BAJO
EL FARO DEL MIEDO
Todavía, no es más que un halo impreciso, nadie
lo ve, pero yo sé que de ahí brotará el incendio, que va a surgir un incendio
inmenso. Y yo, que lo veo con lucidez, deberé escapar como pueda, continuar
viviendo como antes. (¿Cómo sigue usted? Vamos tirando ¿y usted?) estragado por
el fuego concienzudo y devorador.
Ante mi está un tigre inmóvil. No tiene prisa.
Le sobra tiempo. Tiene aquí tarea. Es inexorable.
Cuando un pez de las profundidades abisales,
que se ha vuelto loco, nada ansiosamente a seiscientos metros de fondo buscando
los pescados de su familia, choca con ellos, les despierta, les interpela uno
tras otro:
—Oye, tú ¿no escuchas el agua que corre?
—Y aquí ¿no se oye nada?
—¿No oís alguna cosa que hace: "tse”; no,
algo más suave: tschii, tschiif
—Tened cuidado, no moveros, va a oírse otra
vez.
¡Oh, Miedo, dueño atroz!
El lobo siente miedo del sonido de un violín.
El elefante tiene miedo del tambor, de los cerdos, de los petardos. Y el
conejillo de indias tiembla mientras duerme.
HACIA
LA SERENIDAD
a) el
Reino de Ceniza.
Por encima de los júbilos como por encima de
los terrores, por encima de los deseos y de las efusiones hay una extensión
inmensa de ceniza.
En ese país de ceniza podéis ver el dilatado
cortejo de los amantes que buscan a las mujeres y el cuantioso cortejo de las
mujeres que buscan a los amantes. En todos ellos se lee una presciencia tal de
los goces únicos que demuestra cómo tienen razón, que la cosa es evidente y que
es preciso vivir entre ellos.
Pero aquel que se halla en el reino de ceniza
ningún camino encuentra ya. Mira, escucha. Ningún otro camino encuentra más que
el del eterno pesar.
b) la
llanura de la leve sonrisa.
Sobre ese reino alto, pero miserable, se
extiende el reino elegido, el reino de suave pelaje.
Si en él apareciese alguna cumbre, alguna
punta, no durarla mucho. Pues apenas brotadas desaparecen, cambiándose en
cortos pliegues, los dobleces en un estremecimiento y todo retoma a ser llano.
“Cuando la ola arrolladora encuentra a sus
amiguitas, las olas que devuelven, se teje entre ellas un gran zumbido, primero
un zumbido, luego poco a poco se hace el silencio y no vuelve a encontrarse
ninguna”.
¡Oh, país de losas tibias!
¡Oh, llanura de la leve sonrisa!
MI
PORVENIR
Alcanzaré para terminar un país de sonrisas.
Ya una brisa hecha de caricias me lleva hacia
él
Se me invita, está ahí, me esperan, se sabe que
llego.
Porvenir, puesto que debes, puesto que vas a
invadirme,
Lleguemos a tiempo, escucha, más de prisa,
acércate, atráeme.
Porvenir, puesto que debes, puesto que
vienes...
LA
VIDA DE LA ARAÑA REAL
La araña real destruye a su vecindario digiriéndole.
Y ¿qué digestión se preocupa de la historia y de las relaciones personales del
digerido? ¿Qué digestión se cuida de guardar todo eso en anaqueles?
La digestión toma del digerido virtudes que
este mismo ignoraba, virtudes tan esenciales que, poco después, aquel sólo es
podredumbre, cuerdas de podredumbre que es preciso entonces ocultar rápidamente
bajo tierra.
A menudo la araña se acerca como amiga. Toda
ella es suavidad, ternura, deseo comunicativo, pero su ardor es tan implacable,
su enorme boca desea auscultar tan ávidamente los pechos del prójimo (y también
su lengua es siempre inquieta y ávida), que se hace preciso terminar dejando
que se lo trague.
¡Cuántos extranjeros fueron ya engullidos!
En el acto, la araña se desespera. Sus brazos
no encuentran ya nada que estrechar. Entonces se dirige hacia una nueva víctima
y, cuanto más se revuelve ésta, más se obstina la araña en conocerla.
Poco a poco le introduce en ella y le compara
con lo que tiene de más querido e importante, y no hay duda que de esa
confrontación saldrá una luz única.
Empero, el confrontado se hunde en una
naturaleza infinitamente inestable y la unión se corona ciegamente.
HENRI MICHAUX
Sur, (3) invierno 1931,
pp. 94-97. Versión de Guillermo de Torre.
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