martes, 21 de enero de 2025

Antonio Astorga entrevista a José Jiménez Lozano (ABC, 2 de octubre de 2000)


Jiménez Lozano: «Me aterra el totalitarismo intelectual y espiritual de nuestra cultura»

El escritor publica Un hombre en la raya, una novela donde hace eco a los desheredados

José Jiménez Lozano, maestro de periodistas, es una de las grandes voces de la literatura española actual. Y su voz y su palabra la concede ahora a los desheredados en Un hombre en la raya (Seix Barral): «Ellos están clamando y por lo menos yo les hago eco». Confiesa que le aterra el totalitarismo intelectual y espiritual de nuestra cultura y una palabra -«¡horrible!»-que no dice nada: la globalización.

José Jiménez Lozano se incardina a cada personaje como al verbo y a la palabra:

-Cuando se está viviendo la historia, uno tiene que creérsela para que el lector se la pueda creer después. Hay que meterse en la piel del personaje.

-¿A qué debe renunciar el escritor cuando se involucra en un álterego?

-A todo. Y a sí mismo, desde luego.

-¿Qué frontera delimita usted en Un hombre en la raya?

-La mayor parte de la acción transcurre en la raya de Portugal. Y el protagonista, César Lagasca, está siempre en una raya. En el filo de una navaja. Es un hombre que ha vivido la guerra, la posguerra, situaciones límite...

La modernidad y el campo

-¿Cómo ha conseguido retratar magistralmente el sufrimiento, el padecimiento de su protagonista?

-La escritura te lleva de la mano. Yo dejo dormir mucho el texto y al cabo de los años veo dónde se puede cortar. Mis novelas están bastante cortadas, porque creo que lo demás sobra.

-¿Cómo evoluciona César Lagasca desde el páramo rural hacia la modernidad?

-Bueno, él se encuentra con un mundo que le sorprende y ante el que no puede hacer nada. Sabe que es un cambio total y brutal. Él mismo es víctima de él y no puede hacer nada.

-¿La modernidad ha aplastado el espíritu rural?

-Bueno, todo eso que llamamos modernidad —los cambios tecnológicos y sociológicos— evidentemente, ha condenado al campo.

-¿Por razones meramente económicas?

-Pues a lo mejor. Pero también por otro tipo de razones. La «globalización» —que es una palabra horrible— me aterra en su sentido totalitario. En el sentido de que haya una homologación y una unificación total. Estamos todos los días hablando del pluralismo pero resulta que todos decimos lo mismo y tenemos los mismos valores. Por lo tanto, el pluralismo no se ve por ninguna parte. Entonces, el campo, la cultura rural que tiene 7.000 años encima, estorba un poco. Me da miedo y me aterra la tendencia al totalitarismo intelectual y espiritual de nuestra cultura.

-También se escucha a los muertos en Un hombre en la raya...

-Sí, los muertos tienen una voz terrible.

-¿Él hombre es un lobo para él?

-Es el mismo siempre. Dejando a un lado las cuestiones de tipo religioso, del hombre nuevo llevamos hablando desde el Renacimiento. Claro el hombre nuevo pues no es nuevo. Se dice que el hombre moderno no tolera la autoridad. Bueno, la autoridad no es que nos guste o no nos guste; es necesaria y ese hombre moderno verdaderamente es igual que el antiguo: lo que desea es una felicidad gris, el aura mediocre de Horacio y no quiere en general otra cosa. Hombre, los hay que sí, los hay que quieren todo el mundo. Bueno, ya lo vemos, y de esos deseos tan exacerbados y tan universales pues pagamos todos la cuenta.

-¿A qué aspiran sus personajes?

-Pues a poder vivir. A encontrarse un poco consigo mismos como este señor Lagasca, que busca una paz que no tiene y abriga todavía sentimientos de culpa. La novela arranca por una cosita muy pequeña que ocurrió en un colegio y eso pone a dos personas a desatar un drama. Y las cosas pequeñas, claro, cuando crecen pueden ser terribles.

-¿El hombre se equivoca más en la vida que en la literatura?

-Yo creo que la literatura de la vida viene y también nos equivocamos en ella. Realmente el escritor pone poco. Yo creo que se le regala todo. Se le ha regalado penetrar dentro de lo que es el hombre, de lo complicado que somos y del laberinto.

-Los seres desprotegidos, los que no tienen nada, le deben mucho a usted?

-Ya Walter Benjamín decía que son los únicos que tienen que decir algo, porque los demás han estado hablando durante siglos. Y esta gente nunca ha tenido eco y que de vez en cuando se les oiga, tampoco está mal. En fin, ya lo dijo Dostoievsky; de una manera magistral.

El escritor perpetuo

-¿César Lagasca está inspirado en alguien real?

-No. Nunca. Desconfío mucho de mis propios recuerdos y siempre hay algo que no queremos recordar. Hombre, yo conozco esa zona, la frontera de Portugal. Me gusta y evidentemente uno de alguna manera deja algo suyo al escribir.

-Es usted un escritor perpetuo...

-Siempre tengo durmiendo textos.

-¿Hacia dónde va la modernidad?

-No se sabe. El panorama, en el aspecto cultural, no es muy reluciente, al menos para nosotros. Ha habido muchas culturas que han desaparecido y la nuestra también puede desaparecer. De modo que no hay muchas razones para estar muy optimistas. Pero la esperanza es una cuestión que es más sólida que todo lo que está encima. Y esperemos que el hombre no renuncie a ser hombre. Cuando está junto con otros, se convierte en la masa. Y cuando está a solas, vuelve. A uno le cuesta creer que el humus cultural vaya a desaparecer.

Antonio Astorga, ABC, 2 de octubre de 2000, p.37

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