"TONO" Y EL NUEVO HUMOR EN EL TEATRO
Por Julio Trenás
ESPERO a “Tono”
junto al ventanal asomado al Paseo de Recoletos, en este café desde el que se
lanzaron al ruedo tantos espontáneos de la vida literaria española. Hacía
tiempo que no venía aquí y, en cierto modo, me rejuvenece hacerlo. Por eso
acepté con alegría el punto de cita. Es hora temprana y, sin embargo, ya hay
algún que otro poeta suelto por sus mesas. Se respira una tranquilidad sedante.
Lástima que ya vayan quedando pocos reductos como éste en la ajetreada vida de
la ciudad. Pienso cómo a esta hora trepidan las oficinas, incluso con
escritores amarrados a su galera. Y me encanta la supervivencia de estos —ya
tan escasos— oasis ciudadanos de los que Jovellanos llamó “casas de
conversación” en su “Memoria sobre los espectáculos públicos en España”.
“Tono”
llega unos minutos después por aquello del aparcamiento. Trae el moreno
salitroso del Mediterráneo. Por unos días, poquísimos, ha abandonado su retiro
laborioso de la Costa del Sol. Pero está deseando volverse a ella. En cartera
se lleva buen trabajo. Diálogos de películas, sus colaboraciones para
periódicos. Acaso alguna comedia.
Este Antonio de Lara con
quien hablo apenas si recuerda al pionero del humor de “El
guante blanco”, en Valencia; de “Chiribitas”, “Gutiérrez” o “Buen
humor”, en Madrid. En razón de verdad no es el mismo. Aquel otro era un
joven espigado en delgadez, moreno, que se parecía mucho a Ramón Novarro. Quizá
por parecerse tanto marchó a Hollywood, contratado por una productora de la
“meca del cine”, y colaboró en las versiones españolas de muchas de las
películas de la época.
“Tono”
se encuentra muy joven para acordarse de todo aquello. Acaso te quede la
emoción de su amistad con Charlot y que el genio le eligiese como una de las
pocas amistades que le acompañaron cuando invitó a Einstein a cenar en su casa.
Antes de lo de Hollywood
fue lo de París. Allí vivió, en el 11 de la rue Grand ’rue. Dibujada en “Fantasio".
“Le Rire” y “Paris América”. Fabricando un bar americano en su
estudio parisiense, forró de metal el mostrador y, al hacerlo, le sobró una
viruta de chapa. Ni corto ni perezoso la recortó, dándole la forma de una vaca.
Sin saberlo —sospechándolo tal vez— se anticipó a una forma de escultura
moderna. Compró más chapa, hizo más recortes y en el año treinta y dos presentó
una exposición de este tipo de obras en el Círculo de Bellas Artes. Allí, un
mundo que para sus charlas hubiera querido el doctor Rodríguez de la Fuente: la
jirafa, el hipopótamo, el búho, e Incluso el cerdito. Antoniorrobles le
preguntó cómo había realizado este último y “Tono” comenzó así su
respuesta: “Pues se coge un cerdo fresco...”
Siempre ha sido su norma
la gracia transparente, el humor sin arañazo. Ahora mismo. tocando el tema, me
dice:
—Yo me meto con la gente,
pero dándole la razón...
El proceso creador del
autor teatral que hay en “Tono” —y éste será el tema de mi
conversación—se ha decantado de muchas observaciones vitales humorísticas. Y,
como sus recortes de chapa. resultó fecundo en anticipaciones. Para “Tono”,
como para todo imaginativo, el absurdo es camino de poesía e irrealidad, pero
también justificación de muchas actitudes humanas. Y él, con genialidad, se
adelantó en buen tiempo a un “teatro del absurdo” instalado como
revulsivo de la acomodaticia, retórica, societaria creación dramática de los
primeros años del siglo.
El lápiz con que “Tono”
dibujaba aquellos seres con estructura de cartabón y ojo plano, le sirve ahora,
transformado en pluma o bolígrafo, para escribir. De todo esto le voy hablando,
antes de atacarle con una serie de preguntas a las cuales contestará unas veces
de frente y otras —residuos de su profesionalidad dibujística— saliéndose per
la tangente. En cierta ocasión entrevisté a “Tono” sobre el tema de los
fantasmas y me dio una respuesta plena de filosofía vital.
—Nunca puede decirse —afirmó
muy serio—de este fantasma no beberé.
“Tono”,
si no del fantasma, si de la fantasía del teatro ha bebido a raudales. Y a ta1
punto llevó su respeto hacía los ensabanados y aterrorizadores entes que, en
alguna ocasión, escribió una comedia. Pero lo más difícil, sin duda alguna, ha
sido llevar ese humor de nuevo impacto a un teatro atiborrado de comicidad al
viejo estilo.
—Usted —le he
dicho— es uno de los iniciadores del nuevo humor. También de los
primeros que lo llevaron al teatro ¿Le fue difícil instalarlo sobre aquella
escena sacudida por la astracanada?
“Tono"
practica una admirable economía de palabras. Habla con directa claridad. Por
eso se le entiende tan bien cuando me responde:
—No fue nada fácil, desde
luego. “Ni pobre ni rico, sino todo lo contrario”, el primer paso de este tipo
de humor en nuestro teatro anduvo rodando de escenario en escenario causando el
desconcierto de nuestros mejores empresarios, hasta que quedó frenado en las
manos de Luis Escobar, que fue quien le abrió las puertas del Teatro María
Guerrero.
—¿No cree que, en este
humor, distorsionado y a la vez intelectual, había una cierta premonición de lo
que hoy se llama teatro del absurdo?
—Creo que tanto absurdo
puede haber en este tipo de teatro como en el de los Hermanos Quintero, por
ejemplo; porque no me irá usted a decir que es lógico que el ingeniero de la
ciudad se enamore matemáticamente de la señorita del pueblo andaluz.
—¿Qué pretendía ese
humor, descubrir o enseñar al hombre?
—No pretendía nada
concreto. Como todas las cosas que nacen espontáneamente, nacen sin
premeditación ni alevosía y allá cada cual con lo que quiera ver o aprender.
—¿Hasta qué punto su raíz
italiana? ¿Hasta qué punto también su posible concomitancia con el surrealismo o,
mejor, con el neorrealismo?
—Esto de la “raíz
italiana'’ supongo que será igual a lo que dirán a los humoristas italianos
respecto a que su humor pueda ser de raíz española. Lo cierto es que ni Mihura
ni yo conocíamos en aquella época a ningún humorista italiano. E igual podría
decirse que nuestra raíz venía del teatro de Ionesco, pese a que cuando Mihura
y yo escribimos “Ni pobre ni rico, sino todo lo contrario”, el señor
Ionesco no habla dado señales de vida.
—¿Qué trucos, qué
resortes empleó —o emplearon— para incorporar al público de los teatros a ese
nuevo humor?
—Ni el menor truco: ¡nada
por aquí, ni nada por acá!
—¿Es cierto que ese tipo
de humor precisa unas especiales manipulaciones para soportar el estiramiento
de una comedia?
—Todas las comedias
necesitan un “estiramiento” para llegar a su justa proporción.
Estiramiento que muchas veces resulta reducción.
—Personalmente, en su
teatro, ¿ha habilitado situaciones de la antigua comicidad adaptándolas a este
nuevo humor?
—Mas que habilitar
situaciones de la antigua comicidad, lo que he hecho es habilitar situaciones
de la antigua seriedad.
Recuerdo ahora que la
piedra de toque, diríamos, del humor de “Tono”, durante
un cierto tiempo, precisamente aquel cuando su sentido humorístico chocaba y
atraía más a sus lectores, era “el huevo frito”. Mihura y él hicieron
con tan sucinto manjar verdaderas proezas dialécticas. Actualmente, quizá lo
hayan arrinconado un poco, no sé si por eso del nivel de vida. De todas formas,
le pregunto:
—¿Ha llevado “el huevo
frito” al teatro?
La respuesta de “Tono”
es rapidísima:
—Lo he llevado, pero
comido.
—¿Cómo salva, para esa
simulación de realidad —realidad irreal incluso— que el teatro exige, la
desproporción expresiva entre el lenguaje de su teatro y el lenguaje coloquial
habitual en la escena?
—-Sencillamente, haciendo
hablar a los personajes como en la vida misma.
—Después de usted y de
ustedes, ¿quién ha seguido ese teatro de humor?
—Creo que ni nosotros mismos
lo hemos seguido. Yo, por mi parte, he tenido que dar unos pasos atrás para
sincronizar mi paso con el paso de nuestros espectadores.
—¿Puede hablarse de una
obra clásica en esa línea? ¿“Ni pobre ni rico”, acaso?...
—Eso son ustedes y el
público que me estará escuchando quien puede decirlo.
—¿Qué distancia va de
aquella comedia, por ejemplo, a “Un drama en el quinto pino”?
—La distancia que antes
le he apuntado. O sea, esos pasos atrás que he tenido que dar para ponerme al
paso de nuestro público. Es también indudable que existe una Juventud que
marcha por delante de nosotros, pero esa Juventud, desgraciadamente, no suele
ir al teatro, y ésta es la razón por la que nosotros tenemos que hacer comedia
para los padres de esa juventud.
Por primera vez, en las
palabras de Antonio de Lara brilla el dorado ramalazo de la melancolía. Es
curioso que este gran pionero de la modernidad confiese la necesidad de
practicar retiradas, hasta cierto punto estratégicas, en su avanzada expresiva.
Resulta dramático —aunque quien hable sea un humorista— verse obligado a frenar
un camino, no ya de anticipaciones, sino siquiera sea de actualización y puesta
a ritmo con lo que teatralmente se hace por ahí. No obstante, insisto en esta
posible modernidad, para nadie tan grata como para quien, como “Tono”,
ha estado siempre “a la page”.
—Este teatro de humor
suyo, ¿admite la “participación” o, más bien, se cierra sobre sí mismo
en su cápsula intencional?
—Si se encerrara en esa
capsula intencional —contesta— no encontraría la participación del
espectador que le es necesaria para seguir viviendo.
—Usted, creador teatral,
ha desarrollado una larga tarea de adaptador y traductor: ¿qué diferencia
existe entre la versión de una obra dramática corriente y un texto humorístico
extranjero actual? De la mayor o menor dificultad hablo.
—Adaptador, sí;
traductor, no. Yo creo que las obras extranjeras no deben traducirse, si no se
quiere que sigan siendo extranjeras. Cada comedia y cada género de comedia
necesita un tratamiento especial para llegar a nuestro público, como ha llegado
antes al suyo.
—¿Puede ponerme un
ejemplo? Preferiblemente propio.
—Pues, sí: “El don de
Adela”, se signe representando en este momento, necesitaba, según mi modo
de ver, un tratamiento de adaptación total; trasladando a nuestro ambiente con lugares,
tipos y lenguaje nuestro, así como “Pepsi” necesitó conservar su
ambiente parisiense, aunque en un diálogo español que pudiera creerse de la
capital de Francia.
—¿De qué adaptación
realizada por usted está más satisfecho?
—De momento, de “El
don de Adela”. Yo siempre estoy más satisfecho de mi último trabajo.
Ahora me salta, para mí
mismo, otra vez la pregunta: ¿es “Tono” un escritor de
anticipación? Ese frenazo autoimpuesto a su estética y técnica del humor ¿no
supone que guarde en la recámara fórmulas futuribles? ¿Le llegará dentro de
treinta años su sincronía actualista? Se lo pregunto, pero él, como se verá, se
sale por la tangente:
—El humor que usted
personaliza con algunos otros escritores —le digo—¿tendrá
vigencia el año 2000?
Y el ríe, por primera
vez, para contestar:
—Esto, si es usted tan
amable de preguntármelo en el año 2001, se lo contestaré con conocimiento de causa.
—¿Qué autor extranjero
actual representa, para usted, el humor europeo?
— Sería interminable
contestar a su pregunta, porque, como es lógico, no hay ningún autor que por sí
solo pueda representar a todo el humor europeo. Podría elegir a un autor de
cada país, pero después de todo ¿qué más nos da que sea uno o sea otro?
—¿Cree que el humor
aséptico, traslúcido, que ustedes trajeron pueda barroquizarse en una nueva
resurrección del esperpento?
—Ese humor aséptico y
traslúcido a que usted se refiere puede, efectivamente, barroquizarse, pero a
condición de dejar de ser aséptico y traslúcido. O lo que es lo mismo, no.
—¿Cómo expresa ahora
mejor una idea humorística, con un dibujo o con una comedia?
—Con una comedia puedo
expresar una idea, mientras que con un dibujo sólo puedo expresar una ideíta.
—¿Escribiría una comedia
“cruel”?
—Mientras siga aséptico y
traslúcido, no; la crueldad es corrosiva y opaca.
—¿Qué escribe, traduce o
adapta ahora “Tono”?
—Aparte de mi trabajo
cotidiano preparo una versión muy personal de “El inspector”, de Gogol,
para el Teatro Español, por encargo de su director, Miguel Narros.
El café se ha ido
llenando de escritores. También de gente que, simplemente, viene a desayunar. “Tono”
tiene muchos asuntos que resolver antes de tomar esta tarde el expreso “Málaga-Costa
del Sol”. Me parece justo dejarle tiempo para ello. Cuando salimos del café,
el “limpia” le saluda ofreciéndole lotería:
—Señor “Tono”, ¡tengo
dinero para usted!
Pero él la rechaza
campechanamente. Y aunque es un humorista no dice eso de que “la
mejor lotería es el trabajo”.
Julio TRENAS
ABC,
2 de febrero de 1970, pp. 104, 105 y 107.
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