.

Ha vivido usted en Alemania durante el Imperio, la República de Weimar, el III Reich, la II República... ¿Pensaba usted que el proceso de reunificación de Alemania iba a comenzar tan pronto?
-No... Ha sorprendido a todos... La noche en que mi hijo, que es médico, me llamó desde Berlín para decirme que el muro se desplomaba, tuve un momento de emoción. ¡Pensaba que no ocurriría semejante cosa antes de comenzar el tercer milenio!... Había de suceder de una u otra manera... Todas las actividades de unificación -a nivel de las naciones o de Europa- me satisfacen: son un paso más hacia el Estado mundial que, por otra parte, se ha consumado ya al nivel de la técnica y en el cual, según mi opinión, así como las naciones se reabsorberán, tomarán importancia las regiones... Pero aún no hemos llegado a eso...
En contra de lo que algunos piensan, no creo que Alemania reunificada sea una amenaza para las otras naciones. Alemania no amenazará más a nadie. ¡Ya hemos tenido bastante nacionalismo!... Y además se trata de una Alemana reducida, después de todo: sin Silesia. sin Pomerania... La RDA son dieciséis millones de habitantes que se van a añadir a sesenta: ¡una gran provincia! En mi país, ya lo sabe usted, hay personas que están más bien inquietas. Todos saben que la reunificación será una carga muy onerosa para la economía. Éstas son consideraciones de corto alcance.
Sueño de libertad
En nuestro país, por lo demás, la extrema derecha está en decadencia total. Por eso me asombró tanto en París ver en el cementerio Montparnasse una tumba cubierta por una montaña de flores tricolores. Era impresionante. Me explicaron que se trataba de la tumba de un ex dirigente del Frente Nacional. En mi país, en cualquier caso, varias asociaciones de extrema derecha (cuya influencia, por otra parte, es nula) han sido prohibidas.
-¿Y el otro lado? ¿Le han sorprendido las reacciones de los alemanes y de los responsables del Este?
-Ya sabe usted, la historia demuestra que los marxistas no dudan de aprovecharse de las cosas que los demás han tomado a su cargo. ¡Sobre todo cuando se plantean problemas alimentarios y de bienes de consumo! Pasa lo mismo del lado de Gorbachov... Pero para muchos, lo esencial es un sueño de libertad.
-En el plano cultural y literario, ¿no es una aportación con la que habrá que contar?
-De momento, creo yo que el Este aporta bastante poco. La mayor parte de los escritores se han visto obligados a decir lo que se les mandaba, ¡y nunca son los mejores los que hacen eso! La moralidad del que acepta esta sumisión siempre resulta sospechosa, y su creatividad no sobrepasa por lo general el piso bajo... ¡Pero me imagino que vamos a descubrir no poco en los cajones!...
Se habla de la experiencia que enriquece a los pueblos en la prueba. Es verdad. Pero la prueba no debe durar demasiado, ¡porque llega el momento en que son los abuelos los que hicieron la resistencia!... En cuanto a la situación de la URSS, no me asombra en absoluto... Spengler diagnosticaba ya, hace más de cincuenta años, en «La decadencia de Occidente», que Rusia se encontraba en el mismo estado que el imperio de Carlomagno... Podemos imaginar que la descomposición del imperio soviético, como contrapartida robustecerá a los rusos...
-En la línea de «El Problema de Aladino», su último libro («La Tijera»), que acaba de publicarse en Alemania este año, que es el de sus noventa y cinco..., se presenta como una última meditación sobre el destino de nuestra civilización.
Cultura uniforme
-En «El Problema de Aladino» me preguntaba yo sobre la competencia del hombre de la era de la técnica para comprender, para dirigir, la potencia titánica que ha puesto en acción; y también sobre la uniformidad de nuestra cultura, marcada por la desaparición de la trascendencia. Nuestra indiferencia creciente respecto a los antepasados y al culto a los muertos es significativa.
En la misma dirección que algunos de mis libros precedentes, de los cuales, sin embargo, me he distanciado algo, he intentado ir más adelante en las consideraciones que me interesan. Mi libro se divide en dos ámbitos: aquél en el que las tijeras de la Parca «cortan» -es decir, donde todo termina en la muerte- y el ámbito en el que las tijeras no «cortan»: la dimensión estática, el espacio del sueño, la región en la que un salto hacia lo trascendente abre un infinito. Doscientos ochenta y cuatro párrafos están jalonados de reflexiones sobre el arte, la ciencia. la técnica, la historia y el espacio-tiempo. Observo, por ejemplo, que la velocidad de la luz es, a ojos de la ciencia, la velocidad límite: ¡sin embargo, no alcanza la velocidad del pensamiento! El espíritu no tiene necesidad de ningún año luz para llegar a Sirio... Esta comparación explica, según yo, por qué se ha planteado tan tarde la cuestión de la velocidad de la luz. El libro indica también en qué sentido verá el siglo próximo, según creo yo, la aceptación de un lenguaje universal de la técnica en el cual se expresará el trabajador planetario en todas sus formas...
Creo, en efecto, que más allá de las grandes agitaciones que se han producido en nuestra historia desde la Primera Guerra Mundial (el hundimiento de las monarquías o de los Estados nacionales, las revoluciones o las guerras civiles), la única cosa que subsiste en el fondo y que domina en el último plano es la figura de lo que en 1932 llamé el trabajador planetario, que apunta, en realidad, hacia la movilización total de todo lo que existe...
En mi libro distingo por otra parte dos clases de revoluciones mundiales: las que han nacido, por ejemplo, con el marxismo y el nacionalsocialismo y las revoluciones terrestres, en las cuales, especialmente en la rebelión de la tierra, se ponen en juego poderosas fuerzas naturales e incluso cósmicas. Si las dos coinciden, la oleada puede hacerse gigantesca y transformarse en maremoto, en cataclismo. En esta escala, octubre de 1917 o el nacionalsocialismo pueden aparecer algún día como fenómenos de pequeña dimensión... Nietzsche decía que el peor error sería dudar de la voluntad de la Tierra... Y en esto, los Verdes van por el buen camino...
Experiencia de lo sagrado
-El trabajador planetario, determinado por el mundo de la técnica, le parece, pues, que es, en sus múltiples formas, la figura decisiva del hombre de los tiempos modernos. ¿Pero no es ésa una vida arraigada en una mitología personal?
-No es preciso comprender esta estructura sobre un plano sociológico o político, sino, ante todo, esencialmente mítico. El trabajador planetario no está todavía más que a medio camino entre el mundo antiguo de los dioses y el futuro de los titanes. Es una etapa de la voluntad de poder, una Figura que no se ha debilitado hasta ahora y que dominará, creo, el siglo XXI. Tengo razones para pensar que sólo después, en el siglo siguiente, el XXII, volverá a ser posible una edad de la trascendencia, una nueva relación con ella. En pocas palabras, una nueva experiencia de lo sagrado...
-Es cosa admitida que hay en determinadas obras, suyas -especialmente en «Sobre los acantilados de mármol»- toda clase de aspectos premonitorios.
-En cualquier caso, yo no había previsto que fuera a vivir la mayor parte de la Segunda Guerra Mundial en París... verdad es que en una situación difícil. Me han preguntado a menudo: «¿Pero qué es lo que hacía usted en París durante la guerra?» Yo respondía: «Hacía lo que podía...»
Tampoco había previsto yo que fueran a invitarme en 1984 a participar en el homenaje ofrecido a las víctimas de las dos guerras, en compañía del presidente Mitterrand y del canciller Kohl, ni que fuera a recibir los honores de la guarnición de Verdún. Imagínese lo que sentí entonces...
Época ambigua
-¿Se puede saber lo que le dijo el presidente Mitterrand en el Elíseo?
-¡Ah!... ¡Me dijo, entre otras cosas, que en tiempos de Napoleón seguramente me habrían nombrado mariscal! Y puede que también en un siglo futuro. Dijo que vivimos en una época ambivalente, ambigua, en la que las cosas del pasado han perdido su valor, mientras que las nuevas no lo tienen todavía... Le respondí al presidente que pensaba, en efecto, que había aterrizado sobre nuestro planeta en circunstancias históricas desfavorables.
-Julien Gracq ha contado cómo descubrió, en 1942, en una biblioteca de estación la traducción de su novela «Sobre los acantilados de mármol», que acaba de aparecer en Francia, y del malestar que experimentó al darse cuenta que admiraba, en plena ocupación, el libro de un oficial alemán...
-Si... Lo recuerdo... Léautaud se lo dijo entonces a Florence Gould, y fue Jouhandeau quien me lo repitió...
-Su libro, que apareció en Alemania en 1939, narra la aniquilación de una civilización refinada bajo el embiste de un dictador bárbaro que llamaba usted el «Gran Forestal» y que encarna el odio a la cultura. Se vio entonces en él el retrato de Hitler. Su libro se ha considerado como un acto de resistencia contra el nacionalsocialismo, y le pudo costar caro.
-Documentos recientemente encontrados prueban, en efecto, que me libré de disgustos muy graves. No supe hasta entonces que la cosa hubiera llegado tan lejos y que hacia el final de la guerra, el mariscal Keitel y Martin Bormann se ocuparon tan especialmente de mi caso...
En 1939 corregí las pruebas de ese libro poniéndome mi uniforme de capitán. Mi hermano, Frederich Georg, me había dicho: «Van a prohibir el libro; vas a tener disgustos. En todas partes se dice que has dibujado el retrato de Hitler, de Goebbels y de algunos otros». Estaba yo en la línea Sigfrido cuando me enteré de que unos artículos publicados en Suiza y Estados Unidos presentaban mi libro como una crítica del régimen...
Libro premonitorio
-Posteriormente ha explicado usted que su intención no era señalar «directamente» ninguna actualidad política... Para usted, literatura y política son divergentes.
-Mi libro nació de un sueño y lo escribí en unas semanas, en nuestra tierra, la Baja Sajonia, e incluso en mi familia, muchas personas tienen visiones premonitorias: se ven muertos, accidentes, incendios... en mi libro tengo yo también la impresión de haber descrito incendios futuros. Y los peores combates... El libro parece también haber sido premonitorio en lo que se refiere a la atmósfera que precedió al atentado contra Hitler en julio de 1944, malogrado por una aristocracia que se había hecho demasiado débil para llevar a buen término un complot contra unos carniceros, pero lo suficientemente valerosa para salvar el honor...
En mi personaje del «Gran Forestal» quería yo entonces expresar la perversidad del mal hasta en sus raíces metafísicas, pintar el arquetipo de un dictador que puede surgir en todo tiempo. En esta profundidad, los trazos individuales se difuminan. La figura mítica correspondía a Hitler, pero podía también cuadrar con otros, con personajes de mayor envergadura, también demoníacos: con Stalin, entre otros.
Se puede decir hoy, por ejemplo, que no deja de tener algunos trazos comunes con un Jomeini, quien, según ciertas opiniones, encarna algo tan peligroso, pero más oscuro y aterrador: Jomeini era religioso, Hitler y Stalin no. En literatura, cuando se alcanza el centro, la circunferencia queda tocada por todas partes. Novalis escribió: «Lo que pasó en algún tiempo y en algún lugar, sólo eso es real...» De cualquier forma, ¡había algunas personas en el partido que sabían leer!...
Un puente de oro
-Muchos alemanes creyeron en Hitler en 1933 o fueron embaucados por él..., mientras que usted, que no era un hombre de la izquierda, se mantuvo desde el principio a distancia del nacionalsocialismo...
-Cuestión de gusto..., cuestión de estilo... Hitler era un personaje de saldo hacia quien, desde el comienzo, sentí desconfianza y aversión. La brutalidad, la vulgaridad y la ignorancia de los responsables del partido saltaban a la vista. Hitler sabía explotar para su propaganda todos los recurso de la técnica, y su impacto era inmenso cuando hablaba a las masas del Tratado de Versalles o cuando denunciaba las matanzas de los burgueses rusos por los bolcheviques, verdad que hacía correr un viento de pánico sobre toda la burguesía europea... Pero Hitler era un hombre anticuado..., «demodé», históricamente. Al lanzarse contra los judíos se separó de todo el mundo... En el porvenir, el Estado mundial no conocerá «razas»... No se había dado cuenta de que el caso Dreyfus había anunciado en cierto modo la victoria de las democracias sobre las fuerzas reaccionarias ...
-Muchos lectores se han sorprendido al descubrir en su diario que llamaba «Kniebolo» a Hitler.
-Esa clase de nombres surge generalmente de los sueños. La disposición de las consonantes compone una palabra fea y diabólica. Era lo que yo quería: Knie es rodilla en alemán, y Bolo, una especie de bola. Pero el análisis es posterior. Estas palabras surgen instintivamente, y las lenguas se formaron de esta, manera, sin duda. «Grangaznate», o también «Grangarganta», era Goebbels. A partir de 1933 había intentado ganarme para su propaganda, y en todas partes contaba que me había ofrecido un puente de oro.
-Durante su vida se ha librado usted de toda clase de peligros. En «Tormenta de acero» y en «Sobre los acantilados de mármol» evoca usted la existencia de una especie de escudo mágico que hace a veces invulnerable...
-Sí... A fuerza de escaparse se pregunta uno si será sólo el azar. A menudo me han dicho que he nacido bajo una buena estrella.
-¿Cuál es el mayor peligro del que piensa usted que se ha librado?
Creo que fue el día en que Hitler, de viaje, quiso verme en Leipzig, que estaba en su itinerario. ¡Por milagro, un cambio de programa lo impidió en el último minuto! Imagínese la continuación: ¡fotos que habrían dado la vuelta al mundo!... La ocasión única, para algunos, de derribarme un poco más después de la guerra... Recuerde a Heidegger...
-¿Se podría decir que. en cierto modo, la derrota de Alemania le salvó?
La verdad es que, después del atentado del conde Staufenberg, yo había pasado, sin saberlo, del rango de «sospechoso» y «derrotista» al de «individuo muy peligroso». Goebbels llegó a prohibir a la Prensa que citara mi nombre el día de mi cumpleaños.
Un documento del Tribunal de Justicia Popular, enviado a Martin Bormann y presentado a Hitler el 4 de diciembre de 1944, pieza que se ha encontrado recientemente, subrayaba mi derrotismo y mencionaba el «caso» de «Sobre los acantilados de mármol». Al leer esta carta comprendí por qué el mariscal Keitel y otros miembros del partido habían exigido entonces que presentara la dimisión del Ejército: era una maniobra para que me pudiera juzgar, no un Tribunal de guerra, sino el «Volksgericht», la autoridad política suprema del nacionalsocialismo... Pero Hitler -que tenía, sin duda, otras preocupaciones muy distintas- había dado la orden de abandonar (¿provisionalmente?) el caso...          
-Usted conoció bien a Heidegger. «El Trabajador» ejerció influencia sobre su pensamiento. ¿Cómo comprender su compromiso de 1933?
-Sólo he conocido a un hombre que me haya producido una impre­sión tan mágica como él: Picasso. Con Heidegger ocurría verdadera­mente algo. Nada comparable se ha intentado desde los griegos. Tomó partido en 1933 y pronto dio marcha atrás... No era más nazi ni antisemi­ta que usted o que yo... Me envió, cuando cumplí sesenta años, su carta sobre el nihilismo, que he co­locado en una vitrina al lado de una carta de Sade escrita en la Bastilla y del manuscrito de «La máquina infernal», que me regaló Jean Cocteau después de leer «Sobre los acantilados de mármol»...
-¿Ha seguido usted la polémica que se ha entablado a propósito de Heidegger?
-De bastante lejos. Es más fácil atacar a un hombre que tomarse el trabajo de comprender una situación. Para mí, la política era una tri­fulca, una reyerta, que observaba y experimentaba sobre el terreno en Berlín. En aquella época quizá ha­bría dado la bienvenida a una revo­lución nacional, incluso nacionalista, pero no, lo repito, con aquella gen­te. Heidegger, en Friburgo, no tenía ninguna experiencia directa de la vida política. Se puede incluso decir que en este aspecto era un inge­nuo. La polémica que se ha enta­blado no está a su nivel, con unas cuantas excepciones. Un libro de François Fédier que me han mandado de Francia dice cosas muy acertadas sobre este tema. Me parece además irrisoria esa saña por excavar en todo lo que un hombre ha podido escribir, decir o pensar a lo largo de su vida... ¿Quién es capaz de saber cómo interpretarán, dentro de cincuenta años, la entrevista que. tenemos en este momento?... Esa polémica demuestra en todo caso, desconocimiento del hombre e incomprensión de su pensamiento.
Cuando Heidegger murió, en mayo de 1976, fui a Messkirch con un pequeño ramillete de flores. Su mujer hizo abrir el féretro: el rostro de Heidegger era magnífico, muy presente. Deposité mi ramo en el ataúd y volvieron a cerrarlo. Su pensamiento se mantendrá en pie probablemente dentro de tres mil años.
- ¿Cuál es la cosa de su vida de la que se siente más orgulloso o que le ha dado más alegría?
-No lo repita usted: puede que haber visto en manuales de entomología ciertas mariposas y coleópteros que llevan mi nombre. Una admiradora de mi libro «Cazas sutiles» me llegó a regalar una corbata sobre la que están pintadas a mano dos de aquéllas.
-Así está usted seguro, en cualquier caso, de ser inmortal...
Jünger se ríe...
Frédéric de Towarnicki, ABC, 7 de julio de 1990, pp. 64-66