GUSTAVO TORNER: «EL PROGRESO EN EL ARTE NO EXISTE»
Gustavo
Torner es un pintor formalista. Él mismo es un hombre formal que no puede
liberarse de los esquemas geométricos de su pintura. Es meticuloso hasta hacer
de sus obras una ecuación equilibrada de colores y coordenadas. Fue testigo y
actor de la explosión del arte abstracto en España. En 1966, junto a Gerardo
Rueda, colabora en la creación del Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca
que Fernando Zóbel puso en marcha. Un trío que convirtió a la vieja ciudad
colgada en el enclave del arte último. Ahora, Torner, como único superviviente
de aquella aventura, ha recopilado sus escritos de arte que publica la
editorial Pre-textos. Con Alvaro Delgado-Gal recorre algunas de sus obsesiones.
NO
sé cuántos pisos tiene la casa de Gustavo Torner. Si tres, o cuatro o cinco. En
la Cuenca vieja, la de las casas colgadas y la catedral, las construcciones se
extienden hacia arriba, como los panales que labran las avispas en los huecos
de los olmos, y el que no es conquense ha de andar muy sobre sí para no contar
una misma pieza dos veces y terminar hecho un lío. Al final, después de la
breve sesión fotográfica, recalamos en una habitación grande y blanca. Abajo,
la vega del Huécar. La altura es vertiginosa. Si se arrojara una piedra al
vacío, no se oiría el impacto de la piedra al chocar con la tierra. Me doy
cuenta de que no solo estamos aislados por la altura; siento, a la vez, otras
formas de aislamiento más sutiles y solapadas. La Cuenca de fuera, añosa,
irregular, la Cuenca pintoresca de las estampas turísticas y los repechos que
suben a la catedral, ha desaparecido como por arte de ensalmo. La habitación es
luminosa y pura como un fanal. Sobre las mesas se apilan, en orden impecable,
libros en ediciones caras. No en ediciones lujosas sino caras. Musil, un
Greenberg veteado en verde, un gran volumen en cuya tapa figura un retrato de
Pierre Boulez. En uno de los testeros, un lienzo descomunal añade blanco al
blanco de la pared. El testero opuesto está ocupado por libros. Las vigas del
techo son de madera, pero recuerdan por el color, más que a la madera, al ante
Y en la otra punta del sofá enorme en que estoy sentado, está sentado Gustavo
Torner. Es un hombre cortés que balbucea levemente al hablar, con una
deferencia más británica que conquense. Pongo en marcha la grabadora, y rompo
el fuego más o menos así:
-No
deja de ser divertido que el más célebre museo español de pintura abstracta
esté instalado en una ciudad que podría servir de fondo para representar una
comedia de capa y espada.
-Ya
lo dijo Zóbel. La idea era un disparate, y por tanto tenía que salir bien.
Contra la decoración
-Hablando
de abstracción: yo creo que hay mucha gente que no entiende todavía la
abstracción. Los impresionistas, o más adelante Picasso, causaron escándalo
porque pareció que estaban infligiendo un ultraje a la apariencia «normal» de
las cosas. Pero el caso de la abstracción es distinto. El escándalo proviene de
que no se sabe qué demonios es la abstracción, o qué pretende.
-En
mi opinión, es un problema de hábito. Gustavo Gili tenía una ama de llaves que
se acostumbró a vivir entre cuadros abstractos. Y después trabajó con un
anticuario y realmente, no terminaba de comprender la gracia de los cuadros
antiguos. Decía que eran unas estampas donde habían puesto a unos hombres muy
pequeñitos. Se había educado siguiendo una trayectoria que era opuesta a la
usual.
-Opina
por tanto que el arte abstracto es tan accesible como el figurativo.
-Por
supuesto. Yo creo mucho en la gente. Yo creo que todos somos sensibles a la
belleza. Y que si se logra construir un objeto bello, y se limpia la
inteligencia de prejuicios, se reacciona ante el objeto bello. Lo mismo si la
obra representa cosas, que si no representa nada.
-No
habría entonces una diferencia fundamental entre el arte figurativo y el
abstracto.
-No
la hay. El arte abstracto hace lo mismo que el figurativo, pero sin complicarse
la vida representando las cosas de fuera. He dicho alguna vez que un Mondrian
se distinguía de un Veronés en que era .mucho menor el número de relaciones
existentes entre los elementos formales del cuadro.
-Pero
si el arte consiste sobre todo en la construcción de objetos bellos, bellos
corro un ágata o una hoja, ¿cómo explicarse su expresividad? ¿Cómo explicarse
que el arte digo esto, o lo otro.
-En
mi discurso de ingreso en la Academia, señalé que existe un misterio del arte.
El arte no es decoración, ni diseño. El arte nos conmueve a través de formas.
Es más, el arte, hasta hace no mucho. tenía un sentido ritual. Era inseparable
de la religión.
-Hay
algo que sigo sin ver con claridad. No atino a comprender cómo ciertos objetos
bellos, por ejemplo, ciertos tápies, pueden tener el valor de denuncia, o el
fondo ideológico, que Tápies pretende.
Torner
ríe brevemente. Ríe en una especie de susurro:
-Es
que no me parece que sea así. Hay que separar los móviles que tenemos al
pintar, del resultado. No creo que Tapies, que es un gran pintor, haga cuadros
que objetivamente sean de denuncia. La gente que tiene un tápies, no tiene
presente lo que pudo pensar Tápies al pintar un tápies. Tiene un tápies porque
le gusta, porque queda bien en la pared.
-No
es como si tuvieran el «Guernica».
-El
«Guernica» tampoco es una obra de denuncia. Es una obra de ritmos, y de
inspiración fundamentalmente esteticista.
«Duchamp no me interesa»
-¿Cómo
encaja Duchamp en la idea de que pintar consiste sobre todo en fabricar objetos
bellos. Lo digo porque habla de Duchamp como la otra gran figura moderna, al
lado de Mondrian.
-En
realidad, no me interesa mucho Duchamp. Tampoco ha logrado interesarme
demasiado el arte conceptual. Las cosas que hace Kossuth, por ejemplo. No sé
cómo se puede hacer arte saltando por encima de la forma. No niego que se pueda
hacer. Pero me pasa lo que con el arte hecho en video: que no me he encontrado
todavía con ejemplos que me interesen. Duchamp me ha servido en otro sentido.
Ha sido un gran desacralizador, y me ha infundido valor. Me ha servido para entender
que la tradición occidental no contiene todo el arte.
-Tiene
una relación más directa con Mondrian.
-Como
diría Borges, Mondrian no es prescindible. Es menos prescindible que Picasso.
Picasso es el último gran pintor antiguo. Pero no se concibe a Mies van der
Rohe sin Mondrian.
-¿Puede
pintar haciendo completa abstracción de modelos implícitamente figurativos?
-Puede
resultar un poco desorientadora la historia de los manzanos de Mondrian. Me
refiero a eso de llegar a una pintura abstracta por depuración de modelos
anteriores que sí representan objetos. Eso es un tránsito; una experiencia de
paso. Después, se piensa directamente en espacios, colores, texturas.
-¿Se
puede pintar... musicalmente? ¿Escucha música mientras pinta?
-Me
gusta muchísimo la música. En algún momento pensé en ser compositor. ¡Cuidado!,
no entiendo técnicamente de música. No sé leer, por ejemplo, un pentagrama Pero
me entusiasma la música. Sin embargo, no la percibo mientras pinto. Deja de
sonar la música, y no me doy cuenta de que ha dejado de sonar.
-¿Significa
esto que no le inspira la música?
-Le
contaré algo que me ocurrió una vez oyendo a Stravinsky, un compositor al que
siempre he encontrado muy hospitalario Estaba escuchando «Petoishka», a
obscuras, cuando tomó un lápiz y me puse a dibujar unas rayas. De ahí salió lo
que vas a ver.
Torner
se levanta, y toma el catálogo de su antológica en el Reina Sofía. Lo abre per
la página donde está reproducido «En recuerdo de Parménides... y la puerta
separaba el día de la noche».
-Es
un mural de veinte metros, con bandas verticales de luz e intervalos obscuros.
Realmente, una serie de intervalos rítmicos, que yo llamaría musicales.
-Los
intervalos espaciales del pentagrama indican intervalos sonoros en el tiempo.
Esto sería lo mismo al revés...
Un viejo moderno
El
farallón rocoso de enfrente ha adquirido un tono ceniza, lo que significa que
el sol ha perdido fuerza. Lo que significa también que está pasando el tiempo,
y que Torner y yo tenemos que comer. Salimos a la calle. Son cerca de las tres.
Torner se lamenta de la suciedad de Cuenca. De la vaquilla festiva y de las
litronas. A mí Cuenca se me antoja limpia. Una hermosa ciudad a la que hubieran
descarnado y pelado, hasta dejarla en los huesos. Cinco minutos más tarde,
estamos sentados en la mesa de un restaurante. Abajo, de nuevo, la vega del
Huécar. Chuletillas de cordero de segundo plato. Un vino de la tierra para
acompañar. La luz ceniza del farallón rocoso suscita en torno de Torner un aura
de libro de santos. De nuevo pienso en lo extravagante de la situación. Un
grupo de abstractos distinguidos anidando en lo alto de una peña, en mitad de
Castilla. Le pregunto a Torner sobre su reticencia con relación a lo moderno.
Por qué nunca tuvo prisas en ser moderno, y por qué, ahora, no le da
importancia a serlo.
-Uno
debe siempre hacer lo que le sale de dentro, y no desvivirse por ser lo que
cree que debería ser, como el pobre Motherwell. Por otro lado, no creo en que
el arte siga una línea ascendente. El arte empezó en plenitud. Las Cuevas de Altamira
ya son una plenitud.
-¿Qué
opina del retomo a la figuración?
-Yo
creo... que es una pesadez. Las escenas de patio de vecinos de Antonio López,
el barrio y la humanidad del barrio y todo eso. Me aburre terriblemente.
-¿Y
Barceló?
-También
me aburre. ¿Qué hace Barceló? Ampliar a gran formato los detalles de la pintura
del XIX. Los detalles de esas escenas de moros de Fortuny, o esas escenas
argelinas de Delacroix. Decía Femando...
-¿Qué
Fernando?
-Fernando
Zóbel. Decía Fernando: “¡Qué manía la de hacer sellos de correos de tamaño
gigante!”.
-Permítame
una apuesta. Si no crees que el arte sigue una línea ascendente, serás también
escéptico en lo que se refiere a la relación entre progresismo estético y
político. Una relación muy acentuada en algunas vanguardias.
-Se
trata de simplificaciones. Ni siquiera es evidente que haya habido algo así
como Progreso con mayúsculas. Ha progresado, sí. la técnica. No se ha
progresado un poco, un poquito, hacia la libertad. Pero en lo demás...
-¿No
se declara entonces ni de izquierdas, ni de derechas?
-Yo
he aprendido en esto de Zóbel. Zóbel era demasiado inteligente para ser de
izquierdas o de derechas. ¿Por qué hay que ser de izquierdas o de derechas? En
esto se ha sido un poco maniático. Teníamos un amigo que durante una de esas
hepatitis de antes, que eran larguísimas, leyó a Marx. Lo veía todo en clave
marxista, y se enfadó mucho cuando le dije que había otras cosas además de
Marx. ¿Cómo no va a haberlas? ¿Tiene sentido leer a Homero en clave marxista?
Le
pregunto a Torner si es aficionado a la literatura. Se lo pregunto para jugar
luego a unas adivinanzas que se me han ocurrido hace un momento.
-Leo
poca novela. La verdad es que no tengo tiempo. Y me gusta más !a poesía, que es
más intensa y está más comprimida que la novela. Aunque mi inglés es más
vacilante que el de Fernando, que era impecable, he pasado muy buenos ratos
leyendo a Eliot y a Pound.
-Había
imaginado que no podría aguantar a Galdós.
-Pues
es verdad. Nunca he podido pasar de la página diecisiete. Ni en los
«Episodios», ni en la cosa costumbrista.
-Sin
embargo le gustarán.
-Kafka,
Hesse
-Lo
de Kafka era otra de mis apuestas. Hay afinidades entre ciertas maneras de
pintar y escribir.
Torner
ha leído con pasión a Borges. Lo había imaginado también. Me sorprende sin
embargo su despego hacia la Bauhaus y Le Corbusier. Y Torner habla de
urbanismo, distinguiéndolo de la arquitectura.
Ciudades para no vivir
-No
hay un urbanismo moderno feliz. Las desnudeces de la Bauhaus, cuando no van
acompañadas de un acierto arquitectónico rotundo, y esto último no ocurre casi
nunca, producen ciudades deplorablemente tristes. Hay que vestir las casas,
como hay que vestir a las mujeres. Avenidas muy largas y desnudas: ahí tiene
una fórmula para levantar ciudades en las que no se puede vivir.
-¿Entre
Madrid y Barcelona, cuál prefiere?
-Pues,
sin que Madrid sea imbatible, prefiero Madrid. En Barcelona, fuera del Ensanche
hay poco, y el barrio gótico, siendo auténtico, no sé qué pasa que parece
falso. Y creo que los catalanes exageran las bellezas del modernismo. El
modernismo es el mal gusto encantado de sí mismo.
Con
esta observación heterodoxa concluye la comida. Accidentadamente otra vez, piso
arriba, piso abajo, volvemos a la Cuenca exterior. Me enseña Torner las
vidrieras nuevas de la catedral. diseñadas por él mismo y Gerardo Rueda y.…
y... El Sol declinante hiere las vidrieras que dan a poniente y recama de
amarillos y fucsias la piedra lívida y solemne. Torner me dice adiós mientras
maniobro con el coche para volver a Madrid. Lo miro un instante, menudo y surto
en la plaza. ¡Qué retina, señor! Capaz para toda la gama de los blancos. Y de
los grises. Y del azul.
Álvaro
DELGADO-GAL; ABC Cultural, 11 de
octubre de 1996, pp. 36-38
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