PRÓLOGO
William Blake, el más espiritual de los
artistas, poeta místico y pintor, contemporáneo de Walter Scott, nació el 28 de
noviembre de 1757. Nacido bajo la tiniebla de un otoño londinense, había de ser
“el más religioso de los grandes poetas ingleses”,
si bien con una religiosidad poética hecha de luz y de sombra. Desde muchacho
demostró poseer un temperamento fuertemente visual y alucinatorio. Su primer
biógrafo, Gilchrist, nos lo presenta como un soñador impenitente, como un
adolescente ávido de recorrer los aledaños de Londres. Este solitario
errabundo, apenas mozo, era un alma de temple romántico que necesitaba de la
visión del campo verdegueante y de la luz indecisa de los crepúsculos. Cuando
más maduro, uno de sus paseos favoritos será llegarse hasta Blackheath. La vida
edénica del campo enriquecerá su mente con imágenes idílicas que, junto a las
imágenes violentas, caracterizarán su gran poesía. En Peckham Rye, cerca de
Dulwich Hill, no tenía aún los diez años, cuando tuvo la primera visión.
Paseándose deleitosamente, miró hacia el cielo, y vio un árbol colmado de
angélicas alas fulgentes que, adornadas con lentejuelas, brillaban en cada rama
como estrellas. De vuelta a los lares paternos, cuenta la visión gozada al
padre, que está a punto de darle una paliza, de no interceder su madre. Si
sacamos a relucir estas visiones alucinatorias es con el fin de que sirvan de
ayuda para mejor comprender las vistas del mundo espiritual que le asediaron en
Felpham donde vio una vez los “funerales
de un hada”. En el jardín se le ofreció la visión de unos minúsculos seres
que llevaban el cadáver de un hada sobre una hoja de rosa; y cantando la
enterraron y se desvanecieron. Esta visión puede emparejarse también con las de
sus últimos años, cuando el Poeta ve con ojos de niño tremebundas visiones. Un
amigo de aquellas circunstancias, el poeta y astrólogo, John Varley, consigue
que Blake le plasme algunas; y de aquellos dibujos han quedado como memorables
el retrato del Constructor de las Pirámides y el Fantasma de una Pulga;
monstruoso ser, mitad hombre, mitad bestia, que tiene en la mano una copa de
sangre que se apresta a beber. Las visiones casi arcádicas de los primeros años
se tornarán después torvas y cada vez más complejas.
Los relatos que nos han llegado de tales
visiones hacen suponer que Blake era víctima de alucinaciones, pero él se ha
cuidado de explicamos que sus visiones eran hijas de la “imaginación”, y que poseía una facultad común a cualquiera que se
esfuerce en ejercitarla. Un fantasma, solía repetir, se ve con el ojo corporal
arrebolado, pero una visión se ve con el ojo mental. Mona Wilson, que ha
dedicado una biografía exhaustiva al poeta, observa que Blake concebía sus
retratos visionarios antes del anochecer, y que frecuentemente los esbozaba de
noche. Esto hace sospechar que tenía la experiencia normal de las imágenes
hipnagógicas, cosas vistas en el dintel del sueño, figuras proyectadas como por
una linterna mágica.
***
Segundo de los hijos de un modesto mercero, su
padre, comprendiendo que el niño no es de condición corriente, le proporciona
una educación, en cierto modo, esmerada. Blake se mueve así, desde su niñez, en
una atmósfera de solícita educación. A la escasa edad de diez años, su padre le
costea unas clases de dibujo en la escuela de Pars, en el Strand. Esta escuela
de dibujo era la antesala de los artistas en ciernes que ingresaban luego en la
Academia de Pintura y Escultura de St. Martin’s Lane. Allí dibujó los modelos
clásicos que le propuso Pars; y de esta época quizá datan sus lecturas precoces
—los Isabelinos, Shakespeare, Milton, Dante, la Biblia. El libro que más honda huella le dejó fue el Paraíso Perdido de Milton. El tema de la
Caída, tema central de los Libros
Proféticos, le es sugerido por el poema miltoniano, antes que por la
Biblia.
A la edad de catorce años, entró de aprendiz en
el taller del grabador Basire, abrazando la profesión que nunca abandonaría a
lo largo de su vida. Por esa época empezó a escribir poesía y nacen los “Esbozos Poéticos”. Lee en este período a
Burke, a Locke (Ensayo sobre el
Entendimiento Humano), a Bacon y las Reflexiones
sobre el arte de los Griegos de Winkelmann. Se sabe que Basire, noticioso
de sus rencillas con los compañeros de taller, lo empleó para dibujar las tumbas
de la abadía de Westminster, con lo cual pudo familiarizarse con el gótico, y
de paso descubrir que el color cubría las esculturas monumentales de las
iglesias de Londres; y quizá fuera éste el punto de partida de aquella “síntesis de las artes” que buscó
afanosamente en Illuminated Printing, mezclando la pintura con la escritura
poética.
Terminado su aprendizaje con Basire, Blake se
inscribe a los veintiún años en la Real Academia. Allí muestra su desprecio por
el óleo y sus preferencias por el grabado, la acuarela y el temple; le repugna
dibujar lo real. Se niega a estudiar a Rubens y a Le Brun, concentrándose en
los grabados italianos sacados de las otras de Rafael y Miguel Ángel. Y al
conservador de la Academia Real, el suizo Mosser, que quiere apartarlo de
aquellas obras, tildándolas de inacabadas, Blake le responde: “Estos cuadros de Rubens, que tiene por
acabados, no se empezaron nunca; cómo pueden ser acabados”.
En 1780 llega a exponer sus obras en la Real
Academia: una acuarela y dos dibujos. Dos años después, su hermano Robert, por
quien sentía un gran afecto, murió víctima de una tuberculosis; y Blake,
después de 1785, tuvo una visión en la cual Robert le enseñó un nuevo método de
grabar y colorear al mismo tiempo él texto y las ilustraciones. Blake había de
emplearlo en adelante y tenía que ser el medio eficiente y duradero de dar a
conocer su genio al mundo.
* * *
En 1782 Blake se casó con Catherine Boucher,
sin contar con el beneplácito paterno. Se casa a los veinticinco años, y el
joven matrimonio no volverá a pisar la casa del mercero. Lo que sabemos de este
matrimonio nos permite afirmar que Blake encontró en su mujer, si no la
compañera ideal, la compañera dulce y sumisa. Sin duda, Catherine constituyó
una ayuda a su tarea creadora, y le salvó posiblemente de la locura, como hay
quien ha sugerido. Catherine, por otra parte, no le podía ofrecer la plenitud
vital, y Blake canalizó sus necesidades emocionales o físicas a través del
mundo de la poesía. Parece ser que Blake tenía en poca estima a las mujeres;
sin sentir hacia ellas animadversión, las consideraba seres inferiores, óptimos
para los afectos familiares y conyugales, pero inaccesibles a los fuegos del
amor auténtico. Saurat, llevado de unas noticias de Mona Wilson, pone de
relieve que Catherine no podía dar satisfacción plena a la fogosa sensualidad
del marido, pues, sobre ser educada en un estricto puritanismo, que la
capacitaba más para la sumisión matrimonial que para el amor, era de natural
enfermizo. Esto debe de haber exasperado abiertamente a Blake, que por
temperamento y convicciones era reacio al ascetismo y a la austeridad. Saurat
atribuye la falta de descendencia del matrimonio a la fe catara más o menos
consciente de Blake, contraria a la perpetuación de la vida terrena; otros la
suponen consecuencia de las crisis de Catherine provocadas por el temperamento
violento y difícil del marido. La vida conyugal, como en fin toda la existencia
de Blake, está sembrada de rarezas. Un día, por ejemplo, obligó a la mujer a
que pidiera perdón de rodillas a su hermano Robert por una pulla que le había
encajado. Uno de sus amigos, Thomas Butts, encontró un día a Blake y a
Catherine completamente desnudos, en un pequeño pabellón del jardín de su casa
de Poland Street, compenetrados con el papel de Adán y de Eva del Paraíso Perdido, poema del que recitaban
entusiásticamente pasajes. Blake fue muy propenso a encarnar personajes
históricos, proyectándolos durante un cierto tiempo. “Yo soy Sócrates, o Moisés, o uno de los Profetas”, solía decir en
forma descabellada; y siempre su entusiasmo desbordante encontraba eco en su
mujer. La anécdota del jardín muestra hasta qué grado la esposa era dócil a sus
extravagancias. Pero Blake encontraba todavía insuficiente la docilidad de su
esposa. Mona Wilson, en su Vida de W.
Blake, nos informa que un día el poeta anunció a su mujer que, como
partidario de la comunidad de mujeres, iba a pasar de la teoría a la práctica,
y cometaria por tomar una concubina. La pobre Catherine se echó a llorar.
Blake, ante la reacción de su mujer, desistió de su propósito, aunque no abdico
de sus teorías sexuales. En un poema del Manuscrito
Pickering, titulado “William Bond”,
encontramos una alusión a este episodio tragicómico de su vida conyugal.
La audacia de Blake en materia sexual se limitó
a escritos y manifestaciones. Crabb Robinson anota en su “Diario” que una vez Blake le hizo sensible que era partidario
decidido de la comunidad de mujeres. En realidad, era un fiel seguidor de la
doctrina de Boehme del Hombre Eterno Andrógino, y creía que el sexo pertenecía
al mundo “caído” del tiempo y del
espacio; soñaba por tanto con un retorno, que creía próximo, de una Edad de
Oro, en la que el egoísmo, los celos y la lujuria dejarían de existir sobre la
tierra. Y entretanto se desfogaba contra la represión de los instintos, y de
los deseos naturales, madre de la hipocresía.
* * *
A finales de 1788 escribe la primera parte de Canciones de Inocencia, que le
acreditaron poéticamente ante su generación y ante la posteridad. Casi al mismo
tiempo que las canciones da a luz el Libro
de Thel, una extraña alegoría mística. Thel
tiene mucho de ensueño angélico. A Thel
sigue, en 1790, El Matrimonio del Cielo y
del Infierno, curioso testimonio de la irreverencia blakiana Es una
tentativa para profundizar los abismos del Mal. Las viejas palabras —Ángel,
Demonio— cobran tintes nuevos.
En 1794 lanza Canciones de Experiencia, como complemento a las Canciones de Inocencia, escritura
poética más lúcida que los Libros Proféticos:
escrito más libre de misticismo y abstracción.
* * *
Entre 1789 y 1792, hasta el estallido del
Terror de Septiembre, fue un vehemente partidario de la Revolución francesa,
como antes lo había sido de la americana. Su republicanismo era congénito; él mismo
diría irónicamente: “la disposición de mi
frente me hizo republicano”. Se tocaba con un gorro frigio en el momento en
que Londres veía en los jacobinos franceses a sus peores enemigos. En los
locales del librero y editor Johnson, para el que Blake trabajaba como
ilustrador, se reunía con un grupo de republicanos avanzados. Entre estos
hombres de un republicanismo militante, ciegos para lo espiritual, Blake era
una “avis rara” que defendía
acaloradamente el espíritu del Cristianismo por ellos repudiado. Blake siempre
tuvo arranques de prudencia y sagacidad en los asuntos ordinarios. Por aquella
época, Blake se establece en Lambeth y traba amistad con Thomas Butts, lazo
amistoso que había de durar treinta años. Butts no compartía la opinión casi
general de que Blake estaba loco y, además, era un admirador de su arte hasta
el punto en que le comprará, sin discutir el precio, todo lo que el artista le
ofrezca para librarse de la miseria. En Lambeth escribe los Libros Proféticos menores, desde las Visiones de las Hijas de Albión hasta el
Canto de Los. Allí emprende asimismo
la composición de Los Cuatro Zoas,
titulada primeramente: “Vala o la Muerte
y Juicio del Hombre Eterno”.
* * *
El período de Felpham fue muy feliz. Gracias a
la protección del poeta Hayley pudo vivir casi cuatro años en Sussex, en una
casita desde donde divisaba el mar. Allí compuso Milton y Jerusalem, “bajo el dictado de los Espíritus”. En
Sussex, Blake disputa con un soldado llamado Schofield que se había introducido
en su jardín. El soldado, que sufrió una furiosa embestida del poeta, acude a
la justicia y acusa a Blake de revolucionario y de haber proferido insultos
contra el ejército y el rey. Blake salió absuelto del cargo, pero este
accidente no lo olvidaría jamás, y acrecentó su odio contra la autoridad
militar. El nombre de Schofield figura en sus últimos poemas, como un símbolo
de la brutalidad. Pero ya el carácter de Blake había sufrido mudanza. De una
posición política revolucionaria pasaría a una posición antidogmática en el
orden religioso. Si en sus primeros libros proféticos abogó por unas
condiciones externas de la vida en las cuales la “anarquía del amor” pudiese medrar, en los últimos poemas le vemos
abogar por la pura anarquía del amor.
* * *
El favorable retiro de Felpham cambióse en 1804
por la reclusión menos grata de Molton Street. Allí no podía embelesarse con el
jardín, los árboles y el mar. En esta calle londinense, se instaló en un primer
piso, en el cual permaneció casi diecisiete años. Los primeros libros que sacó
a luz, estando en esta nueva casa, fueron dos libros ilustrados con grabados: Jerusalem y Milton. El primer poema, si podemos llamarlo poema, estaba en gran
parte escrito en prosa, y en él raramente aparecía el verso. Jerusalem, de acuerdo con el propósito
de Blake, no se parece ni de cerca a los Libros
Proféticos de los primeros días. No se refieren en él guerras, penalidades,
sufrimientos, lamentos de Orc, Rintrah, Urizen o Enitharmon, aunque esos nombres
suenen de tarde en tarde.
El propósito claro de Jerusalem es llegar a un estilo tan concreto y perfecto como la
misma visión, no empañado por las engañosas bellezas de la naturaleza ni los
exornos enajenadores de la forma convencional. Milton, estilísticamente, sigue la línea de Jerusalem; hasta pudiera ser su continuación. Tan oscuro como su
precedente, contiene, no obstante, el mismo fervor religioso, la misma
elevación, y la misma finalidad sacra.
* * *
En 1821, Blake se traslada a Fountain Court, en
el Strand, donde vivió hasta su muerte, acaecida en 1827. En los últimos años,
le rodeó un grupo de amigos y de admiradores jóvenes, que se gozaban con su
charla, y a los que abría su alma efusiva y generosa. En torno a la figura de
Blake, canosa con los años, se reunían para discutir libremente sobre arte, en
una época de academias y de cánones. Para esos jóvenes inquietos, la casa de
Blake era “La Casa del Intérprete”.
Todavía, después de treinta años, pervivía la mística influencia del Poeta en
todos los que le trataron y le amaron.
Un mediodía de agosto de 1827, el grupo de
amigos escogidos —Richmond, Calvert, Tatham— asistieron al sepelio del Poeta en
Bunhill Fields, lugar de descanso de ilustres inconformistas. El entierro de
los grandes hombres suele ser precipitado, sórdido, desigual y una tumba
anónima les espera. El de Blake fue el acontecimiento propio de quien había
nacido y había sido bautizado en la iglesia de los rebeldes.
* * *
La posteridad tiene en cuenta el genio de Blake
pero, en su época, no tuvo el reconocimiento de la crítica ni la consideración
del mundo. Es casi comprensible que le trataran mal sus contemporáneos, pues
apenas podemos imaginar un momento o un esquema de las cosas en los cuales haya
podido vivir o descansar sin un asomo de rebeldía. Todo lo que se daba por
aceptado, en el terreno del arte, lo desechó; todo lo que se admitía como bueno
en el orden poético lo anatematizó. Lo que era bueno para los otros hombres, y
en realidad excelente dentro de su orden, era para él lo peor. Reynolds y
Rubens eran embadurnadores y diantres. Por otra parte, en un siglo en que
imperaba la Razón crítica, él estuvo poseído por un raro fervor y una rara
creencia; entre cuerdos que no tenían inconveniente en refutarlo todo y en no
dejar nada sin prueba, era un loco que creía una cosa por el mero hecho de que
era imposible probarla. Vivió y trabajó fuera de las normas establecidas y esto
le valió la incomprensión. Blake, como muchos incomprendidos, estaba dividido
entre una desafiadora justificación de la oscuridad de su obra y la creencia de
que ésta podía ser asimilada por inteligencias no corrompidas por el
materialismo de la vida. Blake ilustra mejor que ningún otro artista las
inquietudes mayores de la edad moderna. En primer lugar, la rebelión contra las
realidades terrestres ficticias; después, la necesidad de superar con la
Imaginación las trabas del pasado. Cuando se mira históricamente, la lucha de
Blake es simple y clara. El tiempo ha convertido en fulgores las pretendidas
oscuridades de la poesía blakiana. En medio de todas las contradicciones
aparentes, de las incoherencias momentáneas, brilla su poesía con luz
inusitada; y decir de él que fue un poeta-filósofo no es pecar de inexactos.
Pues su filosofía tiene su piedra angular y sus cimientos. No está montada
milagrosamente en el aire, como algunos lectores pudieran sentirse tentados a
creer. Todo en el pensamiento de Blake es congruente. Tenía que atacar a los
deístas y lo hizo; tenía que descubrir los estragos de la Razón y llevó a la
perfección, infatigablemente, esta obra descubridora. A los lectores de talante
especulativo no ha de serles muy difícil derivar un sistema filosófico que, si
no siempre es preciso, resulta armonioso. Se alcanza pronto que este sistema
rechaza toda teología ortodoxa o heterodoxa que afirma el primado del Bien
tradicional sobre el Mal tradicional y la superioridad de la Razón sobre la
Imaginación.
El Cristianismo de Blake era ciertamente
herético, pero fundado en viejas premisas. Si identificaba a Cristo con la
bondad, bacía de Jehová un símbolo nefasto de terror y tiranía. Y éste, no
obstante, es el punto esencial de toda la poética de Blake. Para comprender su
gran poesía y su anarquismo poético desde las primeras voces hasta los últimos
gritos, hay que imaginar al “niño”
hipersensible, ultrajado por las estructuras de las escuelas y de las iglesias,
que leyó, ya mayor a los profetas del Viejo Testamento, y que descubrió en
Jesús el modelo de su concepción del amor. Es, por otra parte, un hecho básico para
comprender a “este mago blasfemo por
ansias de lo santo” —que no persiguió jamás la gracia a través de la
disciplina y el dogma. Si le atrajeron los Profetas fue porque expresaron el
espíritu, no la letra de la Ley.
La ortodoxia surrealista relegó la obra
blakiana y la del Bosco al oscurantismo religioso. En los Vasos Comunicantes, Bretón, contradiciendo su innegable proclividad
a los entes misteriosos, recusó “los
seres imaginarios engendrados por el terror religioso y salidos de la razón más
o menos turbada de un Jerónimo Bosco o de un William Blake”.
Los motivos de esta condenación nos llevarían
muy lejos, de tener que precisarlos. Bretón nunca pensó que hubiese
contradicción entre su profesado materialismo y su actitud esencialmente
antimaterialista. Cabe, pues, proclamar a Blake “surrealista a medias”, ya que sus visiones no son libérrimas,
producto del ensueño sin asidero o de la asociación errática, sino que surgen
de un sentimiento directo que encuentra cabida en una construcción básicamente
lógica antes que alucinatoria.
Las fronteras entre poesía y prosa se ofrecen
en Blake indecisas. Poeta en el sentido original de la palabra, crea una prosa
poética firme y musculosa. Pudo dejarnos una prosa admirable porque la poesía
en la que era diestro es un arte más preciso que la prosa y escribirla implica
cualidades que son muy estimables para la “otra armonía”. Sabía Blake que la
prosa no es sólo arquitectura sino ritmo. Llevado de su inclinación hermética,
tiende n la expresión aforística. De ahí que tengamos que considerarle como a
uno de los máximos exponentes de la escritura aforística. El aforismo poético,
que en Heráclito y algunos románticos alemanes tuvo sus máximos cultivadores,
se convierte con él en “aforismo
relampagueante”.
Por otra parte, las cosas espontáneas y
petulantes que Blake escribió en los márgenes de los libros que solicitaron su
atención de lector, nos lo presentan como un hacedor inveterado de notas y
apuntaciones. Desahogos de lector, constituyen una exposición sistemática de sus
odios y de la intensidad de éstos. Nacieron para ser simplemente notas, es
decir, para ser advertidas en su día. Agregadas a su obra profética y
visionaria, nos dan una visión aún más acabada de su Genio que, si habló de una
manera confusa y oscura, supo encontrar la frase lapidaria.
Cristóbal Serra.
William Blake, Poemas proféticos y prosas,
Barral Editores,
Barcelona, 1971, pp. 7-18.
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