Madrid por el lado salvaje
Mis
amigos dicen que no debería seguir predicando tan descaradamente las
excelencias marchosas de Madrid, ahora
que estoy de vuelta en Barcelona... sabes, me consideran un poco como un “renegado”. Pero si tú sabes pasar de
regionalismo y otras estupideces me disculparás. Por mi parte, procuro ser lo
más imparcial posible. A mí me gusta el rollo que envuelve al Rock’n Roll, y si
en Madrid se desarrolla mejor que otros sitios, pues para que quitarle méritos.
La
cuestión es que durante un año he hurgado lo suficientemente profundo por la
capital del reino, me he pasado lo suficiente y he hablado lo necesario como
para poderte asegurar que las huestes de los “boy-scouts” o las oleadas de gurús
prefabricados no han hecho estragos. El rollo que se llevan los castizos es, a
grosso modo, menos mental, más físico, más “p’al
cuerpo”. Más espontáneo, en suma. ¿Por qué? Esto es lo que hay que
averiguar, esta y otras cuestiones son las que tienes —o intentan tener— su
respuesta aquí, rememorando un pasado y un presente que se desarrolla en el
marco ideal para las aventuras del siglo XX: la ciudad.
La
personalidad, los rasgos, el carácter de una persona o una sociedad se crean y
evolucionan por este extraño y voluble fenómeno que son las influencias. Y una
ciudad, los cambios que se producen en ella, las innovaciones y las corrientes
que paulatinamente va siguiendo no pueden mantenerse al margen de las
mencionadas influencias. Detroit no sería como es si en su barriga no hubiesen
instalado esas monstruosas factorías de automóviles que son la General Motors, Buick,
Cadillac, etc.; la agresividad de esta ciudad tiene un porqué, su personalidad
está influenciada por el hecho de que casi la totalidad de las personas cuya
edad oscila entre los dieciséis y los veintidós años —comprobado— tienen que
currar en las cadenas de montaje. ¿O.K.? Otro ejemplo podría ser Ámsterdam:
puente de enlace entre la mercancía que proviene de Asia y el mercado Europeo,
era de esperar que su ambiente se caracterice por una sensación de pasote gordo
casi instituido... y así podríamos ir sacando a relucir muchos ejemplos. Vamos
ahora a la ciudad de Madrid, y por lo tanto deberemos buscar las influencias
que la han determinado.
Pero
primero y antes que nada tengo que contarte los medios de que disponía para
captar un poco el movimiento de la metrópolis, su historia y sus —tal vez— frustradas
ambiciones. Yo no soy de allí, y la cronología de un madriles marchoso contada
por un forastero puede hacer desconfiar a cualquiera (aunque, por otra parte,
garantice la ausencia de chauvinismos); es muy posible, y desde luego, muy
lógico, que no aceptes la crónica de unos acontecimientos que ocurrieron en el
65 si yo te he dicho que no estaba allí. De hecho, con mis propios ojos solo he
vivido la temporada 76-77, y que de hecho ha sido precisamente lo que me ha
impulsado a procurarme en exclusiva las confidencias de un hijo legítimo de la City, un castizo que ha vivido toda la
historia por el lado salvaje, el marginado, el que plasma mejor como piensa y cómo
evoluciona un chaval espabilado que intuye y se revuelve contra las presiones
de la ciudad, la eternamente odiada y querida ciudad.
El
tipo en cuestión, que prefiere mantener su nombre en el anonimato por razones
obvias, y al que llamaremos —suena bien— el
confidente enmascarado ha vivido la época de la violencia callejera
suministraban gratuitamente las bandas de barrio, ha visto un evolución hacia
épocas más idealistas pobladas de Kerouacs y Ginsbergs, ha sentido en su alma el
resurgimiento del Rocanrol Way of Life
y, finalmente, ha saboreado el dudoso placer de intuir que Junkie, el libro de W. Burroughs, empieza a ser la Biblia de
algunos sectores oscuros.
La personalidad
Después
de darle vueltas y más vueltas a la cosa, por mi parte he llegado a la
conclusión de que los puntos básicos que han influido en la personalidad de
Madrid, que la han ido delineando y coloreando son tres: el carácter de los
castizos (desde luego, mucho más vacilón que el de un proletario barcelonés,
por ejemplo), el asunto de la inmigración en masa de familias a la capital y,
por último, el fenómeno que merece más atención por sus especiales
características: la base americana establecida en Torrejón de Ardoz. Este
último punto fue quizás el que influyó más decisivamente en el hecho de que
Madrid tomara un cariz marcadamente rockero. Y esto es serio. Se pueden pasar
épocas en que el adjetivo rockero sea más o menos aplicable, pero una ciudad,
una persona rockera lo es para toda la vida. El rock no puede enrrollarte una
temporada y dedicarte a la siguiente al ping-pong, se es rocker para toda la
vida. Y en Madrid para esto, el barniz rockero —afortunadamente— permanece siempre,
intocable por las corrientes metafísicas, intocable por el jazz-rock, intocable
por la moda de los partidos políticos. (Aunque de hecho el rock sea también un
partido político, el más importante).
Me
he perdido un poco... estábamos hablando de las influencia recibidas por la
ciudad. Por partes. En primer lugar, el temperamento que desde siempre ha
caracterizado a los madrileños... los “pichis”,
esos casi mitológicos y legendarios macarrillos castizos fueron los
tatarabuelos de los colóquelas que pululan hoy por Madrid, y desde luego no
podían haber tenido antecesores más ejemplares, más picaros y más
aleccionadores en cuanto a la forma de enrrollarse. El vacile por espíritu
deportivo, por “amor al arte” se viene practicando en la capital desde
principios de siglo, nada menos. Y la sangre de los “pichis” corre hoy por las venas de los que montan tenderetes en el
Rastro, arman broncas rocanroleras en los Colegios Mayores y organizan la Cascorro Factory. Y esto influye en el ritmo,
la cadencia, el estilo con el que se hacen las cosas...
Otro
factor es el de la inmigración. Como centro de confluencia y meta de miles de
familias provincianas, la ciudad se ha visto poblada por otra ciudad, como un
mundo conteniendo en su interior otro mundo, el formado por extraños, andaluces
(otro carácter que también se las trae), maños... además, el fenómeno de la
inmigración afecta casi exclusivamente a la capital, con lo que la despoblación
de la provincia es progresiva, y sucede exactamente lo mismo con los municipios
de las provincias vecinas. La sucesión demográfica de la ciudad de Madrid está
creando desde hace más de una década lo que se ha dado en llamar el desierto
central, en contraposición al oasis madrileño.
La
consecuencia de todo esto es que el estilo de vida que vamos a contar, el que
nos interesa a ti y a mí, no ha sido diseñado y forjado exclusivamente por el
madrileño nativo. La personalidad del ambiente no proviene de una sola
dirección, no se ha desarrollado únicamente desde el interior, sino también
desde el exterior.
Imagínate
el caso de una familia que llega de Cáceres arrastrada por el padre, ansioso de
empleo en la capital, y todas las connotaciones que ello implica: suegros,
tías, la instalación en un bloque del extrarradio... y, sobre todo, los hijos:
media docena de chavales gamberretes ávidos de las emociones fuertes que —no lo
dudan— va a depararles la gran capital. Poco controlados, la escuela es poco
visitada, cambiando pronto los libros por discos, las alpargatas por botines
puntiagudos, la regla y el bolígrafo se transforman en algún peine de proporciones
exageradas. Y estos chavales no se quedan al margen de la marcha ciudadana,
sino que se sumergen en ella encantados, atraídos por el “rollo” del mismo modo que a sus padres les fascinarán los grandes
almacenes o la anchura de las calles. Y así es como Madrid adquiere un colorido
heterogéneo. compuesto de andaluces que fabrican pulseras en la calle, chicos
que sus padres han enviado a estudiar a la capital, dibujantes de posters que
esperan encontrar en la ciudad su gran oportunidad...
Este
fenómeno me recuerda invariablemente, salvando las distancias, al que se produce
en Nueva York. (Oigo gritos: "Rhhaaáááü!
Sacrilegio! ¿Qué está diciendo este animal?"). Pero déjame continuar
un poco, a ver si nos ponemos de acuerdo. Yo me estoy refiriendo al hecho de
que N.Y., es una delirante macedonia de portorriqueños, negros, téjanos, chíchanos,
californianos... cada uno aporta su granito de arena, algo de estilo “vacilón” característico de su tierra, y así
es como se crea el sello de la ciudad, entre los extranjeros y los de casa. Del
mismo modo, en Madrid sucede un fenómeno parecido: el gallego que conociste
hace dos años en Ibiza está allí, el japonés que recogiste haciendo autostop
en una carretera rural está allí, el valenciano loco del festival de Burgos también
está allí... ellos contribuyen a elaborar la “marca” que define de algún modo la ciudad, y juegan un papel tan
importante como los propios madrileños.
Y
llegamos ya al tercer fenómeno que ha influido en el colorido de los madriles.
La base americana. La instalación yanqui en Torrejón de Ardoz fue algo decisivo
en la educación de la juventud de la capital... fue el puente ideal, el enlace
perfecto entre la moda de América y la devoción con que aquí esperábamos todo
lo que oliese a USA.
De
Estados Unidos, vía Torrejón de Ardoz, llegaron los Blue Jeans, rebautizados como “téjanos”,
acabaron con los pantalones de tela corriente, y llegaron las máquinas del
millón, que destruyeron el imperio de los futbolines. llegaron los junke-box,
más adelante los equipos de discoteca, las luces psicodélicas, los Bloody
Mary... los yanquis, quizás sin saberlo, cerraban de un carpetazo una época
para iniciar otra, más al día gracias a las “novedades” que traían de contrabando a la ciudad los fines de
semana.
El ayer
Retrocediendo
en el tiempo, los primeros datos marchosos empiezan a aparecer entre el 63 y el
65. En esta época no hay ni boîtes ni discotecas, mi filmotecas, ni nada.
Prácticamente todo aquel que tiene entre quince y dieciocho años debe optar
entre las actividades diocesanas de la parroquia de su barrio, apuntarse a las
reuniones sabaderas de la Falange o la O.J.E. hacerse niño pijo declarado o.…
ir a unas dudosas "salas de baile".
Como es obvio que los buenos muchachitos que escogieron las primeras opciones
que he mencionado no son, evidentemente, los que contribuyeron a la historia de
un Madrid marchoso, vamos a olvidarnos cortésmente de ellos, dedicando toda la
atención a los aficionados a los bailongos domingueros. Estos eran "La Paloma", "El Parral", "La Casa de Córdoba" y "Los Jóvenes". Unas salas de baile
extremadamente perniciosas para la salud, tanto moral como física. Porque en
estos antros, los que mandan son la banda del Rata, los Ojos Negros o Los
Espigas. Viene del barrio de Vallecas, de Palomeras, las zonas más agresivas de
Madrid... acudir a estos bailes con una mujer era un suicidio, desde luego. “Ten por seguro que te la levantaban”, me
comenta el confidente enmascarado. Si uno de los Espigas se empeñaba en que tu
amiguita bailase con él, ya podías despedirte de ella, porque no la volvías a
ver en toda la tarde. Y no era cuestión de resistirse o cederla, o lo aceptabas
por las buenas o te dejaban el cuerpo golfo.
Por
esto no abundaba mucho la presencia femenina en estos antros, excepto en el
"AZAR", que terminó
llamándose "La Flor de Azahar",
debido a que allí era el único sitio donde se atrevían a entrar las feúchas,
los cardos del barrio, con la inútil esperanza de pescar entre los golfos algún
novio con el que refugiarse en las últimas filas del cine vecino.
En
estos locales se respira una tensión indescriptible. Uno tiene la sensación de
que está sentado encima de una bomba de tiempo, sabes seguro que va a estallar,
aunque no tienen ni idea de cuándo. Cualquier excusa —un empujón involuntario,
un vaso que gotea sobre la impecable camisa floreada es válida para empezar el
follón. Entonces es la desbandada general, ningún escondrijo te garantiza
segundad... y menos con la certeza de que hoy ha venido la banda del Mescua, los del Bar Sol y Aire, y la técnica que emplean no te deja títere con cabeza: por
la espalda, y botellazo en el coco...
¿Por
qué este rollo de bronca agresiva? Amigo, la gente en aquella época no sabía
nada del chocolate, sino que se castigaban el cuerpo con anfetaminas, con
fármacos baratos —Totinales, Dormidinas— que se consiguen mediante historias raras
contadas a los dependientes de las Farmacias. Y este ritual implicaba toda una
historia: la selección de la farmacia, esperan que no hubiese ningún cliente en
el interior, que el farmacéutico sea un bonachón despistado... sólo entraba uno
en el establecimiento, desde luego. Los demás esperaban en la esquina. A veces
sale bien, a veces hay que empezar de nuevo: “Me lo iba a dar pero ha salido el de las gafas y ha dicho que sin
receta no, el muy c.…” Ahora te toca entrar a ti, no yo ya entré ayer, la imparable
discusión hasta que al fin uno se decidía, y de nuevo la historia: “Para mi abuela, no hay forma de que duerma
por las noches...”. Te podías pasar la tarde del sábado así.
La
cuestión es que las anfetas, digeridas con un par de cervezas, eran las
estrellas principales de la fiesta. Por esto el aspecto de la sala era, en
conjunto, el de una película a cámara rápida, los nervios a flor de piel,
codazos, empujones, te pasa algo tío, a mi no, y a ti, vete con cuidado, macho,
a ver si… Y a las nueve la escapada en masa por parte de los “civilizados”: la orden paterna era a las
diez en casa, sino se acabó el salir... Pero los “malos” se quedaban, ellos no
tenían que asistir a la cena dominical, y esto era un privilegio envidiable. De
hecho, la valía de los padres se medía por la hora que te fijaban como tope para
regresar a casa. Tus padres eran en caso de no ponerte límites de horario el
modelo ideal que tus amigos mostraban a los suyos como ejemplo a seguir...
Además,
empieza a ser imprescindible trasnochar si se quiere vivir el ambiente que
hay en estos sitios nuevos que están abriendo. Estamos en 1965, tío, y Nika's y Caravell son las primeras salas en las que se aprecia una buena
voluntad por ambiental el local, darle una personalidad propia. Son ya algo más
que cuatro paredes y un tocadiscos destartalado, aquí hay ambiente!
***
Es
entonces en el 65 cuando empiezan a aparecer los conjuntos “yeyés”... algo más que la simple
orquestina de acompañamiento para bailar, porque los integrantes de esos
conjuntos musicales eran jóvenes, como sus auditores, y se vestían como
ellos... eran como ellos. Y en una revista que se llamaba “Mundo joven" aparecían fotos de ellos, contando lo que les gustaba y lo que no, en unas entrevistas
deliciosamente idiotas. En Madrid se empezaban a forjar los primeros ídolos
nacionales de la música “yeyé”, con
sus respectivos seguidores, con sus fans minifalderas que les pedían autógrafos
y-cómo no-sus correspondientes clubs de admiradores. Por aquella época los Gatos Negros exhibían sus hermosas y
oxigenadas greñas rubias (Todos eran
rubios, recuerdas?), y el rockero Michael Rivers, futuro Mike Ríos, futuro
Miguel Ríos balanceaba sus caderas y el idioma en que cantaba sus rocks,
pasando del inglés al español sin ningún tipo de prejuicios. Otros famosos eran
Los Continentales, Los Estudiantes (Fernando Arbex
incluido) y, sobre todo, Los Botines, que se llevaban la palma y los favores de las jovencitas, aprovechando la
ventaja que les proporcionaba el tener un hermoso cantante de ojos románticos y
melancólicos...Camilo Sesto. Porque por si no lo sabías, el bueno de Camilo
también pasó por su correspondiente época de cantante-rockero-en
grupo-revelación.
Actualmente
Nika’s, enclavado en Avenida de las
Américas esquina Cartagena, es un bar de barra americana.
Pero
la gente piratilla, que le había cogido el gusto a este tipo de locales, pronto
se trasladó a otros sitios que estaban abriendo sus puertas, nuevos locales que
ofrecían emociones más fuertes. Se habla de los Rolling Stones, esos tipos que llevan el pelo más largo y más sucio
que los Beatles, se habla en Londres,
donde la gente se fuma los canutos tranquilamente en la calle, y es obligado
darse un garbeo por las tardes por Picadilly,
en la calle Corazón de María, donde entras y casi no ves un palmo a tu
alrededor, porque aquello está cantidad de oscuro, y hay luces rojas, y aquello
parece un infierno, y ponen la música a todo trapo y huele tela de mosqueante
y... en Picadilly empezó a aparecer
un nuevo personaje de la película el “dealer",
el vendedor de rollo, que se hacía un recorrido determinado, pasando por la
cervecería de la Pza. Santa Ana. Si no lo atrapabas a las seis de la tarde,
allá debías esperarlo por la noche en Picadilly. A veces venía, a veces no...
De
todas formas, la campanada la dieron un par de años más tarde La Linterna, hoy
convertido en un mesón, y Stone‘s. La Linterna, junto al metro de Callao,
fue el símbolo de uno de los momentos más significativos del Madrid salvaje,
porque instauró el primer “recorrido”,
el primer barrio propio de los freaks.
Eran unas manzanas en que había todo lo necesario: los locales con música y
cerveza donde mojar tu boca pastosa, los oscuros y acogedores callejones donde,
con la emoción que provocaba la novedad del ritual, se hacían los primeros
contactos con el negro de la Base que “tenía”,
y además el folklore, el sentirse uno más entre otros como tú, el poder pensar
joder, tío, esto parece el Dome de Ámsterdam, vaya vacilón se trae la gente...
y ya los primeros atisbos de una cultura marginal en toda regla, una cultura
que iba perfeccionándose lentamente, enriqueciéndose, tomando consciencia de sí
misma. Maduraba. Porque la gente empezaba a sentir inquietudes, aunque no nos
perjudicaba directamente la guerra del Vietnam era indecente, se descubría una
nueva literatura, la de Kerouac... la gente se empollaba “En el camino" y el “Do it"
de Jerry Rubín circula de mano en mano.
La
cuestión es que La Linterna era la
pasada más grande de Madrid. Tenía este delicioso anticonformismo, inocente
informalismo que caracterizaba todo lo que planeábamos en aquella época., a
algún loco se le había ocurrido llenar el local con ventiladores giratorios,
supliendo las aspas por bombillas de colores. Y las tuberías de agua, los
cables de electricidad y todo tipo de tubo conductor había sido dejado al
descubierto, y pintado de colores chillones. Era el estallido del Pop, la
primera moda pensada por y para la gente “informal”,
esta moda que tan sutilmente panfletaria “Qui
êtes-vous, Polly Magoo?”. Pero estábamos hablando de La Linterna. La gente lleva allí sus propios discos, especialmente
alguna joya comprada de segunda mano a algún mecánico americano, de la Base
inevitablemente, que se está deshaciendo de su discoteca... Y los discos
adquiridos de esto modo son cosas inimaginables, estábamos acostumbrados a unas
portadas convencionales, y de repente las portadas psicodélicas nos aturdían.
Luego nos enteramos de que existía una cosa, llamada ácido, diferente a todo lo
demás... este acontecimiento fue uno de los que marcó más a esta sociedad, este
pequeño refugio que nos habíamos creado. En Madrid se tripa cantidad a finales
de los sesenta. Y si la música de los Doors,
te reducía de tamaño, o el delirio de Cream
estrechaba las paredes de tu habitación, siempre te quedaba el recurso de
perderte por los jardines de la Moncloa, tan oportunamente próximos, tan acogedores...
Porque
la naturaleza, el contacto con el campo es algo que se descubre con la
filosofía hippie, tan influenciada
por el orientalismo. Se planean escapadas a Ibiza, esta lejana Ibiza de la que
tanto hablan los que han estado allí, utópica, ideal. Pero por sus
características de ciudad instalada en la meseta, para la gente de Madrid era
mucho más difícil acercarse al rollo mediterráneo y balsámico que prometían las
Islas Baleares. Para ellos fue algo aún mucho más mítico que para los freaks de la costa, pues para los
madrileños era casi inalcanzable. Además, contrariamente a los pasados de
Barcelona, ellos no tenían la posibilidad de huir hacia pueblecitos de la costa
redimidos del mal trip, de la ciudad,
no tenían un Cadaqués, ni Calella, ni, sobre todo, una Floresta soleada donde
continuar la historia iniciada en invierno. Poco dinero significa poca
autonomía, poca autonomía significa no poder llegar muy lejos... y los pueblos
cercanos a la capital de España no son precisamente el sueño de todo freak naturalista que desee un rollo
sano. Si realmente uno quería huir de la ciudad, la escapada suponía un mínimo
de 300 kilómetros, toda una odisea de autostop y noches en la cuneta.
Por
esta misma época se montan las primeras organizaciones. destinadas a contactar
y traer los grupos extranjeros que hacen “música
progresiva”. “M.M.”, ahora
llamado tal vez con un exceso de pomposidad “New Concert Hall M.M.” consigue montar los primeros conciertos
internacionales y subterráneos de la capital. Van actuando sucesivamente los
primitivos y gloriosos Soft Machine, Kevin Ayers, Blodwyn Pig, Chicken Shack...
grupos que de momento son de segunda fila, pero que prometen.
Éramos
los primeros, joder, los pioneros, grita el confidente enmascarado mientras su
vaso de cerveza se tambalea peligrosamente. Éramos los pioneros. Nos sentíamos
un poco colonizadores, los colonos del rollo en la ciudad, en el país. Muchos
ya habían soltado a sus padres el discurso explicando porque creían que era
mejor abandonar los estudios, inscribirse tal vez en una academia de Bellas
Artes... y algo en nuestro interior nos hacía sentir un poco héroes, un poco
mártires. Las tiendas de discos, las librerías, eran de una pobreza absoluta,
siempre faltaba lo que nosotros considerábamos primordial. Estábamos mamando
desesperadamente dos estímulos que provenían del exterior, de la vieja y
mitificada Europa, de la soleada y hippiosa América. Lo que nos interesaba era
difícil de conseguir, pero de todas formas sentirnos “incomprendidos”, en el
fondo, nos encantaba...
Aunque
a finales de los sesenta siguen existiendo las bandas de buscabroncas, estos ya
tienen sus propios locales de reunión. Porque al contrario que en un principio,
ahora ya hay sitios para todos los gustos. Y los que se consideran marginados
por una sociedad que, a su vez proclamaba a gritos la marginación de la que era
objeto, éstos se agrupan en Stone‘s
donde se revive la violencia y la agresividad de otros tiempos. Porque allí
acuden portorriqueños por un lado y americanos de la Base por el otro. El
cóctel, como te podrás imaginar, resulta explosivo. Y además de explosivo, es
la paranoia. La policía empieza a querer controlar las historias... hay
primeras detenciones por consumo, peligrosidad social, atentado a la salud
pública... Por no mencionar otras bandas, de características muy
especiales—aunque fácilmente reconocibles— que por esta época se dedican a
entrar en los bares de piojosos, y haciéndose pasar por policías de paisano, se
lían a provocar, pedir documentación y repartir leña a diestro y siniestro. Fue
la primera gran época de paranoia ciudadana. Se empezó a ver claro que no se
podía ir de inocente por el mundo...
La
muerte de Jimi Hendrix y Janis Joplin, en 1970, marcaba la desaparición de dos
grandes músicos, junto con algunas esperanzas. El desengaño era el sentimiento
principal con que se inauguraban los setenta. La generación de Wright y
Woodstock se marchitaba.
Hoy
A
las utopías y los movimientos que van contra una corriente o una dirección
convencional siempre les dan palos. Y a las personas de iguales características,
no digamos. En San Francisco, si mal no recuerdo, se hizo-hace ya muchos años
—cómo pasa el tiempo— un entierro simbólico del movimiento "hip", con ataúd y todo. En Madrid,
y de hecho en todas las ciudades donde existiese un movimiento contracultural
se hizo otro tanto, aunque con menos aparatosidad, pues cualquier manifestación
artística, cualquier tipo de reunión se interpretaba inmediatamente como algo
de matiz subversivo y disuelta a mamporros. Así, el idealismo filosófico fue
borrándose lentamente de nuestra historia, fue languideciéndose en silencio sin
poder hacer nada, el ejemplo que nos había dado el frustrado Mayo del 68
parisino era desalentador.
Mucha
gente que conocíamos empezaba a “echar
raíces”, y todo fue perdiendo su carisma “batallador”, ese espíritu de lucha sorda que al principio definía
tan bien nuestro rollo.
No
creas que con esta parrafada he pretendido crear la introducción para anunciar
la muerte del madriles marchoso, ni mucho menos. Al contrario. Se planearon —y
se intentan mantener— proyectos realmente interesantes, aunque el problema de
la pasta siempre termina echando por tierra muchas ilusiones. El más ambicioso
y prometedor ha sido el de acondicionar el Ateneo
Politécnico para conciertos, exposiciones, actuaciones de grupos de teatro
independientes... y, además, han tenido el detalle de brindar a los grupos de
música un local donde ensayar. Naturalmente, los intereses de su aparición, y
parece que el Ateneo va a ser el
metro de Prosperidad, el Politécnico
podía haber sido —de hecho aún puede serlo— una castiza Factory warholiana, pero...
De
todas formas, dejémonos de historias tristes, tío, estaría bien terminar esta
biografía (bastante confusa, no lo niego) del Madrid marchoso con la evocación
de dos zonas donde aún hay acción a punta pala. Una, naturalmente, es el
Rastro, especialmente los domingos por la mañana. La crema y nata de la “punkitud” madrileña se da cita allí,
amén de algún que otro Jesús freak despistado.
La producción de Comix marginales es
delirante, Carajillo Vacilón, Mmm, Bazofia,
y, sobre todo, las paridas que organiza la Cascorro
Factory, que hay que reconocerlo, a pesar de estarse arruinando intenta
mover a la gente. Si lo consigue o no es cosa tuya. Y sobre todo, el Rastro es
revitalizador, porque te hecha en toda la cara que el rrrollo no está muerto,
sigue vivito y coleando, planeando historias raras tales como "El Pollo Urbano” (cuya presentación en
sociedad fue el delirio), armando broncas rocanroleras en el Colegio
Maravillas, montando teatro callejero... El Rastro es, desde luego, el pulso de
Madrid.
La
otra zona de acción es más física, menos creativa que el Rastro. Pero muy
vacilona. En un vagón de metro encontré un grafiti que aludía a la zona en
cuestión de una forma definitiva. De hecho, la mencionada inscripción refería
un problema salarial, pero lo que más me chocó fue el doble sentido que tenía
la frase, pues al mismo tiempo. que el lío político, retrataba humorísticamente
la marcha de pasote gordo que hay por allí. El grafiti chillaba:
"¿Quieres
suicidarte? no uses una pistola:
Vete
a Urrera y la muerte viene sola".
Porque
Urrera es mortal, tío. Es el último recorrido del pasadete que queda en Madrid.
Recuerdo que en Barcelona ha habido dos o tres recorridos que han pasado a los
anales de la historia. Uno era el de la Pza. Real, otro fue el de la Plaza del
Rey, y uno de los últimos fue el que, pasando de la Enagua a Araña, finalizaba
con un canutillo en el Turo-Park. Otros tiempos...
Pero
estábamos hablando de Urrera, de los bajos de Urrera. Allí hay una veintena de pubs con la música a un volumen muy aceptable, aunque desde luego no es un
barrio recomendable para los amantes del jazz-rock ni para seguidores de gurús
y derivados, pues es difícil doblar una esquina sin encontrarte con cuatro
siluetas y una brasa que circula en sentido giratorio. En Urrera los sábados
aún es la fiesta. El niño pijo de Serrano, el vacilón que está haciendo la mili
en Madrid, el artista, el traficante, todo el mundo que compone la fauna de la City se reúne por allí.
Esto
es, a grandes rasgos, la historia de Madrid por el lado salvaje. Las comparaciones
son odiosas, pero si recurrimos a ellas nos daremos cuenta de que Madrid tiene
una marcha mucho más fuerte, más pesada que otras ciudades. Su condición de
callejón sin salida, de opresión sin solución posible, es quizás el factor
condicionante que la han obligado a adoptar esta postura de agresividad en su
comportamiento. Para unos esto será precisamente lo ideal, otros lo rehuirán
mosqueados. No se puede recomendar una cosa a todo el mundo, porque no va a
satisfacer a todo el mundo... Yo me he limitado a darte una serie de datos. Tú,
con ellos puedes hacer lo que quieras. De nada.
Dedicado
al “Malaguita”, compinche de tantas
noches locas en Argüelles.
Oriol
Llopis, Star, números 28 (pp. 4-6) y
30 (pp. 31-33). 1977.
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