domingo, 7 de octubre de 2018

"La leyenda de Saint-Germain" por Juan Pedro Quiñonero (Blanco y Negro, 25 de octubre de 1995)


Le Tabou en la década de 1950
REPORTAJE
LA LEYENDA DE SAINT-GERMAIN

En torno a una antigua iglesia y la plaza que la rodea se levantó, hace décadas, el santuario de la intelectualidad francesa, un lugar que filósofos, escritores, músicos, pintores... artistas, en fin, muchos de ellos españoles, poblaron e hicieron mundialmente famoso. Saint-Germain-des-Prés guarda la misma cara de ayer, pero hoy su espíritu es otro. Ahora, prestigiosas firmas internacionales de moda, auténticos templos del lujo, se han instalado en algunos de los enclaves donde hace cincuenta años había viejas librerías, bulliciosos cafés, atiborrados garitos. Muchos de estos lugares casi míticos continúan abiertos en la estela de la leyenda de un barrio convertido en el corazón cultural de París, que así latía hace medio siglo.
Los orígenes de la leyenda de Saint-Germain-des-Prés se remontan hacia el año 1000 o 1100, cuando unos monjes de la iglesia y antigua abadía que da nombre a esa plaza, con movidos por el suplicio de unos mártires cristianos en Córdoba decidieron viajar a pie hasta la cuenca del Guadalquivir para rescatar sus reliquias, transitando, sin saberlo, por la ruta que llevaría a Europa los metros y la noción del amor que estaba naciendo en Al-Andalus y debía sembrar muchos de les cimientos espirituales de nuestra civilización. 
Esa ruta y esa misma plaza tuvieron muchas otras prolongaciones. Una de las arterías principales del Barrio Latino continúa siendo la calle Saint-Jacques, que debe su nombre al Camino de Santiago que ahí comenzaba, a los pies de Notre-Dame, para continuar siguiendo la frontera sudeste de los jardines de Luxemburgo. En el alba de las literaturas románicas, Ramón Llull escribió una de sus obras maestras en otra antigua abadía que estaba en esos mismos jardines. El joven Ignacio de Loyola no pudo desconocer, digámoslo así, la abadía donde floreció la revolución espiritual de Port-Royal, piedra bautismal de la prosa francesa moderna, tan próxima a una de las residencias parisinas del madrileño Jorge Santayana. El navarro Miguel Servet frecuentó la facultad de Medicina tan próxima al futuro círculo revolucionario que Moratín conocería, horrorizado, durante el Terror.
Esa milenaria tradición se prolonga, intacta, hasta nuestros días, de manera olímpica y majestuosa. Don Nicolás Estébanez Calderón le contaba a don Pío historias y aventuras de otro tiempo, que Baroja utilizó, profusamente, para escribir la trilogía de París que comienza con «Los últimos románticos», sentado en el mismo café donde, mucho más tarde, Simone de Beauvoir, sola sentarse a escribir cartas de amor a su novio novelista americano. Y la novela de don Pío comienza en la esquina de una calle donde residió Faulkner, durante una temporada, a dos pasos del restaurante donde solían cenar Ramón Gómez de la Serna y Corpus Barga, temiendo que Baroja apareciese, como un ángel de la Historia, para darles la noche con sus profecías apocalípticas.
Imaginemos. En la misma plaza y los mismos cafés, el Flore y el Deux-Magots, donde, hace siglos, era de buen tono imaginar a Sartre, Albert Camus o Simone de Beauvoir departiendo, amablemente, durante la ocupación alemana. También compro sus periódicos, mucho antes, inventando, con Azorín, nuestro periodismo moderno, Agustí Calvet, Gaziel, futuro director de La Vanguardia, que comenzó por instalarse en un hotel que está a la espalda del establecimiento donde se hospedaron Antonio y Manuel Machado, huyendo de Madrid y Sevilla, en vísperas de su encuentro, capital, con Rubén Darío.   
La editorial Garnier, donde los Machado esperaban encontrar las traducciones que los redimiesen de la pobreza y el olvido, estaba a dos pasos del antiguo Royal Saint-Germain el más legendario de los cafés del barrio, hoy suplantado por el imperio de un célebre modelo italiano, frente a la calle Saint-Benôit, donde residía Marguerite Duras acompañada de sus sucesivos amantes y estaba la célula del Partido Comunista Francés (PCF) que provocó una crisis moral todavía irresuelta, hoy, cuando la biógrafa de una novelista y los herederos de sus amantes y maridos, han desenterrado una lúgubre historia de chivatazos y campos de concentración.
El fantasma de esas discusiones de café, elevadas por Merleau-Ponty, en su ensayo «Humanismo y Terror», a proyecto de comprensión filosófica de los campos de concentración estalinistas, en la plaza de Saint-Germain, sobrevive, amenazante, por los estantes de la misma librería de entonces. La Hune, frente a un quiosco de periódicos que dirige un antiguo anarquista amigo de Xabier Domingo, que hoy esgrime, con orgullo, un escudo del Betis Balompié.
Los ex combatientes de muchas causas revolucionarias y subversivas se quejan, amargamente de que en el antiguo cuchitril donde, hace años, se vendían discos y canciones revolucionarias cubanas se haya instalado hoy una célebre marca de mecheros y objetos de lujo. En la calle de La Huchette, donde se estrenó y estuvo en escena, durante treinta o cuarenta años «La cantante calva», de Ionesco, es difícil sobrevivir al tufo angustioso de bocadillos presuntamente «griegos» o «tunecinos». La vieja librería que tenía la mejor colección de libros de poesía ha sido sustituida por un aparto de moda japonesa, o así. La antigua librería de Antonio Soriano se ha transformado, y Michele Pochard ha hecho fructificar la suya, especializada, siempre, en temas españoles o hispanoamericanos, en la misma calle donde vivió Pascal y don Pío contemplaba, atónito, la triste suerte de la religión positivista de los seguidores y seguidoras de Auguste Compte, por la misma acera que transitaban Jorge Guillen y Pedro Salinas, a la salida de sus cursos en la Sorbona.
Llega la noche. Quienes ya no tienen edad para nacer vida nocturna se lamentan, en vano, que Saint-Germain ya no es lo que era. En verdad, cuando yo llegué a París, hace siglos, también, el Tabou se había convertido ya en un antro infecto, frecuentado por turistas brasileños de muy distinta sensibilidad sexual, y era sencillamente imposible imaginar que allí hubieran podido ser felices Boris Vian, Miles Davies o Juliette Greco, que, mucho me temo, no dicen nada a quienes se han educado con «E.T.» o «La Guerra de las Galaxias».
Evocar la guitarra de Django Reinhardt, en el Montana o a Roger Vadim en Le Rose Rouge quizá sea tan peregrino como lo era, para mí, escuchar a mi abuelo evocar la inmortalidad de las cupletistas de post-guerra. Queda. Sin embargo, una leyenda nunca escrita. Varios de esos antros donde los abuelos de hoy bailaban, entonces, el be-bop, estaban a dos pasos del hotel donde don Antonio descubrió la enfermedad de Leonor, otro lejano 14 de julio, cuando la gente del barrio se divertía en un baile con acordeón y el poeta que estaba escribiendo las «Soledades» se estrellaba contra el muro de la incomprensión de la burocracia hospitalaria, que sigue estando donde estaba, sin que nadie haya puesto una placa en aquel hotel, a la vuelta de la esquina de una de las residencias de Apollinaire.
Se han escrito millares de olvidables páginas evocando el fugitivo paso de Sartre por un café que también frecuentó, durante unos años, Néstor Almendros, cuando presentó su primera película sobre la situación de los homosexuales en Cuba y ya se había convertido en uno de los más grandes fotógrafos de cine de todos los tiempos. Pero es necesario insistir sin remedio en que César González Ruano se pasó muchos años yendo y viniendo entre esa plaza, la iglesia de Saint-Sulpice, donde fue bautizado Baudelaire, y la calle Campagne-Premiére, ya en Montparnasse, en el hotel donde una placa recuerda a Man Ray y los dadaístas, olvidando que allí se escribió, en parte, la mejor biografía, en castellano al menos, de uno de los patriarcas fundadores de la poesía moderna.
No sé si es un azar que los Machado vivieran en el mismo hotel que también frecuentó Verlaine. Pero viviendo, yo mismo, en el mismo barrio, es difícil no sentirme perseguido por esa prole de fantasmas. Las primeras figuras de Belén que conocieron mis hijos las compró en una tienduca que está a unos metros del teatro del Vieux Colombier, donde Valery Larbaud consagró a Ramón como una figura universal sólo comprable a Joyce y Proust. Siguiendo por la misma calle se llega hasta la esquina del hotel Lutecia, frente a la antigua y diminuta habitación donde Mercé Rodoreda escribió buena parte de su obra: desde esa azotea se ve, siempre, el último despacho de Raymond Aron, cruzando el bulevar que cada día toman mis hijos, Juan Florencio y Pedro, para llegar a su colegio, Stanislas, que fue frecuentado, en un tiempo, por S.M. el joven Alfonso XIII.
La vida sigue. Saint-Germain-des-Prés, la iglesia y el barrio están tan vivos como siempre. Un modista italiano ha hecho la donación de muchos millones de pesetas para restaurar las vidrieras de la iglesia. El jefe de sala de Lipp continúa evitando que los pudientes americanos y japoneses paguen a bajo precio una mesa reservada para las celebridades locales, pero es impensable que un resistente marroquí o iraní dé cita en ese restaurante a ningún amigo, ni parece sensato imaginar que allí se reúnan los turbios personajes que pudieran ordenar la detención de Ben Barka, Carlos, que puso una bomba en el Drugstore, ya desaparecido, que sustituyó a otro legendario café, está en la misma cárcel, La Sante, donde ya estuvo Durruti, y las turistas japonesas se preguntan si en el lugar donde ellas se compran ropa gallega pudo un día conspirarse para planear la revolución planetaria mundial.
Muchos de los artistas franceses que han pintado Saint-Germain han imaginado toscos chafarrinones de color. Hay que recurrir a los españoles de la Escuela de París, Viñes, Peinado, Manuel Ángeles Ortiz, etcétera, que vivieron en el barrio, para poder aspirar el perfume que ilustran, de otro modo, las imágenes de Doisneau o Cartier-Bresson.
Y ese perfume habla de algo inmaterial, volátil y puramente estético. El legendario beso de la fotografía de Doisneau no se tomó en Saint-Germain, sino frente a la alcaldía de París, y hubo muchas parejas que se creyeron con derecho a exigir derechos de pose o autoría. Por las librerías de viejo, que son muchísimas en el barrio, todavía circulan ejemplares de la primera edición de la primera antología de Ramón traducida por Mathilde Pomes. La Casa de Cataluña, las librerías de Antonio Soriano y Michelle Pochard, las tiendas de moda gallega, una gran empresa familiar de perfumes catalanes, varias tiendas de tejidos de decoración valencianas, un vendedor de periódicos, el café donde se fundaron varías comunas estudiantiles posteriores a mayo del 68, hablan de una tradición que se remonta a Ramón Llull y los monjes de la abadía de Saint-Germain que viajaban a Córdoba, a pie, en busca de milagrosas reliquias, hace unos mil años.
Viejas historias. Don Pío iba a los cafés de la plaza de Saint-Germain para escuchar de un viejo ministro en el exilio las viejas historias de la Comuna de París y sus desharrapados personajes, anarquistas de otra época, bakuninistas en acción, hijos de princesas legitimistas, prófugos de un Madrid de opereta y café con leche, poetas que sólo pagan con calderilla, desventurados que iban a morir en lo alto de una barricada. Muchos de esos personajes perduran, de alguna manera, por la leyenda de algunas canciones interpretadas a la guitarra por Django Reinhardt, que era gitano y apátrida, y nunca supo solfeo, pero escribió e interpretó muchas de las melodías que se confunden con la leyenda de este barrio, que tiene muchas otras leyendas y muchos otros personajes. En la lejanía del tiempo y la memoria, nada me cuesta confundir, para siempre, esas historias que vienen de muy lejos con la historia y la canción de las hojas muertas que. cada otoño, vuelven a caer, como en el poema de Verlaine que descubrieron los Machado por estas calles y todos los adolescentes leímos un día, creyendo que nunca alcanzaríamos el paraíso que confundíamos con los jardines de Luxemburgo y hoy es nuestra única patria, en el más dorado de los exilios.
Juan Pedro QUIÑONERO. Blanco y Negro, 25 de octubre 1995, pp. 64-71.

2 comentarios:

unatemporadaenelinfierno.net dijo...

¡¡!!!... tenía olvidado esta historia, ay... para colmo, me gusta. Graciassssssss

Q.-

Don Cogito dijo...

Es que es un artículo estupendo...