Los espacios interiores de Tofòl
Serra
No
será ésta una entrevista al uso: la singular complejidad de Cristóbal Serra,
nacido en Palma en 1.922, no es reductible a los típicos esquemas
entrevistador/ entrevistado, y por ello será su propia voz la que irá
desgranando los temas en apariencia más dispares, muy acordes sin embargo con
su personalidad. Sus obras, que en otra parte detallamos, confirman similitud
esencial entre sus actitudes literarias y su personalidad -íntima, configurando
merced a su imaginación artística y a su heterogeneidad, un universo poético de
indudable consistencia.
Literatura y aliteratura
—En
«Péndulo» podemos leer: «Los
verdaderamente grandes son los aliteratos, en quienes la literatura ha sido
domada y vencida». ¿Qué diferencia exactamente ambos conceptos?
—La
aliteratura es él sabotaje turbulento de la literatura. Creo que hay una
literatura que podríamos llamar letrado-literatura, literatura de mandarines,
por así decirlo, que exige sobre todo un oficio intenso. Pero tiene un escollo;
el viejo escollo de la retórica, el peligro de convertirse en algo puramente;
ornamental, puro exorno retórico, casi siempre tocado por la nefasta grandilocuencia.
Decía Verlaine, con acierto, que hay que retorcerle el pescuezo a la
literatura, lograr un lenguaje vivo como lo consiguieron La Fontaine, Kafka,
Michaux, Joyce, Pound...
En
toda época coexisten la literatura y la aliteratura, y en nuestros días la
vanguardia tiende hacia la aliteratura hasta convertirse incluso en escena
literaria.
—¿Nos
encauzamos acaso hacia un lenguaje del silencio?
—No
exactamente, sino a la escritura aforística, incisiva, que aproxima la prosa a
la poesía. La literatura tiende a la concesión verbal. El afán de brevedad es
connatural con la modernidad, que se caracteriza por el hecho de que no están
tan bien delimitadas como antes las fronteras entre prosa y poesía. La poesía
al liberarse de unos cánones fijos, inmutables, se ha reencontrado con la
libertad de la prosa. La poesía es libertad, aventura, y sobre todo,
imaginación: así, son siempre los poetas los que se. encargan de depurar el
idioma, y a ellos debemos los grandes viajes imaginarios como La Odisea, la Divina Comedia, El Quijote,
además de otros que se tienen por imaginarios como los de Swift, Rabelais,
Michaux, etc.…
—¿Qué
relación tiene «Viaje a Cotiledonia»
con el recientemente traducido al castellano «En otros lugares», de Henri Michaux?
—Concomitancias
siempre ha de haberlas, desde el momento en que ambos viajes son quiméricos,
sin embargo cuando escribí mi «Viaje»
estaba más influido por la literatura anglosajona. Mi viaje es netamente
mediterráneo, poseo sangre de marinos y ello, o algo de ello, queda reflejado
siempre en todo lo que escribo. Las quimeras de Michaux son auténticas
pesadillas. Con todo, creo que un cierto trauma interior es preciso para
enriquecer la obra escrita, y otorgar la nota cálida que consigue lleva todo
gran poema.
Eliot,
por ejemplo, es un gran innovador, de estilo personalísimo desde el punto de
vista poético, carece además de todos los defectos que ensombrecen a la
literatura surrealista, pero es en exceso frío y quintaesenciado, adolece de
demasiada tersura neoclásica.
El panorama literario español
—¿Cuenta
la literatura española con muchos aliteratos?
—Creo
que no ofrece un repertorio, muy grande de manifestaciones que pudieran
llamarse aliterarias. Para mí el más aliterato fue Quevedo, y el gran aliterato
moderno ha sido Ramón Gómez de la Serna. Es una manifestación, genial en
nuestra literatura la greguería, que es todo lo contrario a máxima: jamás fue
la greguería gruñona como la máxima, ejercicio propio de gente cascarrabias y
cizañeras. Ramón -como escribí recientemente en «Quimera»- al anatemizar la máxima oponiéndole la greguería no hizo sino
denunciar, un secreto a voces: que los refraneros y los libros de máximas están
de lado de los viejos rencores.
La
literatura española, que ha tenido momentos excelsos, peca, para mí, de
realista y conceptual, y, seamos francos, no resulta ninguna golosina la
lectura de muchos libros de nuestra literatura «prócer». Yo leo de todo, ésta
es la verdad, pero no exclusivamente aquellos libros que la propaganda
aconseja, y te diré que veo como sobrevalorados algunos nombres, mientras otros
yacen en el olvido, éste es el caso de Juan Larrea.
—¿A
qué se deben tales olvidos?
—En
este mundo de falsos valores al que. entre paréntesis, hemos contribuido todos,
encontramos silencios sobre ciertos hombres que para mí son realmente grandes.
De los más recientes he sido admirador de Larrea y Bergamín, aunque sean dos
espíritus opuestos, debido a que uno y el otro llevaron al máximo posible la
tensión de sus peculiares, valiosísimos espíritus. Creo que en España hay
demasiados escritores literatos y pocos, digamos «profetas de la lengua», como
León Felipe o Vicente Huidobro.
—¿Profetas
de la lengua, dices?
—En
efecto, ya que los antiguos profetas efe Israel, que se caracterizaron por una
especial fogosidad en su poesía, lo fueron por ejemplo Job, que se encaraba con
«El Señor de los Torbellinos», o
Jonás que es el más antiguo antileviatánico, antitotalitario, de los viejos
tiempos, o Huidobro que profetizó el fin del Imperio Británico y que, como era
un tanto raro, se adhirió a la fe mahometana, lo que indica que sentía los
ramalazos proféticos. Yo soy, también, un admirador del misticismo tardío de
Juan Ramón Jiménez y de toda su obra en prosa. Creo que Huidobro y Vallejo
constituyen la vanguardia de la Hispanidad, concepto que se encargó de definir
Rubén Darío a través de su poesía.
Actualidad del Apocalipsis
—Hemos
entrado en un apocalipsis cultural, y hemos entrado porque creo que vivimos en
la bancarrota de la razón. Hay una frase de Goya «El sueño de la razón produce monstruos», que ha sido mal
interpretadas, porque se ha pensado que siendo Goya históricamente ilustrado,
su frase defendía las ideas ilustradas, pero, paradójicamente, Goya al decir
eso daba en el clavo, ya que hoy conocemos todos los delirios y monstruosidades
de la razón.
—¿Es
extrapolable El Apocalipsis de San Juan en los tiempos actuales?
—Te
diré, primero que el Apocalipsis no se ha de leer como un calendario de fechas
precisas, que señala cuándo ha de ocurrir esto o aquello. El Apocalipsis se
caracteriza por su indecisa oscuridad paracrónica (más allá del tiempo), y para
hablar en lenguaje asequible, creo que el Apocalipsis es el momento de la
izquierda de Dios según la Cábala, en la que Dios zurra, con la zurda...
entonces lo que indica el Apocalipsis es que el mundo está saturado de nociones
utilitarias que vienen ya desde lejanos tiempos, desde Tiro (El Líbano), los
fenicios, etc..., y por lo tanto no debemos convertirlo en una lápida mortuoria
sino en un fermento.
El
problema radica en cómo curarnos, pues la llaga es inmensa. Estos días estuve
leyendo «La parte del Diablo», de
Denis de Rougemont, libro que se escribió durante la II Guerra Mundial, y que
me parece profético porque el diablo anda muy suelto en esta civilización de
parlanchines irresponsables y nocivos. Y, al hilo de lo anterior, y volviendo a
León Felipe, te dire que me extraña que a ti no te guste su estilo literario
bronco que da certeros «aldabonazos» a las puertas de Babilonia la Grande.
—¿Pero
no es cierto que León Felipe, o en cualquier caso buena parte de su obra, al
inscribirse en el marco de la mal llamada poesía social, perdió intensidad
poética, potencialidad, en suma?
—Siento
disentir, pues me parece que León Felipe es una figura como Alonso Quijano el
Bueno, es un alma popular, si quieres, pero nada social. A León Felipe no le
interesaron para nada las filigranas del pensamiento y del lenguaje, y nada
tiene que ver con el «pim, pam, pum»
de la vida intelectual de aquí, el que no se encuentre hoy en el candelero.
—Leí
tu ensayo «Larrea y la visión hebraica
del tiempo», en la revista «Taula»,
un excelente ensayo, pero ¿no crees que tal visión es sumamente antihistórica,
en el sentido que Mircea Eliade otorga a este término?
—No
es, en absoluto, antihistoricista pero si antihistórica en el sentido circular
del tiempo, entendido a la manera de Nietzsche. Para la visión hebraica el
tiempo es una flecha que avanza y que, en determinado momento, se precipitará
sobre una diana.
—¿Es
el tiempo, para el profetismo hebraico, y según el Apocalipsis en su lectura
más matizada, algo absolutamente dirigido, dinámico?
—Sí.
Sabemos que los hombres estamos en el tiempo, crucificados en un punto,
arrastrados hacia un futuro, diríase, suprareal e incognoscible. Y gracias a
esta noticia no podemos contentarnos con la visión corriente de la historia, ya
sea ésta común o científica. Hemos de abandonar la idea de que la historia es
exclusivamente la ciencia de lo que ha sido, una ciencia pasatista: debemos ver
la historia con espíritu profético, o sea con el ejercicio adivinatorio de la
imaginación. En el Apocalipsis tenemos la posibilidad de leer en lo social el
designio divino de la historia.
—¿Pero
es posible, esencialmente, diferenciar de manera tan lineal pasado, presente y
futuro?
—Lo
que sabemos a través de los pensadores judíos cristianos, es que el proceso
histórico tiene un sentido. Lo triste es que, como señalo en mi «Guía del Apocalipsis», la historia es
cruenta y trágica, o como dice Berdiaeff, «el
proceso histórico universal es una horrible tragedia».
—¿Es
un proceso irreversible?
—Tengo
la necesidad de emplear unas palabras que sonarán mal a algunos oídos y que
tienen un carácter paradójico: todos los profetas, aunque no lo digan, acatan
un determinismo divino. El optimismo sólo lo tienen los políticos. Los
cristianos, entre los que me cuento, ven, lo confiesen o no, la historia como
un proceso catastrófico en el que existe plena libertad para las tinieblas.
Esta concepción es extraña a la conciencia griega, a todo optimismo liberal, a
todo nihilismo desesperado de nuestros días.
—¿Cuál
es la situación del cristianismo oficial, es decir, la Iglesia?
—Hemos
de acostumbrarnos a hablar claro en lo referente a cuestiones apocalípticas. La
Iglesia fue siempre reacia a ese sentido demasiado dramático que ya apuntó, pero
no porque no supiera que todo está anunciado, y más que anunciado, sino porque
ella se declaró antiporvenitista, es decir, antimilenarista. El socialismo, por
ejemplo, que parece ignorar las fuentes en que se abrevó, es una versión laica
del milenarismo judío, y de aquí que podamos decir que el socialismo es un milenarismo
venido a menos. Con todo, paradojas de nuestra civilización. la Iglesia y los
socialistas condicen -no desdicen- con la burguesía y con sus intereses.
Creación personal y traducción
—¿Opinas,
con Octavio Paz, que la traducción es sinónimo de creación, y que al traductor
se le debe permitir toda suerte de licencias?
—Creo
que en el proceso de la traducción es imprescindible que el traductor
«comprenda» el mensaje que va a traducir. Creo que comprender ya es traducir.
Ahora bien, ni es fácil siempre comprender y menos fácil es traducir, porque,
por ejemplo, ni los Evangelios ni el Apocalipsis pueden trasladarse con
absoluta fidelidad; y si hablamos de poesía, el problema todavía se acentúa
más; yo mismo me pasé muchos años traduciendo a William Blake, y después me di
cuenta de que aún eran pocos los que habían dedicado a este poeta tan oscuro, pues
vi que Ungaretti empleó más de treinta años en lograr «comprender» y traducir una porción tan sólo de la obra poética blakeniana.
Es
ir demasiado lejos en la expresión, lo que dijo Paz, porque existe, se quiera o
no, servilismo, cuando uno tiene que traducir un texto. Si alguien se cree que
tiene un poder demiúrgico siendo traductor, pues engañado está. La única
solución es torturarse por expresar con la mayor justeza -en otro idioma- lo
que se escribió en idioma ajeno.
Los diarios íntimos como género literario
—Tu
«Diario de Signos», ¿puede
catalogarse como un auténtico diario íntimo?
—No
me he dejado llevar por ningún género literario, el mío es un dietario
impuntual, y creí que la poesía, en prosa se entiende, pueden encontrar cabida
en las páginas de un diario. Así, mi «Diario
de Signos», ofrece junto a la nota, el pequeño relato, y puedo añadirte que
gira en torno a la figura de «Don Marcial»,
que es un clérigo sabelotodo movido por la fobia anticervantina: discute con el
autor, conmigo, le apostrofa a cada paso como si él fuese la suma autoridad, y
en el fondo, mira con cierta sorna las razones «juveniles» del autor.
—¿Por
qué se escriben tan pocos diarios más o menos íntimos?
—En
el ámbito hispano existe escasa afición al diario. Es un género casi desconocido
en nuestra literatura. Siempre ha sido considerado un género bastardo, así como
bastardo han calificado el aforismo, otro género bastante olvidado por estos
pagos. Quizás el español sea un poco reacio a mostrar su intimidad, y este
desdén alcanza hasta al público lector que no está familiarizado con la lectura
de diarios. En cambio, en la literatura extranjera tenemos el «Diario» de Amiel, el «Diario» de Jules Renard y los más
íntimos de Charles Baudelaire. con reveladores títulos como «Cohetes», «Mi corazón al desnudo» o «El
carnet»... en ellos, no podía ser de otro modo, el viejo Baudelaire
podrido, no aparece ni pizca diabólico, nada «flor de mal» y sí extremadamente
humano. Sorprende que en el curso de sus notas no se muestre agrio con sus
cofrades, a excepción de George Sand, que le exaspera, no conociendo sus
críticas ni el odio ni las ideas preconcebidas. Ese es el camino más idóneo
para escribir un buen diario íntimo.
Proyectos
—Bueno,
tengo un libro inédito de muchas páginas, el libro más largo que he escrito,
pues escribí siguiendo las pautas de una vidente, y que hasta la fecha no ha
tenido más que contratiempos: en una editorial llegaron hasta a perderme el
manuscrito, menos mal que tuve la previsión de hacer dos copias, es decir de
dar importancia a lo que había escrito. Actualmente estoy embarcado en una
narración más larga de todas las mías La título definitivamente «Monodrama», título tan breve como «Péndulo», y que algo tiene que ver con
él, aunque el personaje central sea otro.
Quedan
estas líneas como testimonio de la personalísima voz de un escritor mallorquín,
Cristóbal Serra. con quien se puede estar o no en desacuerdo, pero jamás
negarle el valioso don de la coherencia: su palabra encierra la convicción
firme de que la verdad es lo único que merece ser alcanzado.
Juan Planas Bennásar, El Día de
Mallorca, 10 de diciembre de 1983.
Los papeles de Don Cogito quieren agradecer muy cordialmente al periodista y escritor Juan Planas su contribución con esta estupenda entrevista.
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