El
escritor publica Un hombre en la raya, una novela donde hace eco a los
desheredados
José Jiménez Lozano,
maestro de periodistas, es una de las grandes voces de la literatura española
actual. Y su voz y su palabra la concede ahora a los desheredados en Un
hombre en la raya (Seix Barral): «Ellos están clamando y por lo menos yo
les hago eco». Confiesa que le aterra el totalitarismo intelectual y
espiritual de nuestra cultura y una palabra -«¡horrible!»-que no dice
nada: la globalización.
José Jiménez Lozano se
incardina a cada personaje como al verbo y a la palabra:
-Cuando se está viviendo
la historia, uno tiene que creérsela para que el lector se la pueda creer
después. Hay que meterse en la piel del personaje.
-¿A qué debe renunciar
el escritor cuando se involucra en un álterego?
-A todo. Y a sí mismo,
desde luego.
-¿Qué frontera
delimita usted en Un hombre en la raya?
-La mayor parte de la
acción transcurre en la raya de Portugal. Y el protagonista, César Lagasca,
está siempre en una raya. En el filo de una navaja. Es un hombre que ha vivido
la guerra, la posguerra, situaciones límite...
La modernidad y el
campo
-¿Cómo ha
conseguido retratar magistralmente el sufrimiento, el padecimiento de su
protagonista?
-La escritura te lleva de
la mano. Yo dejo dormir mucho el texto y al cabo de los años veo dónde se puede
cortar. Mis novelas están bastante cortadas, porque creo que lo demás sobra.
-¿Cómo evoluciona
César Lagasca desde el páramo rural hacia la modernidad?
-Bueno, él se encuentra
con un mundo que le sorprende y ante el que no puede hacer nada. Sabe que es un
cambio total y brutal. Él mismo es víctima de él y no puede hacer nada.
-¿La modernidad ha
aplastado el espíritu rural?
-Bueno, todo eso que
llamamos modernidad —los cambios tecnológicos y sociológicos— evidentemente, ha
condenado al campo.
-¿Por razones
meramente económicas?
-Pues a lo mejor. Pero
también por otro tipo de razones. La «globalización» —que es una palabra
horrible— me aterra en su sentido totalitario. En el sentido de que haya una
homologación y una unificación total. Estamos todos los días hablando del
pluralismo pero resulta que todos decimos lo mismo y tenemos los mismos
valores. Por lo tanto, el pluralismo no se ve por ninguna parte. Entonces, el
campo, la cultura rural que tiene 7.000 años encima, estorba un poco. Me da
miedo y me aterra la tendencia al totalitarismo intelectual y espiritual de
nuestra cultura.
-También se
escucha a los muertos en Un hombre en la raya...
-Sí, los muertos tienen
una voz terrible.
-¿Él hombre es un
lobo para él?
-Es el mismo siempre.
Dejando a un lado las cuestiones de tipo religioso, del hombre nuevo llevamos
hablando desde el Renacimiento. Claro el hombre nuevo pues no es nuevo. Se dice
que el hombre moderno no tolera la autoridad. Bueno, la autoridad no es que nos
guste o no nos guste; es necesaria y
ese hombre moderno verdaderamente es igual que el antiguo: lo que desea es una
felicidad gris, el aura mediocre de Horacio y no quiere en general otra cosa.
Hombre, los hay que sí, los hay que quieren todo el mundo. Bueno, ya lo vemos,
y de esos deseos tan exacerbados y tan universales pues pagamos todos la
cuenta.
-¿A
qué aspiran sus personajes?
-Pues a poder
vivir. A encontrarse un poco consigo mismos como este señor Lagasca, que busca
una paz que no tiene y abriga todavía sentimientos de culpa. La novela arranca
por una cosita muy pequeña que ocurrió en un colegio y eso pone a dos personas
a desatar un drama. Y las cosas pequeñas, claro, cuando crecen pueden ser
terribles.
-¿El
hombre se equivoca más en la vida que en la literatura?
-Yo creo que la
literatura de la vida viene y también nos equivocamos en
ella. Realmente el escritor pone poco. Yo creo que se le regala todo. Se le ha
regalado penetrar dentro de lo que es el hombre, de lo complicado que somos y
del laberinto.
-Los seres
desprotegidos, los que no tienen nada, le deben mucho a usted?
-Ya Walter Benjamín decía
que son los únicos que tienen que decir algo, porque los demás han estado
hablando durante siglos. Y esta gente nunca ha tenido eco y que de vez en
cuando se les oiga, tampoco está mal. En fin, ya lo dijo Dostoievsky; de una
manera magistral.
El escritor
perpetuo
-¿César Lagasca
está inspirado en alguien real?
-No. Nunca. Desconfío
mucho de mis propios recuerdos y siempre hay algo que no queremos recordar.
Hombre, yo conozco esa zona, la frontera de Portugal. Me gusta y evidentemente
uno de alguna manera deja algo suyo al escribir.
-Es usted un
escritor perpetuo...
-Siempre tengo durmiendo
textos.
-¿Hacia dónde va
la modernidad?
-No se sabe. El panorama,
en el aspecto cultural, no es muy reluciente, al menos para nosotros. Ha habido
muchas culturas que han desaparecido y la nuestra también puede desaparecer. De
modo que no hay muchas razones para estar muy optimistas. Pero la esperanza es
una cuestión que es más sólida que todo lo que está encima. Y esperemos que el
hombre no renuncie a ser hombre. Cuando está junto con otros, se convierte en la
masa. Y cuando está a solas, vuelve. A uno le cuesta creer que el humus
cultural vaya a desaparecer.
Antonio Astorga, ABC, 2
de octubre de 2000, p.37
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